Recientemente conversaba en mi programa radial “Ágora” con José Luis Ferreira, a propósito de su libro Economía y pseudociencia. En ese libro, Ferreira ataca muchas de las falsas concepciones que, en materia económica, asumen tanto académicos como laicos. Su ataque va de extremo a extremo: del marxismo a la escuela austríaca, pasando por muchos mitos y sesgos que prevalecen en la opinión pública sobre la economía.
En
el libro y en nuestra conversación, Ferreira hacía énfasis en que la economía
debe adquirir un perfil científico. Y, precisamente, el problema con muchas
teorías económicas, tanto positivas como normativas, es que fácilmente
abandonan su rigor científico, para convertirse en una ideología. Ferreira
admite que él no tiene problema en que alguien sostenga esta o aquella
ideología, pero insiste en que existe la obligación de no pasar por ciencia
aquello que no lo es.
Yo
estoy de acuerdo con Ferreira. Creo, junto a él, que una disciplina como la
economía debe impregnarse del método científico, y que, en efecto, muchas
teorías económicas no lo hacen lo suficientemente bien. Pero, en el ámbito
normativo, me inclino a pensar que quizás el conocimiento científico no sea
suficiente para estipular qué debemos hacer en asuntos económicos. En economía
normativa, es necesaria una dimensión ética, y no estoy del todo seguro de que
el método científico pueda tener la última palabra respecto a cuáles son
nuestras obligaciones morales.
Pongamos
un ejemplo. Supongamos (y advierto que esto es sólo una suposición) que Malthus
tiene razón (y queda así comprobado con observaciones empíricas derivadas del
método científico), y nos encaminamos a una catástrofe mundial inminente si no
colocamos freno inmediato al crecimiento poblacional mundial. ¿Cómo
resolveríamos el problema? Supongamos que la misma aplicación del método
científico podría permitirnos postular una hipótesis: si aplicamos
esterilización compulsiva (y esterilizamos, especialmente, a los menos
talentosos), se mantendrá óptimamente limitada la población, y habremos
resuelto las dificultades económicas y demográficas anunciadas por Malthus.
Pero,
por supuesto, la esterilización compulsiva es violatoria de nuestros principios
éticos más elementales. ¿Cómo sabemos cuáles son esos principios éticos? No
estoy seguro de que la ciencia pueda responder a esta pregunta: no creo que la
observación sea suficiente como para saber cuáles son los principios
fundamentales de la moral. La ciencia puede, por supuesto, darnos muchísima
información sobre cómo lograr este o aquel objetivo, y en ese sentido, tiene
mucho que aportar a la moral. Pero, me parece que, al final, la moral reposará
sobre unos principios, cuyo conocimiento no se deriva de la aplicación del
método científico. Quizás, como en su momento sugirió el filósofo G.E. Moore,
estos principios más bien reposen sobre la intuición.
Si
esto es así, entonces hay espacio para favorecer una u otra teoría económica
normativa, no necesariamente porque cuente con el aval de observaciones empíricas
derivadas del método científico, sino porque parte de principios morales que
resultan intuitivos.
Yo,
por ejemplo, resueno con algunas de las ideas de la escuela austríaca. Veo con
más simpatía la desregulación de los mercados, y con más antipatía al Estado
interventor. Pero, mi simpatía no procede del rigor científico de los estudios
de la escuela austríaca, pues junto a Ferreira, admito que éstos no son
suficientemente científicos, y tienen mucho de especulativo. Mi simpatía por la
desregulación viene más bien por razones éticas: no encuentro un suficiente
criterio moral que permita a un Estado ejercer coerción en el manejo que los
individuos hacen de su propiedad.
Por
ello, veo mucho más viable defender la desregulación y el laissez faire, a partir de filósofos y eticistas como Robert
Nozick, que a partir de economistas como Friederich von Hayek. Nozick fue
célebre por postular, en la primera frase de su libro Anarquía, utopía y Estado, que “los individuos tienen derechos, y no hay nada ni nadie que
pueda cambiar esto”. Nozick, como Kant, era deontologista y no
consecuencialista: para él, el valor de las acciones morales es intrínseco, y
aun si algunas acciones tienen consecuencias negativas, podemos considerarlas
morales. En ese sentido, tenemos la obligación de hacer cumplir la justicia,
aún si se cae el cielo.
En
el ámbito económico, Nozick opinaba que, siempre y cuando una propiedad haya
sido justamente adquirida (originalmente mediante el trabajo sin ejercer
monopolio de los recursos naturales, o mediante transferencia legítima sin
coerción o engaño), es injusto despojársela a alguien, bien sea a través de
impuestos, control de precios, o expropiación. Así pues, Nozick defendía la
desregulación y el laissez faire, no
porque científicamente estuviese comprobado que la desregulación condujera a
mejores resultados económicos, sino sencillamente, porque es la única forma de
garantizar el cumplimiento de la justicia; en otras palabras, la desregulación
económica es un imperativo moral, independientemente de sus consecuencias.
Quizás
la desregulación nos lleve a la catástrofe económica, quizás el laissez faire aumente brutalmente las
desigualdades, quizás la liberación de precios y el desmantelamiento de la
salud y la educación pública conduzca a un violentísimo estallido social, etc.,
pero, Nozick, como buen deontologista, opina que debe hacerse justicia y
preservarse los principios morales intrínsecos, aun si el cielo nos cae encima.
Y, en este caso, la justicia, en opinión de Nozick, consiste en no interferir
en actos voluntarios entre la gente, y mucho menos en redistribuir forzosamente
la riqueza.
Yo
no estoy tan dispuesto a aceptar esta postura deontológica tan radical. Kant
llegaba al extremo de decir que tengo la obligación de no mentir a un asesino
que pregunta dónde está mi madre; yo, en un caso como ése, francamente, sí
estoy dispuesto a mentir en aras a conseguir mejores consecuencias. Pero, sí me
parece que la ética cuenta con una base deontológica, y que en asuntos de
economía normativa, existe una enorme tentación de prescindir de los derechos
individuales, con el objetivo utilitarista de satisfacer al colectivo. Debemos
precisar cuáles son los derechos individuales que, en honor a la moral,
estaremos dispuestos a respetar, sin importar sus consecuencias. Contrario a lo
que he opinado anteriormente en otros lugares (sobre todo en mi libro El posmodernismo ¡vaya timo!), ahora dudo
de que la aplicación del método científico nos permita resolver este asunto. Me
inclino a pensar que se trata más bien de principios axiomáticos que reposan
sobre la intuición.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYo es que, por más que lo intento, no alcanzo a ver ningún principio normativo intrínseco. Lo que debe ser no puede ser intrínseco, por definición. La gravedad es intrínseca a un cuerpo; que ese cuerpo deba (éticamente) caer o no, es opinable. Hasta Platón era consciente de esto al poner en boca de Calicles aquellas palabras que echaban por tierra nuestra ideología igualitarista, democrática, normativa. Por tanto, tampoco puedo ver axiomas en Ética. Lo único que veo, como defenderé en mi reseña de tu libro, es conveniencia o inconveniencia, e imposición siempre forzosa por parte de una mayoría o una minoría fuerte.
ResponderEliminarHola Jose, no creo que pueda estar de acuerdo contigo. ¿No ves como axioma ético que es intrínsecamente injusto torturar a alguien por gusto?
EliminarHola Grabriel, perdona por el retraso pero es que no tengo manera de saber cuándo responden a mis comentarios en Blogspot y últimamente estaba muy disperso entre varios quehaceres.
ResponderEliminarYo creo que sí estamos de acuerdo, sólo que no nos hemos entendido bien hasta ahora. En tanto que éticos y válidos para nuestra convivencia y mutua comprensión, sí me parece que esos axiomas son intrínsecos. Pero cuando hablo de intrínseco, lo hago con respecto a la realidad objetiva, al mundo independiente de nuestras construcciones culturales o sociales. Tú yo estaremos de acuerdo en que un cuadro como La Gioconda tiene más calidad y mérito que unos garabatos hechos por nosotros, pero "calidad" y "mérito" son conceptos subjetivos, estéticos, e insisto en que la Ética es, en mi opinión, una rama de la Estética.
Por supuesto, estoy de acuerdo con toda la ética que defiendes en tu libro, y hasta voy más lejos que tú al censurar la tortura, injustificable para mí en cualquiera de los casos imaginables. Considero que esa ética es no sólo deseable, sino inevitable para la supervivencia, como el dolor o el miedo, pero como éstos, no dejan de ser entidades subjetivas, creadas por nosotros y totalmente ajenas al objeto, el mundo, a la realidad.