Tengo
una evaluación mixta del cristianismo. Por una parte, me parece que la casi
totalidad de sus doctrinas son falsas, y una buena porción irracionales. Pero,
por la otra, reconozco el efecto positivo que ha dejado sobre la historia de la
civilización occidental. El cristianismo es el promotor de ideas disparatadas
como la Santísima Trinidad, el nacimiento virginal de Jesús o el pecado
original. Pero, a la vez, la cosmovisión cristiana facilitó el auge de la
ciencia, y las creencias protestantes dieron paso al capitalismo. Un papa fue
el responsable de haber silenciado a Galileo; pero a la vez, gracias a otro
papa (en realidad, a sus astrónomos), se hizo una muy necesitada reforma del
calendario.
Supongo
que esa ambivalencia en torno al cristianismo se debe al hecho de que, en el
seno de la religión cristiana, ha habido dos grandes grupos. Por una parte, el
cristianismo está lleno de héroes místicos e ignorantes, más afines al
populacho. Pero, por la otra, ha habido una elite que, desde el púlpito, ha cultivado
la inteligencia. Hasta cierto punto, Jesús y san Pablo son emblemáticos de esta
dualidad: el primero fue un campesino iletrado, el segundo un citadino
ilustrado. No escondo mi desdén por los primeros, y mi admiración por los
segundos. Personajes como el padre Pío, san Francisco de Asís o san José de
Cupertino no me inspiran la menor admiración. Pero, personajes como Matteo
Ricci, Atanasio Kirchner o Santo Tomás de Aquino sí merecen mi respeto.
Desde
hace catorce años, el clero católico está enfrentado con el gobierno de Hugo
Chávez. Hay, es verdad, algún sector del clero que simpatiza con Hugo Chávez,
pero por lo general, las relaciones han sido tensas. La oposición venezolana ha
visto en la Iglesia un poderoso aliado. Y, si bien la conferencia episcopal
venezolana ha solicitado en varias ocasiones no abusar los símbolos religiosos
a favor de uno u otro bando político, ha sido inevitable que la oposición
(pero, también en menor grado el gobierno), manifieste sus posturas políticas a
través de personajes religiosos.
Pues bien, en el
seno de la oposición venezolana, también hay una división del clero letrado y
sofisticado, y el clero simplón y místico. En los medios de comunicación tiene
amplia presencia el jesuita Luis Ugalde, exrector de la Universidad Católica
Cecilio Acosta. Ugalde forma parte de la tradición remontada a Ignacio de
Loyola: quizás, como muchísimos jesuitas, sean perversos e hipócritas, pero son
personas cultivadas en conocimiento y tienen gran habilidad para la
argumentación. El mensaje de Ugalde muchas veces podrá sonar autoritario,
elitista y reaccionario, pero es un hombre que se detiene a razonar sus
alegatos, a argumentarlos cuidadosamente, y a respaldarlos con datos empíricos.
Precisamente por su fineza argumentativa, ha resultado tan incómodo al
gobierno.
Pero, Ugalde tiene
su campo de acción en Caracas, y sus apariciones públicas están concentradas
especialmente en círculos intelectuales. Es, como san Pablo, un intelectual
religioso cosmopolita y citadino. La oposición en la provincia, en cambio,
prefiere cultivar la demagogia religiosa, más afín a las figuras místicas del populacho
cristiano. Y, así, en vez de tratar de introducir las ideas de figuras
clericales como Ugalde, prefiere recurrir a figuras clericales desprovistas de
intelecto. Los opositores citadinos en Caracas pretenden usar la religión a su
favor, a través de la figura intelectual del padre Ugalde. Los opositores
provincianos de Maracaibo también pretenden usar la religión con fines
políticos, pero en vez de acudir a la fina retórica de Ugalde, prefieren
recurrir a una anciana pueblerina que, en vez de argumentar, reza
incesantemente el rosario “por la paz de Venezuela”. Se trata de la hermana Francisca.
Escuché por primera
vez sobre esta monja en 2006. Por aquella época, cobraba fama por sus supuestos
milagros y poderes curativos. La monja no se ha destacado por nada
extraordinario, más allá de dirigir alguna obra de caridad, y tener una sonrisa
parecida a la de la criptoatea Teresa de Calcuta. Pero, además, tenía el
supuesto don de la profecía: según varios reportes, contó que la virgen se le
apareció para comunicarle que Manuel Rosales ganaría la presidencia, pero no
sin sangre. Está de más señalar que, obviamente, esas profecías no se
cumplieron. Y, así como sus predicciones fueron erradas, presumo que sus
poderes curativos son igualmente una farsa. Si no son fraudulentos, entonces
sugiero que trate de ganar el premio que el gran James Randi ofrece a quien
pueda probar que tiene poderes sobrenaturales, y con ese premio, hacer un
donativo a la Mesa de la Unidad Democrática.
Es de presumir que,
tras semejante fracaso en su predicción, la hermana Francisca perdería
credibilidad. Pero, insólitamente, no fue así. Seis años después, el nuevo
candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, nuevamente la usó como imagen
religiosa para su campaña. A pesar de que la hermana Francisca fue más
cautelosa en sus profecías esta vez, en las elecciones de 2012, tuvo aún más
prominencia como imagen que en las elecciones previas. Y, sigue creciendo el
uso político de su imagen. La alcaldía de Maracaibo recientemente ha inaugurado
un programa bajo el nombre ‘Hermana Francisca’, dedicado a la erradicación de
la pobreza.
Valdría la pena
analizar detenidamente si el endoso con fondos públicos de la imagen de la
hermana Francisca es o no una violación de la laicidad del Estado venezolano. La
laicidad no implica que algún programa social no pueda llevar el nombre de
algún miembro del clero, pero la dificultad está en que la promoción del programa
en cuestión, en ocasiones no se hace exclusivamente con su nombre, sino que,
además se le añaden consignas como “este programa está inspirado en una
mensajera de Dios”, y otras por el estilo.
Pero, mucho más que
cuestionar la violación de la laicidad del Estado, deseo más bien señalar que
la exaltación de la hermana Francisca es precisamente la continuidad del
aspecto bochornoso del cristianismo. Si la oposición en el Zulia pretende
inmiscuir figuras clericales para hacerle frente a Chávez, sería mucho más
productivo convocar figuras clericales que limiten el lado místico de la
religión cristiana, y exalten más bien su lado racionalista. Una monja que no
esgrime ningún argumento, sino que con su expresión facial mística ora “para
alejar a los demonios de las mentes de los políticos”, da muy mala imagen a la
oposición. Nunca he sido simpatizante del clero, pero si es inevitable que
acudamos a las sotanas y los hábitos para criticar los abusos de Chávez y su
gobierno (pues la sucia dinámica de la política latinoamericana exige que se
inmiscuyan símbolos religiosos con los políticos), al menos hagámoslo con gente
que está dispuesta a razonar y argumentar.
Chávez es un
gigante de la comunicación, en buena medida porque, como ningún otro presidente
en la historia de Venezuela, se supo parar frente a una cámara con un enorme
poder de convencimiento. Con sus trucos retóricos y sofismas (e incluso, muchos
de ellos en materia religiosa), Chávez logró atraer a mucha gente que, en un
inicio, no lo acompañaba. Una hermanita de la caridad, por muy bondadosa que
sea, no es efectiva para vencer a ese gigante de la discusión: la monjita sólo
despertará simpatía en aquellas almas piadosas que ya están inclinadas a
seguirla, pero no logrará que nadie cambie de opinión. Pues, precisamente, para
lograr que alguien cambie de opinión, es necesario emplear la persuasión. Los
místicos no persuaden. Por ello, por el propio beneficio de la oposición en
Venezuela, es urgente dejar a las monjas místicas en sus conventos, y dar
espacio a gente persuasiva que esté dispuesta a acudir, como el mismo Chávez
invita, al combate de las ideas.
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