El régimen comunista cubano es el
campeón de fabricar excusas para nunca asumir la responsabilidad de su fracaso,
y como se sabe, la excusa prima en este patético juego, es el “bloqueo”. Valga
aclarar, por enésima vez, que sobre Cuba no pesa un “bloqueo” (la colocación de
barcos que impiden el tránsito marítimo), sino un “embargo” (la prohibición de
comerciar con esa nación) impuesto por EE.UU.
¿Tiene
justificación ese embargo a estas alturas de la historia? Opino que no. Medidas
como los embargos pueden tener una justificación temporal, pero si no cumplen
su objetivo a corto plazo, deben ser abandonadas. Pues, obviamente, su aplicación
a largo plazo termina perjudicando a la población civil de la nación castigada,
mientras que los gobiernos despóticos salen impunes. En Cuba, es precisamente
esto lo que ocurre: la población pasa penurias, mientras que el gobierno tiene
la excusa perfecta para hacer crecer sus poderes y atornillarse aún más en el
poder.
Pero,
los embargos no son intrínsecamente objetables. Fueron las aplicaciones de
sanciones económicas, en buena medida, lo que condujo al final del apartheid en Sudáfrica. Y, en la propia
Cuba, hubo condiciones que sí ofrecían aval moral a la aplicación del embargo.
El
verdadero motivo por el cual se impuso el embargo a Cuba, por supuesto, fue el
contexto de la Guerra Fría. EE.UU. temía que en su patio trasero hubiese un
régimen auspiciado por la URSS, e inmediatamente hizo todo lo que pudo por
ahogar al régimen de Fidel Castro. EE.UU toleró dictaduras tanto o más
reprochables que la cubana, por el mero hecho de ser ajenas al comunismo. Desde
el inicio, hubo una tremenda hipocresía en la imposición del embargo.
Pero,
que el embargo fuese conducido por la hipocresía no implica que no tuvo justificación en un inicio. Una de las
excusas que en aquel momento empleó el gobierno de EE.UU. era, desde un punto
de vista moral, perfectamente aceptable: la naciente dictadura de Fidel Castro
confiscó masivamente propiedades de empresas norteamericanas en la isla
caribeña, sin una adecuada compensación. Muchas de estas propiedades, por
supuesto, habían sido fraudulentamente adquiridas en los años previos, con
regalías durante la dictadura de Batista. Pero
no todas. Y, precisamente, esta afronta contra la legítima propiedad
requería de una respuesta internacional. Contrario a la ideología comunista, la
propiedad es un derecho, y un régimen que vulnere ese derecho, merece
sanciones.
Veo
con tristeza que más de cinco décadas después de aquellos tristes sucesos, EE.UU.
se disponga a hacer lo mismo que hizo Fidel Castro. Y, peor aún, que la
oposición venezolana (obsesionada con la influencia cubana en Venezuela),
aplauda esta iniciativa. Muchos simpatizantes y oficiales de alto rango en el
gobierno venezolano tienen jugosas propiedades en EE.UU. En vista de los
recientes abusos en la represión de protestas en Venezuela, el gobierno de
EE.UU. está adelantando un programa de confiscación de propiedades de los
oficiales venezolanos.
Ciertamente,
estos oficiales son unos hipócritas descomunales. Proclaman a viva voz el
anti-americanismo, pero se derriten por colocarse las orejitas de Mickey Mouse
en Disneyworld. Dicen que ser rico es malo, pero se han convertido en los “boli-burgueses”.
Con todo, urge entender algo: la hipocresía es moralmente objetable, pero no es un crimen. No hay ley, ni
venezolana, ni norteamericana, contra el ser hipócrita. Y, en ese sentido, a no
ser que se demuestre que estos oficiales han adquirido sus propiedades
fraudulentamente, no hay ninguna justificación para confiscarla.
Yo
tengo la fuerte presunción de que los magnates Diosdado Cabello y Rafael
Ramírez tienen en EE.UU. propiedades ilegítimamente obtenidas, producto del peculado público. Pero, es sólo una presunción. Hasta que no se
demuestre, es injusto despojárselas. Cabello y sus secuaces seguramente merecen
ser enjuiciados por violaciones de derechos humanos en Venezuela, pero eso no invalida sus derechos de
propiedad (en caso de que sus propiedades no hayan sido obtenidas con
fraudes). Hay justicia en enviar a un asesino a la cárcel, pero aún en ese
caso, no hay derecho a despojarlo de las propiedades que obtuvo legítimamente.
El
derecho a la propiedad es un pilar de la democracia, y precisamente por eso,
opino que una “democracia socialista” es un oximorón: la única democracia
posible es aquella que respete la propiedad privada. EE.UU., el auto-proclamado
“campeón de la democracia”, invocó los derechos de propiedad para castigar la
dictadura de Castro. ¡Cuán lamentable resulta que, ahora, ese supuesto “campeón
de la democracia”, se proponga violar los derechos por los cuales tanto
lucharon los padres fundadores de EE.UU.! Y, más lamentable aún resulta que los
opositores venezolanos, quienes tratan de resistir arduamente contra la
influencia ideológica cubana, terminen apoyando una acción muy similar a la de
Fidel.
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