Suele
pensarse en la India como un país místico, lleno de rituales extraños,
sacerdotes, ascetas, y violencia religiosa. He estado en ese país, y
efectivamente, esta imagen tiene una base firme. Pero, a la vez, hay una
tradición racionalista en la India, y si bien las críticas a la religión en la
India vinieron más desde afuera (gracias al ímpetu racionalista de los
británicos), hay también en la India una tradición autóctona racionalista
antiquísima, la más emblemática de ellas, la filosofía carvaka.
Por lo
general, el cine bollywoodense no es muy crítico con la religión (más bien, es
muy complaciente con ella, al punto de que en la última década del siglo
pasado, la emisión de una serie televisada de la épica Mahabharata auspició el creciente nacionalismo hindú que
eventualmente llevó al poder al partido BNP). Oh my God! (¡Oh mi Dios!) pretende romper con esto, e intenta ser
una sátira que ataca a la religión.
La
película, que fue taquillera en India en 2012, narra la historia de Kaji, un
comerciante ateo asqueado por la forma en que el pueblo se deja manipular por
los sacerdotes (principalmente del hinduismo, pero también clérigos musulmanes
y cristianos), y en función de eso, continuamente blasfema. Un día, ocurre un
terremoto de baja intensidad, pero su tienda es destruida, y sus allegados
interpretan esto como un castigo divino. El protagonista acude a la compañía de
seguros, pero el agente le informa que la póliza no contempla “actos de Dios”,
a saber, tragedias propiciadas por la naturaleza.
Indignado
por esta situación, Kanji acude a las cortes a demandar a Dios y las
religiones. Si su tragedia es un “acto de Dios”, entonces los sacerdotes deben
compensarlo. Pues, por muchos años él ha hecho donativos a los templos, y es
injusto que Dios le pague de esa forma. Y, si los clérigos aceptan que esta
tragedia no procede de Dios, entonces tácitamente estarían aceptando su inexistencia.
Así pues, en estilo bollywoodense (con su típico colorido, sentimentalismo,
actuaciones a veces mediocres, e inevitables canciones y bailes), la película retrata
el enfrentamiento jurídico (pero, en realidad, pretende ser un diálogo
filosófico) entre un ateo y los clérigos.
Si bien
en la jerga del mundo de los seguros, los “actos de Dios” sí se contemplan (es una metáfora para referirse a tragedias naturales), la
idea de que alguien demande a Dios (¡y que una corte lo acepte!) es ridícula.
Pero, como premisa para retratar una dialéctica entre ateos y creyentes en un
drama jurídico, este artificio es interesante.
La
película tiene diálogos interesantes, en los cuales, el protagonista ateo
siempre sale ganando debido a su integridad e inteligencia. Los clérigos son
corruptos (¡y vaya que no han faltado en la India!, basta pensar en dos
recientes: Sai Baba y Osho), y explotan a los fieles mercantilizando la
religión.
Pero, si
bien el filme tiene varias escenas meritorias, al final termina decepcionando
(y yo diría que lo hace de forma escandalosa). Hacia la mitad de la película,
aparece Krishna haciendo piruetas en una motocicleta (en una suerte de deus ex
machina prematura), y se hace amigo de Kanji, a pesar de que éste no lo
reconoce como tal (una clara emulación del Baghavad
Gita, en el cual Krishna se disfraza de conductor del carruaje de guerra).
Kanji
sufre un ataque cardíaco, pasa un mes en coma, y Krishna milagrosamente lo
salva. En una escena que recuerda la epifanía de Krishna en el Baghavad Gita, el dios finalmente se
revela como tal, y ante semejante prodigio, Kanji renuncia a su ateísmo. Pero,
Krishna felicita a Kanji por su sinceridad y su esfuerzo por denunciar la
corrupción de los clérigos, y lo exhorta a proclamar un mensaje religioso de
espiritualidad.
Digo que
la película decepciona, porque acude al cliché de que lo objetable en la
religión no es propiamente la irracionalidad de las creencias, sino la
mercantilización y el aprovechamiento de los sacerdotes. Oh my God! pretende lanzar algo así como una reforma protestante en
la India: purificar la religión prescindiendo de sacerdotes y del culto a
ídolos, pero manteniendo intactas las doctrinas elementales del hinduismo. Si
bien Krishna felicita a Kanji por todo lo que ha hecho, lo invita a leer el Baghavad Gita, informándole que en ese
libro encontrará todas las respuestas a sus inquietudes; con esto, implícitamente
le indica que, si bien la religión actual está corrompida, es posible aún
recurrir a la religión pulcra en los textos sagrados.
Yo
encuentro este mensaje deplorable. Lo objetable de la religión no es sólo que
un sacerdote corrupto extraiga dinero en el culto a Krishna. ¡También es objetable
enseñar que existe un dios de piel azul que toca la flauta! Pues, si bien yo
acepto que la religión puede cumplir una beneficiosa función social (en contra
de lo que sostienen muchos ateos contemporáneos), me parece que sigue siendo
dañina en la medida en que invita a abandonar la racionalidad para creer cosas
absurdas.
Se trata
de la misma crítica que hago a los protestantes, y a todos aquellos que están
dispuestos a criticar al clero, pero no al dogma. Sí, estuvo muy bien que
Lutero denunciara la hipocresía de los obispos (quienes exigían el celibato, ¡pero
ellos mismos iban a burdeles!), la venta de indulgencias, etc. Pero, Lutero
debió haber ido más allá. También debió denunciar la irracionalidad de creer que una
virgen parió a un niño; que este niño es una persona diferente, pero a la vez
de la misma esencia que su padre, etc.
Si bien Oh my God! hace un tenue esfuerzo por plantarse
frente al creciente nacionalismo hindú, termina
dejándose atrapar por la superficialidad y el buenrollismo típicos de Bollywood.
Aún estaremos a la espera de que surja una película mucho más cercana a las
ideas de la escuela carvaka, cuyos
filósofos sometieron a crítica a las escrituras sagradas del hinduismo, la
doctrina de la reencarnación, y el ascetismo.