domingo, 28 de abril de 2013

María Gabriela Chávez, "famosa por ser famosa"



Recientemente María Gabriela Chávez, la hija del difunto Hugo Chávez, fue a un restaurante en Caracas, y recibió abucheos y cacerolazos. En su cuenta de Twitter, narra la experiencia. La forma en que lo hace es muy afín al prototipo de la valley girl norteamericana, las chicas californianas de clase alta que destacan por su desenfrenado consumismo, su escandalosa vanidad, y su pobrísimo nivel de inteligencia. Sus tweets así la delatan: “Amigas, nos cacerolearon y nos fuimos d @CocoThaiRest ? Ta bien!Y no m comía el rico pie d limón? Jajajaja… Dos bobas dijeron algo en el baño y la gerencia del rest las sacó! Jajaja. Yo la pasé genial. Besos”.
 
            Desde hacía años, se comentaba que María Gabriela podría perfilarse como la sucesora política de Chávez, pues según las apariencias, era la favorita emocional del Comandante. No superó la prueba del tiempo. Es obvio que ella carece las dotes de liderazgo de su padre. No pareció estar muy preocupada por la geopolítica, o las teorías sobre el poder, o la organización popular.
            Pero, eso no ha impedido que María Gabriela se mantenga bajo la luz de la atención pública. Pues, ha aprovechado su posición familiar para proyectarse como nueva diva del entretenimiento. Antes y después de la muerte de Chávez, sus noviazgos con cantantes y actores han llegado a los titulares de la farándula y los programas de cotilleo. Se ha hecho cirugías plásticas para proyectar esa imagen, y si bien aun no tiene el dominio de la imagen en los medios de comunicación (un don carismático que su padre explotó por catorce años), es evidente su deseo de perfilarse por esa senda.
            María Gabriela Chávez se está convirtiendo en un ejemplo de aquello que el crítico  norteamericano Daniel Boorstin llamó una “persona que es famosa por ser famosa”. En su clásico libro The Image (La imagen), Boorstin (en anticipación de autores como Jean Baudrillard y Umberto Eco) analizó la forma en que ha proliferado la industria de la simulación en la sociedad consumista. La sociedad consumista convierte casi todos los aspectos de la vida en mercancía, y para ello, acude continuamente a la simulación de eventos, a fin de mercadearlos.
            A juicio de Boorstin, la simulación se extiende a las personas. Antaño, las figuras que acaparaban la atención eran los verdaderos héroes, personajes que destacaban por alguna virtud o hazaña. Pero, en esta edad de la simulación, los personajes que acaparan la atención son las celebridades cuyas vidas son mercadeables según las exigencias del mercado. Estos personajes no han creado fama por sus talentos. Al contrario, en palabras de Boorstin, son “famosos por ser famosos”. Basta con ser hijo de un personaje que sí ha cobrado notoriedad por méritos propios, para que este fulano adquiera atención pública, y la cultive frente a las masas. La celebridad, entonces, se convierte en una mercancía de consumo masivo. El público empieza a desear ver sus fotos en fiestas, conocer detalles de su vida privada, e incluso, en los niveles más avanzados de alienación, algunas personas llegan a considerarlos sus amigos personales, aun sin jamás haberlos conocido personalmente.
            Eso explica el atractivo mediático de personajes como Kim Kardashian o Paris Hilton. ¿Cuáles son sus méritos? La respuesta es obvia: ninguno. Pero, son famosos por ser famosos. Su fama gira en torno a una imagen construida en una gigantesca simulación, sin sustancia real.
            María Gabriela Chávez se está convirtiendo en la Kim Kardashian criolla (aunque, en mi personalísima opinión, la Kardashian es más glamorosa y muchísimo más bella que la hija del Comandante; con todo, las cirugías sí la han favorecido mucho). Su vida empieza a girar en torno a viajes a conciertos en el extranjero, aventuras en restaurantes de Caracas, cotilleo con las amigas. Si sigue por esa ruta, podemos aventurarnos a predecir que en algunos años será la protagonista de un reality show (aunque, en realidad, para llegar a eso, seguramente primero tendría que lanzar un video sexual "accidentalmente" grabado).
            Lo más escandaloso de todo, no obstante, es la coyuntura política en que ha prosperado la imagen de María Gabriela. Paris Hilton es hija de un multimillonario, y Kim Kardashian fue hija de un abogado elitista. Sus respectivos padres nunca pretendieron criticar la sociedad de consumo; estaban plenamente conscientes de que su acomodada posición social se debe precisamente a la sociedad consumista. No creo que Kim y Paris tengan el nivel de reflexión crítica como para comprender esto, pero al menos su fama se ha construido sobre un sistema que conserva un mínimo de coherencia.
            María Gabriela, en cambio, ha construido su fama como hija de un líder político que continuamente pretendió criticar la sociedad de consumo, y arremetió contra la industria de la simulación. Es obvio que aquello no fue más que retórica pomposa, pues el chavismo ha construido su propia simulación, y adelanta una sociedad del consumo e introduce en la farándula a sus figuras. Hoy, María Gabriela se convierte en imagen glamour del marketing político del chavismo. Por supuesto, el chavismo no se atreve aún a introducir una sección de farándula en sus noticieros de VTV, pero tampoco hace un llamado de atención a las divas bolivarianas, a fin de que moderen su vida como celebridades del espectáculo.
            Con todo, el chavismo sí está tomando pasos más osados hacia el cultivo de la cultura de las celebridades. En sus catorce años de gobierno, rara vez Chávez se valió de celebridades pop para mercadear su revolución. No obstante, en la campaña electoral de 2012, acudió como nunca antes lo había hecho, al endoso de celebridades. Winston Vallenilla, un animador televisivo escandalosamente superficial, y tradicional promotor de la sociedad de consumo en sus programas de televisión, repentinamente ofreció sus músculos y su cara bonita para mercadear el socialismo del siglo XXI. Omar Enrique, un merenguero radicado en Miami cuyo objetivo siempre fue batir récords de venta de sus discos, ahora vendía su voz para cantar odas al Comandante y la revolución.
 
Estos fenómenos son bastante común en la política norteamericana, pues de nuevo, como es de esperar, en una sociedad consumista y fascinada con el espectáculo y la simulación, el endoso de una celebridad vanidosa potencia a un candidato muchísimo más que el programa ideológico del candidato en cuestión. Pero, de nuevo, la trágica ironía del mercadeo del chavismo es que buena parte del mensaje de Chávez era que, precisamente, el mero concepto de mercadeo debe desaparecer. En realidad, nada ha cambiado. El lobo puede disfrazarse de oveja, pero seguirá siendo lobo. Por mi parte, yo prefiero al lobo que se muestra como realmente es. Por eso prefiero a Kim que a Gaby. Shame on you, Maria Gabriela!

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