Hugo
Chávez murió un 5 de marzo, una fecha que coincide con la muerte de Stalin. La
oposición a Chávez inmediatamente sacó a relucir esta curiosa coincidencia
(como si el hecho de morir la misma fecha propiciara una extraña relación
mística entre ambos personajes). Los seguidores de Chávez, por otra parte,
parecieron estar más avergonzados por esta coincidencia (es de suponer que, si
Chávez hubiese muerto en 17 de diciembre, los chavistas habrían saltado a decir
que murió la misma fecha de la muerte de Bolívar, como hicieron los seguidores
de Juan Vicente Gómez). Al chavismo, como a muchos movimientos comunistas y
socialistas de América Latina, Stalin le genera vergüenza. Y, por supuesto, no
es para menos: el ‘tío Stalin’ marcó hito como uno de los más brutales
dictadores totalitarios de la historia.
Pero,
curiosamente, el chavismo no siente vergüenza por otro brutal dictador
comunista del siglo XX, Mao Zedong. Chávez hizo varios viajes a China, y en
cada uno de ellos, exaltó el legado del líder chino. Si bien Chávez era muy
camaleónico en su admiración por figuras históricas, todo parece indicar que su
admiración por Mao sí fue genuina. En Venezuela, la figura de Mao empezó a ser
exaltada, y por varios años, se adelantó como modelo de inspiración
revolucionaria.
Nada de
esto sorprende, pues en efecto, Mao fue un líder que derrochaba carisma. Su
heroica ‘Larga Marcha’ de 1935 inspiró a la organización de las fuerzas
comunistas para que, una década después, tras la expulsión de los japoneses,
vencieran a las fuerzas del nacionalista Chaing Kai Shek.
Pero,
como suele ocurrir con muchos revolucionarios, es más fácil tumbar un gobierno,
que gobernar correctamente. Una vez en el poder, Mao demostró su faceta más
repugnante. Tras la devastación de la Segunda
Guerra Mundial y la guerra civil china, lanzó aquello que él
llamó el ‘Gran Salto Adelante’ en 1958, un proyecto económico que aspiraba a la
producción masiva de acero y comida. En poco tiempo, el proyecto de planificación
centralizada se convirtió en un estrepitoso fracaso. Los recursos del Estado
intensamente se orientaron a estas actividades, y se produjo excedente de
piezas de acero en fábricas caseras defectuosas. En buena medida debido al
hecho de que el Estado no conocía bien las necesidades reales (a juicio de
Ludwig Von Mises, el mercado es el medio más eficiente para conocer las
necesidades), la producción de acero se convirtió en un masivo desperdicio.
La
producción alimentaria también fracasó. La colectivización de la tierra y los
animales despojó de incentivo a los campesinos. Se emplearon principios
pseudocientíficos en la producción (procedentes de teorías soviéticas erradas
sobre biología), y los burócratas enviaban falsos reportes, haciendo creer al camarada
Mao que la producción estaba por los cielos, cuando en realidad, los campesinos
chinos estaban recurriendo al canibalismo. Al final, como resultado del Gran
Salto Adelante, hubo una hambruna que mató a veinte millones de personas.
En vista
de esta tragedia, Mao tuvo que retirarse momentáneamente de la política. Pero,
enfermo de poder, ideó un plan maestro para regresar. A partir de 1966, lanzó
una campaña que vino a llamarse la ‘Revolución Cultural’. Mao exhortó a la
conformación de la Guardia Roja,
grupos de adolescentes devotamente seguidores de Mao. Estos adolescentes
arremeterían violentamente en turbas en contra de aquellos políticos y
burócratas que Mao consideraba sus enemigos, y en contra de toda persona
sospechosa de ser ‘revisionista’, o de tener vestigios de mentalidad
capitalista.
La Revolución Cultural sirvió el
propósito de Mao: logró desplazar a sus adversarios, y regresó a la escena
central del poder. Aquello fue en realidad una masiva violación de derechos
humanos. Hoy siguen siendo impactantes las imágenes de personas mayores con
sobreros cónicos mirando al suelo, rodeados por adolescentes frenéticos
vestidos con el traje emulador de Mao, quienes golpean y lanzan todo tipo de
insultos contra sus víctimas. El terror, más que físico (no hubo tantas muertes
al compararlo, por ejemplo, con las ejecuciones ordenadas por Robespierre o
Stalin), fue psicológico. La humillación pública y la violencia desenfrenada de
las hordas de la Guardia Roja
con sus banderas y tambores, disuadió a las personas de expresar un mínimo de
disidencia.
El mismo
Mao se dio cuenta de que su Revolución Cultural ya se tornaba peligrosa, y para
intentar controlar a su Guardia Roja, envió a muchos jóvenes al campo (por
supuesto, hubo un alto grado de coerción en esta medida). Hoy, grupos como
Sendero Luminoso encuentran inspiración en Mao y su añoranza de la vida
agraria. En realidad, el regreso al campo no fue ningún arrebato romántico de
Mao: fue una medida cínica y calculada, para intentar controlar a una Guardia Roja
que ya empezaba a preocupar a su propio instigador.
Mao
murió en 1976, diez años después del inicio de la Revolución Cultural.
Casi de inmediato, sus sucesores pusieron fin a aquella locura. Y, como era de
esperar, salieron a la búsqueda de responsables por aquellos horrores. Así,
enjuiciaron a cuatro personajes que tuvieron amplia responsabilidad en los
abusos de la Revolución Cultural.
Uno de esos personajes fue Jiang Qin, la propia esposa de Mao. La llamada
‘pandilla de los cuatro’ fueron condenados en 1981.
Esta
‘pandilla de los cuatro’ ciertamente fue responsable de las atrocidades que se
le atribuía. Pero, en cierto sentido, fueron un chivo expiatorio. Pues, el
verdadero artífice de aquella tragedia fue el mismo Mao. Durante su juicio,
Jiang Qin enfatizaba que ella no hacía más que obedecer las órdenes de Mao.
La
‘pandilla de los cuatro’ fue condenada, pero virtualmente nadie se atrevió a
tocar a Mao ni con el pétalo de una rosa. Hubo alguna crítica en sesiones del
Partido Comunista, pero la memoria de Mao sigue siendo enaltecida en China. Su
mirada perenne sigue actualmente en la
Plaza de Tinianmén. Líderes como Chávez siguen honrándolo.
La gran
tragedia de toda esta historia es que el pueblo chino adquirió conciencia de lo
nefasto que fue la
Revolución Cultural, y por ello, no hubo titubeos en condenar
a la ‘pandilla de los cuatro’. Pero, el mismo pueblo chino entró en una suerte
de disonancia cognitiva, al rehusarse a enfrentar el hecho de que el mayor
responsable de aquella catástrofe fue el propio Mao. Sus ministros fueron
demonios, pero el camarada Mao era un dios. Y, me parece que la causa de este
fenómeno radica en el mismo culto a la personalidad que Mao se encargó de
promover masivamente: hábilmente usó el aparato propagandístico del Estado para
exaltar su propia imagen. Esto le aseguró que, aun si el pueblo rechazara sus
acciones políticas, se conformó tal conexión emocional con su amado líder, que
quedó inmune ante el posterior juicio condenatorio de la historia.
Observo
que algo similar empieza a ocurrir en la Venezuela post-chavista. Ya en vida de Chávez, se
empezaba a formar el cliché de que “al comandante lo tienen engañado”. Mucha
gente empezaba a descubrir los escándalos de corrupción, los abusos de los
grupos armados, etc., pero había una negativa a creer que el propio Chávez
tuviera algo que ver con esto. Sus ministros podrían haber sido demonios, pero
Chávez seguía siendo un dios.
Como
Mao, el culto a la personalidad de Chávez ha propiciado que, aun si el pueblo
descubre muchos aspectos negativos de su legado, no esté dispuesto a manchar su
imagen. Es fácil culpar a este o aquel ministro de fallas que hubo en el
gobierno, pero es impensable cuestionar al máximo líder de la Revolución
Bolivariana. Fidel Castro tenía la esperanza de que la
historia lo absolviera. Pues bien, la experiencia demuestra que, con bastante
carisma y la promoción de un culto a la personalidad, un líder puede lograr que
la historia lo absuelva, independientemente de los defectos de su legado.
Lo más
patético de todo esto, es que la misma oposición venezolana ha caído presa de
esta dinámica. Tras la muerte de Chávez, ya nadie se atreve a cuestionar sus
abusos. Si hubo abusos desde 1999, fueron culpa de Maduro, Diosdado o de
cualquier otro demonio, pero nunca del dios Chávez. Si, en un futuro habrá
juicios contra los abusos de los chavistas, es previsible que, como en China,
se juzguen a ‘pandillas de cuatro’, pero la memoria del líder supremo
permanezca intacta.
Muy buen post me permitirla osadia de publicar el enlace en facebook.
ResponderEliminarSí, claro, adelante...
EliminarExcelente artículo. Lo más grave es que se ha creado una falsa dicotomia: si se es de izquierda se es chavista, si no se es chavista entonces no se es de izquierda. Esto es una total falacia. Ser de izquierda no implica ser chavista, más aún, estoy firmemente convencido que los proyectos hegemónicos de Stalin, Mao y el de Chávez, lejos de ser una propuesta socialista no son más que nacionalismos burgueses que a partir de un partido de gobierno buscan (y lo han hecho) implantar una totalidad. El gobierno de Chávez, como lo fueron los de Stalin y Mao, son proyectos cargados de fetichismo a la personalidad y por tanto, corruptos y burocráticos, lo que nada tiene que ver con el socialismo teorizado por Marx.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. En efecto, Marx nunca favoreció el culto de personalidad a nadie.
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