jueves, 19 de diciembre de 2013

La economía, la moral y la ciencia


  Recientemente conversaba en mi programa radial “Ágora” con José Luis Ferreira, a propósito de su libro Economía y pseudociencia. En ese libro, Ferreira ataca muchas de las falsas concepciones que, en materia económica, asumen tanto académicos como laicos. Su ataque va de extremo a extremo: del marxismo a la escuela austríaca, pasando por muchos mitos y sesgos que prevalecen en la opinión pública sobre la economía.
 
            En el libro y en nuestra conversación, Ferreira hacía énfasis en que la economía debe adquirir un perfil científico. Y, precisamente, el problema con muchas teorías económicas, tanto positivas como normativas, es que fácilmente abandonan su rigor científico, para convertirse en una ideología. Ferreira admite que él no tiene problema en que alguien sostenga esta o aquella ideología, pero insiste en que existe la obligación de no pasar por ciencia aquello que no lo es.
            Yo estoy de acuerdo con Ferreira. Creo, junto a él, que una disciplina como la economía debe impregnarse del método científico, y que, en efecto, muchas teorías económicas no lo hacen lo suficientemente bien. Pero, en el ámbito normativo, me inclino a pensar que quizás el conocimiento científico no sea suficiente para estipular qué debemos hacer en asuntos económicos. En economía normativa, es necesaria una dimensión ética, y no estoy del todo seguro de que el método científico pueda tener la última palabra respecto a cuáles son nuestras obligaciones morales.
            Pongamos un ejemplo. Supongamos (y advierto que esto es sólo una suposición) que Malthus tiene razón (y queda así comprobado con observaciones empíricas derivadas del método científico), y nos encaminamos a una catástrofe mundial inminente si no colocamos freno inmediato al crecimiento poblacional mundial. ¿Cómo resolveríamos el problema? Supongamos que la misma aplicación del método científico podría permitirnos postular una hipótesis: si aplicamos esterilización compulsiva (y esterilizamos, especialmente, a los menos talentosos), se mantendrá óptimamente limitada la población, y habremos resuelto las dificultades económicas y demográficas anunciadas por Malthus.
            Pero, por supuesto, la esterilización compulsiva es violatoria de nuestros principios éticos más elementales. ¿Cómo sabemos cuáles son esos principios éticos? No estoy seguro de que la ciencia pueda responder a esta pregunta: no creo que la observación sea suficiente como para saber cuáles son los principios fundamentales de la moral. La ciencia puede, por supuesto, darnos muchísima información sobre cómo lograr este o aquel objetivo, y en ese sentido, tiene mucho que aportar a la moral. Pero, me parece que, al final, la moral reposará sobre unos principios, cuyo conocimiento no se deriva de la aplicación del método científico. Quizás, como en su momento sugirió el filósofo G.E. Moore, estos principios más bien reposen sobre la intuición.
            Si esto es así, entonces hay espacio para favorecer una u otra teoría económica normativa, no necesariamente porque cuente con el aval de observaciones empíricas derivadas del método científico, sino porque parte de principios morales que resultan intuitivos.
            Yo, por ejemplo, resueno con algunas de las ideas de la escuela austríaca. Veo con más simpatía la desregulación de los mercados, y con más antipatía al Estado interventor. Pero, mi simpatía no procede del rigor científico de los estudios de la escuela austríaca, pues junto a Ferreira, admito que éstos no son suficientemente científicos, y tienen mucho de especulativo. Mi simpatía por la desregulación viene más bien por razones éticas: no encuentro un suficiente criterio moral que permita a un Estado ejercer coerción en el manejo que los individuos hacen de su propiedad.
            Por ello, veo mucho más viable defender la desregulación y el laissez faire, a partir de filósofos y eticistas como Robert Nozick, que a partir de economistas como Friederich von Hayek. Nozick fue célebre por postular, en la primera frase de su libro Anarquía, utopía y Estado, que “los individuos tienen derechos, y no hay nada ni nadie que pueda cambiar esto”. Nozick, como Kant, era deontologista y no consecuencialista: para él, el valor de las acciones morales es intrínseco, y aun si algunas acciones tienen consecuencias negativas, podemos considerarlas morales. En ese sentido, tenemos la obligación de hacer cumplir la justicia, aún si se cae el cielo.

            En el ámbito económico, Nozick opinaba que, siempre y cuando una propiedad haya sido justamente adquirida (originalmente mediante el trabajo sin ejercer monopolio de los recursos naturales, o mediante transferencia legítima sin coerción o engaño), es injusto despojársela a alguien, bien sea a través de impuestos, control de precios, o expropiación. Así pues, Nozick defendía la desregulación y el laissez faire, no porque científicamente estuviese comprobado que la desregulación condujera a mejores resultados económicos, sino sencillamente, porque es la única forma de garantizar el cumplimiento de la justicia; en otras palabras, la desregulación económica es un imperativo moral, independientemente de sus consecuencias.
Quizás la desregulación nos lleve a la catástrofe económica, quizás el laissez faire aumente brutalmente las desigualdades, quizás la liberación de precios y el desmantelamiento de la salud y la educación pública conduzca a un violentísimo estallido social, etc., pero, Nozick, como buen deontologista, opina que debe hacerse justicia y preservarse los principios morales intrínsecos, aun si el cielo nos cae encima. Y, en este caso, la justicia, en opinión de Nozick, consiste en no interferir en actos voluntarios entre la gente, y mucho menos en redistribuir forzosamente la riqueza.
Yo no estoy tan dispuesto a aceptar esta postura deontológica tan radical. Kant llegaba al extremo de decir que tengo la obligación de no mentir a un asesino que pregunta dónde está mi madre; yo, en un caso como ése, francamente, sí estoy dispuesto a mentir en aras a conseguir mejores consecuencias. Pero, sí me parece que la ética cuenta con una base deontológica, y que en asuntos de economía normativa, existe una enorme tentación de prescindir de los derechos individuales, con el objetivo utilitarista de satisfacer al colectivo. Debemos precisar cuáles son los derechos individuales que, en honor a la moral, estaremos dispuestos a respetar, sin importar sus consecuencias. Contrario a lo que he opinado anteriormente en otros lugares (sobre todo en mi libro El posmodernismo ¡vaya timo!), ahora dudo de que la aplicación del método científico nos permita resolver este asunto. Me inclino a pensar que se trata más bien de principios axiomáticos que reposan sobre la intuición.

4 comentarios:

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  2. Yo es que, por más que lo intento, no alcanzo a ver ningún principio normativo intrínseco. Lo que debe ser no puede ser intrínseco, por definición. La gravedad es intrínseca a un cuerpo; que ese cuerpo deba (éticamente) caer o no, es opinable. Hasta Platón era consciente de esto al poner en boca de Calicles aquellas palabras que echaban por tierra nuestra ideología igualitarista, democrática, normativa. Por tanto, tampoco puedo ver axiomas en Ética. Lo único que veo, como defenderé en mi reseña de tu libro, es conveniencia o inconveniencia, e imposición siempre forzosa por parte de una mayoría o una minoría fuerte.

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    1. Hola Jose, no creo que pueda estar de acuerdo contigo. ¿No ves como axioma ético que es intrínsecamente injusto torturar a alguien por gusto?

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  3. Hola Grabriel, perdona por el retraso pero es que no tengo manera de saber cuándo responden a mis comentarios en Blogspot y últimamente estaba muy disperso entre varios quehaceres.

    Yo creo que sí estamos de acuerdo, sólo que no nos hemos entendido bien hasta ahora. En tanto que éticos y válidos para nuestra convivencia y mutua comprensión, sí me parece que esos axiomas son intrínsecos. Pero cuando hablo de intrínseco, lo hago con respecto a la realidad objetiva, al mundo independiente de nuestras construcciones culturales o sociales. Tú yo estaremos de acuerdo en que un cuadro como La Gioconda tiene más calidad y mérito que unos garabatos hechos por nosotros, pero "calidad" y "mérito" son conceptos subjetivos, estéticos, e insisto en que la Ética es, en mi opinión, una rama de la Estética.

    Por supuesto, estoy de acuerdo con toda la ética que defiendes en tu libro, y hasta voy más lejos que tú al censurar la tortura, injustificable para mí en cualquiera de los casos imaginables. Considero que esa ética es no sólo deseable, sino inevitable para la supervivencia, como el dolor o el miedo, pero como éstos, no dejan de ser entidades subjetivas, creadas por nosotros y totalmente ajenas al objeto, el mundo, a la realidad.

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