La mayor franquicia en Venezuela es
Simón Bolívar. Plazas, municipios, calles, periódicos, liceos, satélites,
carreras de caballo, y un sinfín de cosas más, llevan el nombre del Libertador.
Si bien virtualmente todos los gobiernos venezolanos han alimentado este culto,
el chavismo lo llevó a un nivel inédito. Y, al poner el nombre de Bolívar a
todo, en vez de homenajear al Libertador, terminaron por trivializarlo.
Resultó
natural, pues, que cuando en 2004 Chávez rechazó el ALCA, el tratado de Área de
Libre Comercio de las Américas, plantease como contraparte el ALBA, la Alianza
Bolivariana para los pueblos de Nuestra América. Cabe sospechar que, del mismo
modo en que el nombre de Bolívar se ha prostituido en cuanta plaza aparezca en
Venezuela, la memoria del Libertador ha quedado trivializada en el ALBA. Pues,
el ALBA, de bolivariano, no tiene nada.
Bolívar
maduró sus ideas a lo largo de sus años. Aquel joven que en Roma juró liberar a
la América del yugo español no tenía muy claro qué era exactamente lo que le
molestaba del régimen colonial
americano. Pero, a medida que se fue involucrando más en la revolución
independentista, en su mente se fue formando la idea de que lo molestoso de
España no era tanto la llegada de Colón (Bolívar ni por asomo despreciaba a Colón; más bien honró la memoria del
almirante al elegir el nombre de Colombia para su nación), sino que, una vez
establecidas las colonias americanas, España no permitía el libre comercio, y en cambio, imponía un sistema de monopolio estatal mercantilista.
Ciertamente,
a Bolívar le terminó por molestar la esclavitud, el sistema de castas raciales,
y otras injusticias coloniales. Pero, como a casi todos los criollos que
participaron en la gesta independentista, su principal queja era económica:
España, a diferencia de Inglaterra (con quien prácticamente todos los próceres simpatizaban)
obstaculizaba el libre comercio. En la propia Carta de Jamaica Bolívar da a entender que, si los españoles
hubiesen llevado su régimen colonial de otra manera (presumiblemente de una
forma más parecida al liberalismo de los ingleses), quizás se pudo haber
evitado la ruptura.
La
mejor biografía de Bolívar en los últimos años, Simon Bolivar: A Life, escrita por John Lynch en el 2010, dedica
algunas páginas al pensamiento económico del Libertador. Y, Lynch
inequívocamente presenta a un Bolívar que, sin caer en dogmatismos, es simpatizante
de Adam Smith; en líneas generales, Bolívar privilegia el libre comercio por
encima del mercantilismo imperial español, pero también por encima de los
proteccionismos nacionalistas que lamentablemente se hicieron muy comunes en las décadas sucesivas en América Latina.
Escribe
Lynch: “El pensamiento de Bolívar, no obstante, mostraba pocos signos de la
reacción nacionalista contra la penetración extranjera que luego expresaron las
siguientes generaciones. Rechazaba el monopolio económico español, pero daba la
bienvenida a extranjeros que suscribían el libre comercio, y quienes traerían
los muy necesitados bienes de manufactura y habilidades de emprendimiento… Esto
era la teoría clásica del libre comercio” (mi traducción, pp. 165-166). En el
análisis de Lynch, Bolívar estuvo dispuesto a organizar una larga y dura
campaña militar para resistir la dominación política imperial española, pero
cuando se trataba de relaciones comerciales, Bolívar no tenía mayor temor en
que las grandes compañías extranjeras exportaran sus productos a los nuevos
mercados americanos. Eso, pensaba Bolívar, traería prosperidad para todos.
Bolívar
parecía entender bastante bien que el comercio no es un juego de suma cero, y
que Pizarro matando a Atahualpa es muy distinto de la Macintosh vendiendo computadoras en Lima. En lo primero, hay coerción; en lo segundo, hay acuerdo.
En lo primero, sólo el conquistador se beneficia; en lo segundo, tanto el
vendedor como el comprador se benefician, pues ambos voluntariamente acuden a
esa transacción.
¿Qué
es el ALCA? Es precisamente el tipo de acuerdo que Bolívar deseaba para América:
liberación de aranceles para establecer relaciones comerciales con un poder
económico extranjero, sea cual sea su procedencia. El ALCA es la parcial
eliminación del proteccionismo que Bolívar repudiaba. Bolívar aspiraba que la
apertura de las relaciones comerciales fueran con Inglaterra. El promotor del
ALCA no es Inglaterra, sino EE.UU., y es cierto que Bolívar veía con
preocupación el auge del poderío norteamericano. Pero, de nuevo, su
preocupación era el expansionismo político-territorial yanqui en el contexto
del Congreso de Panamá, no la
apertura de mercados. El ALCA no es un acuerdo de expansión militar o política,
sino sencillamente, de apertura de fronteras comerciales.
El
ALBA, que nació únicamente en oposición al ALCA, es más bien la afirmación del
antiliberalismo. El ALBA trata de presentarse a sí mismo como un tratado
comercial, pero en el fondo, no es más que un modo de perpetuar el
proteccionismo y la interferencia en el libre mercado que sí promueve el ALCA.
El ALBA es la manifestación de la misma mentalidad enemiga del comercio, propia
del imperialismo mercantilista español, contra la cual se alzó Bolívar.
Después
de todo, pareciera que, como en la canción de Alí Primera, quienes van a
colocar flores en la tumba del Libertador para asegurarse de que esté muerto,
son los propios chavistas con su propuesta del ALBA, que en esencia, es la
negación del pensamiento económico del Libertador.
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