Opino que Roberto Weil ha superado al maestro Pedro León Zapata en talento y agudeza en comentarios políticos en el arte de la caricatura. No me gustó que, en alguna ocasión, Weil sugirió que si los chavistas le ofrecían suficiente dinero, el podría pasarse de bando y poner su pluma al servicio del socialismo del siglo XXI. Pero, supongo que todos en algún momento hemos rendido culto a Mammón, y no estoy libre de pecados como para atreverme a lanzar la primera piedra contra Weil.
Recientemente,
Weil publicó esta elocuente caricatura. En un debate (para el cual, valga
agregar, Maduro cobardemente ha declinado la invitación de Capriles), Maduro
defiende los valores de Corea del Norte, Capriles defiende los valores de Corea
del Sur.
Hay, por
supuesto, mucha exageración en todo esto. Comparar a la Venezuela de Chávez con
la Corea de Kim Il Sung es un despropósito. Antes de atreverse a establecer
comparaciones de este tipo, es necesario documentarse mejor sobre la dantesca
situación que se vive en Corea del Norte. En Venezuela no hay campos de
concentración con niños esclavizados. En Venezuela no hay impedimentos formales
para que un ciudadano común viaje de una región a otra. En Venezuela no ha
habido hambrunas. En Venezuela no hay un gasto brutalmente desproporcionado del
presupuesto nacional en armamento nuclear. En Venezuela no hay el aislamiento
internacional tan atroz que promueve la brutal filosofía norcoreana juche.
Pero,
con todo, sigue siendo motivo de vergüenza que ni Chávez ni Maduro hubieran
condenado las terribles condiciones de opresión en Corea del Norte, o ni
siquiera hayan protestado por las pruebas subterráneas de armamento nuclear
emprendidas por ese país.
Quizás pueda
haber algún paralelismo entre el culto a la personalidad de Kim Il Sung, y el
creciente culto a la personalidad de Hugo Chávez, especialmente tras su muerte,
y el uso tan rastrero que Maduro hace de eso para lanzar su campaña electoral. Pero,
nuevamente, un examen más detallado del asunto, obliga a admitir que el culto a
Kim Il Sung es muchísimo más atroz que la apenas naciente religión civil
bolivariana-chavista. Hasta ahora, por ejemplo, nadie cree que Hugo Chávez tuvo
el poder para controlar el clima, cuestión que los norcoreanos sí llegaron a
creer de Kim Il Sung.
Pero,
deseo dirigir la atención a un aspecto del sistema norcoreano que sí está
cobrando fuerza en la ideología chavista. Se trata del sistema songbun. Cuando Kim Il Sung asumió el
poder, estableció un sistema de castas tripartito. Aquellos campesinos que
lucharon junto a él contra los japoneses y contra los surcoreanos, fueron
agrupados en una casta superior. Aquellos que habían sido terratenientes, o
profesaban el cristianismo, o eran sospechosos de haber tenido vínculos o
simpatías con los japoneses o surcoreanos, fueron agrupados en la casta
inferior. Una casta intermedia estaba compuesta por aquellos individuos de
reputación dudosa.
Desde
entonces, el gobierno lleva un registro detallado de la casta de pertenencia de
cada ciudadano norcoreano. Su casta determinará su lugar en la sociedad, y a
cuáles beneficios tendrá acceso. Pyonyang está habitada casi en su totalidad
por miembros de la casta superior, quienes tienen acceso a las mejores viviendas,
hospitales y educación, y ocupan las posiciones burocráticas en el inmenso
aparato estatal norcoreano. La casta inferior está condenada a vivir en el
campo en condiciones patéticas, y los infames campos de concentración están casi
en su totalidad compuestos por miembros de esa casta.
Estos
grupos sociales son ‘castas’, y no ‘clases’ sociales. Los sociólogos nos
recuerdan que las ‘castas’ son grupos con estatus adscrito, a saber, una
persona nace en una casta, y no tiene posibilidad de salir de ella, a
diferencia de la clase social. En Corea del Norte, el sistema songbun postula que, dependiendo de
quiénes fueron los ancestros de una persona, esa persona recibirá una ubicación
específica en el sistema social. Así, si el abuelo de un joven fue simpatizante
de los japoneses hace más de seis décadas, ese joven hoy está condenado a ser un
campesino en condiciones paupérrimas, excluido de los escasos beneficios que
puede ofrecer el Estado norcoreano. Y, persiste en Corea del Norte una ley de
castigo a tres generaciones: no sólo el criminal (en realidad, muchos son meros
disidentes políticos) es castigado, sino también sus descendientes por tres
generaciones. Eso explica por qué hay niños en los campos de concentración.
Este sistema
de exclusión tiene alguna resonancia con la Venezuela que construyó Chávez. Pero,
al menos Chávez trató de mantener un principio de responsabilidad individual en
esta exclusión. La infame lista Tascón sólo castigó a la persona que firmó;
nunca se pretendió excluir a los familiares de quienes firmaron. Y, en honor a
la verdad, Chávez rara vez juzgó o criticó a sus adversarios por su procedencia
familiar.
Pero,
los seguidores de Chávez sí tienen más inclinación a culpar a alguien por lo
que un familiar haya hecho. Leopoldo López es acusado por los supuestos casos
de corrupción de su madre, en los cuales él nunca tuvo nada que ver. Y, esto se
está intensificando con Maduro. Su principal ataque ad hominem contra Capriles es que tiene apellido extranjero
aristócrata, y según parece, los descendientes de aquellos que tuvieron
propiedades, no pueden participar en funciones gubernamentales. Es una versión criolla
y light del songbun norcoreano.
Corea
del Norte es, como lo fueron casi todos los sistemas comunistas del siglo XX,
un país impregnado de ideología colectivista. El individuo no tiene valor. Y,
así, los méritos individuales no cuentan. Una persona es juzgada no por lo que
ella haya hecho, sino por lo que su grupo familiar hizo. En Corea del Sur, en
cambio, el individualismo tiene mucha más aceptación. Se aceptan los méritos
individuales, independientemente del grupo familiar. Y, existe la idea de que
el individuo cuenta con un mínimo de libertades que no pueden ser violentadas
bajo la excusa de favorecer al colectivo.
Esta
diferencia fundamental no sólo se refleja entre las dos Coreas, sino en los
proyectos de Maduro y Capriles. El primero, mucho más avocado al ideal
colectivista que presta poca atención a los méritos individuales y está
dispuesto a sacrificar libertades para complacer al colectivo; el segundo, más
avocado al ideal individualista de la tradición liberal, que busca respetar las
libertades elementales, y que estima que, en el respeto de esas libertades, la
armonía natural de intereses contribuirá al interés colectivo.
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