‘Desnalgue’
es la palabra criolla que habitualmente se emplea, de forma ofensiva, para
referirse a una orgía pública. Recientemente, hubo un espectáculo de ese tipo a
las orillas del islote de Los Juanes, en Venezuela. Un hombre copuló (en
realidad, no parecía estar erecto) con una mujer frente a una audiencia
frenética. Miembros de la audiencia grabaron un video del espectáculo, el video
fue difundido, y ahora la Guardia Nacional
busca a los partícipes para imputarlos.
Ciertamente,
esta conducta está tipificada como un delito en el Código Penal venezolano
vigente. Pero, invita a una reflexión crítica. El liberalismo, la postura
filosófica desde la cual escribo, es crítico de los llamados “crímenes sin
víctima”. El Estado sólo debe intervenir con su coerción si los derechos de
alguien han sido vulnerados; en otras palabras, una acción es criminal sólo si
hay víctimas. Actos entre adultos que dan consentimiento no deberían ser
prohibidos. Es por ello que los liberales nos oponemos a las leyes contra la
homosexualidad, la prostitución o el tráfico de drogas. Cabe acá el célebre
principio de John Stuart Mill: sólo deben prohibirse aquellas acciones que
perjudiquen a los demás.
En
el ‘desnalgue’ en cuestión, los copulantes dieron su consentimiento, y la
audiencia estaba fascinada (de hecho, alentaron a los protagonistas). Pero,
ocurrió en un espacio público, y quizás hubo alguien que no deseó ver ese
espectáculo; en ese caso, su derecho a no presenciar este tipo de espectáculos
ha sido vulnerado. Con todo, precisamente el hecho de que ocurrió en un islote
alejado de las costas, es elemento de peso para suponer que, quien acude a ese
lugar tan remoto (ni siquiera tiene tierra firme), sabe qué esperar. Michel
Foucault, por ejemplo, se retiraba al desierto de Nevada a orgías a cielo
abierto. El desierto es técnicamente un lugar público, pero precisamente, el
hecho de que sea tan remoto, hace plausible pensar que, quien acude, sabe qué
esperar.
Algunos alegan que, en Los Juanes,
hubo niños que presenciaron el espectáculo (no son visibles en el video). En
ese caso, John Stuart Mill habría dado justificación para intervenir, pues los
niños no tienen capacidad para elegir ver ese espectáculo, y supuestamente, el
observar escenas de sexo tiene un efecto perjudicial sobre los niños. Pero, con
todo, quisiera retar esta concepción: algunos sexólogos (la minoría, en
realidad), sostienen que la observación de escenas de sexo sin violencia y dominación (eso excluye a buena parte de la
pornografía) no es necesariamente perjudicial. En muchas sociedades tribales
hay sexo frente a los niños, y no se evidencia un daño psicológico. Y, además,
es común que, en las visitas a los zoológicos, veamos a chimpancés copular, y
de nuevo, ningún niño ha sufrido daños psicológicos por contemplar estas
escenas. ¿Por qué sí ha de causar daño contemplar una escena de copulación
entre miembros de una especie que apenas tiene dos por ciento de divergencia
genética con los chimpancés? Yo, como medida de cautela, no practico el sexo
frente a mi hija pequeña, pero me parece que es un tema abierto a debate.
El sexo en público siempre ha
generado angustias intelectuales. Pues, si bien pocos están dispuestos a
admitir su moralidad, al mismo tiempo pocos saben precisar dónde está exactamente
el daño. Y, esto es especialmente latente en la izquierda.
A inicios del siglo XX, la autora
soviética Alexandra Kollontai defendió la idea de que el pudor ante el sexo
debe ser sobrepuesto por la revolución. La moral burguesa, heredera de los tiempos
victorianos, es mojigata e hipócrita. Una sexualidad verdaderamente libre
debería ser tan natural como tomarse un vaso de agua (en realidad Kollontai no
empleó estas palabras exactas, pero con frecuencia se le atribuyen). De esa
manera, así como no nos escandalizamos por ver en la calla a alguien tomar un
vaso de agua, tampoco deberíamos escandalizarnos por ver en un parque público a
una pareja copular. Kollontai, presumo, no estaría de acuerdo en que los
muchachos de Los Juanes deben ser detenidos.
Así pues, especialmente durante la
década de los veinte del siglo XX, buena parte de la izquierda promovió una
liberación sexual que llegó a materializarse en promiscuidad y desnudez
pública. Se asumía que el capitalismo estaba podrido por una hipócrita moral
burguesa, y que la verdadera liberación tendría que ser acompañada por la
sexualidad sin complejos.
Pero entonces, algunas décadas
después, ocurrió algo inesperado. Los mismos países capitalistas se impregnaron
de esta liberación sexual. Surgieron comunas de hippies en el seno de los
EE.UU. que practicaban el amor libre, la desnudez pública, etc. Parecía que el
sueño de Kollontai se cumpliría. Frente a esto, desde la misma izquierda se dio
un nuevo giro. Hebert Marcuse, un gurú de la llamada ‘nueva izquierda’, sostuvo
la hipótesis de que en el capitalismo ocurre una “resublimación represiva”. A
juicio de Marcuse, la supuesta liberación sexual en el seno de los países
capitalistas no es tal. En realidad, es una forma de seguir manteniendo control
y represión sobre las masas, dando la apariencia de libertad.
Marcuse postulaba que, mediante la
masificación de imágenes sexuales, el capitalismo despoja de erotismo al acto
sexual, pues lo convierte en una mercancía más. Y, de esa forma, la promoción
del sexo sigue siendo una estrategia de control. Pues, sirve de anzuelo: las
masas creen que asisten a una liberación, pero en realidad, muerden la carnada
y quedan atrapados en un aparato de control que, al mercantilizar la
sexualidad, sigue reprimiendo el potencial erótico de la especie humana. Presumo
que Marcuse opinaría que el ‘desnalgue’ de Los Juanes es en realidad una
operación encubierta del capitalismo para seguir oprimiendo a los trabajadores.
La hipótesis de Marcuse
ciertamente es ingeniosa y considerable, pero como suele ocurrir con los
postulados de la izquierda, tiene un tufo de teoría de la conspiración. Marcuse
pareciera postular que unos genios malvados han cínicamente diseñado la
supuesta liberación sexual, para oprimir aún más. Y, además, bajo la hipótesis
de Marcuse, los muchachos de Los Juanes no practican el sexo sin complejos,
sino que en realidad son reprimidos.
Creo que un poco de sentido común
sería más bienvenido acá. No podemos llamar ‘represión’ a una fiesta donde
todos disfrutan y hacen lo que sencillamente el resto de la gente no se atreve
a hacer. Podemos discutir si las acciones de Los Juanes son o no inmorales,
pero decir que ese espectáculo es represivo resulta demasiado extraño.
Mucho más que Kollontai o Marcuse,
me parece que la mejor aproximación intelectual al espectáculo de Los Juanes
procedería del sociólogo Norbert Elias. A Elias le interesaba cómo se construye
una civilización. Y, así, exploró aquello que él llamó el ‘proceso
civilizatorio’, a saber, el conjunto de instituciones necesarias para que un
colectivo humano alcance niveles óptimos de prosperidad, seguridad, etc. Presumo
que Elias estaría de acuerdo en que, psicológicamente, es cuestionable que el
contemplar una escena de sexo público sea perjudicial, incluso para los niños. Pero,
Elias considera que, sociológicamente,
sí es problemático. Pues, para vivir aptamente en sociedad, debemos renunciar a
algunos instintos en la esfera pública. La civilización en buena medida se
construye separando la esfera pública de la privada, y eso implica que muchos
gestos y funciones fisiológicas deben ser relegadas a lo privado, como cortesía a los demás.
Elias dedicó especial atención a
los modales en la mesa. ¿Es inmoral sacarse los mocos mientras se come, o
limpiarse los dientes con un cuchillo al terminar de cenar? Estrictamente no,
pero el decoro sugeriría que estos actos deben hacerse en privado. Es una forma
de manifestar cortesía a los demás, y con eso, cimentar los lazos interpersonales
que constituyen la sociedad.
Presumo que Elias sostendría que
los muchachos de Los Juanes han violado las más elementales normas de la cortesía.
No sé si Elias opinaría que el Estado deba castigar a quienes violen estas
normas (ciertamente estaríamos en un Estado totalitario si la policía apresa a
quien eructe en la mesa), pero al menos, una sanción moral sí merecen. Y, en mi
caso, optaría por balancear la necesidad del proceso civilizatorio de Norbert
Elias, con el principio del perjuicio, según John Stuart Mill: no
creo que deban existir leyes que prohíban actos sexuales públicos en lugares
remotos, pero creo que en el ámbito de la moral, son cuestionables.
Hola Gabriel, primera vez que leo un post de este blog, me gusta tu forma de redacción y tu opinión tan autentica. Me encantaría que me hablaras de Nietszche desde tu perspectiva pues estoy obsesionada con leerme cada una de sus obras y leer por acá que no te gusta, me hace querer curiosear y conocer tu opinión al respecto.
ResponderEliminarHola, no he escrito gran cosa sobre Nietzsche. No es un autor por el cual tenga simpatía. Me parece que no escribe con claridad, y no tiene mucha contemplación por la lógica y el pensamiento crítico y analítico. Acá te envío un link de un programa de TV que una vez hicimos sobre Nietzsche. Fue el primer programa que hicimos, y quedé muy mal, entre otras cosas, porque yo apenas estaba empezando como presentador de TV, y estaba nervioso frente a las cámaras: http://www.youtube.com/watch?v=TgFvxY0Hqt4
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