En el círculo académico en el cual
me muevo, el pedagogo brasileño Paulo Freire es objeto de enorme admiración.
Nunca me he interesado por su obra, pero en vista de que tanto hablan sobre él
muchos de mis colegas, he decidido echar un vistazo
a sus escritos. Compruebo
que Freire dice muchas cosas de sentido común, pero francamente, no es un autor
que me deslumbre.
La
idea de Freire es muy sencilla: en continuidad con las opiniones de autores
marxistas como Althusser, Freire opina que la educación es un instrumento de
dominio, el cual sirve para mantener el status
quo de opresión. Los sistemas educativos, represivos en su mayoría, buscan
la conformidad de las masas, y para ello, se aseguran de que los educandos
asimilen la información sin cuestionarla.
Como
alternativa para la liberación, Freire propone una ‘pedagogía del oprimido’
(una frase epónima para su libro más famoso, Pedagogía del oprimido). Ésta consiste en despertar conciencia
ideológica en el estudiante, haciéndole ver su situación de oprimido. Más
importante aún, opina Freire, es necesaria una didáctica que supere el modelo
‘bancario’ de la educación. Según Freire, la educación burguesa funciona como
un banco: el maestro ‘deposita’ la información en el estudiante, quien la
recibe pasivamente. Freire, en cambio, propone una suerte de dialéctica
socrática, en la cual, el profesor no se asuma año y señor del conocimiento,
sino que esté dispuesto a aprender de los estudiantes a través de un diálogo.
Me
resulta perturbadoramente irónico que, al menos en la experiencia de mi
contexto, aquellos que más elogian a Freire son los que más practican una
educación adoctrinante, sin dar oportunidad al estudiante de expresar sus
puntos de vista. Trabajé en la Universidad Bolivariana de Venezuela, una
institución cuyos directivos y profesores se rasgaban las vestiduras por
Freire. En esa universidad, un estudiante que osara destacar los méritos del
capitalismo, que cuestionara la efectividad del socialismo, o que
sencillamente, no estuviera de acuerdo con la línea ideológica de la
institución, era severamente reprehendido, tanto por sus compañeros como por su
profesor. De hecho, corría el riesgo de ser expulsado.
Por
supuesto, Freire no tiene la culpa de este abuso. Pero, me parece que quizás el
mismo Freire sí lo propició. Freire siempre defendió la idea de que la
educación no es neutra, sino que siempre persigue un objetivo ideológico. Y,
opinaba Freire, así como antaño los burgueses utilizaban a la educación para
asegurar su dominio, ahora los revolucionarios deben usar la educación para
sembrar la ideología izquierdista en las masas. La dificultad que Freire no
alcanzó a ver, me parece, es que, precisamente en la medida en que se quiere
usar a la educación para ideologizar hacia una u otra postura política, se está
suprimiendo su carácter liberal. La educación verdaderamente libre es aquella
que presenta al estudiante varias maneras de entender el mundo, y permite que,
al final, sea el mismo pupilo quien decida.
Veo
otros problemas con las propuestas de Freire. Ciertamente, junto a Freire,
comparto el ideal socrático de que, mediante el diálogo entre estudiantes y
profesores, podemos desarrollar niveles más óptimos de conocimiento. Pero, en
algunos casos, hay estudiantes con los cuales sencillamente no debemos perder
demasiado tiempo dialogando.
Freire
decía que el profesor no debe sentirse amo y señor del conocimiento, y debe
abrirse a aprender de sus estudiantes. Me parece que esto está bien para
algunas materias, pero no para todas. El problema con la postura de Freire es
que puede abrir paso al relativismo. Su ideal de que el profesor debe abrirse a
aprender del estudiante, puede desembocar en la noción de que todos tenemos la
razón, sin importar si sostenemos puntos de vistas contradictorios. Obviamente,
no estoy dispuesto a aceptar ese relativismo.
Un
profesor que está muy seguro de conocer algo, no debe temer en decirle a un
estudiante que está equivocado. Veo con preocupación, por ejemplo, que las
propuestas de Freire pueden ser fácilmente invocadas por los creacionistas para
sabotear los cursos escolares de biología. El profesor llegará al salón de
clase con la intención de enseñar la teoría de la evolución. Pero, bajo el
ideal freireano, él también debe aprender de sus estudiantes creacionistas (en
caso de que los hubiere en el aula), y debe escucharlos narrar sus historias
sobre cómo los dinosaurios convivieron con el hombre, cómo la serpiente le
susurró a Eva en el oído, cómo Noé construyó su arca, etc. El profesor podría
avanzar mucho más en los contenidos del curso para cubrir más áreas de la
teoría de la evolución (en los cuales, presumiblemente, estarán más interesados
los estudiantes no creacionistas), pero en vez, para no caer presa del modelo
‘bancario’ de la educación, tiene que reducir su tiempo de cátedra, y ampliar
su tiempo de escucha frente a las disparatadas teorías creacionistas para que
esos estudiantes no se sientan oprimidos (no es casual, dicho sea de paso, que
en un país como EE.UU., los creacionistas se sientan oprimidos por el establishment científico).
Hay
muchas formas de sabotear un salón de clase. No sólo se hace tirando papelitos
a los compañeros o bajándole los pantalones al maestro (como recientemente vi
que se hace en España). También se puede sabotear una clase, empeñándose en que
se dé espacio a teorías disparatadas, bajo la excusa de que los oprimidos no
sólo tienen derecho a expresarse, sino que incluso debemos aprender de ellos. Así,
por ejemplo, me preocupa especialmente que, en América Latina, muchos estudiantes
indígenas crean que la enseñanza de la medicina científica forma parte de la
educación ‘bancaria’ opresora, y como parte de la reivindicación de los
oprimidos, piden que se enseñe y aprecie la ‘medicina alternativa’ derivada de sus
tradiciones, la cual, como se sabe, no sólo es inefectiva, sino que también es
contraria a la ciencia y puede resultar muy perjudicial.
No
sé cómo Paulo Freire lidió con el sabotaje escolar. Pero, yo hubiese apreciado
que este pedagogo brasileño nos hubiera dicho qué debemos hacer con aquellos
estudiantes que sabotean, y que cuando son reprimidos, acuden al chantaje
barato de decir que esa represión forma parte de la educación ‘bancaria’.
Muy buen texto, Gabriel. Pienso que lo que está en el núcleo de este problema es la definición misma de conocimiento. No sabría dar una tampoco que fuera satisfactoria: Pero, por donde he ido pensando durante los últimos años, esa cuestión de que el maestro o profesor (o el estudiante) "tiene" un conocimiento, y "lo pasa" o "lo pone" en el alumno o dentro del alumno, o en manos del profesor, ya me hace ruido, porque el conocimiento no es una cosa así, una entidad casi física. Pero, como decía antes, sería necesaria una discusión seria sobre una definición de trabajo aunque sea de lo que es conocimiento.
ResponderEliminarHola profesor, gracias por sus palabras. Ciertamente es difícil conceptualizar bien cómo se transmite el conocimiento. En mi corta experiencia docente, puedo afirmar que en todos los cursos (al menos de filosofía), siempre me he encontrado con al menos un estudiante con quien se pueda interactuar, se pueda aprender de él, y por ende, mantenga mi motivación. Pero, hay otros que, francamente, me provoca lanzarles el borrador...
EliminarLuis Vivanco, el profesor Andrade es materialista, y si partes de que no tienes una definición de conocimiento (que sea materialista), definitivamente no tienes cabida en su debate. Lo lamento, tal vez antes de continuar con tu argumento (y adulación hacia él) tal vez tengas que establecer una entidad empírica en tu definición.
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ResponderEliminarLo que ya dije en Facebook: nada nuevo. Las tesis hippiescas de este iluminado brasileño son las mismas que circulan por todos los manuales y cursos de pedagogía con las que, ahora sí, los profesores hemos tenido que comulgar sumisamente para obtener nuestro CAP (Curso de Adaptación Pedagógica), a pesar de que todos sabíamos que en ellos no había más que desconocimiento, quimeras, grandilocuencia, fe, posmodernismo trasnochado, pseudociencia. La práctica diaria en el aula es la que te hace mejorar como profesor, y eso implica tener los pies en el suelo, cosa para la que los pedagogos, por definición, están incapacitados.
ResponderEliminarDe todos modo, y en línea con lo que quiero comentar en mi reseña de tu "Posmodernismo", sí hay algo de cierto en esa teoría de la opresión: el sistema educativo es un instrumento que la sociedad tiene para moldear a los educandos, y me parece lógica, legítima e inevitable esa "manipulación", como se ve en el ejemplo que aduces de la Universidad Bolivariana: quien ejerza el poder (y los profesores lo ejercemos en la ínfima dosis que nos toca), tiene la legitimidad para moldear a su "público" a su gusto. La diferencia, en mi opinión, está en que nosotros, los que defendemos la educación tradicional en el sentido de "no relativista" y "no unirme al botellón para aprender del alumno como si todos fuéramos iguales", estamos en lo cierto y tenemos la suerte de contar con el amparo oficial, aunque cada vez se van infiltrando más los disparates de los psicólogos y los pedagogos.
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ResponderEliminarrofesor Andrade, me preocupa un poco el ejemplo de la Universidad Bolivariana en Venezuela: no he encontrado el argumento de lo que señala (¿o fue un simple ejemplo?). Cómo puedo tener certeza de que eso que menciona realmente sucedió. Yo puedo decir que fui profesor en esas misma U y mi experiencia fue completamente diferente. ¿No cree usted que apostó por un acto de fe en sus lectores sobre este caso particular?
ResponderEliminarHola amigo, disculpa la tardanza en responder, estaba de viaje. ¿Fuiste profesor de la Universidad Bolivariana de Venezuela? ¿En cuál ciudad? Yo fui profesor en Maracaibo, y puedo asegurarte que la situación fue tal como la reseño en el blog. Supongo que, la mejor manera de asegurarte de que lo que yo cuento es verdad, es que corrobores mi testimonio con el de otros profesores de esa institución. Además, cabe preguntarte: ¿qué gano yo con inventar un cuento como ése? En todo caso, acá explico mejor mi experiencia en esa universidad: http://opinionesdegabriel.blogspot.com/2012/02/mi-lavado-de-cerebro-en-la-universidad.html
EliminarSaludos. Yo no sé si tu hayas escuchado de Orlando Fals Borda, quien es considerado el padre de la sociología en América Latina. Él planteaba un enfoque pedagogico interesante llamado la Investogación-Acción Participativa (IAP), que a grandes rasgos es que la gente sea participe en el desarrollo del conocimiento incorporando nuevos y previos conocimientos y adaptandolos al espacio y al contexto.
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