Recientemente se hizo el sorteo para
el mundial de fútbol en Brasil. No faltarán, como siempre, intelectuales que
manifestarán su desdén por este evento. No les falta razón. Podemos admitir que
el fútbol forma parte de aquello que Guy Debord llamó la “sociedad del
espectáculo”, una total desconexión respecto a los verdaderos problemas del
mundo. Junto a Noam Chomsky, podemos admitir que el fútbol es una hábil
herramienta para “fabricar consenso”: pan y circo para que las masas olviden su
condición de oprimidas. Junto a Juan José Sebreli, podemos admitir que el
fútbol saca a relucir el más rancio nacionalismo, y su exaltación de pasiones
baratas nos aleja de los valores modernos e ilustrados.
Pero,
hay algo en el fútbol que me resulta muy atractivo: es la metáfora perfecta
sobre la experiencia histórica del imperialismo. El fútbol tiene antecedentes
en China, y más emblemáticamente, en los juegos de pelota de las civilizaciones
mesoamericanas. Pero, el fútbol en su versión moderna, lo mismo que la
abrumadora mayoría de los deportes más populares de hoy, procede del
imperialismo británico.
Los
colonizados por los británicos tenían sus juegos tradicionales. Pero, muy
pronto, los británicos impusieron ese extraño deporte de perseguir una pelota
para darle patadas. Con esto, los británicos barrieron con las costumbres
deportivas locales, y así, el fútbol se convirtió en punta de lanza del
imperialismo cultural: los súbitos tuvieron que someterse a jugar un deporte
inventado por sus amos imperiales blancos. El fútbol pasó a ser así uno de los
símbolos más degradante de la destrucción de cultura local, y la imposición de
instituciones foráneas por vía del imperialismo cultural.
Pero,
muy pronto, el fútbol se convirtió en oportunidad para dar dignidad a los
colonizados. Pues, los líderes de movimientos independentistas se dieron cuenta
de que el fútbol podría ser un medio para unir a los grupos culturalmente
dispersos, en su conflicto contra el poder colonial. Y, así, si bien el fútbol
era una manifestación del imperialismo cultural, también podía usarse como
medio de resistencia. Si los colonizados lograban vencer a los colonialistas en
su propio deporte, esto levantaría significativamente la motivación en la
búsqueda de la auto-determinación.
Cuando
finalmente los imperios tradicionales se desmembraron, los nuevos países
enfrentaron el dilema: ¿cuánto de la cultura del colonizador debería
conservarse? Hubo muchos líderes que buscaron sustituir la literatura, la
música, la religión, la gastronomía, el vestido, etc., del colonizador, con
elementos de la cultura local. Todo esto sería una forma de descolonización
cultural. Pero, poquísimos países optaron por conservar sus costumbres
deportivas en detrimento del fútbol. El fútbol sigue siendo el rey de los
deportes, y deberíamos ser sensatos en reconocer que cada vez que gritamos
“¡gol!”, estamos celebrando el imperialismo cultural.
El
fútbol es una óptima metáfora del imperialismo en varios sentidos. En primer
lugar, es emblemático de la ‘misión civilizadora’ de los imperios. Ciertamente
los imperios europeos modernos saquearon y explotaron. Pero, intentaron
justificar su empresa alegando que llevaban los beneficios de la civilización a
los colonizados. Hoy, esto se denuncia como un gesto de enorme cinismo, y no
les falta razón a los críticos. Pero, no deja de ser cierto que, en su
expansión por el mundo, los imperios europeos modernos sí exportaron
instituciones civilizadas que no existían en las culturas del Tercer Mundo.
El
fútbol, a diferencia de los deportes tradicionales, tiene los elementos propios
de la modernidad. Es una actividad altamente regulada. Tiene un cuerpo
internacional que se encarga de dictar qué está permitido y qué está prohibido.
El fútbol requiere de la coordinación de esfuerzos y especialización de labores
(mediocampista, defensa, atacante, director técnico, portero, entrenador,
etc.), del mismo modo en que una organización burocrática (propia del mundo
moderno, y mayormente ausente en las sociedades colonizadas) lo hace. El fútbol
requiere de disciplina, constancia, preparación (incluso, estudio); en otras
palabras, el fútbol es una actividad que restringe nuestra conducta animal, y
nos convierte en seres civilizados. Por todos estos motivos, el gran sociólogo
Norbert Elias opinaba que el fútbol (y el deporte moderno en general) es
emblemático de aquello que él llamó el “proceso civilizatorio”.
Cuando
se completó la descolonización, aun los líderes nacionales del Tercer Mundo que
con mayor ahínco se opusieron a la continuidad de la influencia cultural de
Occidente, hubieron de reconocer (al menos implícitamente), que la experiencia
histórica del imperialismo no fue totalmente negativa. Pues, los nuevos Estados
dieron continuidad a muchas instituciones oriundas de Europa. Los líderes
nacionales del Tercer Mundo reprochan la explotación por parte de los imperios
europeos, pero al mismo tiempo, muchas veces lo hacen a partir de ideas y
marcos ideológicos que el mismo imperialismo exportó a las colonias. No
olvidemos que Marx y Lenin, tantas veces invocados como referentes ideológicos
en la lucha contra el imperialismo, procedían de Europa.
Pues
bien, el fútbol también es metáfora de este proceso. El colonizado utilizó las
mismas ideas del colonizador, para volverse contra él. Del mismo modo, el
colonizado utilizó el fútbol para vencer al colonizador en su propio deporte. Esto
representa nítidamente la siguiente idea: a diferencia de las experiencias de
imperios de épocas anteriores, el colonialismo europeo (y, en especial el británico)
sembró su propia destrucción, pues educó a sus colonizados en las ideas que,
eventualmente, éstos utilizarían para exigir la autodeterminación de los
pueblos. Y, precisamente a partir de esto, los líderes del Tercer Mundo
deberían seguir el ejemplo del fútbol: la liberación de sus países no estará en
el rechazo de las instituciones originarias de Occidente (como obstinadamente
intentan hacer algunos líderes nacionalistas), sino en usar esas instituciones
para vencer a los occidentales en su propio juego. El caso de la India es
emblemático: se está convirtiendo en potencia mundial, precisamente porque en
continuidad con Nehru (y en buena medida rechazando las ideas de Gandhi), los
indios han sabido aprovechar buena parte del legado cultural británico, y ahora
lo usan a su favor.
Mi
pronóstico para el mundial de fútbol de Brasil en el 2014: podría ganar una ex-colonia:
quizás Brasil, Argentina, o incluso, alguna nación africana. En ese caso,
quedará manifiesto que, contrario a la opinión de los mezquinos críticos
poscoloniales, el imperialismo sí tuvo una faceta positiva, y que los propios
colonizados así lo asumen, en la medida en que se esfuerzan en darle
continuidad a una institución propia del imperialismo cultural, que suplantó a
las costumbres deportivas locales.
Lo que resulta sorprendente, es que incluso en regiones del Caribe latinoamericano, como la Costa Norte colombiana, Venezuela, Centroamérica y las Antillas, donde el béisbol era el deporte de masas, y a pesar de la enorme influencia cultural norteamericana, éste fuera paulatinamente desplazado por el fútbol. Cartagena, que fue quizás la ciudad más reacia a esa transición en Colombia, terminó adaptando su viejo estadio de béisbol, para ser sede de su equipo de fútbol, cuando éste clasificó a la primera división.
ResponderEliminarHola Jaime, yo he visto a niños jugar béisbol en Cartagena (y creo que de allí es Edgar Rentería), pero tienes razón en que, al final, el fútbol se impone.
EliminarTotalmente de acuerdo, especialmente en la consideración del fútbol como exponente de civilización, y en ese sentido yo también hice una defensa de este deporte (http://pelopos.blogspot.com.es/2010/04/ayer-me-preguntaron-por-enesima-vez.html).
ResponderEliminarA los detractores del fútbol que lo pintan como el opio del pueblo yo les diría: ¿No puede ser que a uno le guste el fútbol en sí como una competición bella, y punto?
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