Thomas Nagel, un reconocido filósofo
ateo, recientemente causó revuelo, al publicar un libro en el cual defendía la
opinión de que la evolución cuenta con un propósito preestablecido, y que en
este sentido, no puede limitarse a u fenómeno estrictamente material. Nagel ya
se había hecho famoso con la opinión de que la mente no puede ser reducida al
cerebro, y que por ende, hay al menos propiedades emergentes inmateriales
(aunque no necesariamente sustancias) en la vida mental.
El
libro de Nagel ha sido criticado desde muchos frentes (yo mismo escribí una
reseña crítica acá), pues al final, su argumento parece ser una reactualización de
las hipótesis harto especulativas de Teilhard de Chardin, y otros que
consideraban que la evolución es guiada por una misteriosa agencia inmaterial.
Con
todo, el libro de Nagel ha servido para plantearse nuevamente el reto de
aquellos que no están conformes con el materialismo en las ciencias. Y, así,
frente a posturas como las de Nagel, amerita que surjan nuevas defensas de la ontología
materialista. Este libro de Bunge, si bien no pretende ser una refutación de
Nagel (pues, valga decir, fue escrito treinta años antes, pero recientemente
reeditado por Laetoli como parte de una valiosísima colección de las obras de Bunge), sirve para que el lector común se familiarice con una
defensa del materialismo.
Bunge
oportunamente critica a aquellos que consideran que la mente no puede ser
reducible al cerebro (por ejemplo, John Eccles). Lo mismo hace con quienes
postulan que la historia es guiada por unas misteriosas fuerzas inmateriales
(la dialéctica de Hegel), o que tras la evolución yace un proceso teleológico
que empuja a los organismos hacia algo cada vez mejor y más complejo. Y,
además, Bunge dedica atención a problemas que, por lo general, los
materialistas han olvidado: ¿de qué constan las matemáticas?, ¿cuál es la
naturaleza de los valores morales y estéticos?, etc. Al final, el libro de
Bunge, prácticamente un clásico moderno, sirve para defender una postura que,
al menos entre los filósofos, es cada vez más popular, pero pocas veces
defendida con detalle.
No puedo creer que todavía haya gente aparentemente inteligente, filósofos, que se planteen la posibilidad de una teleología en el mundo. Cada nuevo descubrimiento, cada nuevo avance en Ciencia (y la Ciencia, como dice César Tomé, es el "conocimiento", y punto) supone un mazazo directo e inequívoco asestado al narcisismo humano: "Toma, por si todavía tenías alguna duda de que todo se reduce a materia y mecanicismo, y no hay lugar para entes trascendentes", y surgen estos visionarios para alardear de encontrar lo que por nungún lado aparece.
ResponderEliminarEn cuanto a la mente, por ceñirme a uno solo de los casos que mencionas, el mero hecho de que la Neurología NO NECESITE de otra entidad más allá del encéfalo para explicarlo todo, hace superfluas y absurdas esas visiones metafísicas.