Conocí los escritos de Hitchens mediante una cadena. Me preparaba para escribir mi libro El darwinismo y la religión, y ahí contemplaba los escritos de Richard Dawkins. El libro más vendido de éste, El espejismo de Dios, me condujo a un libro su amigo, el filósofo Daniel Dennett, Romper el hechico. Éste, a su vez, me condujo a un libro escrito por Sam Harris, The End of Faith (El fin de la fe), y éste, finalmente, al libro más conocido de Hitchens, Dios no es bueno.
Estos cuatro autores hicieron renombre con sus respectivos libros en contra de la religión. Y, eventualmente, vinieron a ser llamados los ‘cuatro jinetes del apocalipsis’, por su irreverencia frente a los alegatos de la religión. Estos libros no son propiamente refutaciones sistemáticas de las pruebas a favor de la existencia de Dios, sino más bien tratados, cada uno escrito desde sus disciplinas, los cuales terminan por ser antagónicos a la religión.
El libro de Hitchens era el más periodístico de todos, pues en efecto, Hitchens procedía del periodismo. Con apabullante destreza irónica, Hitchens se burlaba de las irracionalidades y disparates que adelanta la religión. Toda su vida fue un iconoclasta, muy en el espíritu de los ilustrados del siglo XVIII. De hecho, me atrevo a pensar que es el autor que más se ha parecido a Voltaire en el siglo XXI, tanto en el contenido de sus ideas como en el modo brutalmente sarcástico de exponerlas.
Pero, Hitchens iba más lejos. Después de todo, Voltaire sí creía en un Dios creador, y estaba dispuesto a conceder algunas importantes funciones sociales a la religión. Hitchens, en cambio, era enfático: no sólo Dios no existe, sino que la religión envenena todo. Hitchens no se consideraba ateo, sino anti-teísta: para él, la creencia en Dios no sólo es falsa, es también inmoral. Dios es algo así como un dictador norcoreano que irrumpe sobre la privacidad del individuo. Y, por supuesto, la religión es el origen de la mayor parte de las desgracias humanas.
Esta iconoclasia lo condujo a criticar duramente a personajes supuestamente piadosos y aplaudidos por muchísima gente, tales como la Madre Teresa de Calcuta. Hitchens castigaba a la monja en cuestión, por su irracional oposición a los métodos anti-conceptivos, y por su valoración intrínseca de la pobreza y el sufrimiento.
No comparto con Hitchens su radical desprecio a la religión, pues mi opinión es parecida a la de Durkheim: la religión sí puede cumplir alguna función social, aun si sus doctrinas son falsas. No defiendo una teoría pragmática de la verdad, según la cual es verdadero aquello que cumpla algún propósito, de forma tal que, bajo mi estima, las creencias religiosas son falsas y deben erradicarse mediante la educación. Pero, sí estoy dispuesto a admitir, a diferencia de Hitchens, que la religión en muchos escenarios ha servido para hacer más felices a las personas.
Este pequeño desacuerdo con Hitchens no me impide mostrar mi gran admiración por él. Y, mi admiración no viene tanto por su oposición a la religión, sino más bien por su entusiasta defensa de los ideales de la Ilustración. En su defensa del uso de la racionalidad en todas las esferas de la vida, Hitchens fue duro con todos los sistemas irracionales por igual, sean religiosos o políticos. Inevitablemente, esto lo condujo a ser crítico de las tiranías del Tercer Mundo, precisamente por lo alejadas que están de los ideales de la Ilustración.
Hitchens militó siempre en el marxismo. Hitchens entendía (correctamente) a Marx como un heredero de la Ilustración: en la historia de la humanidad se ha exhibido un progreso, y si bien el capitalismo es un sistema perverso, ha sido una mejora respecto a los sistemas políticos, económicos y sociales pre-capitalistas. Pero, extrañamente, a partir de la segunda mitad surgió una corriente de marxistas que, en vez de interpretar la historia y la sociedad como Marx lo había hecho, exaltaron más bien el rechazo de las ideas occidentales, bajo la excusa de que éstas alimentan el imperialismo.
La prueba de fuego vino con la revolución islámica de Irán. El marxismo clásico habría visto esta revuelta como un retroceso al orden teocrático medieval, una bofetada al secularismo defendido por la Ilustración y abrazado por Marx. Insólitamente, prominentes figuras de la izquierda, como Michel Foucault, aplaudieron a los ayatolás. Naturalmente, Hitchens ya no podía identificarse con esa izquierda. La gota que rebasó el vaso fue la fatwa que condenaba a muerte a Salman Rushdie, la cual, de nuevo insólitamente, fue apoyada por varios izquierdistas. Hitchens rompió definitivamente con esa izquierda complaciente de teocracias y regímenes tribales.
Hitchens empezó a comprender que el proyecto de la Ilustración está muy lejos de completarse, y que antes de pensar en revoluciones marxistas, es necesario empezar por algo mucho más elemental: la modernización de las sociedades mediante la contracción de regímenes teocráticos y la expansión del secularismo.
Consecuente con esas ideas, Hitchens apoyó la invasión norteamericana en Irak. Hitchens no acudía a los argumentos típicos de G.W. Bush. Su argumento, más bien, era el mismo que habrían utilizado los herederos de la ilustración en las guerras revolucionarias francesas: Irak es un caldo de cultivo de fanáticos religiosos con una visión medieval del mundo, y la presencia de los soldados norteamericanos sembrará el germen de la modernidad y el secularismo para, de una vez por todas, sacar al Medio Oriente de la ignorancia y la estupidez alimentada por la religión.
Naturalmente, Hitchens escandalizó a muchos. Yo no acompaño a Hitchens en su apoyo a la invasión norteamericana a Irak (a diferencia de la primera guerra del Golfo Pérsico en 1991), por varias razones. Creo que EE.UU. obró mal en pasar por encima de la ONU; su detección de armas nucleares fue defectuosa; no calculó bien el costo de vidas humanas en esa intervención militar; y, por supuesto, hubo un amplio trasfondo de depredación económica.
Quizás Hitchens no supo evaluar acordemente la situación respecto a la guerra en Irak, y fue demasiado ingenuo. Pero, es sumamente apreciable en él su rechazo al relativismo cultural que ha contaminado a la izquierda, la cual pretende dejar al Tercer Mundo en manos de tiranos, bajo la excusa de que cada pueblo es soberano, y ningún pueblo tiene la autoridad moral para interferir en los asuntos de otros. Hitchens ha sido lo suficientemente consecuente con su secularismo como para advertir que la izquierda no sólo debe denunciar a Benedicto XVI o a Pat Robertson, sino también a Osama Bin Laden o a Majmud Ajmidineyad. Por eso, ¡honor a Christopher Hitchens!
Casi completamente de acuerdo. Si bien hay casos en los que la religión puede haber cumplido una función social, considero que siempre puede haber un mecanismo que no requiera de la superstición ni la mentira para cumplir con dicha función social, y en esa medida, la religión vuelve a sobrar.
ResponderEliminarEn estos días estaba pensando en escribir un artículo sobre cómo es que los románticos fueron una respuesta reaccionaria a la Ilustración y que, precisamente le debemos a Marx que haya le haya puesto freno a eso. Si no, quién sabe dónde estaríamos.
Creo que tú podrías hacer un mejor artículo al respecto que yo y sobre cómo los marxistas multi-culti traicionan el legado marxista.
Un saludo,
-D
Suscribo las palabras de David.
ResponderEliminarDel libro "Dios no es bueno" me quedo con esa frase en la que ridiculiza la hipocresía del creyente que, en su humilde actitud orante, manifiesta una arrogancia infinita, la de creerse no un gusano perecedero, sino el objeto de atención de un ser divino que se interesa por su vida y le depara la inmortalidad.
Sí, no recuerdo qué poeta lo dijo, pero hay una frase famosa que dice algo así como "rezar es pedirle a un señor en el cielo, que interrumpa las leyes del universo para favorecer a un pobre diablo, que ni siquiera se considera digno".
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