miércoles, 14 de noviembre de 2012

Neoluditas y carritos por puesto



La ciudad de Maracaibo enfrenta un problema vehicular cada vez más grave, y parte de la causa es la falta de alternativas eficientes de transporte. A inicios del siglo XXI se inició el proyecto del Metro de Maracaibo, y luego de sucesivos retrasos, inauguró su recorrido por apenas cuatro estaciones. La ineficiencia del Metro de Maracaibo tiene a su vez muchas causas, pero una de las principales es el sabotaje de los conductores de los llamados ‘carritos por puesto’.
            Existe en Maracaibo un insólito sistema de transporte: automóviles de vieja carrocería en estado deplorable (y sumamente contaminantes) y muy voluminosos, viajan con apenas cinco pasajeros, y paran donde los pasajeros le indiquen. Este sistema, llamado el ‘carrito por puesto’, es sumamente anacrónico en una ciudad como Maracaibo, la cual, en los últimos quince años, ha tenido un crecimiento demográfico considerable. Con todo, los carritos por puesto sobreviven y entorpecen la ampliación de las redes eficientes de transporte como el Metro. El motivo es muy sencillo: los conductores de carrito temen que, al ampliarse las rutas del Metro, ellos se quedarán sin trabajo.
            El gobierno venezolano ha tratado de resolver este problema. Pero, los conductores de carrito se han convertido en una mafia difícil de erradicar. Me parece que los esfuerzos del gobierno venezolano por resolver este asunto son sinceros, y en muchos de los funcionarios públicos, existe la genuina intención de mejorar el sistema de transporte de ciudades como Maracaibo. No obstante, el mismo gobierno venezolano ha sido responsable de promover una ideología que, a la larga, es la causante de estos problemas. Esta ideología es el ludismo.
            Los ‘luditas’ vinieron a ser un movimiento de obreros de inicios del siglo XIX en Inglaterra. Esa gran nación fue protagonista en la sociedad industrial. Se daba un espectacular desarrollo de tecnologías que aumentaban dramáticamente la producción en fábricas. Pero, a la vez, se alteraba significativamente el orden social preexistente, y como era de esperar, esto generaba resistencia. Así pues, un considerable grupo de trabajadores en ciudades inglesas se organizaron y alegaron ser seguidores de un tal Ned Ludd (probablemente un personaje ficticio), de ahí el nombre ‘luditas’. Los luditas realizaban actos vandálicos en contra de las máquinas industriales (especialmente telares), y causaron significativas pérdidas económicas a los capitalistas emergentes.
            El motivo de las acciones vandálicas de los luditas era muy puntual: en medio de las penumbras surgidas como consecuencia de las guerras napoleónicas, los luditas temían que la proliferación de máquinas reemplazase a los seres humanos en la labor, y se generase un masivo desempleo. Eventualmente, las autoridades inglesas reprimieron brutalmente a los lideres luditas más visibles (hubo varias ejecuciones). La protesta ludita no logró gran cosa en su momento: no detuvo el desarrollo del capitalismo, y hoy, vivimos una auténtica revolución tecnológica.
            Pero, si bien los luditas no lograron sus objetivos inmediatos, a largo plazo sí han dejado una huella que persiste. Desde entonces, ha habido un desdén por la tecnología en algún sector de la sociedad industrial. Así, ha aparecido un nuevo movimiento, el neoludismo. A diferencia el ludismo original, cuya preocupación era estrictamente económica en función de la amenaza del desempleo, el neoludismo más bien tiene una preocupación existencial. La amenaza tecnológica no es ya sólo el desempleo, sino la deshumanización.
            Mary Shelley imaginaba con horror un científico que, con su tecnología, creaba un monstruo. Charlie Chaplin retrataba tragicómicamente un mundo en el cual las máquinas invaden los aspectos más íntimos de la vida de los seres humanos. Martin Heidegger sentía ansiedad por un mundo desprovisto de creatividad, debido a su mecanización. Jean Baudrillard manifestaba desdén por una sociedad tecnológica que genera simulacros. Jeremy Rifkin ve con espanto la posibilidad de que se emplee la tecnología para trasladar genes de una especie a otra, a fin de hacer más productivos los cultivos. Kirkpatrick Sale considera que el ordenador es la tecnología más perversa de la sociedad industrial. Jonathan Zerzan promueve un regreso a las condiciones del Paleolítico. José Carlos Mariátegui propone vivir como los incas. El Unabomber mata gente para manifestar su oposición a la sociedad industrial. Y, así, un largo etcétera de arrebatos neoluditas.
            El neoludismo no sólo procede de las acciones vandálicas de los trabajadores de inicios del siglo XIX, sino que también se alimenta de la ideología romántica de aquella misma época. En el siglo XVIII, la Ilustración había enaltecido la proliferación de la ciencia y el control de la naturaleza mediante la tecnología. Una generación después, surgieron poetas románticos que, en contraposición a la Ilustración, enaltecieron los sencillos estilos de vida anteriores al auge de la modernidad, y la armonía con la naturaleza, en detrimento de los avances tecnológicos.
            Los choferes de carrito por puesto temen por sus trabajos. En esto, son virtualmente idénticos a los luditas originales del siglo XIX. Ciertamente, la máquina genera desempleo a corto plazo, pues sustituye a los trabajadores. Pero, no es del todo claro que, a largo plazo, la proliferación tecnológica genere desempleo. Pues, la introducción de tecnologías aumenta la eficiencia y el volumen de la producción. Al haber más producción, se reducen los precios, al reducirse los precios hay más demanda, y al haber más demanda los industriales se ven presionados a expandir su producción, generando más empleo. De esa manera, los choferes de carrito por puesto quedan sin trabajo momentáneamente, pero la instauración del Metro, en la medida en que facilita el transporte, genera otras actividades económicas, y éstas, a su vez generan nuevos empleos (presumiblemente más empleos de los que se perdieron en un inicio).
            Pero, la lucha de los choferes de carrito por puesto no es meramente económica. Es también cultural. Y, en esto, no se parecen tanto a los luditas originales, sino a los neoluditas que han proliferado en el siglo XX. El chofer de carrito por puesto siente que el Metro atenta, no sólo contra su bolsillo, sino contra su estilo de vida. Prefiere aferrarse a la tecnología antigua y precaria, no importa cuán ineficiente sea. El carrito por puesto es el emblema de la Maracaibo antañona, junto al Saladillo y el vendedor de agua montado sobre un burro.
Así pues, el chofer de carrito también participa de esa ideología romántica que prefiere dejar las cosas como están, pues considera que la modernidad tecnológica aliena al ser humano. En el carrito por puesto, viajan cinco pasajeros. Durante el trayecto, hay oportunidad para conformar una comunidad de pasajeros que desarrolla estrechos lazos entre sí; yo mismo he tenido muchas conversaciones en los carritos con otros pasajeros. En cambio, el Metro es impersonal: una voz habla por un parlante, no se le ve la cara al conductor, y casi no hay interacción entre los pasajeros. A tal punto ha llegado la romantización del carrito por puesto, que insólitamente, algún alcalde de Maracaibo lo declaró ‘patrimonio cultural’ de la ciudad, y se financió su renovación.
Todos, por supuesto, tenemos alguna vena romántica, y es fácil dejarse cautivar, no sólo por el supuesto encanto del carrito por puesto, sino del rechazo a la tecnología de avanzada en general. Pero, afortunadamente, la mayoría despertamos a tiempo de ese sueño romántico. Lamentablemente, hay algunos que no lo hacen. Estas personas sencillamente no se detienen a contemplar el innegable progreso en las condiciones de vida que, gracias a la tecnología, el hombre ha conseguido. Rehusar la industrialización es regresar a una esperanza de vida menor de cuarenta años, a condiciones sanitarias lamentables, al temor a los fenómenos naturales, a las supersticiones, a la limitación en las perspectivas en el mundo. Todos tenemos el sesgo psicológico de quejarnos por lo que no tenemos, y pasar por alto aquellas cosas buenas que sí tenemos. Afortunadamente, una mínima dosis de pensamiento crítico sobrepondría estos sesgos. Desafortunadamente, algunos románticos y neoluditas no han hecho uso de esas facultades críticas.
La relación del gobierno venezolano con la ideología ludita es muy ambivalente. Y, esto es así, precisamente porque la relación de la izquierda con la tecnología es ambivalente. La izquierda clásica, aquella inspirada en Marx, Lenin y Trotski, jamás rechazó la tecnología, ni se pintó con colores románticos. El problema de la sociedad industrial no es la máquina, sino la forma de organización social y el reparto económico. Siempre y cuando las máquinas fueran empleadas al servicio del proletariado, opinaban estos izquierdistas, el desarrollo tecnológico era bienvenido. Bajo esta idea, los soviéticos enviaron al primer hombre al espacio, y desarrollaron muchas otras tecnologías. Esta izquierda jamás renunció a la modernidad.
Pero, a la par de esta izquierda clásica, ha surgido una izquierda con un tufo romántico. Es la izquierda postmodernista la cual, como bien recuerda el ensayista argentino Juan José Sebreli, mucho más que un ‘post’, en realidad pretende ser un regreso al ‘pre’. Ésta es la izquierda de Adorno, Horkheimer, Foucault, Lyotard y tantos otros gurús que han terminado por odiar a la modernidad. Es el tipo de izquierda que ya no se preocupa tanto por la brecha entre ricos y pobres, sino por la racionalización del mundo. Ésta es la izquierda que alimenta al neoludismo, y que al final, sustenta las acciones saboteadoras de las mafias de los carritos por puesto.
El actual gobierno venezolano, en tanto izquierdista, también sufre esta división en su seno. Un sector mayoritario de sus simpatizantes, promueve la tecnología. El gobierno ha construido nuevas líneas de Metro, ha repartido computadores a los niños (¡supongo que Kirkaptrick Sale ya no formará parte del grupo de izquierdistas gringos que admiran a Chávez!), y ha enviado un satélite al espacio. Pero, otro grupo (más asentado en las provincias que en Caracas) enaltece la forma de vida tecnológicamente primitiva de los indígenas, resalta la importancia de conservar costumbres ancestrales como patrimonio cultural (sin importar si son incompatibles con el progreso tecnológico), y siente desdén por la sociedad industrial.
Yo viví de cerca esta división. Trabajé en la Universidad Bolivariana de Venezuela por un año (una experiencia laboral muy desagradable). Ahí, se impartían clases de informática, y había algunos laboratorios de computadoras, con profesores jóvenes muy capacitados. Pero, a la vez, había profesores de mayor edad, que fungían como gurús de la sabiduría izquierdista. Muchos de estos gurús manifestaban desdén por la tecnología, y recuerdo vívidamente cómo una de esas vacas sagradas en alguna ocasión dijo: “cuando un cajero automático me habla, le doy puñetazos a la pantalla, porque no soporto que una máquina me hable”.
El grupo musical izquierdista venezolano y afín a Chávez, ‘Dame pa’ matarla’, incluso le ha puesto ritmo a esta ideología, en una canción muy pegajosa: “El niño de hoy en día/sabe de computadora, tecnología/pero no sabe de la ecología”. La asunción, por supuesto, es la idea romántica de que para ser ecologista, hay que renunciar a la tecnología. De nuevo, esto es neoludismo puro.
Estos mensajes contradictorios procedentes de la izquierda venezolana no necesariamente generan esquizofrenia en quien los escucha, pero sí alimenta las mafias de choferes de carrito por puesto que, bajo la premisa ludista y neoludista, sabotean el avance de la modernidad vial en Maracaibo. Cuando se escuchan canciones como las de “Dame pa’ matarla”, o discursos de Chávez sobre lo maravilloso de la vida precolombina, o se leen libros de gurús izquierdistas postmodernistas, como Dialéctica de la ilustración de Adorno y Horkheimer, es fácil promover la idea de que el Metro de Maracaibo es un monstruo, y los tradicionales choferes de carrito por puesto son héroes que resisten.    

4 comentarios:

  1. Excelente como siempre Gabriel. Percibo el afán modernizador del gobierno más bien modesto y efectista, sin embargo ha cosechado algunos logros como bien apuntas. El dogma chavista -si es que existe tal cosa- coquetea con el trueque, el primitivismo y un ridículo romanticismo indigenista.
    la sugerencia de abandonar su fósil automotor, debe generar mucha confusión en la mente -generalmente- honesta pero poco cultivada de los choferes. A eso es lo que llamo el Pasticho Mental del sXXI

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    1. Epa Marlon, gracias, amigo. Trueque con satélite Simón Bolívar.... bien arrecho

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  2. Hace más de dos décadas recuerdo que un amigo chileno que también vivía en Maracaibo me hizo ver que el sistema del carrito por puesto era completamente infuncional, antieconómico: en vez de una buseta o microbus (15 a 30 pasajeros X chofer) eso se reducía en los por puestos a cinco y a veces cuatro pasajeros por chofer. Eso me hizo pensar, y cuando le expuse eso a un maracucho, me quedó mirando raro y me dijo: "Eso es lo bueno, esa es la idea: con el sistema del por puesto le das trabajo a más choferes que con el del microbús". Es decir, la misma perspectiva conservadora a la que aludes en tu texto: No ver las cosas desde la demanda (y la necesidad) sino desde la oferta y la oportunidad. Y hay que confesar que esta clase de actitud mezquina es muy común en nuestra ciudad. Es, como comprenderás, un convervadurismo que no aplaudo ni reconozco como razonable.

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    1. Gracias por su comentario, prof Vivanco. Ese señor maracucho que Ud. menciona es lamentablemente común por acá... Yo digo que si vamos a emplear gente, verga, en vez de ponerlos a manejar carritos, coño, que por lo menos barran bien las calles!

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