En preparación para un viaje a la India que tengo planificado
próximamente, he estado familiarizándome con la cultura de esa complejísima
civilización, a través de libros y películas. Recientemente he leído Pasaje a
la India de
E.M. Forster (y también he visto la versión cinematográfica de David Lean).
En
muchos otros lugares, yo he defendido varios aspectos del imperialismo
británico, especialmente su presencia en la India. Personajes
como Macaulay y Rudiyard Kipling son frecuentemente vapuleados por los críticos
post-coloniales, pero yo insisto en que la ideología de misión civilizadora, de
la cual ellos participaron, es al menos conceptualmente loable. Con todo, eso
no me impide apreciar que el imperialismo tiene un lado tremendamente perverso,
y Forster adecuadamente lo retrata en su novela (a pesar de que el mismo
Forster fue incapaz de escapar a muchos prejuicios orientalistas que forman
parte de la ideología colonialista).
Pasaje a la India narra la historia de Aziz, un médico
indio durante el dominio británico en la India.
Aziz es carismático, pero impulsivo y muchas veces
irracional. Aziz tiene el deseo de estrechar relaciones entre indios y
británicos, y en un arrebato, se ofrece como jefe de una expedición para llevar
a dos mujeres británicas a unas cuevas. Ahí, una de las mujeres se descompone
mentalmente, y acusa a Aziz de intentar violarla. Aziz es detenido por las
autoridades. Su defensa se convierte en una causa política: la minoría
británica insiste en su culpabilidad, la mayoría india insiste en su inocencia.
Esto conduce a enormes tensiones étnicas entre los dos grupos, en las décadas
previas a la independencia de la
India. Al final, Adela (la mujer supuestamente violada), se
retracta de la acusación, y Aziz es dejado en libertad. Aziz se convierte en un
héroe para las masas indias, mientras que Adela es vista como una traidora por
los británicos. Después de esa experiencia, Aziz atraviesa una profunda
transformación, y su esperanza de que los indios y los británicos puedan ser
amigos, se desborona.
A
medida que leía la novela y veía la película, no pude evitar pensar en O.J.
Simpson. Simpson, un negro norteamericano, fue acusado de haber abusado
sexualmente, y luego asesinado, a su esposa blanca, Nicole. Aquel juicio fue
motivo de una enorme tensión racial en EE.UU., y yo lo viví de cerca en mi
adolescencia, cuando vivía en el estado de Michigan con mi familia. Los negros
abrumadoramente apoyaban a Simpson, los blancos abrumadoramente opinaban que
Simpson era culpable.
Cuando
Simpson fue declarado inocente, los negros norteamericanos celebraron aquello
con gran júbilo. En aquel momento (yo era adolescente, y soy de piel blanca), a
mí me costaba entender aquel espectáculo. Pero, ahora que he conocido Pasaje a la India, puedo entender mejor aquella
situación. Simpson se convirtió en un héroe para los negros, por el mismo
motivo que, en la novela, Aziz era un héroe para los indios. Ambos
representaban una reivindicación de los oprimidos. Y, tanto en el colonialismo
británico, como en las relaciones raciales en EE.UU., el tema del hombre de
color que viola o asesina (por motivos sexuales) a una mujer blanca,
frecuentemente causó histerias, y se usó esa coyuntura para oprimir aún más.
Pero,
yo no me apresuraría a establecer demasiados paralelismos entre Simpson y Aziz.
En Pasaje a la India, Aziz es un
personaje que a veces comete torpezas, pero es fundamentalmente noble, y
Forster nunca deja la duda respecto a la inocencia de Aziz. La acusación contra
Aziz obedece claramente a los prejuicios colonialistas de la aristocracia inglesa.
No
puede decirse lo mismo de Simpson. No pretendo negar que persista el racismo en
EE.UU., y que el sistema judicial de ese país no escape a ello. Hace menos de
un siglo, el Ku Kux Klan popularizó la idea de que los negros violaban a
mujeres blancas, y esa imagen ha quedado entre mucha gente blanca en EE.UU.
Apenas tres años antes de la acusación contra Simpson, en la ciudad de Los
Angeles (la misma donde ocurrieron los homicidios imputados a Simpson), Rodney
King (un negro) fue brutalmente golpeado por policías blancos (y éstos fueron
absueltos por un jurado blanco), y eso despertó la ira de los negros en EE.UU.
Pero,
la idea de que Simpson era culpable reposaba sobre bases firmes: pruebas de
ADN, ausencia de coartada, antecedentes de violencia doméstica. La defensa
quiso armar un alboroto por el supuesto racismo de uno de los detectives que
llevó la investigación, pero francamente, esto no era suficiente. Con todo, la
manipulación de la defensa funcionó para convencer a un jurado abrumadoramente
negro, de que Simpson era inocente, y había sido víctima de una conspiración
policial.
Con
el tiempo, Simpson dio aún más señas de haber sido culpable. Ya en libertad, su
conducta agresiva continuó, y hoy, está en la cárcel por incidentes violentos. Insólitamente,
en su codicia, años después de su infame juicio, Simpson tenía el proyecto de
escribir un libro con el título If I did
it (Si lo hubiera hecho), en el
cual habría explicado cómo hubiera matado a su esposa Nicole y cómo habría
escondido las pruebas, en el hipotético caso de que él fuera culpable.
Pueden
quedarnos dudas razonables de que Simpson hubiera sido culpable, y en ese
sentido, la decisión del jurado fue respetable. Pero, asumir, como hizo la
comunidad negra en EE.UU., que Simpson era un héroe, es algo escandalosamente
desafortunado. Simpson no es el personaje noble y bondadoso que Forster retrata
en Aziz. Tanto Aziz como Simpson toman decisiones estúpidas, y su nivel de
inteligencia es bajo. Pero, Aziz merece nuestras simpatías, y es obvio que ha
sido injustamente acusado. En el caso de Simpson, no es tan obvio que él
hubiera sido inocente, y en todo caso, es un personaje con una tremenda
carencia de virtudes.
Los
indios de la época previa a la independencia, supieron elegir a líderes que, en
momentos difíciles, demostraron sus virtudes y los condujeron a la consecución
de sus objetivos políticos. En cambio, los negros de EE.UU. están empeñados en
ofrecer su apoyo a personajes mediocres, por el mero hecho de tratarse de
figuras negras que se enfrentan al establishment
blanco, sin importar si se trata o no de asesinos, o de personas de muy
baja calidad moral. Líderes negros contemporáneos como Jesse Jackson y Al
Sharpton continuamente manipulan y chantajean, haciendo solicitudes absurdas, y
olvidándose de los verdaderos problemas que afligen a la población negra
norteamericana. Ojalá puedan emular a Gandhi o Nehru, líderes que, en su
momento, supieron resistir la opresión, con ejemplos de dignidad y gallardía.
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