Escribí
una reseña a Los productos naturales
¡vaya timo!, de J.M. Mulet (acá). José Antonio Alfaro escribió una
respuesta a esa reseña (acá). Ahora, yo ofrezco una réplica a esa respuesta.
Intentaré hacer, como los escolásticos, una respuesta a cada párrafo relevante
escrito por mi contraparte.
Alfaro
escribe: “…te indicaré que creo que en tu artículo cometes el mismo error que
Mulet comete en su libro: tomar a una parte específica como representante de
una totalidad muy diversa. En el caso de las organizaciones ecologistas, no
sólo están los pocos que queman campos de maíz transgénicos, o que se oponen a
todo tipo de avance científico, o los “izquierdoides” verdes de salón. También
están los que apoyan las energías renovables (no creo que se les pueda tachar
de pro-pre-modernistas); los que limpian vertidos de crudo; los que mantienen
centros de recuperación de fauna; los que presentan alegaciones fundamentadas
en los procedimientos administrativos, gracias a las cuales conservamos mucho
de nuestro patrimonio natural… los que se juegan la vida en una lancha
neumática para impedir la sobreexplotación de los océanos; los que reforestan,
conservan y recuperan hábitats; etc. Pero claro, Mulet sólo habla de los
“malos”, tomándolos como los representantes de todos los ecologistas.
Yo respondo: Mulet es bastante claro en el
libro cuando expresa su admiración por las actividades que grupos como
Greenpeace hacían en el pasado, como por ejemplo, sabotear a los barcos que
cazan ballenas. El problema, advierte Mulet, es que, de repente, a estos grupos
les dejó de preocupar asuntos relevantes, y se empezaron a obsesionar con los
transgénicos. No creo que Mulet desprecie a todos los grupos ecologistas, y
ciertamente yo tampoco. Sólo desprecia a aquellos que, en arrebato irracional,
se oponen al desarrollo de los transgénicos, acudiendo a argumentos falaces. Sospecho,
incluso, que Mulet estaría dispuesto a debatir, siempre y cuando se haga con
información veraz, y no mitos urbanos como atribuir el suicidio de campesinos
indios al uso de los transgénicos. El mismo Mulet, por ejemplo, me ha confesado
personalmente que, aun si está en desacuerdo con el activista Jeremy Rifkin, éste
tiene alegatos interesantes que merecen ser discutidos, aun si es para
rebatirlos.
Alfaro
escribe: “En cuanto a las preocupaciones de los ecologistas ¿te parece pijo
preocuparse por el calentamiento global? Acepto que hay pijos aprovechados,
como Al Gore, que se han subido al carro de la denuncia del calentamiento
global para sacar beneficio, pero no se les puede negar el mérito a las
organizaciones ecologistas y a las no ecologistas que desde hace tiempo están
llamando la atención sobre los peligros de este hecho, incluso cuando las
grandes multinacionales energéticas pagaban gran cantidad de dinero para
desinformar y desacreditar”.
Yo
respondo: hay preocupaciones ecologistas que obviamente no son pijas. Pero,
existe una tendencia creciente de que, los jóvenes de veinte años que atacan a
los transgénicos, no lo hacen en realidad porque conozcan sobre el tema (dudo
que conozcan quiénes fueron Watson y Crick, por ejemplo), sino sencillamente
porque es cool. Y, son pijos,
precisamente porque esta gente no ha estado de cerca en el Tercer Mundo. Es muy
fácil querer consumir productos naturales en la afluencia europea.
Alfaro
escribe: “¿Te parece pijo defender un aprovechamiento sostenible de los océanos
y de los bosques y no esquilmarlos como sucede actualmente en gran parte del
planeta?”
Yo
respondo: no veo de qué forma los transgénicos impiden el aprovechamiento
sostenible de los océanos. Yo no me opongo a los grupos ecologistas per se (y sospecho que Mulet tampoco);
me opongo a quienes argumentan contra los transgénicos sin una base firme.
Alfaro
escribe: “¿Te parece pijo defender el patrimonio natural frente a la
especulación del gran capital? ¿Te parece pijo llamar la atención sobre el
hecho de que en pocos decenios más de crecimiento descontrolado, este planeta
no va a ser capaz de albergar a su población de manera digna (especialmente
pensando que unos pocos acaparan y abusan de los medios que el planeta ofrece)?”
Yo
respondo: comparto la preocupación maltusiana por el crecimiento demográfico. Pero,
la respuesta no es matar de hambre a la gente para detener el crecimiento. La
respuesta es detener la reproducción, con métodos anticonceptivos. Si bien el
propio Malthus advertía que la sobrepoblación traería guerras y hambrunas,
opinaba que la respuesta más humanitaria sería, precisamente para prevenir esas
catástrofes, la continencia. Yo no creo en la posibilidad de la continencia,
pero sí en la posibilidad anticonceptiva. Por eso, la solución no es acabar con
los transgénicos, sino distribuir condones y ofrecer educación sexual.
Alfaro
escribe: De hecho, una parte muy importante de la población mundial ya no vive
de manera digna. Y aunque Mulet venga ahora a salvar el planeta con sus
transgénicos, el maíz y la soja transgénicos que se producen en el mundo,
controlados por las grandes multinacionales del sector, no sirven para
alimentar a esta población, sino que van a producir biodiésel para que los
privilegiados continuemos utilizando nuestros magníficos vehículos a nuestro
antojo y van a engordar cerdos, vacas y pollos para que éstos nos engorden a su
vez también a los privilegiados. ¿Quién es, pues, más pijo, el ecologista
preocupado o el consumidor indolente?
Yo
respondo: sólo si se opera bajo la premisa del crecimiento de suma cero (la
ganancia de un hombre es cosustancial a la pérdida de otro), Alfaro tendrá razón
en esto. Pero, es una premisa errónea: el crecimiento económico histórico
demuestra que es posible que un hombre gane, sin hacer perder a otro. El hecho
de que los transgénicos se empleen para generar más combustibles no impide que
también se empleen para alimentar a la gente. No veo problema en que el gordo
se haga más gordo, siempre y cuando el flaco engorde también. Y, me parece, el
transgénico tiene la posibilidad de engordar a todos.
Alfaro
escribe: El problema actual no es de producción, sino de distribución; el
problema futuro sí será además un problema de producción, pero por mucha
producción que se supone que generen los transgénicos, no será suficiente para
alimentar a una humanidad en continuo crecimiento.
Yo
respondo: ése es el argumento del eminente economista Amartya Sen, pero no me
convence. Estoy de acuerdo en que hoy se produce suficiente comida para todo el
mundo. Pero, de eso no se sigue que la solución sea renunciar a los transgénicos.
En mi casa, hay suficiente comida para alimentar a todos. Pero, de eso no se
sigue que mi hermano, desempleado, no esté en la necesidad de salir a buscar
trabajo para producir más. Creo, en todo caso, que es mucho más viable
potenciar la producción agrícola en el Tercer Mundo, que intentar trasladar la
comida a zonas hambrientas. En la primera opción, hay mucho incentivo; en la
segunda, poco incentivo. Las mejores decisiones políticas se toman a partir de
un óptimo conocimiento de la naturaleza humana. Y, sabemos que el incentivo
económico es fundamental. No es atractivo para una organización occidental
movilizar toneladas de comida para los hambrientos de Etiopía. Las hermanitas
de la caridad existen, pero son minoría en el mundo, y quienes tienen el poder
de lograr las cosas, no suelen ser estas monjitas. En cambio, sí es muy
atractivo generar biotecnología y vendérsela a los campesinos del Tercer Mundo.
Con este atractivo, se dará una relación simbiótica: las corporaciones harán
grandes ganancias, pero a la vez, las poblaciones del Tercer Mundo mejorarán
significativamente sus índices nutricionales. Fue ésta una lección de la Revolución Verde
de la década de los sesenta.
Alfaro
escribe: un alimento natural es aquél de elaboración sin técnicas industriales
sofisticadas y sin aditivos innecesarios. Ésto es lo que yo considero un
alimento natural; es mi definición personal, no es exacta y la mayoría de las
personas tendrán otras definiciones, pero que no se apartarán mucho de la mía.
Lo que Mulet considera un alimento natural, aparte de que no existe ninguno de
esas características, es una insensatez alejada del sentido común y echa por
tierra una buena parte del argumentario de su libro.
Yo
respondo: por ahora, dejemos de lado las precisiones semánticas (no por ello
dejan de ser relevantes), y consideremos algo elemental: si Alfaro está
dispuesto a emplear la selección artificial (como lo hicieron los primeros
agricultores hace diez mil años) y alterar el curso de la selección natural,
¿por qué no está dispuesto a continuar esa alteración, y trasladar un gen de
una especie a otra? No veo por qué la selección artificial sí es aceptable,
pero la tecnología de modificación genética no lo es.
Alfaro
escribe: Si se ha de poner la etiqueta que propones “¡Peligro, riesgo de E.
Coli!”, habría que ponerla en casi todos los productos alimenticios, no sólo en
los de agricultura ecológica. Gabriel, no puedo estar más de acuerdo contigo
cuando escribes “La falta moral no es sólo la mentira, sino también la
omisión”. Estoy de acuerdo en cuanto al etiquetado de los productos
transgénicos, pero también porque precisamente la estrategia de la omisión es
la que utiliza Mulet abundantemente en su libro para convencer al profano de su
“verdad”.
Yo
respondo: el asunto de los etiquetados me resulta bastante sencillo: o todo, o
nada. Si etiquetamos, etiquetemos todo. Si no, no etiquetemos nada. De lo
contrario, estaríamos en presencia de una tremenda injusticia, una competencia
desleal. Obviamente, en un libro de divulgación, no pueden atenderse todos los
detalles de este debate, y siempre habrá alguna omisión. Pero, me parece que
Mulet es bastante efectivo en desmontar los grandes mitos que hay en torno a los
transgénicos.
Alfaro
escribe: “Ventajas de los transgénicos: permiten alimentar a más gente. ¡Falso!
Alimentan a vehículos con biodiesel y a granjas intensivas para sobrealimentar
al mundo desarrollado a base de carnaza (¡ojo! yo no soy vegetariano, pero la
alimentación de occidente tampoco sigue la famosa pirámide de la alimentación
que estudian nuestros hijos en el colegio)”.
Yo
respondo: ¿y qué importa si también se alimentan los vehículos con biodiesel? Muchas
tecnologías han surgido para satisfacer los deseos de los más poderosos, pero
eventualmente, éstas bajan a las masas para satisfacer sus necesidades. Me
parece que, nuevamente, Alfaro opera bajo la premisa de que, cuando alguien se
hace rico, otra persona se hace pobre, y hay crecimiento de suma cero. A eso,
opongo el hecho de que, históricamente, ha habido crecimiento en el mundo, y que
aun si el rico se ha hecho más rico, el pobre no se ha hecho más pobre.
Alfaro
escribe: “Ventajas de los transgénicos: destruyen menos el medio ambiente.
¡Falso! La productividad de los cultivos transgénicos es sólo levemente
superior a la de los cultivos convencionales… hasta que aparecen resistencias
por parte de las plagas y malas hierbas, entonces se igualan. La utilización de
una variedad transgénica resistente a los lepidópteros no evita tener que
tratar con pesticidas contra otros tipos de plagas y enfermedades. La
utilización de una variedad transgénica resistente a un herbicida total, como
el glifosato, permite tratar con este dañino herbicida indiscriminadamente”.
Yo
respondo: Dudo de que la producción transgénica sea sólo levemente superior,
pero habrá que verificar ese dato, y admito que, a diferencia de Alfaro, no
procedo de la agronomía. Pero, precisamente, si por ahora es inevitable tratar
con pesticidas, es urgente seguir diseñando nuevos organismos para evitar que
en un futuro, se sigan empleando los pesticidas. La alternativa a los
accidentes automovilísticos no es regresar al caballo; es más bien diseñar
automóviles más seguros.
Alfaro
escribe: ¿Rudyard Kipling se refería a los transgénicos cuando escribió lo de “…llenar
la boca del hambre, y hacer que cese la enfermedad”? Lo dudo mucho.
Yo
respondo: Kipling obviamente no vivió la época de los transgénicos. Pero, esta
frase, procedente de su célebre La carga
del hombre blanco, sí exalta la idea de que los avances de la civilización
occidental pueden constituir una mejora para los pueblos del Tercer Mundo. Y,
en ese sentido, los transgénicos entrarían en la categoría de avances de la
civilización occidental. Kipling ha sido justamente criticado por su ideología
imperialista. Pero, me parece que, en esa ideología, hay algún asidero: sin
negar los abusos colonialistas, muchas potencias occidentales mejoraron las condiciones
de vida de los colonizados. Pues bien, quizás hoy Monsanto es la nueva potencia
colonial, y se vale de muchas tácticas inmorales que, en el pasado, emplearon
los grandes imperios. Pero, como Kipling, yo insisto: aun con todo esto, el
Tercer Mundo tiene el potencial de mejorar sus condiciones de vida con la
tecnología que ofrece Occidente.
Alfaro
escribe: “en resumen, yo no estoy en contra de la investigación con OMG
(transgénicos), ni incluso de su posible utilización si queda meridianamente e
independientemente demostrado que no suponen un peligro para el medio ambiente
y sí mejoras para la humanidad”.
Yo
respondo: la carga de la prueba reposa sobre quien acusa. Los investigadores de
OMG no deben probar nada propiamente. Si no se demuestra que los transgénicos
son perjudiciales, entonces podemos asumir que no suponen un riesgo. Y, hasta
ahora, no ha habido evidencia que permita suponer que los transgénicos hacen
daño al ambiente o a la salud.
Alfaro
escribe: “de lo que estoy en contra es del modelo de concepción de la
agricultura como un negocio al margen de la ética, y esto es precisamente la
actual industria multinacional de la agricultura que ha apostado por los OMG,
principalmente porque son productos patentables o garantizan la utilización de los
agroquímicos que las propias multinacionales venden”.
Yo
respondo: mi concepción de la ética se inscribe en la tradición utilitarista de
J.S. Mill y Jeremy Bentham, aquella que busca generar el máximo de felicidad
para el mayor número de personas posibles. Pues bien, bajo esta concepción, los
transgénicos me parecen una alternativa eficaz para alcanzar esta felicidad
masiva. Si, por vía del incentivo de las patentes, los científicos generan más
productos que, a la larga, resuelven el problema del hambre, bienvenido sea.
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