viernes, 1 de enero de 2016

"Fuenteovejuna" y los peligros del poder popular

            Decía Menéndez Pelayo que Fuenteovejuna es la obra más democrática en el teatro español. Tiene razón. Pero, precisamente, Fuenteovejuna sirve como ilustración del lado perverso de la democracia, y de la necesidad de colocarle límites al gobierno del pueblo, para el pueblo, y por el pueblo.
            La obra, escrita por Lope de la Vega (la pluma más gloriosa de España, luego de Cervantes) en el siglo XVII, tiene el estilo característico del Siglo de Oro español. Los diálogos proceden a base de versos en métrica (al principio, me costó adaptarme a las frases fuera del orden sintáctico habitual, pero una vez que se capta el ritmo, la métrica genera un efecto estético muy cautivador).

La historia se basa en hechos reales que acontecieron en el siglo XV. Fernán Gómez del Guzmán, un Comendador, invade Ciudad Real, una ciudad bajo la soberanía de los Reyes Católicos. En la aldea de Fuenteovejuna, el Comendador hace y deshace a su antojo. Es, básicamente, un maníaco sexual. Se encapricha, a lo bestia, de quedarse con la aldeana Laurencia, quien tiene amoríos con Frondoso. Éste protege a su amada frente a los avances violentos del Comendador.
            Los jóvenes se disponen a casarse, pero el Comendador irrumpe violentamente en la boda, y se lleva detenido a Frondoso. Además, previamente, el Comendador había violado a otra aldeana, Jacinta, y luego la había entregado a sus soldados, para que esos perros hambrientos completaran la deshonra de la pobre muchacha.
            Los aldeanos se reúnen para discutir qué hacer, y en la reunión, aparece Laurencia. Ella confiesa que ha sido vejada por el Comendador, e incita a los aldeanos a tomar medidas firmes. Los aldeanos forman una turba, resuelven ir al castillo del Comendador, y le dan muerte. Uno de sus guardias escapa, acude a la corte de los Reyes Católicos, y les cuenta lo sucedido. Los monarcas envían un juez a Fuenteovejuna para investigar los hechos. El juez tortura a algunos, pero cada vez que le pregunta a sus víctimas quién ha sido el responsable de la muerte del Comendador, recibe como respuesta: Fuenteovejuna.
            Al final, los propios aldeanos acuden a la corte de los Reyes Católicos. Allí, informan sobre los abusos del Comendador, e intentan justificarse. Los reyes, comprendiendo que no pueden sentenciar a todos los aldeanos, los perdonan. Laurencia y su marido felizmente se reúnen.
            La obra ha sido frecuentemente elogiada por su vocación democrática. Ya no estamos en un sistema feudal, donde el señor hace con el vasallo lo que le plazca. Si el pueblo está oprimido, se levantará para liberarse del yugo. Y, al final, las autoridades monárquicas deben acceder, pues el colectivo se impone. La voz del pueblo es la voz de Dios.
            Hay también elogios feministas. Si bien las mujeres violadas no logran defenderse por cuenta propia, y necesitan a los hombres para protegerlas, Laurencia al menos incita a la aldea a defenderse frente al Comendador. No se tolerarán más abusos por parte de los hombres contra las mujeres.
            Pero, no debemos perder de vista que, en realidad, Fuenteovejuna es una sublimación de los linchamientos. Los Reyes Católicos habían enviado ya a un juez para investigar los hechos y administrar justicia. Los aldeanos pudieron esperar, y hacer las cosas civilizadamente. Pero no, resultaron víctimas de la psicología de masas, y cedieron ante su nefasto poder.
            El filósofo René Girard dedicó muchos de sus libros al estudio de los linchamientos. Girard destaca dos cosas importantes sobre estos fenómenos. La primera, es que una vez que se conforma la turba, y posteriormente se deja una crónica de lo sucedido, siempre se presenta a la víctima en términos negativos, y no tenemos oportunidad de saber si el linchado era culpable o no de lo que se le acusa. Fuenteovejuna presenta al Comendador como un depravado sexual, pero hay espacio para dudar si realmente lo era. Pues, cabe tener presente que, la misma pieza teatral está escrita desde la perspectiva de los linchadores, a quienes justifica. Eso no implica que las víctimas de linchamiento sean siempre inocentes de lo que se le acusa. Pero, sí implica que los linchamientos hacen imposible determinar si, en realidad, las víctimas son culpables o inocentes.
            La segunda cosa destacada por Girard, es que en los linchamientos, las divisiones internas de la comunidad de linchadores suelen desaparecer, pues se canalizan hacia el linchado. La víctima del linchamiento se convierte en un chivo expiatorio, y su muerte, oxigena los lazos comunitarios, pues ahora la turba es una. Tras los linchamientos, las comunidades salen reforzadas. Quizás, antes del linchamiento, había conflictos entre los aldeanos de Fuenteovejuna. Pero, en tanto ahora estaban unidos (“Fuenteovejuna, todos a una”), se olvidaban de viejas rencillas. Ese poder que el linchamiento tiene para hacer desaparecer las antiguas divisiones, hace muy atractiva su sublimación.
            Menéndez Pelayo tiene razón: Fuenteovejuna es profundamente democrática. Pero, precisamente, yo utilizaría Fuenteovejuna como ilustración de que la democracia, sin control, es peligrosísima. Tocqueville siempre advertía el enorme potencial que la democracia tiene, para convertirse en la tiranía de las mayorías. Cuando la turba se forma y decide tomar justicias por sus propias manos, difícilmente se puede contener.
            Tras el linchamiento, los aldeanos de Fuenteovejuna juegan con la cabeza del Comendador. Lope de Vega fue tremendamente profético: poco más de siglo y medio más tarde, una turba tomaba la Bastilla, y también colocaba las cabezas de sus linchados sobre lanzas, en celebraciones. Unos años después, Robespierre hacía rodar aún más cabezas, todo en nombre del pueblo, y a partir de ese momento, muchos antiguos entusiastas de las revoluciones populares se empezaron a dar cuenta de que, el gobierno de las masas (la “oclocraia”, como la llaman algunos), no es tan buena idea.

            Veo con bastante preocupación lo que ocurre en mi país, Venezuela. Teníamos un sistema de democracia representativa. En 1998, llegó Chávez, un demagogo que con sus encantos, empezó a promover la sustitución de la democracia representativa, por aquello que él y otros llamaron, la “democracia participativa”. En realidad, aquello fue más retórica que cualquier otra cosa. Pero, sí se fue sembrando la idea de que la masa no necesita elegir representantes para tomar decisiones, sino que la multitud directamente lo puede hacer. Se empezó a elogiar el “poder popular”. Y, cuando en 2015, frente a una gravísima crisis económica, los votantes elegimos mayoritariamente a diputados opositores, el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, empezó a promover la idea de que las competencias de los diputados pueden ser transferidas ahora al poder popular.

            El poder popular parece algo muy lindo. Y, en efecto, una lectura ingenua de Fuenteovejuna puede sublimar a la asamblea de ciudadanos que, frente a la opresión de las élites, hace un clamor por justicia. Yo, en cambio, promuevo una lectura más crítica. El poder popular es en realidad la capacidad de las masas para ejecutar desenfrenadamente, muchas veces a gente inocente. Fuenteovejuna es la misma historia de los negros acusados de violar blancas, linchados por el Ku Klux Klan; o como el mismo Girard indica en sus libros, de una asamblea popular que pidió a gritos a un procurador romano, ejecutar a un predicador galileo inocente.

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