Recientemente María Gabriela Chávez, la hija del difunto
Hugo Chávez, fue a un restaurante en Caracas, y recibió abucheos y cacerolazos.
En su cuenta de Twitter, narra la experiencia. La forma en que lo hace es muy
afín al prototipo de la valley girl norteamericana,
las chicas californianas de clase alta que destacan por su desenfrenado
consumismo, su escandalosa vanidad, y su pobrísimo nivel de inteligencia. Sus
tweets así la delatan: “Amigas, nos cacerolearon y nos fuimos d @CocoThaiRest ?
Ta bien!Y no m comía el rico pie d limón? Jajajaja… Dos bobas dijeron algo en
el baño y la gerencia del rest las sacó! Jajaja. Yo la pasé genial. Besos”.
Desde
hacía años, se comentaba que María Gabriela podría perfilarse como la sucesora política
de Chávez, pues según las apariencias, era la favorita emocional del Comandante.
No superó la prueba del tiempo. Es obvio que ella carece las dotes de liderazgo
de su padre. No pareció estar muy preocupada por la geopolítica, o las teorías
sobre el poder, o la organización popular.
Pero,
eso no ha impedido que María Gabriela se mantenga bajo la luz de la atención
pública. Pues, ha aprovechado su posición familiar para proyectarse como nueva
diva del entretenimiento. Antes y después de la muerte de Chávez, sus noviazgos
con cantantes y actores han llegado a los titulares de la farándula y los
programas de cotilleo. Se ha hecho cirugías plásticas para proyectar esa
imagen, y si bien aun no tiene el dominio de la imagen en los medios de
comunicación (un don carismático que su padre explotó por catorce años), es
evidente su deseo de perfilarse por esa senda.
María
Gabriela Chávez se está convirtiendo en un ejemplo de aquello que el crítico norteamericano Daniel Boorstin llamó una “persona
que es famosa por ser famosa”. En su clásico libro The Image (La imagen), Boorstin (en anticipación de autores como
Jean Baudrillard y Umberto Eco) analizó la forma en que ha proliferado la
industria de la simulación en la sociedad consumista. La sociedad consumista
convierte casi todos los aspectos de la vida en mercancía, y para ello, acude
continuamente a la simulación de eventos, a fin de mercadearlos.
A juicio
de Boorstin, la simulación se extiende a las personas. Antaño, las figuras que
acaparaban la atención eran los verdaderos héroes, personajes que destacaban
por alguna virtud o hazaña. Pero, en esta edad de la simulación, los personajes
que acaparan la atención son las celebridades cuyas vidas son mercadeables
según las exigencias del mercado. Estos personajes no han creado fama por sus
talentos. Al contrario, en palabras de Boorstin, son “famosos por ser famosos”.
Basta con ser hijo de un personaje que sí ha cobrado notoriedad por méritos
propios, para que este fulano adquiera atención pública, y la cultive frente a
las masas. La celebridad, entonces, se convierte en una mercancía de consumo
masivo. El público empieza a desear ver sus fotos en fiestas, conocer detalles
de su vida privada, e incluso, en los niveles más avanzados de alienación,
algunas personas llegan a considerarlos sus amigos personales, aun sin jamás
haberlos conocido personalmente.
Eso
explica el atractivo mediático de personajes como Kim Kardashian o Paris
Hilton. ¿Cuáles son sus méritos? La respuesta es obvia: ninguno. Pero, son famosos
por ser famosos. Su fama gira en torno a una imagen construida en una
gigantesca simulación, sin sustancia real.
María
Gabriela Chávez se está convirtiendo en la Kim Kardashian criolla (aunque, en
mi personalísima opinión, la Kardashian es más glamorosa y muchísimo más bella
que la hija del Comandante; con todo, las cirugías sí la han favorecido mucho). Su vida empieza a girar en torno a viajes a
conciertos en el extranjero, aventuras en restaurantes de Caracas, cotilleo con
las amigas. Si sigue por esa ruta, podemos aventurarnos a predecir que en
algunos años será la protagonista de un reality
show (aunque, en realidad, para llegar a eso, seguramente primero tendría que lanzar un video sexual "accidentalmente" grabado).
Lo más
escandaloso de todo, no obstante, es la coyuntura política en que ha prosperado
la imagen de María Gabriela. Paris Hilton es hija de un multimillonario, y Kim
Kardashian fue hija de un abogado elitista. Sus respectivos padres nunca
pretendieron criticar la sociedad de consumo; estaban plenamente conscientes de
que su acomodada posición social se debe precisamente a la sociedad consumista.
No creo que Kim y Paris tengan el nivel de reflexión crítica como para
comprender esto, pero al menos su fama se ha construido sobre un sistema que
conserva un mínimo de coherencia.
María
Gabriela, en cambio, ha construido su fama como hija de un líder político que
continuamente pretendió criticar la sociedad de consumo, y arremetió contra la
industria de la simulación. Es obvio que aquello no fue más que retórica
pomposa, pues el chavismo ha construido su propia simulación, y adelanta una
sociedad del consumo e introduce en la farándula a sus figuras. Hoy, María
Gabriela se convierte en imagen glamour del
marketing político del chavismo. Por supuesto, el chavismo no se atreve aún a
introducir una sección de farándula en sus noticieros de VTV, pero tampoco hace
un llamado de atención a las divas bolivarianas, a fin de que moderen su vida como
celebridades del espectáculo.
Con
todo, el chavismo sí está tomando pasos más osados hacia el cultivo de la
cultura de las celebridades. En sus catorce años de gobierno, rara vez Chávez
se valió de celebridades pop para
mercadear su revolución. No obstante, en la campaña electoral de 2012, acudió
como nunca antes lo había hecho, al endoso de celebridades. Winston Vallenilla,
un animador televisivo escandalosamente superficial, y tradicional promotor de
la sociedad de consumo en sus programas de televisión, repentinamente ofreció
sus músculos y su cara bonita para mercadear el socialismo del siglo XXI. Omar
Enrique, un merenguero radicado en Miami cuyo objetivo siempre fue batir
récords de venta de sus discos, ahora vendía su voz para cantar odas al
Comandante y la revolución.
Estos fenómenos son
bastante común en la política norteamericana, pues de nuevo, como es de
esperar, en una sociedad consumista y fascinada con el espectáculo y la
simulación, el endoso de una celebridad vanidosa potencia a un candidato
muchísimo más que el programa ideológico del candidato en cuestión. Pero, de
nuevo, la trágica ironía del mercadeo del chavismo es que buena parte del
mensaje de Chávez era que, precisamente, el mero concepto de mercadeo debe
desaparecer. En realidad, nada ha cambiado. El lobo puede disfrazarse de oveja,
pero seguirá siendo lobo. Por mi parte, yo prefiero al lobo que se muestra como
realmente es. Por eso prefiero a Kim que a Gaby. Shame on you, Maria Gabriela!
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