miércoles, 7 de noviembre de 2012

El padre Ugalde y la hermana Francisca



            Tengo una evaluación mixta del cristianismo. Por una parte, me parece que la casi totalidad de sus doctrinas son falsas, y una buena porción irracionales. Pero, por la otra, reconozco el efecto positivo que ha dejado sobre la historia de la civilización occidental. El cristianismo es el promotor de ideas disparatadas como la Santísima Trinidad, el nacimiento virginal de Jesús o el pecado original. Pero, a la vez, la cosmovisión cristiana facilitó el auge de la ciencia, y las creencias protestantes dieron paso al capitalismo. Un papa fue el responsable de haber silenciado a Galileo; pero a la vez, gracias a otro papa (en realidad, a sus astrónomos), se hizo una muy necesitada reforma del calendario.
            Supongo que esa ambivalencia en torno al cristianismo se debe al hecho de que, en el seno de la religión cristiana, ha habido dos grandes grupos. Por una parte, el cristianismo está lleno de héroes místicos e ignorantes, más afines al populacho. Pero, por la otra, ha habido una elite que, desde el púlpito, ha cultivado la inteligencia. Hasta cierto punto, Jesús y san Pablo son emblemáticos de esta dualidad: el primero fue un campesino iletrado, el segundo un citadino ilustrado. No escondo mi desdén por los primeros, y mi admiración por los segundos. Personajes como el padre Pío, san Francisco de Asís o san José de Cupertino no me inspiran la menor admiración. Pero, personajes como Matteo Ricci, Atanasio Kirchner o Santo Tomás de Aquino sí merecen mi respeto.
            Desde hace catorce años, el clero católico está enfrentado con el gobierno de Hugo Chávez. Hay, es verdad, algún sector del clero que simpatiza con Hugo Chávez, pero por lo general, las relaciones han sido tensas. La oposición venezolana ha visto en la Iglesia un poderoso aliado. Y, si bien la conferencia episcopal venezolana ha solicitado en varias ocasiones no abusar los símbolos religiosos a favor de uno u otro bando político, ha sido inevitable que la oposición (pero, también en menor grado el gobierno), manifieste sus posturas políticas a través de personajes religiosos.
Pues bien, en el seno de la oposición venezolana, también hay una división del clero letrado y sofisticado, y el clero simplón y místico. En los medios de comunicación tiene amplia presencia el jesuita Luis Ugalde, exrector de la Universidad Católica Cecilio Acosta. Ugalde forma parte de la tradición remontada a Ignacio de Loyola: quizás, como muchísimos jesuitas, sean perversos e hipócritas, pero son personas cultivadas en conocimiento y tienen gran habilidad para la argumentación. El mensaje de Ugalde muchas veces podrá sonar autoritario, elitista y reaccionario, pero es un hombre que se detiene a razonar sus alegatos, a argumentarlos cuidadosamente, y a respaldarlos con datos empíricos. Precisamente por su fineza argumentativa, ha resultado tan incómodo al gobierno.
Pero, Ugalde tiene su campo de acción en Caracas, y sus apariciones públicas están concentradas especialmente en círculos intelectuales. Es, como san Pablo, un intelectual religioso cosmopolita y citadino. La oposición en la provincia, en cambio, prefiere cultivar la demagogia religiosa, más afín a las figuras místicas del populacho cristiano. Y, así, en vez de tratar de introducir las ideas de figuras clericales como Ugalde, prefiere recurrir a figuras clericales desprovistas de intelecto. Los opositores citadinos en Caracas pretenden usar la religión a su favor, a través de la figura intelectual del padre Ugalde. Los opositores provincianos de Maracaibo también pretenden usar la religión con fines políticos, pero en vez de acudir a la fina retórica de Ugalde, prefieren recurrir a una anciana pueblerina que, en vez de argumentar, reza incesantemente el rosario “por la paz de Venezuela”. Se trata de la hermana Francisca.
Escuché por primera vez sobre esta monja en 2006. Por aquella época, cobraba fama por sus supuestos milagros y poderes curativos. La monja no se ha destacado por nada extraordinario, más allá de dirigir alguna obra de caridad, y tener una sonrisa parecida a la de la criptoatea Teresa de Calcuta. Pero, además, tenía el supuesto don de la profecía: según varios reportes, contó que la virgen se le apareció para comunicarle que Manuel Rosales ganaría la presidencia, pero no sin sangre. Está de más señalar que, obviamente, esas profecías no se cumplieron. Y, así como sus predicciones fueron erradas, presumo que sus poderes curativos son igualmente una farsa. Si no son fraudulentos, entonces sugiero que trate de ganar el premio que el gran James Randi ofrece a quien pueda probar que tiene poderes sobrenaturales, y con ese premio, hacer un donativo a la Mesa de la Unidad Democrática.
Es de presumir que, tras semejante fracaso en su predicción, la hermana Francisca perdería credibilidad. Pero, insólitamente, no fue así. Seis años después, el nuevo candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, nuevamente la usó como imagen religiosa para su campaña. A pesar de que la hermana Francisca fue más cautelosa en sus profecías esta vez, en las elecciones de 2012, tuvo aún más prominencia como imagen que en las elecciones previas. Y, sigue creciendo el uso político de su imagen. La alcaldía de Maracaibo recientemente ha inaugurado un programa bajo el nombre ‘Hermana Francisca’, dedicado a la erradicación de la pobreza.
Valdría la pena analizar detenidamente si el endoso con fondos públicos de la imagen de la hermana Francisca es o no una violación de la laicidad del Estado venezolano. La laicidad no implica que algún programa social no pueda llevar el nombre de algún miembro del clero, pero la dificultad está en que la promoción del programa en cuestión, en ocasiones no se hace exclusivamente con su nombre, sino que, además se le añaden consignas como “este programa está inspirado en una mensajera de Dios”, y otras por el estilo.
Pero, mucho más que cuestionar la violación de la laicidad del Estado, deseo más bien señalar que la exaltación de la hermana Francisca es precisamente la continuidad del aspecto bochornoso del cristianismo. Si la oposición en el Zulia pretende inmiscuir figuras clericales para hacerle frente a Chávez, sería mucho más productivo convocar figuras clericales que limiten el lado místico de la religión cristiana, y exalten más bien su lado racionalista. Una monja que no esgrime ningún argumento, sino que con su expresión facial mística ora “para alejar a los demonios de las mentes de los políticos”, da muy mala imagen a la oposición. Nunca he sido simpatizante del clero, pero si es inevitable que acudamos a las sotanas y los hábitos para criticar los abusos de Chávez y su gobierno (pues la sucia dinámica de la política latinoamericana exige que se inmiscuyan símbolos religiosos con los políticos), al menos hagámoslo con gente que está dispuesta a razonar y argumentar.
Chávez es un gigante de la comunicación, en buena medida porque, como ningún otro presidente en la historia de Venezuela, se supo parar frente a una cámara con un enorme poder de convencimiento. Con sus trucos retóricos y sofismas (e incluso, muchos de ellos en materia religiosa), Chávez logró atraer a mucha gente que, en un inicio, no lo acompañaba. Una hermanita de la caridad, por muy bondadosa que sea, no es efectiva para vencer a ese gigante de la discusión: la monjita sólo despertará simpatía en aquellas almas piadosas que ya están inclinadas a seguirla, pero no logrará que nadie cambie de opinión. Pues, precisamente, para lograr que alguien cambie de opinión, es necesario emplear la persuasión. Los místicos no persuaden. Por ello, por el propio beneficio de la oposición en Venezuela, es urgente dejar a las monjas místicas en sus conventos, y dar espacio a gente persuasiva que esté dispuesta a acudir, como el mismo Chávez invita, al combate de las ideas.             

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