El consenso (pero no abrumador) entre los historiadores es que, primero existió el Estado, y luego la nación. En la medida en que los grandes Estados se fueron conformando, se buscó la unidad nacional. Los grandes forjadores de muchas naciones modernas hicieron reformas administrativas para crear una entidad gubernamental de algún territorio. Una vez que lograron eso, entonces procedieron a promover una conciencia de identidad nacional. En este sentido, es célebre la frase de Massimo d’Azeglio, uno de los forjadores de la Italia moderna: “hemos creado Italia; ahora nos corresponde crear a los italianos”. En otras palabras, en el momento en que se creó el Estado italiano, aún sus ciudadanos no se sentían italianos. El nacionalismo se encargó de convencerlos de que, a partir de entonces, serían una nueva nación.
Pero, para crear esa identidad nacional, los forjadores del Estado-nación deben recurrir a algunos mitos. Y, el mito predilecto consiste en promulgar que la nación antecede al Estado. Es decir, para que el nacionalismo italiano prosperara, gente como Massimo d’Azeglio debió convencer a los italianos que ellos ya existían como nación desde hacía mucho tiempo, y que su unidad bajo un mismo Estado fue una consecuencia de un desarrollo natural, el cual propicia que las naciones busquen organizarse en un solo Estado, de forma tal que cada nación corresponda con cada Estado.
Así pues, el historiador que busca la verdad, advierte que primero fue el Estado, y luego la nación. Las naciones son, como señala el historiador Benedict Anderson, apenas ‘comunidades imaginadas’, y las élites que conforman los nuevos Estados quieren convencer a las masas de que esas comunidades no son imaginadas, sino que tienen una existencia real. En cambio, el nacionalista que busca conformar el Estado-nación (y a quien no le interesa mucho buscar la verdad), promueve el mito de que primero fue la nación, y luego el Estado, y pretende convencer de que las naciones no son inventos promovidos por los creadores de los nuevos Estados, sino más bien asociaciones espontáneas que naturalmente buscan su materialización estatal.
Venezuela no ha sido excepción en este proceso. Virtualmente todos los jefes de Estado desde la época de Guzmán Blanco han impregnado a la ciudadanía con símbolos nacionalistas. Algunos han sido más agresivos que otros, pero en general, el nacionalismo venezolano de los actores políticos (pero no siempre de la población) ha tenido bastante vigor. El culto a Bolívar como héroe nacional, la exaltación de la música y la gastronomía nacional, la veneración a los símbolos patrios, entre otros, tienen firme arraigo. También son prominentes el irredentismo respecto al Golfo de Venezuela y el Esequibo.
Pero, ha sido el gobierno de Hugo Chávez el que más ha explotado la conciencia nacionalista. Y, no sólo ha dado continuidad a los mitos nacionalistas anteriores (en especial, el culto a Bolívar), sino que también ha formado nuevos mitos, en especial, en torno a la Guerra de Independencia y el nacimiento de Venezuela como Estado-nación.
En el imaginario nacionalista de Chávez, la Guerra de Independencia de Venezuela enfrentó a venezolanos contra españoles. España había invadido a Venezuela en el siglo XVI, y los venezolanos habían vivido en ocupación extranjera por tres siglos. Bolívar liberó a Venezuela y cuatro naciones más (Colombia, Perú, Bolivia y Ecuador) de la ocupación extranjera. Algunos seguidores de Chávez han planteado incluso que España debe pagar el oro que ‘robó’ a esas naciones. Y, desde antes de Chávez, ha sido frecuente el cliché, según el cual, “Bolívar liberó a cinco naciones”.
Cuando se enuncia que “Bolívar liberó a cinco naciones”, se da por sentado que esas naciones ya existían, y que estaban bajo el yugo extranjero. Pero, eso es precisamente parte del mismo mito nacionalista sobre el cual advierten los historiadores del nacionalismo. Mucho más correcto sería postular que “Bolívar inventó cinco naciones”. En 1810 (el año cuando empiezan las guerras de independencia en América), ninguna de esas naciones existían. Los territorios actuales de Perú, Colombia, Ecuador, Colombia y Venezuela eran territorios ultramarinos del imperio español. Sus habitantes no se sentían venezolanos o colombianos. Se sentían súbitos del rey de España. Y, en ese sentido, no existían esas naciones, pues los habitantes de esos territorios no tenían una identidad nacional formada.
Por supuesto, algunos miembros de la elite criolla ya no se sentían identificados con España (y, vale admitir, tenían buenos motivos para ello). Por motivos fundamentalmente económicos, buscaron crear nuevos Estados, separados ya de España. Y, tras una cruenta guerra, lo lograron. Pero, una vez que crearon esos Estados, necesitaban una nación que aún no existía. Ya desde las guerras independentistas, estas elites habían tratado de convencer a las masas de que éstas nunca habían sido realmente parte de la nación española, sino que siempre fueron venezolanos, pero que habían estado bajo el yugo extranjero. Después de que terminó el conflicto, estas elites buscaron alimentar aún más el mito nacionalista.
Parte de este mito consiste en señalar que la guerra de independencia fue entre venezolanos y españoles. En realidad, fue un conflicto entre gente nacida en la actual Venezuela que se sentían venezolanos, y gente nacida en la actual Venezuela, pero que se sentían españoles súbitos del rey. España envió expediciones para favorecer a los realistas, pero el grueso de los ejércitos realistas estuvo conformado por gente nacida en la misma Venezuela.
Las elites criollas pronto se dieron cuenta de que sus proyectos de nación aún estaban muy crudos, y que sería necesario una masiva inyección de mitos nacionalistas para asegurar la estabilidad de los nuevos Estados. El mito nacionalista tenía que explotar la idea de que, en virtud de que la nación antecedía al Estado, siempre fue distinta de España. Y, puesto que Venezuela en cierto sentido ya existía antes de que llegaran los españoles como invasores extranjeros, Venezuela es heredera de una nación precolombina. Se promovió algo así como si Bolívar y Guaicaipuro hubieran sido parte de un mismo equipo.
Así, la propaganda nacionalista desde la misma época de la guerra de independencia promulgó que se trataba de una suerte de venganza que los venezolanos harían a los españoles, por aquello que los españoles habían hecho a los venezolanos tres siglos antes. Sin ambigüedades, así lo expresaba Bolívar en su Carta de Jamaica: “los mejicanos serán libres porque han abrazado el partido de la patria, con la resolución de vengar a sus antepasados o seguirlos al sepulcro. Ya ellos dicen con Raynal: llegó el tiempo, en fin, de pagar a los españoles suplicios con suplicios y de ahogar esa raza de exterminadores en su sangre o en el mar”.
Ni Bolívar, ni la mayor parte de los miembros de las elites criollas independentistas eran descendientes de los habitantes precolombinos. Casi todos ellos eran descendientes de españoles. En realidad, ellos eran descendientes de los ‘invasores’, no de los ‘invadidos’. Pero, en su mito nacionalista, presentaban a las nuevas naciones como descendientes de los precolombinos, y se presentaban a ellos mismos como los líderes de un pueblo invadido que expulsaría a los invasores (a pesar de que, vale insistir, ellos mismos eran los descendientes de los invasores). Vale recordar la anécdota de Felipe González, cuando un periodista americano le reprochó que sus ancestros habían matado a los indios de América, y el presidente español le respondió: “en realidad fueron tus ancestros; los míos se quedaron en España”.
Es ridículo llevar un registro de quién fue descendiente de quién en América. Aun en el caso de que eso fuera posible (lo cual es muy dudoso), no serviría de gran cosa. Pero, sí conviene mantener presente que los gobiernos nacionales de América son mayormente descendientes culturales de Occidente, y que las naciones ‘liberadas’ (en realidad, creadas) por Bolívar no existieron desde antes como pueblos precolombinos. Aun Evo Morales, es mucho más un criollo que un indio, como acertadamente ha advertido Álvaro Vargas Llosa. Quizás los mitos de la nación mexicana como sucesora de los aztecas, o de la nación peruana como sucesora de los incas, sirva algún propósito social de unidad. Pero, para quienes buscan la verdad histórica, todo esto debe ser denunciado como una gran mentira.
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