martes, 23 de abril de 2013

Chávez y Mao son dioses, sus ministros son demonios



            Hugo Chávez murió un 5 de marzo, una fecha que coincide con la muerte de Stalin. La oposición a Chávez inmediatamente sacó a relucir esta curiosa coincidencia (como si el hecho de morir la misma fecha propiciara una extraña relación mística entre ambos personajes). Los seguidores de Chávez, por otra parte, parecieron estar más avergonzados por esta coincidencia (es de suponer que, si Chávez hubiese muerto en 17 de diciembre, los chavistas habrían saltado a decir que murió la misma fecha de la muerte de Bolívar, como hicieron los seguidores de Juan Vicente Gómez). Al chavismo, como a muchos movimientos comunistas y socialistas de América Latina, Stalin le genera vergüenza. Y, por supuesto, no es para menos: el ‘tío Stalin’ marcó hito como uno de los más brutales dictadores totalitarios de la historia.
 


            Pero, curiosamente, el chavismo no siente vergüenza por otro brutal dictador comunista del siglo XX, Mao Zedong. Chávez hizo varios viajes a China, y en cada uno de ellos, exaltó el legado del líder chino. Si bien Chávez era muy camaleónico en su admiración por figuras históricas, todo parece indicar que su admiración por Mao sí fue genuina. En Venezuela, la figura de Mao empezó a ser exaltada, y por varios años, se adelantó como modelo de inspiración revolucionaria.
            Nada de esto sorprende, pues en efecto, Mao fue un líder que derrochaba carisma. Su heroica ‘Larga Marcha’ de 1935 inspiró a la organización de las fuerzas comunistas para que, una década después, tras la expulsión de los japoneses, vencieran a las fuerzas del nacionalista Chaing Kai Shek.
            Pero, como suele ocurrir con muchos revolucionarios, es más fácil tumbar un gobierno, que gobernar correctamente. Una vez en el poder, Mao demostró su faceta más repugnante. Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil china, lanzó aquello que él llamó el ‘Gran Salto Adelante’ en 1958, un proyecto económico que aspiraba a la producción masiva de acero y comida. En poco tiempo, el proyecto de planificación centralizada se convirtió en un estrepitoso fracaso. Los recursos del Estado intensamente se orientaron a estas actividades, y se produjo excedente de piezas de acero en fábricas caseras defectuosas. En buena medida debido al hecho de que el Estado no conocía bien las necesidades reales (a juicio de Ludwig Von Mises, el mercado es el medio más eficiente para conocer las necesidades), la producción de acero se convirtió en un masivo desperdicio.
            La producción alimentaria también fracasó. La colectivización de la tierra y los animales despojó de incentivo a los campesinos. Se emplearon principios pseudocientíficos en la producción (procedentes de teorías soviéticas erradas sobre biología), y los burócratas enviaban falsos reportes, haciendo creer al camarada Mao que la producción estaba por los cielos, cuando en realidad, los campesinos chinos estaban recurriendo al canibalismo. Al final, como resultado del Gran Salto Adelante, hubo una hambruna que mató a veinte millones de personas.
            En vista de esta tragedia, Mao tuvo que retirarse momentáneamente de la política. Pero, enfermo de poder, ideó un plan maestro para regresar. A partir de 1966, lanzó una campaña que vino a llamarse la ‘Revolución Cultural’. Mao exhortó a la conformación de la Guardia Roja, grupos de adolescentes devotamente seguidores de Mao. Estos adolescentes arremeterían violentamente en turbas en contra de aquellos políticos y burócratas que Mao consideraba sus enemigos, y en contra de toda persona sospechosa de ser ‘revisionista’, o de tener vestigios de mentalidad capitalista.
            La Revolución  Cultural sirvió el propósito de Mao: logró desplazar a sus adversarios, y regresó a la escena central del poder. Aquello fue en realidad una masiva violación de derechos humanos. Hoy siguen siendo impactantes las imágenes de personas mayores con sobreros cónicos mirando al suelo, rodeados por adolescentes frenéticos vestidos con el traje emulador de Mao, quienes golpean y lanzan todo tipo de insultos contra sus víctimas. El terror, más que físico (no hubo tantas muertes al compararlo, por ejemplo, con las ejecuciones ordenadas por Robespierre o Stalin), fue psicológico. La humillación pública y la violencia desenfrenada de las hordas de la Guardia Roja con sus banderas y tambores, disuadió a las personas de expresar un mínimo de disidencia.

            El mismo Mao se dio cuenta de que su Revolución Cultural ya se tornaba peligrosa, y para intentar controlar a su Guardia Roja, envió a muchos jóvenes al campo (por supuesto, hubo un alto grado de coerción en esta medida). Hoy, grupos como Sendero Luminoso encuentran inspiración en Mao y su añoranza de la vida agraria. En realidad, el regreso al campo no fue ningún arrebato romántico de Mao: fue una medida cínica y calculada, para intentar controlar a una Guardia Roja que ya empezaba a preocupar a su propio instigador.
            Mao murió en 1976, diez años después del inicio de la Revolución Cultural. Casi de inmediato, sus sucesores pusieron fin a aquella locura. Y, como era de esperar, salieron a la búsqueda de responsables por aquellos horrores. Así, enjuiciaron a cuatro personajes que tuvieron amplia responsabilidad en los abusos de la Revolución Cultural. Uno de esos personajes fue Jiang Qin, la propia esposa de Mao. La llamada ‘pandilla de los cuatro’ fueron condenados en 1981.
            Esta ‘pandilla de los cuatro’ ciertamente fue responsable de las atrocidades que se le atribuía. Pero, en cierto sentido, fueron un chivo expiatorio. Pues, el verdadero artífice de aquella tragedia fue el mismo Mao. Durante su juicio, Jiang Qin enfatizaba que ella no hacía más que obedecer las órdenes de Mao.
            La ‘pandilla de los cuatro’ fue condenada, pero virtualmente nadie se atrevió a tocar a Mao ni con el pétalo de una rosa. Hubo alguna crítica en sesiones del Partido Comunista, pero la memoria de Mao sigue siendo enaltecida en China. Su mirada perenne sigue actualmente en la Plaza de Tinianmén. Líderes como Chávez siguen honrándolo.
            La gran tragedia de toda esta historia es que el pueblo chino adquirió conciencia de lo nefasto que fue la Revolución Cultural, y por ello, no hubo titubeos en condenar a la ‘pandilla de los cuatro’. Pero, el mismo pueblo chino entró en una suerte de disonancia cognitiva, al rehusarse a enfrentar el hecho de que el mayor responsable de aquella catástrofe fue el propio Mao. Sus ministros fueron demonios, pero el camarada Mao era un dios. Y, me parece que la causa de este fenómeno radica en el mismo culto a la personalidad que Mao se encargó de promover masivamente: hábilmente usó el aparato propagandístico del Estado para exaltar su propia imagen. Esto le aseguró que, aun si el pueblo rechazara sus acciones políticas, se conformó tal conexión emocional con su amado líder, que quedó inmune ante el posterior juicio condenatorio de la historia.
 

            Observo que algo similar empieza a ocurrir en la Venezuela post-chavista. Ya en vida de Chávez, se empezaba a formar el cliché de que “al comandante lo tienen engañado”. Mucha gente empezaba a descubrir los escándalos de corrupción, los abusos de los grupos armados, etc., pero había una negativa a creer que el propio Chávez tuviera algo que ver con esto. Sus ministros podrían haber sido demonios, pero Chávez seguía siendo un dios.
            Como Mao, el culto a la personalidad de Chávez ha propiciado que, aun si el pueblo descubre muchos aspectos negativos de su legado, no esté dispuesto a manchar su imagen. Es fácil culpar a este o aquel ministro de fallas que hubo en el gobierno, pero es impensable cuestionar al máximo líder de la Revolución Bolivariana. Fidel Castro tenía la esperanza de que la historia lo absolviera. Pues bien, la experiencia demuestra que, con bastante carisma y la promoción de un culto a la personalidad, un líder puede lograr que la historia lo absuelva, independientemente de los defectos de su legado.
            Lo más patético de todo esto, es que la misma oposición venezolana ha caído presa de esta dinámica. Tras la muerte de Chávez, ya nadie se atreve a cuestionar sus abusos. Si hubo abusos desde 1999, fueron culpa de Maduro, Diosdado o de cualquier otro demonio, pero nunca del dios Chávez. Si, en un futuro habrá juicios contra los abusos de los chavistas, es previsible que, como en China, se juzguen a ‘pandillas de cuatro’, pero la memoria del líder supremo permanezca intacta.

4 comentarios:

  1. Muy buen post me permitirla osadia de publicar el enlace en facebook.

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  2. Excelente artículo. Lo más grave es que se ha creado una falsa dicotomia: si se es de izquierda se es chavista, si no se es chavista entonces no se es de izquierda. Esto es una total falacia. Ser de izquierda no implica ser chavista, más aún, estoy firmemente convencido que los proyectos hegemónicos de Stalin, Mao y el de Chávez, lejos de ser una propuesta socialista no son más que nacionalismos burgueses que a partir de un partido de gobierno buscan (y lo han hecho) implantar una totalidad. El gobierno de Chávez, como lo fueron los de Stalin y Mao, son proyectos cargados de fetichismo a la personalidad y por tanto, corruptos y burocráticos, lo que nada tiene que ver con el socialismo teorizado por Marx.

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    1. Gracias por tu comentario. En efecto, Marx nunca favoreció el culto de personalidad a nadie.

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