Supe por primera
vez quién es Dinesh D’Souza cuando yo me preparaba para escribir mi libro El darwinismo y la religión. En aquella época,
estaba muy atento a los debates entre ateos y creyentes, y me encontré que
Dinesh D’Souza debatía a los eminentes ateos Christopher Hitchens y Daniel
Dennett. En aquel momento no quedé impresionado con D’Souza: si bien me parecía
un autor bien educado y sólido, planteaba argumentos inconvincentes a favor de
la existencia de Dios.
Pero, en su defensa
del cristianismo, D’Souza exponía argumentos que me parecían muy interesantes.
Los ateos suelen destacar los efectos dañinos de la experiencia histórica
cristiana, pero D’Souza planteaba el asunto desde su experiencia personal en la
India (su país de origen), y señalaba que, en ese país, la influencia del
cristianismo fue socialmente beneficiosa en muchos aspectos. Por ejemplo, hubo
conversiones masivas de intocables al cristianismo, pues se veían atraídos por
una religión igualitarista, en marcada oposición a la brutal jerarquización del
sistema de castas en la India. Y, añadía D’Souuza, la presencia colonial británica
en la India, en parte motivada por el ideal misionero cristiano, sirvió para
sentar las bases de la modernidad en ese país.
Con argumentos como
éstos, D’Souza me empezó a interesar más. Pues, si bien no acepto la mayor
parte de las doctrinas cristianas, sí estoy dispuesto a reconocer que los
efectos históricos del cristianismo en algunos casos han sido más beneficiosos
que los de otras religiones. En América Latina hay un constante reproche al
colonialismo occidental. Si bien no deseo disimular los innegables crímenes del
colonialismo, mi opinión ha sido que el colonialismo hizo aportes beneficiosos
significativos, y que gracias a la expansión colonialista de los poderes
europeos, muchas naciones del Tercer Mundo se han inscrito en la senda de la
modernidad, para mejorar significativamente sus condiciones de vida.
Pronto descubrí que
D’Souza, antes de haber sido un apologista del cristianismo, había sido un
comentarista político, y había dedicado mucha atención a la historia del
colonialismo. Y, sus análisis coincidían con la escuela de pensadores europeos
que, con Max Weber a la cabeza, han reconocido las ventajas culturales de la
singularidad occidental. El ensayo de D’Souza, “Dos vivas al colonialismo” (acá),
en el cual reivindica parte del legado colonial, me pareció de suma
importancia, pues si bien ha habido plenitud de autores que destacan
exitosamente los aspectos positivos del colonialismo, no lo hacen con la
accesibilidad al lector común, como sí lo hace D’Souza.
Además, también
admiré los escritos de D’Souza sobre el racismo en EE.UU. Desde hace años, yo
he adelantado la opinión de que el liderazgo negro en EE.UU. es destructivo y
perjudicial para el propio pueblo negro norteamericano. Pues bien, D’Souza, a
quien nadie podrá acusar de ser un supremacista blanco (pues, su piel es marrón,
y procede de la India), desmontaba extensamente en The End of Racism, muchos de los mitos sobre los cuales reposa
buena parte del anti-racismo en EE.UU., y sometía a feroz crítica la desviación
de la lucha por los derechos civiles, por parte de la mayoría de los líderes
negros norteamericanos.
Por supuesto, D’Souza
es mucho más conservador de lo que yo estoy dispuesto a ser. Su visión es típicamente
neoliberal (defiende la apertura indiscriminada de mercados), se opone al
aborto, considera inmoral a la homosexualidad, defiende la presencia pública de
la religión, etc. Pero, al menos en sus debates sobre el racismo y el
colonialismo, he tenido simpatías por sus escritos, aunque, no sin
constantemente matizar algunos de sus juicios.
Este año (2012), no
obstante, Dinesh D’Souza se ha embarcado en una aventura intelectual que me resulta
sumamente decepcionante. Ha publicado un libro titulado The Roots of Obama’s Rage, y ha producido un documental titulado 2016: Obama’s America. No he tenido
acceso al libro o a la película, pero he leído artículos complementarios y he
visto entrevistas televisivas, y sé de qué tratan el libro y el documental.
D’Souza se propone
evaluar cómo sería el mundo si Obama gana las elecciones, y su libro y
documental sirven como una suerte de advertencia de que, si Obama en efecto
gana en 2012, para el 2016 el mundo estará en un estado caótico. Indirectamente,
por supuesto, D’Souza sugiere que el mejor remedio es que Mitt Romney resulte
ganador.
El argumento de D’Souza
es el siguiente: Barack Obama es un personaje misterioso; en comparación con
otros presidentes norteamericanos, se sabe poco de su pasado. Hay rumores de
que Obama es en realidad un musulmán, y que no nació en EE.UU. A D’Souza esto
le parece una tontería, pero sí tiene su propia teoría sobre Obama: en
realidad, el presidente norteamericano es un anticolonialista y comunista
escondido, que discretamente está conduciendo a los EE.UU. por el sendero de su
ideología oculta. Obama ha estado sumamente influido por el perfil de su padre,
Barack Obama Senior, un intelectual keniano que estaba firmemente comprometido
con el anticolonialismo (especialmente durante la lucha keniana por la
independencia) y el socialismo. Según D’Souza, Obama quiere cumplir los sueños
de su padre. Y, para ello, tiene un doble propósito: aumentar el poder del
Estado en asuntos domésticos norteamericanos (con eso conduciría a EE.UU. por
la senda del socialismo), y disminuir el poder de EE.UU. en el escenario
internacional (con eso cumpliría su ideal anti-colonialista). A D’Souza, las
intenciones de Obama le parecen sumamente peligrosas, y por eso, exhorta a los
norteamericanos a no votar por él.
Estas tesis me han
hecho perder el respeto por D’Souza. En primer lugar, sus tesis son casi una
teoría de la conspiración: Obama tiene un complot malévolo oculto para destruir
a los EE.UU. discretamente, y en el 2016, habrá logrado su propósito frente a
un pueblo norteamericano incauto. Además, Obama incurre en el hábito
pernicioso, muy propio de los psicoanalistas, de exagerar la influencia de los eventos de la
infancia de un líder, sobre los senderos políticos de una nación: los complejos
de la infancia de Obama hicieron que se identificara intelectualmente con su
padre, y esto conducirá a su país a la ruina.
Obama está muy
lejos de ser el anticolonialista y socialista que D’Souza retrata. No tengo
muchas simpatías por Hugo Chávez, el presidente de mi país (Venezuela), pero
creo que Chávez no se equivoca cuando denuncia que Obama no ha cambiado gran
cosa en EE.UU., y que sus políticas son mera continuidad de los presidentes
anteriores. Un socialista no saldría al rescate de los bancos en medio de una
crisis financiera.
Un anticolonialista
no tardaría tanto tiempo en retirarse de la guerra de Irak, ni intervendría en
la caída de algunos gobiernos árabes. Frente a esto, D’Souza señala que Obama
interviene en Libia, pero no en Siria, porque quiere derrocar a aquellos
dictadores que han encontrado cierta paz con EE.UU., pero quiere dejar intactos
a aquellos que se muestran agresivos con EE.UU., de nuevo, todo con la intención
oculta de debilitar a su propio país. No se le ocurre pensar que la intervención
en Libia, y la falta de intervención en Siria, están asociadas a la riqueza
petrolera en el primero, y la ausencia de petróleo en el segundo.
D’Souza considera
que el anticolonialismo es una ideología perniciosa, y que por ello, Obama debe
ser detenido. Según D’Souza, Obama tiene la expresa intención de debilitar a
los EE.UU., a fin de balancear los poderes en la escena internacional. Yo dudo
de que eso sea así, pero aun en ese caso, ¿por qué ha de ser objetable que
EE.UU. contraiga su poder en las relaciones internacionales? Yo comparto con D’Souza
la idea de que el colonialismo no es el responsable de todos los males del
Tercer Mundo, y que, en balance, la experiencia histórica del colonialismo
muchas veces ha resultado más beneficiosa que perjudicial para los propios países
colonizados, dadas las precarias condiciones en que estos países se encontraban
antes de la llegada de los poderes coloniales.
Pero, eso no justifica la continuidad del
colonialismo en la actualidad. El hecho de que, en balance, el colonialismo
haya sido históricamente una mejora para muchos países, no implica que el
colonialismo sea la mejor respuesta a los males del mundo. El colonialismo fue
una mejora en muchos contextos, pero con todo fue un sistema opresivo. Yo estoy
de acuerdo en que los británicos llevaron grandes adelantos a la India
atrasada, pero eso no implica que los indios no tenían el derecho a la
autodeterminación y la independencia, y que el sistema colonial británico debía
llegar a su fin.
D’Souza plantea la
siguiente analogía: si el coach de Los Angeles Lakers tiene la intención oculta
de hacer perder a su equipo para que los otros equipos ganen, ¿cómo será visto
por el resto de la gente? Presumiblemente, los aficionados a otros equipos
estarán contentos con este coach, pues debilitará al mejor equipo de baloncesto
de la liga norteamericana. Pero, los aficionados de los Lakers desearán
expulsar a este coach, pues no está cumpliendo su trabajo, a saber, hacer de
los Lakers el equipo dominante. Pues bien, si Obama quiere hacer de EE.UU., no
el país dominante del mundo, sino uno más entre muchos otros, entonces los
ciudadanos norteamericanos deben buscar la forma de removerlo de su cargo.
Esta analogía me
parece defectuosa y peligrosa. D’Souza piensa en las relaciones internacionales
como un brutal juego de competencia (como efectivamente sí lo es una liga de
baloncesto). Jamás contempla el hecho de que, un balance internacional de
poderes contribuiría más a la paz mundial, y a la larga, los mismos
norteamericanos gozarían de esta paz. El crecimiento unilateral del poder
norteamericano, a expensas de otros poderes en el mundo, conducirá a EE.UU. a más
y más guerras, y el pueblo norteamericano, en vez de beneficiarse por estas
conquistas militares, sufrirá terribles consecuencias económicas y políticas,
pues un Estado en constante guerra tiene a volverse opresivo contra su propia
población.
Los argumentos de D’Souza
en contra de Obama se presentan para ser atractivos sólo a los norteamericanos.
El propio D’Souza parece admitir que al resto del mundo le conviene la supuesta
política anticolonialista de Obama, pues así, EE.UU. perderá su poder, y el
resto de las naciones podrá surgir. Si éste es efectivamente el argumento de D’Souza,
entonces es filosóficamente pobre. Pues, la virtud de un líder se mide, no sólo
por el beneficio que rinda a su nación, sino a la humanidad entera. La labor de
Gandhi no es sólo admirada por los indios, sino también por los mismos británicos
y el mundo en general. Obama será evaluado, no sólo por el beneficio a los
norteamericanos, sino al planeta entero. Esta forma de juzgar es precisamente
lo que exige una conciencia cosmopolita (como la que defiendo).
El principal problema
con D’Souza, me parece, radica en cometer el mismo error que los críticos del
colonialismo: confunde la expansión cultural occidental con el sistema
colonialista de opresión. Los críticos del colonialismo rechazan el
establecimiento de poderes coloniales, y por extensión, rechazan la occidentalización
del mundo. D’Souza avala tanto la occidentalización del mundo, como el
establecimiento de sistemas colonialistas en la economía y la política. Yo, por
mi parte, aplaudo la expansión de los ideales de la civilización occidental,
pero no necesariamente sus prácticas. Y, precisamente, en tanto reconozco que históricamente
ha habido un divorcio entre los ideales y la praxis de la civilización occidental, rechazo la depredación económica
y la opresión política del colonialismo, pero este rechazo lo fundamento en las
mismas ideas políticas surgidas en el seno de la civilización occidental. Por
eso, por ahora seguiré insistiendo en que el colonialismo como experiencia histórica
tuvo muchos aspectos positivos, pero si un líder como Barack Obama, decide
contraer el poder internacional de EE.UU., me veré complacido por ello.
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