A
mediados de noviembre cada año, es difícil no contagiarse del fervor mariano en
la ciudad de Maracaibo, Venezuela. Por supuesto, considero altísimamente
improbable que hace veinte siglos una mujer hizo un viaje de Nazaret a Belén
para registrarse en un censo (contra el más elemental principio de
administración pública romana), que concibió a un hijo siendo virgen, que
ascendió al cielo en cuerpo y alma, o que, en el siglo XVIII, propició un
milagro en una prodigiosa tablita a las orillas del lago de Maracaibo.
Pero,
entre gaitas y procesiones, siempre es placentero visitar la Basílica,
contemplar la tablita de la Chinita (que, a decir verdad, no tiene mayor valor
artístico), e interactuar con las masas de devotos marianos (y, también, la
enorme cantidad de borrachos que aprovechan la ocasión para beber). Y, en
concordancia con la apuesta de Pascal, por si acaso existe la virgen, estoy dispuesto a
agradecer a la Chinita por mi familia. Este año, a medida que contemplaba el
espectáculo de la devoción mariana a la Chinita, me resultó inevitable pensar
en Max Weber y sus fructíferas comparaciones entre el catolicismo y el
protestantismo, a la hora de contrastar el desarrollo socio-económico de los
países.
Weber
célebremente contrastó la ética del trabajo entre protestantes y católicos. La
conclusión a la que llegó Weber es muy conocida: los protestantes han cultivado
una ética del trabajo más fructífera, pues surgió en ellos el ideal del asceta
productivo que trabaja para acumular riquezas, pero no para disfrutarlas. El
católico, en cambio, está más inclinado a rehuir del trabajo como si tratase de
un castigo, y sus prácticas ascéticas están más orientadas hacia la
contemplación mística improductiva, y la mortificación. Eso, en el modelo de
Weber, a grandes rasgos explica por qué los países protestantes fueron más
productivos y ricos que los católicos.
Me
parece que, en el caso de la devoción mariana, cabe también un análisis
weberiano, y se perfila como aún otro factor para explicar la disparidad social
y económica entre los países protestantes y los países católicos.
La
virgen María es la patrona del lobbying
y de la burocracia ineficiente. Dios, en su torno celestial, tiene a su
alrededor un amplísimo conjunto de funcionarios que se reparten labores.
Nosotros, los gobernados por el Señor, necesitamos entrevistas con Él, para
solicitarle acciones, ofrecerle agradecimientos, arrepentirnos por nuestros
pecados, etc. Pero, presumo, el Señor está muy ocupado, y es de difícil acceso.
¿Qué hacemos? Acudimos a una intermediaria. Nuestras peticiones no llegarán
directamente, pero si las canalizamos a través de su madre, tenemos más
probabilidades de que nos escuche. La oración es eficiente, pero más eficiente
aún si la procesamos a través de María. Dios es implacable en su justicia, pero
quizás, su madre puede ablandarle el corazón e interceder por nosotros: Sancta Maria, ora pro nobis.
La
Virgen María, entonces, perfecciona el arte del lobbying. Dios coordina su máquina burocrática, pero, justo a su
lado, está la mujer que, con su cara de sufrimiento (emblemática en la
representación de la Macarena), hace una suerte de chantaje emocional para que
Dios facilite esta o aquella petición.
Y,
así, como contraparte de la burocracia y el lobbying
celestial, es muy fácil que en la burocracia terrenal de los países
católicos, que empiecen a prosperar lobbistas que establecen relaciones
clientelares como intermediarios entre el funcionario, y el ciudadano. Las
decisiones no se toman bajo el criterio legal y racional (la terminología
empleada por Weber); hay ahora una fuerte carga de manipulación emocional que
es introducida por el lobbista, con la esperanza de que esto influya la
decisión administrativa.
Si
el funcionario es emblemáticamente patriarcal (como suele ser la imagen divina),
el carisma femenino es especialmente efectivo para estos propósitos. Y, así, la
mujer no forma parte propiamente del tren administrativo, pero sí tiene la
habilidad para influir a través de medios no racionales las decisiones de los
gobernantes.
El
protestantismo, por supuesto, prescindió de esto en la corte celestial. La
relación con Dios es directa, y no es necesario ningún intermediario. Como
suele ocurrir, Dios no es sólo la imagen proyectada del hombre; también, muchas
veces, la sociedad es proyectada en la imagen del Dios que se privilegie. Y,
así, ha sido más viable para los países protestantes asumir una burocracia más
eficiente, basada en criterios racionales y legales, que prescindan de la
intervención de lobbistas e intermediarios, y el establecimiento de relaciones
clientelares.