sábado, 14 de enero de 2012

El nacionalismo de la filosofía latinoamericana

Por sugerencia de varios amigos, recientemente me he dedicado a conocer de cerca la filosofía latinoamericana. La primera reacción que me llevo es que es impresionantemente voluminosa, y cuenta con gran vigor. Quizás a diferencia de otras regiones del mundo, hay en América Latina un inmenso entusiasmo por la actividad filosófica. Pero, me temo que sufre un estancamiento, y que se le hace difícil salir de él.

Por regla general, los filósofos que han trascendido han sido aquellos que han tratado temas que tengan suficiente alcance como para que una persona, alejada de la época y lugar de origen del filósofo, los siga teniendo en consideración. Aquellos filósofos que se hacen preguntas como “¿existe Dios?”, “¿qué certezas puedo tener?”, “¿cómo debo tratar a los demás?”, “¿cuál es el origen del tiempo?”, “¿hay diferencias entre los hombres y las mujeres?”, “¿tiene sentido la vida?”, “¿hay causas en el mundo?”, “¿existen sólo las cosas materiales?”, etc., tienen más probabilidades de ser incluidos en los libros de filosofía tiempo después de su muerte.

La característica que vincula a estas preguntas es su alcance universal. Son relevantes para cualquier persona, en cualquier época y región. Los grandes filósofos se han hecho preguntas como éstas. Aristóteles, Averroes, Confucio, Santo Tomás de Aquino, Descartes, Locke, Kant, etc., proceden de distintas regiones del mundo. Pero, todos comparten una preocupación por preguntarse cosas cruciales. Yo estoy muy alejado de la China del siglo V antes de nuestra era, pero la filosofía de Confucio aún me resulta atractiva, pues sus preguntas son perfectamente aplicables a mi entorno.

En este sentido, la filosofía que resiste la prueba del tiempo es aquella que se inscribe en el universalismo. El buen filósofo tiene la capacidad de apreciar que cualquier persona, independientemente de su contexto cultural, es lo suficientemente parecida a él (o ella), como para plantearse los mismos temas. Cuando Santo Tomás de Aquino reflexiona sobre la posibilidad de probar la existencia de Dios, no tiene en mente sólo a la Europa feudal en la cual vivía. La pregunta si Dios existe o no, trascienda fronteras, y se la hará cualquier humano, sin importar su contexto.

Lo mismo podemos decir sobre la pregunta de Descartes respecto a si un genio maligno nos engaña; la pregunta de Locke sobre si un ciego que recupera la vista puede identificar una figura que sólo ha percibido por el tacto; la pregunta de Averroes sobre si la fe o la razón pueden conducirnos por igual a la verdad; o la pregunta de Kant sobre si es moral o no mentir a un asesino.

En la filosofía latinoamericana, hay pocas preguntas de este tipo. Los mayas se hicieron preguntas así, y trataron de ofrecer respuestas mediante un lenguaje mitológico. Los filósofos de la Colonia también se hicieron algunas preguntas universales. En el siglo XIX, los filósofos positivistas latinoamericanos continuaron con preguntas igualmente universales, especialmente referidas a la ciencia y la epistemología, pero también a la política. Hoy, algunos filósofos latinoamericanos comparten esas preocupaciones. Mario Bunge, por ejemplo tiene una impresionante producción filosófica en torno a preguntas epistemológicas. Rodolfo Llinás ha hecho lo mismo con preguntas en torno a la filosofía de la mente.

Pero, desde la segunda mitad del siglo XX, filósofos como éstos han sido minoría en América Latina. Hoy, el grueso de los filósofos de América Latina se ha alejado de las grandes preguntas universales que han caracterizado a la actividad filosófica de siempre, y ha optado por dirigir su atención a los problemas propios de los latinoamericanos. Incluso, el vuelco hacia la temática latinoamericana ha sido tal, que aquellos autores oriundos de América Latina (como Bunge y Llinás) que no se preocupan por temas latinoamericanos, no son considerados propiamente parte de la filosofía latinoamericana.

Los grandes nombres de la filosofía latinoamericana contemporánea se ocupan casi obsesivamente de un solo tema: la identidad cultural del pueblo latinoamericano. Y, en este sentido, los filósofos latinoamericanos han sido invadidos por un nacionalismo cultural que los conduce a pensar todo desde América Latina.

Por ejemplo, tradicionalmente, las preguntas epistemológicas son de este tipo: “¿puedo confiar en los sentidos”, “¿es el conocimiento creencia verdadera justificada?”, etc. Los filósofos latinoamericanos, en cambio, proponen seguir a Boaventura de Sousa Santos (en realidad, un portugués, pero se identifica con la filosofía latinoamericana), y abordar la epistemología “desde el sur”. Grandes figuras de la epistemología, como Descartes, Locke y Kant, jamás procuraron elaborar una epistemología francesa, inglesa o alemana, respectivamente. Para ellos, la epistemología es universal, y precisamente por eso han resultado tan influyentes.

Las preguntas tradicionales de la ética son de este tipo: “¿hay actos intrínsecamente inmorales, o debemos juzgarlos más bien por sus consecuencias?”, “¿es justa la retribución?”, etc. De nuevo, son preguntas universales. Pero, en cambio, Enrique Dussel nos habla de una “ética latinoamericana”. Una vez más, las grandes figuras de la ética como Platón, Confucio o Bentham, nunca nos hablaron de una “ética griega”, “ética china” o “ética inglesa”, respectivamente, sino más bien de una ética universal.

Así, en todas las áreas de la filosofía, los filósofos latinoamericanos han procurado añadirle el gentilicio latinoamericano a sus reflexiones. Probablemente el gran artífice de este vuelco hacia lo local, en detrimento de las preocupaciones universales, fue José Vasconcelos con su libro, ya clásico entre filósofos latinoamericanos, La raza cósmica. Ahí, Vasconcelos pretende construir una raza iberoamericana propia, y exhorta a los iberoamericanos a construir una identidad propia, separada de las tendencias europeizantes (a pesar de que Vasconcelos admite que la raza cósmica se nutre de elementos europeos). Y, su impacto en la filosofía ha sido que, puesto que la mayor parte de los filósofos con preocupaciones universales han venido de Europa, los latinoamericanos deben alejarse de esas preocupaciones, y filosofar temas propios de América Latina.

Vasconcelos inauguró así el nacionalismo filosófico en América Latina. Empezó a aparecer la obsesión de que nosotros debemos ser distintos al resto de los seres humanos, debemos cultivar un sentido propio de identidad separado de los otros pueblos, pues nuestras experiencias son particulares, distintas de las de Confucio, Kant o incluso el propio Marx (de hecho, José Carlos Mariátegui rechazó el marxismo clásico a favor de un ‘socialismo indoamericano’). Basta ya de imitar a Europa con sus preocupaciones filosóficas típicas, nosotros debemos crear nuestra propia filosofía. En la medida en que hagamos eso y empecemos a ocupar un lugar propio en la humanidad y ya no a la sombra de Europa, habremos construido la raza cósmica.

La gran ironía de la propuesta de Vasconcelos es que ella es en sí misma de origen europeo. Pues, el nacionalismo filosófico que promulgó, y al cual se ha aferrado la posterior filosofía latinoamericana, procede de Europa. Los mayas, aztecas e incas, por ejemplo, no tenían una gran preocupación filosófica por la construcción de una identidad cultural separada de otros pueblos. Fueron los románticos nacionalistas alemanes del siglo XIX, quienes promovieron la idea de que cada pueblo tiene su propia idiosincrasia, y que es necesario, para el bienestar de toda la humanidad, que cada pueblo conserve su originalidad.

En el siglo XVIII, los filósofos de la Ilustración abrazaron el universalismo y la conciencia cosmopolita. Postularon que pesan más las semejanzas que las diferencias entre los seres humanos, y que cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, tiene la capacidad de asimilar las instituciones defendidas por los ilustrados: ciencia, racionalidad, democracia, etc. Así, los ilustrados favorecían mucho más las preguntas filosóficas universales, que las preocupaciones por contextos nacionales. Para ellos, no habría una ética latinoamericana y una ética europea, sino una ética universal, y fue precisamente bajo esa concepción cómo algunos filósofos latinoamericanos, como Francisco de Miranda, se impregnaron de ideas procedentes de Europa, pero de alcance universal.

Napoleón y sus ejércitos llevaron estas ideas universalistas a toda Europa. Muchas veces las impuso a sangre y fuego. Y, esto, naturalmente, evocó resentimientos en las poblaciones locales. En los territorios alemanes, invadidos por Napoleón, surgió el romanticismo como reacción a la Ilustración. Uno de sus principales blancos de ataque fue el universalismo ilustrado. Entre los románticos empezó a aparecer la idea de que cada pueblo tiene su propio espíritu, el Volksgeist, el cual propicia la singularidad cultural de cada nación. Y, en ese sentido, aquello que los ejércitos napoleónicos trataban de imponer en tierras alemanas (ciencia, racionalidad, secularismo, etc.) funcionaba sólo para Francia, pero no para los otros pueblos del mundo. Los alemanes deben dirigir su atención a las cosas alemanas. Aquello que los ilustrados querían hacer pasar por universal, en realidad era una exportación francesa. Para preservar la integridad del pueblo alemán y su Volksgeist, debe haber un vuelco a las preocupaciones filosóficas alemanas.

La raza cósmica, de Vasconcelos, tiene alguna vinculación con uno de los textos fundadores del nacionalismo alemán, Discursos a la nación alemana, de Fichte, escrito durante la ocupación napoleónica de Berlín. En este texto, Fichte se dirige exclusivamente a los alemanes, y trata de convencerlos de que, en virtud de que comparten una misma lengua, deben unirse políticamente. Pero, su discurso es agresivo. No sólo debe venir la unión política, sino que también debe cultivarse el nacionalismo cultural y rechazar las influencias culturales (y, como extensión, filosóficas) foráneas, pues eso impedirá la unión política y someterá al pueblo alemán al yugo extranjero. Plenitud de historiadores de las ideas han advertido que el texto de Fichte fue un importante antecesor de la ideología nazi.

El texto de Vasconcelos, por supuesto, no tiene el tono agresivo de Fichte. Pero, en él, y en la sucesiva filosofía latinoamericana, sí se manifiesta continuamente el nacionalismo de Fichte: el camino a la liberación está en rechazar la influencia cultural foránea. Si queremos ser libres, los latinoamericanos debemos cultivar ideas propias, y dejar de imitar a los de afuera.

El error de Ficthe fue no haberse dado cuenta que el asumir las ideas exportadas por los ejércitos napoleónicos hubieran sido mucho más efectivas para expulsar a los opresores, y conseguir la liberación. Afrancesarse, impregnándose de preocupaciones universales, habría sido más beneficioso que aferrarse al Volksgeist alemán. Y, me temo, es el mismo error que desde Vasconcelos, ha cometido la filosofía latinoamericana: no apreciar que las ideas procedentes de otras regiones, en vez de afianzar la opresión, muchas veces pueden potenciar la liberación.

Los nacionalistas románticos confundían las preocupaciones universales, con productos culturales meramente franceses. La filosofía latinoamericana incurre en lo mismo: cree que las preocupaciones de Kant, Hume, Locke, Voltaire o Mill, conciernen sólo a Europa, y que nosotros los latinoamericanos debemos pensar otros temas. El hecho de que esos filósofos hayan sido europeos es meramente circunstancial. Han trascendido en la historia de la filosofía, no por ser europeos, sino precisamente por plantearse preguntas universales. Del mismo modo en que la ley de la gravedad no está confinada a Inglaterra (a pesar de que Newton era inglés), las preocupaciones de los grandes filósofos europeos no están confinadas a sus territorios de origen.

La filosofía latinoamericana corre el riesgo de quedarse estancada en sus preocupaciones nacionalistas, y no trascender. Hoy, Fichte es poco recordado en comparación con Kant o Heidegger, precisamente porque sus preocupaciones fueron más nacionalistas y menos universalistas. Un lector chino o árabe seguramente tendrá más interés en un libro de Bunge que en un libro de Vasconcelos, precisamente porque el primero plantea temas universales con los cuales el lector chino pueda relacionarse más, mientras que el segundo habla de una ‘raza’, a la cual el chino no pertenece.

El nacionalismo limita la amplitud de perspectivas de los seres humanos. La obsesión por ser diferente a los demás, por hacer algo propio, por afincarse en lo local, por conservar la identidad cultural bajo el pretexto de que así se abre camino a la liberación, empobrece la reflexión filosófica. Hay, por supuesto, temas propios de América Latina, que deben ser atendidos urgentemente por los filósofos latinoamericanos; pero no convirtamos eso en obsesión. Kant, Hume, Voltaire y otros, escribieron plenitud de tratados sobre las condiciones propias de Europa. Pero, lo que hace precisamente grande a estos filósofos es que inclinaron la balanza mucho más hacia las preocupaciones universales. En América Latina, aún estamos a tiempo de recuperar el camino universalista de la filosofía. Para salir del estancamiento localista y asegurar que nos lean en otras regiones del mundo y en épocas futuras, debemos plantear temas que sean relevantes en otras regiones del mundo y en épocas futuras. El mejor modo de hacer esto, entonces, es retomar la senda que ya los mismos mayas, aztecas, incas, filósofos coloniales y filósofos positivistas habían iniciado: plantearse las preguntas universales.

6 comentarios:

  1. Excelente texto.
    Como nacionalista moderado te digo que tu texto me enriqueció mucho.
    un abrazo

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  2. el nacionalismo puede surgir como una exaltación de los propios valores, en defensa de algo que ha sido maltratado, dominado y humillado... desde esa perspectiva es que veo positivo la visión de una filosofía latinoamericana, no por ello se desconocen las fuentes puras de la filosofía

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    1. Gracias por tu comentario. Yo no veo de qué manera la filosofía latinoamericana ha sido maltratada, dominada y humillada...

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  3. El nacionalismo es una religión en versión política, es delirante, un tercermundista nacionalista da es risa.

    De por sí los nacionalistas se portan tal cual bajo el colectivismo de que todos de X región deben ser Z o son Y y así imponen.

    Esa gente es dogmática y patética.

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    1. Así es, amigo. Ayn Rand decía que el nacionalismo suprime la libertad individual, y comparto esa opinión.

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