Seguramente, si EE.UU. hubiese sido derrotado en la Segunda Guerra Mundial, Harry Truman hubiese sido enjuiciado como criminal de guerra. Parece que el viejo adagio de que los vencedores escriben la historia, o al menos, imponen la justicia para sus enemigos, pero nunca para ellos mismos, tiene asidero en el caso de Hiroshima y Nagasaki.
Pero, con sesenta años de distancia, y dejando los nacionalismos de lado, evaluemos la situación, e intentemos hacer un juicio moral más objetivo. ¿Fue el bombardeo de Hiroshima realmente una monstruosidad moral? Nuestra respuesta dependerá de cuál doctrina ética sigamos.
En 1945, los EE.UU. tenían tres posibilidades frente a Japón. La primera era sencillamente retirarse del conflicto armado, una vez que las tropas imperiales japonesas fueran expulsadas de los territorios que previamente habían invadido en el Pacífico. Esto habría permitido la continuidad del fascismo japonés, y si bien el imperio japonés habría estado debilitado por su derrota en los teatros de operaciones del Pacífico, seguramente habría tenido la suficiente fortaleza como para rearmarse y lanzar una nueva guerra.
Ni ahora, ni en aquel entonces, esto ha sido visto como una opción sensata. Hay un abrumador consenso de que era necesario que Japón se rindiese y los aliados llegasen hasta Tokio, pues sólo de ese modo, podría asegurarse que el fascismo japonés fuese satisfactoriamente desmantelado. Ahora bien, a partir de la necesidad de que Japón se rindiese, los norteamericanos tenían dos opciones. La primera era organizar una invasión masiva, del mismo modo en que los soviéticos también lo estaban haciendo. La segunda era lanzar la bomba atómica.
Truman justificó la segunda opción, alegando que, de haber seguido la primera opción, el número de bajas hubiese sido demasiado alto. Los asesores militares de Truman habían calculado que la invasión traería consigo cerca de medio millón de muertos. Así, Truman prefirió lanzar la bomba atómica. Su razonamiento era sencillo: la primera opción generaría medio millón de muertos; la segunda opción generaría ciento cincuenta mil muertos. Truman no tuvo reparos en señalar que los ciento cincuenta mil muertos de Hiroshima y Nagasaki salvaron medio millón de vidas.
El razonamiento de Truman ha sido atacado desde varios frentes. Un primer conjunto de críticas proceden de hechos concretos. El segundo conjunto de críticas proceden de formalidades filosóficas. Quienes reprochan a Truman a partir del primer conjunto de críticas, postulan que Japón estaba ya dispuesto a rendirse antes del lanzamiento de la bomba atómica, debido a su debilitamiento en los combates contra los soviéticos. En ese caso, la invasión a Japón hubiese sido menos catastrófica de lo que Truman suponía. Ha habido bastante revisionismo histórico en este asunto, y el debate está abierto.
Pero, la mayoría de la gente no critica la decisión de Truman con datos históricos en la mano. Prefieren, en vez, acudir a argumentos más filosóficos (muchas veces clichés), y menos historiográficos. Según algunos, el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki fue intrínsecamente inmoral, pues actos como éstos no pueden tener justificación bajo ninguna circunstancia. Según este alegato, no importa que el bombardeo haya salvado medio millón de vidas; el hecho de que haya sido tan brutal, lo convierte en monstruoso.
Alegatos como éstos han tenido cierto atractivo, pero no son filosóficamente contundentes. El sentido común dicta que ciento cincuenta mil muertos son preferibles a medio millón de muertos. Si hemos de seguir a los filósofos utilitaristas, éstos nos informan que un acto moral es aquel que genere la máxima cantidad de placer y menor cantidad de sufrimiento. Si no lanzar la bomba atómica habría generado sufrimiento para medio millón de personas, pero lanzarla habría ahorrado el sufrimiento de ese medio millón, a expensas del sufrimiento de ciento cincuenta mil, entonces claramente deberíamos inclinarnos por la segunda opción.
De hecho, continuamente aplicamos este razonamiento utilitarista a muchísimas situaciones. Por ejemplo, los médicos saben muy bien que las campañas de vacunación siempre causarán algunos muertos en la población vacunada. Pero, los médicos razonan: el no vacunar trae consigo un número de muertos aún mayor. Por ende, la decisión no debería ser muy difícil: aun si la aplicación de vacunas es responsables de algunas muertes, es preferible, pues salvará un número mayor de vidas.
Alguna gente alega que sencillamente nunca podremos estar en capacidad para saber qué hubiese ocurrido si no se hubiese lanzado la bomba atómica. Y, en vista de eso, fue una monstruosidad moral lanzar una bomba atómica, creyendo que con eso se salvarían más vidas.
A esto, debe responderse lo siguiente: no es un mero ejercicio de imaginación especulativa el postular qué hubiese pasado si no se hubiese lanzado la bomba atómica. Si tenemos en consideración las variables, podemos hacer una aproximación sobre qué ocurriría bajo algunas circunstancias específicas, aun sin necesidad de someterlas directamente a la experimentación (de hecho, precisamente de esto se ocupan los modelos de simulación científica). Así como las ciencias médicas pueden calcular cuántos muertos puede haber si no se aplica una vacuna, las ciencias militares pudieron calcular cuántos muertos pudo haber si no se lanzaba la bomba atómica. Ciertamente, hacer un cálculo como ése era muy complejo (y, los norteamericanos ni siquiera estaban seguros de cuántos muertos dejaría la bomba atómica). Pero, en principio, puede intentarse hacer el cálculo.
De hecho, una de las grandes lecciones que nos dejaron los filósofos de la Ilustración, en especial el Marqués de Condorcet, es que las decisiones siempre deben tomarse a partir de un cálculo previo de cuáles serían los resultados derivados de cada una de las opciones. Condorcet reconocía que nunca tendremos absoluta seguridad, y que en esos cálculos, sólo podemos manejarnos con probabilidad. Pero, esa probabilidad justifica las decisiones. Los norteamericanos aplicaron ese método probabilístico de Condorcet a la hora de decidir el bombardeo atómico.
De esa manera, las críticas a la decisión norteamericana ya no son tan formidables. Quizás, las investigaciones historiográficas revelen que Japón estaba dispuesto a rendirse, y en ese sentido, la invasión no habría dejado el supuesto medio millón de muertos invocado por los norteamericanos. Pero, a nivel filosófico, el razonamiento utilitarista de Truman es aceptable: si de verdad puede afirmarse con un alto grado de probabilidad que la invasión iba a dejar medio millón de muertos, entonces lo útil (y, por ende, lo moral), fue lanzar la bomba atómica.
Pero, hay un matiz en el razonamiento utilitarista, y para ello, recurramos a la célebre ilustración del problema de los trenes. Supongamos que un tren pierde los frenos y va por una vía, y en esa vía hay cinco personas amarradas, a las cuales el tren arroyará inevitablemente. Supongamos que hay otra vía en la cual hay una sola persona amarrada. Supongamos que el conductor tiene la posibilidad de desviar el tren hacia la vía en la cual está una sola persona amarrada. ¿Es moral desviar el tren? La respuesta parece obvia: sí es moral. Gracias a la acción del conductor, murió una persona, pero se salvaron cinco. Los paralelismos con Truman y la bomba atómica son evidentes: así como no reprochamos al conductor por desviar el tren para matar a una persona pero salvar cinco, tampoco reprochamos a Truman lanzar una bomba atómica para matar a ciento cincuenta mil, pero salvar a medio millón.
Pero, pensemos ahora en una nueva situación: el mismo tren sin frenos va por una vía en la cual están amarradas cinco personas. Pero, esta vez, no hay una vía alterna. No obstante, hay un hombre gordo dentro del tren. Si se lanza al gordo por la borda, su peso podría hacer detener el tren, y con esto, se salvaría la vida de las cinco personas, pero el gordo moriría. ¿Es moral lanzar al gordo? Acá nuestras intuiciones ya no son tan claras, y se hace difícil postular como moral esa acción.
En ambos casos, la acción desemboca en una muerte para salvar a cinco. Pero, parece que hay una distinción entre realizar una acción inofensiva que traerá más efectos buenos que malos; y realizar una acción deliberadamente perjudicial, aun si de ella surgen más efectos buenos que malos. En el primer caso, no se participa directamente en el perjuicio; sencillamente se realiza una acción para buscar buenas consecuencias y que indirectamente, generará algún daño colateral. En cambio, en la segunda acción, se realiza una acción que directamente genera daños, a pesar de que estos daños traerán beneficios aún mayores.
En la Edad Media, Santo Tomás de Aquino se planteó este problema, y trató de resolverlo con su doctrina del ‘efecto doble’. Según esta doctrina, algunas acciones que generen efectos perjudiciales pueden ser morales. Pero, para ello, deben cumplir tres condiciones. Primero, el acto debe ser al menos moralmente neutro, nunca debe buscar deliberadamente generar sufrimiento. Segundo, la intención del acto debe ser buscar las buenas consecuencias; no las malas. Tercero, las buenas consecuencias deben tener más peso que las consecuencias negativas.
Así, algunas acciones tienen efectos dobles, a saber, tanto positivos como negativos. Pero, si cumplen estos requisitos, pueden calificar como moral. El caso de las vacunas es emblemático: la aplicación de vacunas siempre mata a algunas personas, pero salva muchas vidas. En este sentido, las vacunas tienen doble efecto. La aplicación de una vacuna no busca deliberadamente generar sufrimiento; busca generar buenas consecuencias (salvar vidas); y sus consecuencias beneficiosas exceden abrumadoramente a las perjudiciales. Por ello, bajo el razonamiento de Santo Tomás de Aquino, aplicar vacunas es moral, aún si genera algunos muertos.
Puede extenderse este razonamiento a las decisiones militares. Supongamos que un general toma la decisión de bombardear una fábrica de tanques del enemigo, y esto inevitablemente genera muertes de civiles inocentes. El acto en sí no busca deliberadamente hacer mal; sólo busca destruir los tanques. Su objetivo directo tampoco es matar civiles, sino destruir municiones; la muerte de civiles es daño colateral. Los beneficios de esa acción (debilitar al enemigo y ponerle fin a la guerra) sobrepasan los maleficios (la muerte de los civiles). Por ende, la acción es moral.
Pero, en el caso del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, esa decisión militar no parece calificar como moral bajo la doctrina del efecto doble. Pues, aun si sus consecuencias positivas sobrepasaron sus consecuencias negativas (se salvaron más vidas con la bomba), y aún si el fin último eran las buenas consecuencias (la rendición de Japón y el fin de la guerra) y no las malas (la muerte de civiles), el acto sí buscó deliberadamente hacer mal, aun si con esto se perseguía un bien mayor. El bombardeo de Hiroshima se corresponde con el segundo de los casos del tren (el gordo es lanzado para detener el tren), y no con el primero (se desvía el tren, y con eso se mata a una persona pero se salvan a cinco). A diferencia de otros bombardeos, el de Hiroshima sí buscó deliberadamente la muerte de los civiles, y tuvo participación directa en ello. Y, bajo la doctrina de Tomás de Aquino, aun si el bombardeo de Hiroshima deliberadamente buscó la muerte de civiles con la expectativa de un bien mayor, sigue siendo inmoral.
Los ejemplos del tren, y la doctrina del efecto doble de Tomás de Aquino, constituyen críticas a la doctrina utilitarista, según la cual, nuestros juicios morales deben tener en cuenta sólo la utilidad, evaluada a partir del balance de las consecuencias. Para Tomás de Aquino, las consecuencias no son suficientes para juzgar la moralidad de un acto. En el caso de los trenes, ambos escenarios tuvieron las mismas consecuencias: murió una persona, pero se salvaron cinco. Bajo el razonamiento utilitarista, ambos actos deberían ser igualmente morales. Bajo el razonamiento de Tomás de Aquino, aun si ambos tuvieron el mismo resultado, el primero es moral porque no se participó directamente en el mal menor, mientras que el segundo sí es inmoral porque sí se participó directamente en el mal menor.
Hay, por supuesto, contra-argumentos procedentes de filósofos utilitaristas. Para ellos, es irrelevante si se participa o no directamente en una acción perjudicial, ni siquiera es importante la intención; lo importante son las consecuencias del acto. Y, bajo este estricto razonamiento utilitarista, entonces el bombardeo de Hiroshima sí podría considerarse moral. Es un tema abierto a debate. Pero, precisamente puesto que es un tema abierto a debate, deberíamos conceder que el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki no es una acción que esté al mismo nivel de otros actos claramente inmorales, como el Holocausto nazi. No propongo que alabemos a Truman, pero sí propongo que tomemos más cautela a la hora de juzgarlo, y que apreciemos que enfrentaba una decisión muy difícil con implicaciones éticas, sobre las cuales no existe consenso entre los filósofos.
pero hay que tener en cuenta que los que murieron en hiroshima (a diferencia de los de pearl harbor [que fue un ataque legitimo ya que era un punto militar mas no una poblacion civil] e igual que la gente que bombardearon en dresde) eran CIVILES y los codigos de guerra hablan de respeto a los civiles, por lo que entiendo tu punto de vista pero no pidas a nadie que este de acuerdo con bombardear civiles independientemente del contexto. Yo no soy un izquierdista radical mucho menos un facho, y se de las horribles atrocidades de los fascistas tanto en europa como en japon sin embargo ¿por que no hablas de la gente que murio en dresde (los civiles obviamente) y de los ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa que fueron llevados a campos de concentracion y por que estos sucesos casi no se mencionan en los libros de historia?¿me responderia por favor esta pregunta?
ResponderEliminar1. Pearl Harbor fue un ataque legítimo desde el ius in bello, pero no fue un ataque legítimo desde el ius ad bellum, pues EE.UU. no había atacado previamente.
Eliminar2. Es cierto que, en la doctrina de la guerra justa, hay una prohibición de bombardear deliberadamente a civiles (bajo el principio del doble efecto). Pero, si se asume una postura utilitarista, y se asume que Japón no estaba dispuesto a rendirse, entonces la bomba de Hiroshima sí tuvo justificación, pues ahorró millones de bajas.
3. No hablo sobre Dresde o sobre los campos de concentración de japoneses en EE.UU., porque no son objeto de lo que estoy discutiendo en este blog. Pero, no tengo problema en admitir que ambos casos fueron objetables.
Es que definir la vida y el derecho a la vida desde un punto de vista utilitarista lo considero algo extremista y en ocasiones inhumano ya que los nazis así también definían el derecho a la vida.
EliminarY perdón que haga esa comparación
Es que definir la vida y el derecho a la vida desde un punto de vista utilitarista lo considero algo extremista y en ocasiones inhumano ya que los nazis así también definían el derecho a la vida.
EliminarY perdón que haga esa comparación
No está mal hacer la comparación, pues en efecto, mucha gente considera que le utilitarismo, llevado a extremos, conduce a cosas parecidas al nazismo. Pero, hay que considerar que el utilitarismo puede ser también una postura aceptable. Por ejemplo, al aplicar cualquier campaña de vacunación, habrá niños que mueren como consecuencia de recibir vacunas. ¿Es eso motivo para dejar de vacunar niños? Un utilitarista (y yo) diría que no, pues son más los niños que se salvan, que los que se matan, aplicando vacunas. Todo ese cálculo se hace desde el utilitarismo, y nadie protesta.
Eliminaroye otra cosa ¿por qué a Hirohito le dieron inmunidad?. No lo entiendo
ResponderEliminarHirohito se hizo amigo de MacArthur, pero básicamente, fue debido al hecho que los americanos entendieron que, para poder establecer óptimamente un dominio en Japón, necesitaban preservar al emperador, pues era un referente para el pueblo.
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