El chavismo dice que el hombre nunca
llegó a la luna, que los propios gringos tumbaron las Torres Gemelas, y que
Mao Tse Tung fue un gran héroe. Con semejantes barbaridades cabe sospechar,
entonces, que lo que los chavistas dicen sobre José Antonio Páez, no es de
confiar. Para los chavistas, Páez es el gran monstruo venezolano del siglo XIX,
al punto de que Chávez llegó a decir que Páez no merecía estar en el Panteón
Nacional. El catire merece una defensa frente a tanta injuria chavista.
Daniel
O’Leary, el lugarteniente irlandés de Bolívar que luego escribió una biografía
del Libertador, contaba que los legionarios británicos tenían que enseñar a
Páez a comer con tenedor. Al final de su vida, no obstante, Páez era un hombre
refinado que tocaba el piano en Nueva York, y había viajado por Argentina, Perú
y Panamá, recibiendo honores de todo tipo. El aprender a comer con cubiertos, y
tocar un instrumento refinado, no es algo trivial. Detalles como ésos
representan, como bien lo postulaba el sociólogo Norbert Elias, un proceso
civilizatorio. Y, ese proceso civilizatorio no sólo se dio en la vida de Páez.
A medida que él se civilizaba, también civilizaba a Venezuela.
Páez
venía de la barbarie de los llanos venezolanos. Defendiéndose de un atraco, dio
muerte a los bandoleros, y entonces tuvo que convertirse él mismo en un
forajido. Tal como él mismo cuenta en su autobiografía, estuvo al servicio de
un capataz en una hacienda, un negro inmenso de nombre “Manuelote”, quien,
según parece, quiso vengar en el joven Páez todas las injusticias de la
esclavitud. Los vejámenes de Manuelote, no obstante, parecieron fortalecer a
Páez como un hombre rudo y duro, y para el momento en que Venezuela caía en el
caos de la guerra de independencia, ya estaba convertido en un caudillo con una
legión de temibles llaneros a su mando.
Bolívar
terminó por entender que, para ganar la contienda militar contra el general
español Murillo, no le bastaba con emplear soldados convencionales; requeriría
del servicio de los llaneros y sus lanzas. Así, en 1818, el Libertador acudió a
Páez para persuadirlo de que se le uniera bajo su mando. Previamente, lo mismo
había hecho Santander. Pero Páez, el llanero indómito, no tenía agrado por el
señorito citadino neogranadino, y amenazó con matarlo por la osadía de
pretender que un llanero fuese su subordinado. Bolívar también era un señorito
citadino. Pero, el Libertador supo ganarse el agrado de Páez y sus hombres,
haciendo las cosas rudas que hacen los llaneros (por ejemplo, participó con
otros llaneros en una carrera de natación con las manos atadas).
Empezó
así una relación de cooperación entre estos dos personajes dispares, que
resultó fructífera. Páez derrotó a los realistas en la famosa batalla de las
Queseras del Medio, y luego contribuyó al triunfo definitivo en Carabobo. A
regañadientes era subordinado de Bolívar, y el Libertador sabía que nunca
podría controlarlo por completo, pero con suficiente destreza, utilizó el
bravío del llanero a su favor.
Hasta
ahí, todo va bien. Pero, en el catecismo chavista, Páez fue el gran traidor de
Bolívar y su sueño de integración americana. A partir de 1826, Páez conformó el
movimiento de la Cosiata, con la intención de separar a Venezuela de la Gran
Colombia. Ciertamente, la forma en que Páez obró fue muchas veces traicionera.
Por ejemplo, se reunió con Bolívar en 1827 para solventar la crisis y mantener
unida a Colombia, y muy poco tiempo después, irrespetó el acuerdo con Bolívar y
terminó por separar a Venezuela de todos modos.
Pero, conviene aclarar algunas distorsiones chavistas. Pues, lo cierto es que, ni los neogranadinos ni los venezolanos querían estar unidos en un solo país. La
Gran Colombia se conformó por insistencia de Bolívar, en contra de los deseos
de casi todos sus seguidores. La Gran Colombia era un país inviable: las vías
de comunicación eran precarias, los liderazgos eran regionalistas, y la
población tenía su identidad nacional (venezolana, neogranadina, o quiteña) muy
asentada. Páez pudo haber obrado con más decoro, pero al final, resultaba
inevitable que ese castillo de naipes que era la Gran Colombia, se derrumbara.
En
la separación de Venezuela, Páez actuaba como el llanero semisalvaje que siempre caracterizó a su personalidad. Pero, a partir de 1830, ya como presidente, Páez
demostró que el proceso civilizatorio sí transformaría su personalidad y su
país. Sí, seguía siendo un caudillo. Pero, al tener la banda presidencial,
empezó a organizar el Estado. Hizo notables esfuerzos por modernizar a la
sociedad venezolana en la burocracia, el comercio, el ejército, el laicismo. Con la intención de estimular la economía, hizo algunas cosas a rajatabla que terminaron por ser muy contraproducentes
(como por ejemplo, una ley en 1834 que era demasiado flexible con la usura y el
latifundio, y al final, terminó por causar grandes estragos en Venezuela),
pero, en líneas generales, la Venezuela ya completamente independizada
arrancaba con buen pie.
Seguramente
el aspecto más destacado de esta fase de la carrera de Páez fue su respeto a la
alternancia del poder, algo en lo cual Chávez y sus secuaces son bastante más
deficientes. Progresivamente Páez dejó de ser el caudillo que gobierna a sangre
y fuego con reparto de botín, y se convirtió en el estadista que obedece la voz
de las urnas (aun si, cabe admitirlo, el voto en el siglo XIX era muy limitado)
y cede el poder cuando se pierde una elección. En las elecciones de 1834, su
apadrinado, Soublette, perdió las elecciones frente a Vargas, y Páez admitió la
derrota sin pataleo, y se retiró a sus aposentos en los llanos.
Cierto,
hubo varias crisis. En vista del creciente problema del latifundismo y la ley
que favorecía la usura, en 1835 Vargas fue depuesto en la llamada “Revolución
de las reformas”, al mando de Santiago Mariño. Si bien había legítimas razones
de descontento social, cabe sospechar también que, en aquella revuelta,
influían mucho las aspiraciones personalistas de Mariño, un caudillo que, ya
desde los días de Bolívar, destacaba por su enfermiza ambición. Páez volvió a
la vida pública para ir al rescate del hilo constitucional; organizó una
campaña militar para restablecer a Vargas en el poder, aun si éste no había
sido su preferido en la elección de 1834. Eso dice mucho de la integridad de
Páez. Eventualmente, siempre dentro del hilo constitucional, Páez volvería a
ser presidente en 1839.
También
Páez fue bastante tolerante con la prensa que fieramente lo adversaba. Los
liberales, con Antonio Leocadio Guzmán a la cabeza, en 1840 empezaron a
publicar El venezolano, un periódico
severamente crítico con su gobierno. Páez envió al exilio a los conspiradores
de la Revolución de las reformas, pero nunca atentó contra la libertad de
prensa. Como buen estadista, no aceptaba que lo atacaran con las armas, pero sí
aceptaba que lo atacaran con las letras.
El
llanero Páez había ganado fama manejando lanzas y siendo un hombre aguerrido,
pero a medida que se iba civilizando, aprendía el arte de la negociación. Por
ejemplo, para pacificar a un bandolero realista desatado, hizo una alianza de
compadrazgo con él, bautizando a su hijo. Y, buscando consenso para mantener la
gobernabilidad de Venezuela, respaldó a José Tadeo Monagas (que no formaba
parte de su bando político) en las elecciones de 1847.
Pero,
a medida que Páez iba dirimiendo su caudillismo y se convertía en un hombre más
civilizado, los otros caudillos de la vida política y militar venezolana se
hacían cada vez más gangsters. En 1848, el Congreso venezolano se disponía a
empezar un juicio a Monagas. Podemos discutir si esta iniciativa del Congreso
era legítima o no, pero la reacción de Monagas fue brutal: alentó a las hordas
de sus seguidores a asaltar el Congreso. En aquel triste espectáculo, murieron
varios congresistas, y desde entonces, el poder legislativo quedaba sumiso
frente a la intimidación de Monagas.
Páez
comprendió la gravedad de estos hechos, pues nuevamente, se rompía el hilo
constitucional. Como lo había hecho en 1834, salió de su retiro, y organizó una
campaña militar para deponer a Monagas, quien era ya, de facto, un dictador. Pero, esta vez, fracasó. Monagas logró
apresarlo, pasearlo en cadenas por Caracas, y enviarlo al exilio en 1850. Páez
había fracasado en su acometido de contener al caudillismo más retrógrada en
Venezuela, pero las fuerzas más civilizadas en otros países, supieron reconocer
el valor de sus acciones, y así, recibió honores por parte de hombres ilustres
como Domingo Sarmiento en Argentina, y Guillermo IV de Inglaterra.
Lamentablemente,
Páez nunca se deslastró por completo del caudillismo que lo catapultó al
estrellato político en sus días de juventud. A pesar de sus iniciativas
modernizantes, Páez siguió siendo un terrateniente con mentalidad feudal, y
erróneamente optó por ignorar la necesidad de una reforma agraria en Venezuela.
A la larga, esto hizo que, en 1858, apareciera en Venezuela un monstruo de mil
cabezas, Ezequiel Zamora. Este nuevo caudillo, a diferencia de los anteriores,
ardía en resentimiento social. Y así, Zamora empezó a arrastrar seguidores que,
con el legítimo reclamo de la reforma agraria, amenazaban con destruir todo
rastro de civilización en Venezuela, y pasar por el filo del cuchillo a quien
se interpusiera en su camino a Caracas.
Convulsionado
el país por Zamora y la guerra federal, el presidente de aquel entonces, Julián
Castro, invitó a Páez a regresar al exilio para que desplegara sus talentos
militares y detuviera al nuevo caudillo. Pero, en medio de crisis políticas,
Castro fue depuesto, y una facción en Caracas hizo a Páez dictador en 1861, con
la esperanza de que el hombre fuerte derrotase a los insurgentes de una vez por
todas. Páez, que como político siempre había defendido la constitucionalidad,
no podía ahora resistir a la tentación caudillesca de sus días de barbarie, y
gustosamente aceptó ser dictador.
Con
todo, la suya fue una “dictablanda”, y estuvo verdaderamente motivada por la
necesidad militar de terminar con la guerra. Páez se movilizó para entablar
negociaciones de paz con el nuevo caudillo, Falcón (ya Zamora había muerto en
campaña militar). Estas conversaciones no fueron inmediatamente fructíferas,
pero a la larga, Páez envió delegados para que se firmara un tratado (el de
Coche). Ese tratado estipulaba que Falcón accedería al poder, y nuevamente,
Páez cedía el mando, para marchar definitivamente al exilio.
El
monstruo Páez que pintan los chavistas, sólo existe en su imaginación. Sí, fue
un latifundista que gobernó junto a una oligarquía terrateniente. Pero, con su
valoración del orden, la estabilidad y el respeto a las leyes, Páez logró mucho
más y tuvo un legado mucho más positivo que cualquier otro caudillo venezolano
del siglo XIX. Los Monagas pronunciaban discursos muy bonitos (en realidad,
proclamas llenas de clichés liberales), pero fueron brutalmente corruptos, y no
hicieron gran cosa por modernizar a Venezuela. Zamora quiso revolucionar todo a
sangre y fuego en una sola sentada; la historia de muchos países nos ha
demostrado que así no se logra nada positivo. Y al final, el sucesor de Zamora,
Falcón, dejó el latifundismo intacto, pero con el agravante de haber hecho una
guerra que devastó al país.
Frente
al salvajismo de esos caudillos (algunos de los cuales, irónicamente, no
tuvieron la ruda adolescencia que sí tuvo Páez), la figura de Páez es valorable
como el caudillo que logró domesticarse, y que, en cierto sentido, fue
preparando a Venezuela para la modernidad. Mucho me gustaría que su estampa
volviera al papel moneda venezolano.
Buenas señor Gabriel Andrade,yo valoro mucho sus críticas en general. De hecho llevo leyendo su blog unos 3 años. Y hay unos articulos que lei y ahora no encuentro. Por ejemplo hubo un periodo que se la pasó hablando de filósofos creo que se llamaba ¨Carta a mi hija sobre...¨Y muchos de estos no los encuentro por ejemplo el de Francisco de Vitoria. Me gustaria saber que fue de esos artículos y porque.
ResponderEliminarUn saludo y placer leerlo desde España.
Hola, gracias por tus palabras. Esas cartas las eliminé del blog, porque ahora están publicadas en un libro de la editorial Laetoli, "Filosofía para Victoria". Pero, si me das tu dirección, puedo enviarte la carta sobre Vitoria.
Eliminaralfredocespedesjr@hotmail.com
EliminarAhora me doy cuenta que escribió un libro y podría decir que lo he leído entero a través de este blog xD. Bueno pues muchas gracias por esa propuesta que no puedo rechazar. Aunque ya que estamos preferiría que me dieras la carta sobre Hobbes, que es mi filósofo preferido.
Saludos y muchas gracias.
Excelente artículo.
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