“Si Dios no existe, todo está permitido”. Esta frase,
original de una novela de Dostoyevski, ha dado pie amucha discusión entre los
ateos. Algunos ateos con inclinaciones nihilistas, como Jean Paul Sartre y
Albert Camus, opinaban que, en efecto, sin Dios no hay moral, y es algo que
debemos asumir. Pero, la mayoría de los ateos (y, especialmente los llamados
‘nuevos ateos’ de inicios del siglo XXI) disputa que, sin Dios, no es posible
la moral.
A Christopher Hitchens, por ejemplo, en una ocasión le
preguntaron si, frente a un grupo de desconocidos, él se sentiría más seguro
sabiendo que esos desconocidos son religiosos. Hitchens, con su genial
sarcasmo, dijo enfáticamente que, tras haber estado en Belfast, Beirut, Bombai,
y Bagdad (por tan sólo mencionar ciudades que empiezan con la letra B), él se
sentiría menos seguro al saber que esa gente es religiosa. Con esto,
Hitchens daba a entender que la religión más bien conduce a cometer actos
inmorales, y como corolario, que es perfectamente posible ser moral sin Dios.
Los ateos suelen privilegiar explicaciones naturalistas de
la moral. Según esta explicación, no nos portamos bien porque haya un Dios
vigilante que decretado la diferencia entre el bien y el mal. Somos morales,
más bien, porque tenemos una predisposición en nuestros genes. En los albores
de nuestra especie, la cooperación con los demás fue ventajosa, y hemos
heredado esos genes que propician la conducta moral.
Contrario a Hitchens, yo sí me sentiría mucho más seguro
sabiendo que, al encontrarme con un grupo de desconocidos, éstos son miembros
de alguna cofradía religiosa. En balance, la religión ha sido efectiva en
cultivar la conducta moral de la gente. Yo me inclino a favorecer las explicaciones
naturalistas de la gente, pero al mismo tiempo, también me inclino por opinar
que, sin Dios, todo está permitido.
La conducta moral, para ser operativa, necesita alguna forma
de vigilancia. En su célebre conversación con Glaucón en La república a
propósito de la historia del anillo de Giges, Sócrates opinaba que el bien debe
hacerse por el bien mismo, y que la persona verdaderamente virtuosa logrará
hacerlo. Yo simpatizo más con la postura de Glaucón: la gente es virtuosa en la
medida en que es observada por los demás, pues hace el cálculo de que su
conducta moral se convertirá en un beneficio. En el momento en que la gente se
vuelva invisible (como en la historia del anillo de Giges), reinará la
inmoralidad.
Nosotros somos primates sociales, y en ese sentido, siempre
somos vulnerables a la vigilancia y el control de los demás. Eso frena nuestra
inmoralidad. Pero, siempre es posible cometer algún pecadillo sin que nadie
esté viendo. Eso explica, en gran medida, cómo apareció la idea de Dios. Para
asegurar la conducta moral, tuvo que surgir un vigilante omnisciente. Frente a
una entidad como ésa, la conducta moral quedó aún más firmemente instituida,
pues ahora, nos sentiríamos vigilados en todo momento. En palabras del mismo
Hitchens, Dios surgió como un gran “dictador norcoreano”, un Big Brother que
constantemente nos está vigilando.
A través de nuestras facultades racionales, cada vez hemos
descubierto más que, la idea de un Dios omnipotente y omnisciente es
altísimamente improbable. Con todo, la muerte de Dios no ha supuesto un colapso
del orden moral. Las sociedades más secularizadas del mundo suelen ser aquellas
en las que menor crimen hay. A simple vista, pareciera que es sencillamente
falso que, sin Dios, todo está permitido.
Pero, yo veo más plausible la explicación que ofrece el
psicólogo Jesse Bering: a medida que en la vida moderna, la idea de Dios ha
sido desplazada, se han desarrollado muchísimo más las tecnologías de
vigilancia. Y, así, ya no hay un Dios omnisciente en el cielo que vigile si nos
portamos bien o mal, pero sí hay una cámara de seguridad en la oficina que vigila si estamos
cumpliendo horario y no estamos robando los suministros.
La humanidad puede prescindir de Dios, pero no puede
prescindir de la vigilancia. Pues, precisamente, la idea de Dios surgió en
nuestra especie (y, presumiblemente, hay una predisposición genética para
ella), entre otras cosas, para fortalecer la conducta moral a través de la
sensación de estar siempre vigilado.
Es fácil, por supuesto, abusar de la vigilancia. Frank
Snowden ha hecho una importante labor al colocar de relieve frente a la opinión
pública internacional, la forma en que el gobierno de los EE.UU. es cada vez
más invasivo de la privacidad de los ciudadanos. Pero, así como la violencia
religiosa en Bombai, Bagdad, Belfast o Beirut no debe conducirnos a desestimar
la función moral de la religión, el abuso del espionaje y la vigilancia en la
sociedad moderna no debe conducirnos a desestimar la necesidad de que, para
poder vivir en sociedad, necesitamos de algún mecanismo de supervisión que
ponga freno a los vicios.
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