No
suelo volver a ver películas que ya he visto en el pasado. Pero, puesto que
recientemente he decidido leer un poco sobre la historia de los antiguos
griegos, y Heródoto en especial, decidí ver nuevamente 300, dirigida por Zack Snyder. Recuerdo haberla visto en el cine
cuando fue estrenada en 2007. En aquella ocasión, no me generó mayor impresión.
La interpreté sencillamente como una más de la enorme lista de películas
hollywoodenses sobre orcos, elfos, y demás; una vulgar película de acción que,
en vez de mostrar a Rambo disparando una ametralladora contra los rusos,
muestra a un antiguo héroe arrojando lanzas contra monstruos.
Ahora que he estado un poco más
interesado en temas de la antigua Grecia, he cambiado mi juicio sobre 300, pero no demasiado. Valoro su estilo
visual. El uso de la violencia extrema en las escenas puede ser moralmente
objetable, pero como bien recordaba Oscar Wilde, lo bueno no siempre coincide
con lo bello, y en el caso de 300,
debo admitir que los chorros de sangre y las decapitaciones generan un efecto
estético significativo.
Valoro también la intención de Snyder,
de tratar de representar los hechos históricos de la batalla de las Termópilas,
aun si el mismo director deja muy claro que no pretende hacer un retrato
realista de aquellos acontecimientos. Heródoto, nuestra fuente sobre aquella
batalla, no fue tampoco ningún paladín de la descripción objetiva de las cosas.
Pero, con todo, seguimos valorando su crónica. Algo similar podemos hacer
respecto a 300.
No obstante, las distorsiones de Snyder
son mucho más preocupantes que las de Heródoto. El llamado “padre de la
historia” pecó muchas veces de ingenuo al dar crédito a todo cuanto escuchaba,
y en función de eso, sus crónicas deben ser asumidas muchas veces con mucha
cautela. Pero, si bien Heródoto tuvo muchos sesgos, no llegó a la distorsión
maliciosa a la que Snyder sí llega.
300
narra la historia de la batalla de las Termópilas, en la guerra entre los
persas y los espartanos, en el año 480 antes de nuestra era. Heródoto era un
griego a todo cabal, y ciertamente mostraba la xenofobia típica de su contexto,
pero nunca buscó presentar una visión tan maniquea de aquella contienda. Para
Heródoto, los persas son el enemigo, pero no son unos monstruos degradados.
Snyder, en cambio, presenta una visión
brutalmente sectaria del conflicto entre occidentales y orientales, con la
posible intención de hacer que resuene en nuestras circunstancias
contemporáneas. En 300, los persas
están a medio camino entre los hombres y las bestias. El primer persa que
aparece en la película, es un embajador de raza negra (es muy dudoso que los
persas tuvieran a gente negra como embajadores). De antemano, ya con eso se
intenta generar una barrera entre los espartanos blancos y los persas negros.
Luego, aparece Jerjes (el rey persa), como una drag queen, que disfruta de los típicos harenes orientales. A mi
juicio, autores como Edward Said fueron muy injustos en sus críticas a los
orientalistas europeos de los siglos XIX y XX, pero con toda seguridad, en 300 aparecen los típicos prejuicios
sobre Oriente que Said denunció a lo largo de su carrera.
Esa imagen distorsionada de los persas
es contrastada con la nobleza de los espartanos. Allí donde Jerjes es cobarde
(nunca participa en las batallas), afeminado y promiscuo, Leónidas (el rey
espartano) es muy varonil, aguerrido, y muy fiel a su esposa. 300 parecería querer hacernos creer que
en la antigua Grecia, todos eran meros machos, y que la pederastia no existía.
En la película, continuamente se intenta
contrastar el despotismo oriental con la libertad occidental. Leónidas está al
mando de su legión, pero es sólo un primus
inter pares, y esto le gana la extrema fidelidad de sus soldados; Jerjes,
en cambio, es el típico déspota oriental que exige culto como si se tratase de
un dios.
Ciertamente los griegos tenían esta
idea, y hasta cierto punto, puede defenderse históricamente. Pero, Snyder carga
las tintas en 300. Pues, ni los
espartanos eran tan amantes de la libertad, ni los persas eran tan despóticos.
La ciudad que acaso cultivó más la libertad en el mundo griego, fue Atenas, no Esparta. Los atenienses desarrollaron
la democracia como sistema político, algo que jamás hicieron los espartanos. Y,
en ese sentido, mucho más que la batalla de las Termópilas, el verdadero
símbolo del triunfo de la libertad sobre el despotismo oriental es la batalla
de Maratón, en la cual los atenienses (no
los espartanos), vencieron a los persas diez años antes.
Esparta, además, tiene la infamia de ser
lo más cercano al fascismo en la antigüedad. De sobra es conocido el carácter
tremendamente militarista de aquella sociedad. 300 no esconde esto; más bien, lo celebra. Es, de hecho, una
película con muchas tonalidades fascistas. El film hace del derramamiento de
sangre algo emocionante y sublime. Y, recurrentemente se expresa un mensaje de
eugenesia y darwinismo social no muy distinto del de los nazis: los débiles
deben desaparecer (se elogia la práctica de exponer niños minusválidos).
Incluso, el gran villano de la historia, el traidor Efialtes, es una persona
deformada. En la imaginación de Snyder, claramente los discapacitados no son
gentes en quienes se pueda confiar; mejor salir de ellos en cuanto se pueda.
Por otra parte, Persia no era el bastión
de despotismo que imaginaban los griegos, y que 300 representa con mucha exageración. Ciertamente, los monarcas
persas, a diferencia de los griegos, tenían pretensiones divinas. Y, los persas
no concebían las libertades que los griegos (pero, vale recordar, muchísimo más
los atenienses que los espartanos) sí defendieron. Pero, el esplendor de Grecia
estuvo reservado a los libres, y una de las grandes paradojas de la
civilización griega radica en el hecho de que, por mucho que hablaron de la
libertad, a casi nadie se le ocurrió reprochar la esclavitud. En cambio, la
esclavitud en Persia era prácticamente inexistente.
Además, en el mismo mundo antiguo hubo
pueblos que admiraron a los persas. Algunos libros del Viejo testamento llenan de elogios a Ciro, el emperador persa que
permitió a los judíos regresar a su patria tras el exilio babilónico y quien,
aparentemente, practicó la tolerancia religiosa y facilitó el desarrollo de los
pueblos de su imperio. En el siglo IV antes de nuestra era, esa admiración
también se vio reflejada en la Ciropedia,
un texto halagador del emperador persa, escrito por el griego Jenofonte. El
mismo Heródoto parecía simpatizar con algunos aspectos de la civilización
persa.
Por supuesto, no debemos perder de vista
que, en la batalla de las Termópilas, los persas eran los imperialistas
invasores. Pero, no debemos cometer el error izquierdista de suponer que los
invadidos son siempre buenos en todo, y los invasores imperialistas son siempre
malos en todo. En nuestra época moderna, podemos reprochar muchas cosas al
imperialismo francés, británico, o español, pero sería una insensatez negar sus
contribuciones positivas al avance civilizatorio en Asia, África y América. Lo
mismo, me parece, aplica a los persas.
Asimismo, sería insensato elogiar a
líderes revolucionarios que, aun si lucharon contra imperialistas invasores,
cometieron atrocidades. El Che Guevara, por ejemplo, luchó contra el
imperialismo, pero lo hizo de un modo muy reprochable. Pues bien, los
espartanos lucharon contra los imperialistas persas, pero muchas veces también
de un modo reprochable. Por ejemplo, en una de las escenas más emblemáticas de 300, Leónidas empuja al embajador persa
a un foso. A pesar de que la escena parece muy fantasiosa, sí está basada en un
hecho real. Asesinar a embajadores no es algo digno de elogios. Del mismo modo,
en la película aparece cómo, al final de una batalla, los espartanos rematan a
los soldados persas heridos. Esto está hoy prohibido por las leyes que rigen la
actividad bélica, y así como es reprochable hoy, debió haberlo sido en el siglo
V antes de nuestra era.
En definitiva, 300 es una película que ha abierto el camino para una nueva
estética del cine histórico. Hasta ahora, la tendencia dominante en el cine
histórico ha sido más afín a la objetividad de Tucídides. Para conseguir otros
efectos estéticos, no está mal inspirarse más bien en Heródoto y las licencias
poéticas. Pero, que una película tenga méritos estéticos no implica que no sea
moralmente terrible, tal como lo demuestra El
triunfo de la libertad. Y, lamentablemente, como esa misma película, 300 tiene un fuerte tufo fascista.