En Venezuela (y presumo que en otros
países hispanoamericanos), “viernes negro” es el día cuando el gobierno anuncia
la devaluación de la moneda nacional. El gobierno suele hacer esto los viernes
en la noche, pues tiene la esperanza de que la gente, emborrachada con pan y
circo el fin de semana, no salga a la calle a protestar. Desafortunadamente, la
maquiavélica medida del gobierno, muchas veces sí funciona.
En
EE.UU., en cambio, el “viernes negro” (black
Friday) es el viernes después de la celebración del día de acción de
gracias (thanksgiving). Ese día marca
el inicio de la temporada de compras. Desde muy temprano en la mañana, los
consumidores forman colas en las inmediaciones de los grandes almacenes. Se le
llama ‘negro’, porque la avalancha consumista entorpece el tráfico y el buen
funcionamiento de muchos servicios públicos.
El
viernes negro en EE.UU. ha captado la atención de los críticos del capitalismo.
El día de acción de gracias era originalmente una fiesta semi-religiosa, que
precisamente celebraba la disciplina y la solidaridad de los primeros
inmigrantes ingleses, frente a las adversidades que tuvieron que enfrentar en
el siglo XVII. En cambio, opinan los críticos, el viernes negro es la
manifestación del espíritu degradado del capitalismo. El viernes negro se ha
convertido en una ocasión para el frenesí consumista.
Ciertamente
son escandalosas las imágenes de consumidores brutalmente alienados que, desde
tempranísimas horas en la mañana (incluso, en años recientes, desde el día
anterior), esperan ansiosos la apertura del almacén, para entrar en una orgía
de consumo. Y, es tal el nivel de alienación, que en la mayoría de las
ocasiones, los consumidores entran a los almacenes sin interactuar con otros
seres humanos, determinados a conseguir la mercancía que ha sido promocionada
previamente en la publicidad.
No
sorprende que este frenesí consumista alienante, muchas veces ha desembocado en
violencia. En los últimos años, se ha reportado un significativo incremento de
muertes violentas durante el viernes negro en EE.UU. Los consumidores, en su
desesperación por entrar a las tiendas, aplastan a quien sea en una avalancha,
y algunos incluso ya están yendo con armas personales, en caso de que otra
persona se anticipe y ponga sus manos sobre la mercancía deseada.
Todo
esto es justamente criticable. Pero, lo patéticamente sorprendente es que, en
Venezuela, los mismos intelectuales que critican el frenesí consumista del
viernes negro en EE.UU., callen ante el frenesí consumista saqueador auspiciado
por el gobierno.
El
pasado viernes 9 de noviembre, Nicolás Maduro mostró indignación ante los
precios de las mercancías en el almacén Daka, y ordenó el arresto de varios de
sus gerentes. También alentó al pueblo venezolano a ir a Daka y comprar
mercancía con los nuevos precios regulados. Las hordas, siempre pendientes de
la aprobación por parte de sus políticos, acudieron en masa.
Aquello
se convirtió en un frenesí consumista, no muy distinto del viernes negro
norteamericano. Pero, por supuesto, hubo una diferencia crucial. En EE.UU., los
almacenes se benefician de ese frenesí, pues aumentan sus ventas; los
consumidores pagan por sus mercancías. En Venezuela, tras el aliento de Maduro,
los consumidores saquearon Daka (en la ciudad de Valencia), lo cual se
convirtió en cuantiosas pérdidas para los almacenes. Previsiblemente, el gobierno, en su blackout informativo, no ha reportado nada de esto, pero hay suficientes pruebas de que tal evento sí ocurrió (el video abajo así lo demuestra).
En
EE.UU., hay un consumismo alienante, pero al menos se desarrolla en el marco de
la ley (y, cuando hay violencia, las autoridades inmediatamente acuden a
reprimir a los antisociales), y el respeto a la propiedad privada. En
Venezuela, hay un consumismo desenfrenado, pero precisamente sin menor
contemplación por la ley, y más insólitamente aún, con el incentivo del
gobierno. El viernes negro norteamericano será muy degradante, pero al menos no
es tan trágico como el Kristallnacht (la
‘noche de los cristales rotos’ en 1938, cuando el gobierno nazi alentó a las
hordas a saquear los comercios judíos). Me temo que, en esta Venezuela podrida,
estamos más cerca del Kristallnacht que
del viernes negro.
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