jueves, 30 de agosto de 2012

En defensa de la 'carga del hombre blanco'


El crítico literario palestino Edward Said fue célebre, entre otras cosas, por hacer una crítica cultural del imperialismo. Allí donde Lenin denunciaba a los poderes imperiales por su explotación económica y política, Said denunciaba el daño psicológico que los imperios imponían sobre sus súbditos. A veces, este daño es explícito, pero en muchas ocasiones, alegaba Said, es muy sutil. Los poderes coloniales produjeron literatura en la cual se presentaba una imagen distorsionada del Oriente, y a juicio de Said, todo esto formaba parte de una estrategia para legitimar el dominio de los poderes occidentales.
Uno de los autores más severamente criticados por Said fue el británico Rudiyard Kipling. Kipling formó parte de la aristocracia colonial británica de la India. En sus obras hay mucho colorido oriental, pero precisamente, Said denuncia que hay una distorsión imperialista. En obras como Kim o El libro de la selva, los indios aparecen como personajes híper-sexualizados, místicos, irracionales, dependientes, etc.
Algunos críticos de Said, como Ibn Warraq, disputan el juicio de Said respecto a Kipling. Pero, en realidad, queda poca duda de que Kipling, quien vivió la época imperial en su apogeo, tuvo inclinaciones hacia la legitimación del imperialismo mediante su obra. De hecho, Kipling es quizás más conocido por ser el autor de un poema explícitamente imperialista, La carga del hombre blanco.
   El poema fue escrito en 1899, un año después de la guerra entre EE.UU. y España. En esa guerra, EE.UU. adquirió posesión de Filipinas, pero los norteamericanos debatían qué hacer en ese territorio. Kipling escribió el poema, en buena medida como una exhortación al presidente norteamericano Teddy Roosevelt, para que colonizara más agresivamente a las Filipinas.
Pero, contrario a las exhortaciones imperiales de épocas pasadas, Kipling invocaba el beneficio de los propios colonizados. Pues, éstos son criaturas “mitad demonios, mitad niños”, que no son capaces de gobernarse a sí mismos, pero con la ayuda del hombre blanco, alcanzarán la civilización. Así, Kipling veía el colonialismo como una suerte de vocación humanitaria. Y, lejos de ser una actividad de explotación para aventajar a los europeos, Kipling entendía más bien el colonialismo como una suerte de ‘carga’ para el hombre blanco, un deber que tenía que cumplirse.
Comprensiblemente, Kipling ha sido vapuleado, especialmente en esta época tan sensible a los daños ocasionados por la experiencia histórica del colonialismo. Kipling es enjuiciado como un poeta ingenuo que, a diferencia de los políticos imperialistas cínicos, sí creía en la nobleza del colonialismo, y que su ingenuidad fue útil a los administradores coloniales hipócritas. Kipling representa la arrogancia imperial europea, obsesionado con imponer la civilización occidental. Fue responsable, además, de haber sublimado el racismo con su poesía, al enaltecer la supuesta superioridad del blanco por encima de la gente de color.
Creo que Kipling y su ideología merecen una defensa parcial frente a estas críticas. Ciertamente Kipling habló de la superioridad del hombre blanco frente a la criatura ‘mitad demonio, mitad niño’, y su selección de términos parece implicar que la superioridad está inscrita en la biología. Y, también es un hecho que el imperio británico (pero, no el francés) divulgó la idea de que, en efecto, las diferencias culturales están inscritas en la biología de los seres humanos.
Pero, el hecho de que no haya razas superiores no implica que no haya culturas superiores. Los ojos azules, la piel blanca o la nariz perfilada no son superiores a los ojos negros, la piel oscura o la nariz chata. Pero, me parece perfectamente aceptable postular que una sociedad con sistema político parlamentario es más deseable que una sociedad con reyes tribales; una sociedad secularizada es preferible que una sociedad impregnada de misticismo; una sociedad con alto desarrollo tecnológico es preferible a una sociedad con tecnología precaria; etc. Así pues, no es posible establecer una jerarquía racial, pero sí es posible establecer una jerarquía civilizacional al comparar el rendimiento y la funcionalidad de distintas sociedades. Esta posibilidad de comparación, de hecho, es la premisa que guía cánones como el ‘Índice de desarrollo humano’ (el cual establece una jerarquización de naciones a partir del bienestar que ofrece a sus ciudadanos), de la ONU. Suponer lo contrario es caer en un relativismo cultural que no permite asegurar que se vive mejor en Noruega que en Burundi. Por supuesto, no puedo aceptar la descripción brutal que Kipling hace, al referirse a los no occidentales como ‘medio demonios, medio niños’, pero sí me parece perfectamente defendible la idea de que, en balance, los pueblos no occidentales tienen un menor nivel de civilización, y que la vida civilizada es preferible a la no civilizada.
Bajo estos parámetros no biológicos, las sociedades europeas sí fueron superiores a las no europeas. Quizás Kipling opinaba que las personas de color tenían un impedimento biológico para alcanzar estos logros civilizacionales. En ese caso, yo no compartiría la opinión de Kipling: me parece que cualquier ser humano tiene la capacidad de asimilar cualquier cultura. Pero, precisamente en función de esa flexibilidad, me parece loable presentar las ventajas que disfrutamos a aquellos que, por distintas razones (ninguna de las cuales es biológica), no gozan de nuestros beneficios. Ellos tendrán la capacidad de asimilar nuestras costumbres, y eventualmente resolver sus problemas.
Precisamente la convicción de que no existe impedimento biológico para asumir una cultura, implica una visión universalista del mundo. Y, así, bajo esta visión, si disfrutamos algo, tenemos la obligación de extender estas ventajas al mundo entero. Es moralmente objetable que yo descubra la vacuna contra SIDA, pero sólo desee vacunar a mi familia, y no busque extender esta vacuna a la humanidad entera. Quien descubra esta vacuna, tendrá la ‘carga’ de llevarla a los demás.
Pues bien, me parece perfectamente loable tratar de extender los logros y ventajas de la civilización occidental al mundo entero, y en esto, el hombre occidental tiene una carga. Y, es éste precisamente el ideal de Kipling. Ciertamente los términos en que los presentó son objetables. Su poesía simplifica en demasía la comparación entre occidentales y no occidentales, al punto de que retrata a los segundos como poco más que bestias que necesitan ser domesticadas por el hombre blanco (por ejemplo, evoca en un verso, “contemplad a la pereza e ignorancia salvaje”). Pero, el núcleo del concepto no es en sí objetable. Plenitud de sociólogos han adelantado la tesis, por ejemplo, de que efectivamente en Europa hubo mayor ética del trabajo que en otras regiones del mundo (ésta fue una de las célebres tesis de Max Weber).
  Uno de los versos exhorta a “llenar la boca del hambre”. De nuevo, el núcleo del concepto es perfectamente aceptable. Si un país ha logrado prosperidad con su cultura, ¿no resulta conveniente que esta cultura sea extendida a pueblos menos privilegiados, precisamente como modo de levantarlos? La evocación a “llenar la boca del hambre” es elocuente: ¿cómo podemos oponernos a que las naciones ricas, por ejemplo, traten de salvar de la hambruna a Etiopía (un país que, vale agregar, fue sólo brevemente colonizado)?
La ideología de Kipling, no obstante, fue empleada con brutal cinismo por los poderes imperiales. Gran Bretaña, Francia, Holanda, España o Portugal no fueron movidos por intenciones humanitarias. No buscaron llenar la boca del hambre a los colonizados, sino más bien extraer recursos para llenar los bolsillos de los colonizadores. En balance, el colonialismo como experiencia histórica ha sido destructivo.
Pero, urge separar a la experiencia histórica del concepto propiamente. Es injusto juzgar al cristianismo por los crímenes de las cruzadas, al marxismo por los crímenes de Stalin, o al liberalismo por los crímenes de Pinochet. Pues bien, es igualmente injusto juzgar a Kipling por el cinismo de los colonialistas. El colonialismo como sistema de explotación es perfectamente objetable. Pero, el concepto de la ‘carga del hombre blanco’ (siempre y cuando no entendamos ‘hombre blanco’ en una dimensión no biológica, sino meramente cultural, es decir, como ‘la persona occidental’) no es propiamente objetable. Pues, existe el deber de universalizar aquellas instituciones que han propiciado la mayor suma de felicidad entre los seres humanos.
La experiencia histórica del colonialismo usó esto como excusa barata para explotar. Es censurable expandir los beneficios civilizacionales por la fuerza. Pero, no debe renunciarse a la idea de que la especie humana conserva una unidad, y que los avances de una civilización no deben quedarse confinados a sus límites, sino que deben ser expandidas universalmente. Lo ideal es que esta expansión se realice por vía de la persuasión pacífica, y no por vía de la imposición forzosa. Pero, de hecho, así ya está ocurriendo. Los médicos sin fronteras, organizaciones de ayuda humanitaria, apoyo a los refugiados, etc., llevan las ventajas de la civilización occidental a aquellos pueblos vulnerables. Quizás haya algún vestigio de colonialismo pernicioso en estos esfuerzos, pero sería sencillamente una insensatez sostener que, el concepto de extender ayuda a los más necesitados, es objetable en sí mismo. Estos cuerpos humanitarios, y no los poderes coloniales de antaño, son los verdaderos herederos de la carga del hombre blanco.

5 comentarios:

  1. El enfoque que aquí comentas me parece más de arriba a abajo (culturas que llegan "como ayuda y mejora" per se, lo cual es peligroso ya que muchas veces no están adaptadas al entorno). Personalmente, prefiero el que cada cultura esté adaptada a su entorno, con un enfoque más "desde la base" (todo ello sin perder de vista derechos humanos básicos que no deben estar sujetos a relativismo cultural), poniendo los medios de que cada una pueda en efecto desarrollarse sin imposiciones ni sesgos (lo cual no ha ocurrido, ya que hay culturas mucho más "invasoras" que otras y que hace que no todas partan de una condición de igualdad, ni mucho menos de equidad, cosa que me parece injusta). La cuestión es que cada persona sea un ciudadano crítico con posibilidad de crear las condiciones más favorables para su "buen vivir" en su entorno, maximizando ese buen vivir con el resto de personas de su entorno. Sin "culturas mejores" que vengan predicando (o imponiendo). Aunque para eso también puede hacer falta cierto apoyo externo, que a veces trata de llevar la "cooperación al desarrollo con enfoque de derechos/capacidades", no tanto la acción humanitaria (que es más para temas de emergencia).

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    1. Hola Sergio, gracias por tu comentario. Según leo, me parece que partes de la premisa de que no hay culturas mejores que otras. Eso, me temo, es una forma de relativismo cultural. También postulas que fundamentalmente todas las culturas tienen la misma capacidad para adaptarse a su entorno. Yo discrepo, creo que hay plenitud de culturas disfuncionales y mal adaptadas; el antropólogo Robert Edgerton las ha documentado extensamente. Como digo en el blog, yo me opongo a la expansión violenta de Occidente (aunque, en ocasiones de intervención humanitaria, sí está justificada), pero no por ello, la idea de la carga del hombre blanco debe ser desechada por completo.

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  2. Y por que no respetar los distintos estadios históricos civilizatorios
    de TODOS los pueblos y culturas en vez de imponerles costumbres
    y creencias que les son completamente extrañas y fuera de su ética
    y moral.El señor Kipling era un pequeño burgués que no tomo conciencia de su cinismo imbecil.

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    2. tienes razón para mi, que el nazismo y el espíritu alemán , fueran borrados de la faz de la tierra ...es una enorme calamidad no histórica si no cultura . nunca un pueblo vivio de tal forma el folk...

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