miércoles, 11 de diciembre de 2013

En defensa del fútbol



Recientemente se hizo el sorteo para el mundial de fútbol en Brasil. No faltarán, como siempre, intelectuales que manifestarán su desdén por este evento. No les falta razón. Podemos admitir que el fútbol forma parte de aquello que Guy Debord llamó la “sociedad del espectáculo”, una total desconexión respecto a los verdaderos problemas del mundo. Junto a Noam Chomsky, podemos admitir que el fútbol es una hábil herramienta para “fabricar consenso”: pan y circo para que las masas olviden su condición de oprimidas. Junto a Juan José Sebreli, podemos admitir que el fútbol saca a relucir el más rancio nacionalismo, y su exaltación de pasiones baratas nos aleja de los valores modernos e ilustrados.

            Pero, hay algo en el fútbol que me resulta muy atractivo: es la metáfora perfecta sobre la experiencia histórica del imperialismo. El fútbol tiene antecedentes en China, y más emblemáticamente, en los juegos de pelota de las civilizaciones mesoamericanas. Pero, el fútbol en su versión moderna, lo mismo que la abrumadora mayoría de los deportes más populares de hoy, procede del imperialismo británico.
            Los colonizados por los británicos tenían sus juegos tradicionales. Pero, muy pronto, los británicos impusieron ese extraño deporte de perseguir una pelota para darle patadas. Con esto, los británicos barrieron con las costumbres deportivas locales, y así, el fútbol se convirtió en punta de lanza del imperialismo cultural: los súbitos tuvieron que someterse a jugar un deporte inventado por sus amos imperiales blancos. El fútbol pasó a ser así uno de los símbolos más degradante de la destrucción de cultura local, y la imposición de instituciones foráneas por vía del imperialismo cultural.
            Pero, muy pronto, el fútbol se convirtió en oportunidad para dar dignidad a los colonizados. Pues, los líderes de movimientos independentistas se dieron cuenta de que el fútbol podría ser un medio para unir a los grupos culturalmente dispersos, en su conflicto contra el poder colonial. Y, así, si bien el fútbol era una manifestación del imperialismo cultural, también podía usarse como medio de resistencia. Si los colonizados lograban vencer a los colonialistas en su propio deporte, esto levantaría significativamente la motivación en la búsqueda de la auto-determinación.
            Cuando finalmente los imperios tradicionales se desmembraron, los nuevos países enfrentaron el dilema: ¿cuánto de la cultura del colonizador debería conservarse? Hubo muchos líderes que buscaron sustituir la literatura, la música, la religión, la gastronomía, el vestido, etc., del colonizador, con elementos de la cultura local. Todo esto sería una forma de descolonización cultural. Pero, poquísimos países optaron por conservar sus costumbres deportivas en detrimento del fútbol. El fútbol sigue siendo el rey de los deportes, y deberíamos ser sensatos en reconocer que cada vez que gritamos “¡gol!”, estamos celebrando el imperialismo cultural.
            El fútbol es una óptima metáfora del imperialismo en varios sentidos. En primer lugar, es emblemático de la ‘misión civilizadora’ de los imperios. Ciertamente los imperios europeos modernos saquearon y explotaron. Pero, intentaron justificar su empresa alegando que llevaban los beneficios de la civilización a los colonizados. Hoy, esto se denuncia como un gesto de enorme cinismo, y no les falta razón a los críticos. Pero, no deja de ser cierto que, en su expansión por el mundo, los imperios europeos modernos sí exportaron instituciones civilizadas que no existían en las culturas del Tercer Mundo.
            El fútbol, a diferencia de los deportes tradicionales, tiene los elementos propios de la modernidad. Es una actividad altamente regulada. Tiene un cuerpo internacional que se encarga de dictar qué está permitido y qué está prohibido. El fútbol requiere de la coordinación de esfuerzos y especialización de labores (mediocampista, defensa, atacante, director técnico, portero, entrenador, etc.), del mismo modo en que una organización burocrática (propia del mundo moderno, y mayormente ausente en las sociedades colonizadas) lo hace. El fútbol requiere de disciplina, constancia, preparación (incluso, estudio); en otras palabras, el fútbol es una actividad que restringe nuestra conducta animal, y nos convierte en seres civilizados. Por todos estos motivos, el gran sociólogo Norbert Elias opinaba que el fútbol (y el deporte moderno en general) es emblemático de aquello que él llamó el “proceso civilizatorio”.
              Cuando se completó la descolonización, aun los líderes nacionales del Tercer Mundo que con mayor ahínco se opusieron a la continuidad de la influencia cultural de Occidente, hubieron de reconocer (al menos implícitamente), que la experiencia histórica del imperialismo no fue totalmente negativa. Pues, los nuevos Estados dieron continuidad a muchas instituciones oriundas de Europa. Los líderes nacionales del Tercer Mundo reprochan la explotación por parte de los imperios europeos, pero al mismo tiempo, muchas veces lo hacen a partir de ideas y marcos ideológicos que el mismo imperialismo exportó a las colonias. No olvidemos que Marx y Lenin, tantas veces invocados como referentes ideológicos en la lucha contra el imperialismo, procedían de Europa.
            Pues bien, el fútbol también es metáfora de este proceso. El colonizado utilizó las mismas ideas del colonizador, para volverse contra él. Del mismo modo, el colonizado utilizó el fútbol para vencer al colonizador en su propio deporte. Esto representa nítidamente la siguiente idea: a diferencia de las experiencias de imperios de épocas anteriores, el colonialismo europeo (y, en especial el británico) sembró su propia destrucción, pues educó a sus colonizados en las ideas que, eventualmente, éstos utilizarían para exigir la autodeterminación de los pueblos. Y, precisamente a partir de esto, los líderes del Tercer Mundo deberían seguir el ejemplo del fútbol: la liberación de sus países no estará en el rechazo de las instituciones originarias de Occidente (como obstinadamente intentan hacer algunos líderes nacionalistas), sino en usar esas instituciones para vencer a los occidentales en su propio juego. El caso de la India es emblemático: se está convirtiendo en potencia mundial, precisamente porque en continuidad con Nehru (y en buena medida rechazando las ideas de Gandhi), los indios han sabido aprovechar buena parte del legado cultural británico, y ahora lo usan a su favor.
            Mi pronóstico para el mundial de fútbol de Brasil en el 2014: podría ganar una ex-colonia: quizás Brasil, Argentina, o incluso, alguna nación africana. En ese caso, quedará manifiesto que, contrario a la opinión de los mezquinos críticos poscoloniales, el imperialismo sí tuvo una faceta positiva, y que los propios colonizados así lo asumen, en la medida en que se esfuerzan en darle continuidad a una institución propia del imperialismo cultural, que suplantó a las costumbres deportivas locales.

4 comentarios:

  1. Lo que resulta sorprendente, es que incluso en regiones del Caribe latinoamericano, como la Costa Norte colombiana, Venezuela, Centroamérica y las Antillas, donde el béisbol era el deporte de masas, y a pesar de la enorme influencia cultural norteamericana, éste fuera paulatinamente desplazado por el fútbol. Cartagena, que fue quizás la ciudad más reacia a esa transición en Colombia, terminó adaptando su viejo estadio de béisbol, para ser sede de su equipo de fútbol, cuando éste clasificó a la primera división.

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    1. Hola Jaime, yo he visto a niños jugar béisbol en Cartagena (y creo que de allí es Edgar Rentería), pero tienes razón en que, al final, el fútbol se impone.

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  2. Totalmente de acuerdo, especialmente en la consideración del fútbol como exponente de civilización, y en ese sentido yo también hice una defensa de este deporte (http://pelopos.blogspot.com.es/2010/04/ayer-me-preguntaron-por-enesima-vez.html).

    A los detractores del fútbol que lo pintan como el opio del pueblo yo les diría: ¿No puede ser que a uno le guste el fútbol en sí como una competición bella, y punto?

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