viernes, 27 de septiembre de 2013

¿Por qué rezo en las noches?



            Veo muy improbable la existencia de Dios. Y, con todo, a veces rezo en las noches. Son dos disposiciones claramente contradictorias. Mis oraciones no se tratan meramente de evocaciones estéticas (como sí puede ser, por ejemplo, recitar un salmo o entonar un canto gregoriano). Antes bien, rezo con la intención de que Dios me favorezca en esta o aquella empresa.
            Mi acción es irracional. Dios no ha dado muestras de que existe, y la persistencia del mal en el mundo hace incluso muy improbable (y, quizás, imposible) su existencia. Tratar de conversar con un ente inexistente es irracionalmente fútil. Rezar a Dios supone también prescindir del entendimiento mecanicista del mundo que diariamente se requiere para poder funcionar. Asumimos diariamente que un fenómeno causa a otro, y en función de esa secuencia causal, creamos expectativas y proyecciones. Las oraciones de petición, en cambio, solicitan a Dios que interrumpa arbitrariamente la secuencia causal. Y, por supuesto, suele ocurrir que el orante no cae en cuenta de que muchas veces su plegaria es incompatible con la plegaria de otra persona que, seguramente, reza con la misma intensidad: en un clásico Real Madrid-Barcelona, Dios no puede satisfacer por igual las plegarias de los fanáticos de ambos equipos.
            Rechazar la existencia de Dios y rezar pareciera generar una gran disonancia cognoscitiva, y como suelen advertir los psicólogos, muchas veces buscamos aliviar la disonancia mediante alguna forma de racionalización. En mi caso, efectivamente es así. A veces trato de buscar racionalización para esta postura. Por lo general, acudo al llamado ‘argumento de la apuesta de Pascal’. En el siglo XVII, Pascal decía que está en nuestra conveniencia creer en Dios, pues se gana mucho con ello, y no se pierde nada. Puede ser que Dios no exista, pero mejor aceptar en su existencia, por si acaso. Si estamos equivocados, no habremos perdido gran cosa. En cambio, si estamos en lo cierto, habremos conseguido su favor.
            Busco aplicar este criterio en las noches: después de transitar todo el día asumiendo que Dios no existe, en la noche, puedo rezar un padrenuestro o un avemaría, por si acaso. Le pido salud, felicidad, etc. Si voy en un avión y hay turbulencia, no me importaría rezar el rosario entero. No tengo nada que perder. A lo sumo, pierdo media hora (en el caso del rosario). Pero, ante la posibilidad de que Dios haga detener la turbulencia (sobre la cual, montado en el avión, yo no tengo ya ningún poder de detener o de ajustarme a ella), estoy dispuesto a hacer esa inversión.
            Por supuesto, como en muchas de las racionalizaciones que surgen para hacer frente a la disonancia cognoscitiva, el razonamiento es fallido. ¿Sería Dios tan estúpido como para no darse cuenta de que yo le rezo sólo en momentos de crisis (o cuando busco algo), y sólo “por si acaso”, en vez de un acto de genuina devoción? ¿Qué ocurriría si el dios al cual yo le rezo (el Dios cristiano, o en el caso del avemaría, la virgen) no existe, sino que existe otro dios que castiga severamente a quien le reza al dios equivocado, pero es más condescendiente con los ateos que optan por no rezarle a nadie?
            He pensado estas cosas muchas veces. Y, en función de ello, me parece que mis oraciones en las noches no obedecen a la disonancia cognoscitiva, sino a aquello que la filósofa Tamar Gender llama ‘alief’’ (un neologismo inglés a partir de ‘belief’', creencia). Los ‘alieves’ son creencias que, consciente y racionalmente sabemos que son falsas, pero con todo, no podemos abandonar y guiamos nuestra acción en función de ella. Forman parte de una suerte de auto-engaño que, en realidad, nunca llega a materializarse por completo (pues, seguimos sabiendo que esas creencias son falsas).
            Gender ha documentado estas creencias en muchas situaciones. Por ejemplo, en un edificio de gran altura, puede haber un piso hecho de vidrio muy resistente (incluso más resistente que el piso convencional). La gente puede estar muy consciente de ello, pero aun renuente a caminar sobre ese piso. Saben que el piso es muy fuerte, pero “por si acaso”, mejor no caminar sobre él, a pesar de que no tienen explicación satisfactoria para su acción. En algunos experimentos, se ha ofrecido a los sujetos chocolate en forma de heces de perro. Los sujetos saben muy bien que se les está ofreciendo chocolate, pero con todo, prefieren no comerlo. De nuevo, opera el “por si acaso”.
 
            Supongo que mi oración en las noches parte de las ‘alieves’. Podré leer muchos textos y debatir en contra de la existencia de Dios en el día, pero en la noche, me refugio en el “por si acaso”. Este “por si acaso” no es propiamente el pascaliano, pues Pascal trataba de racionalizar algo que, a mi juicio, no puede racionalizarse.
El “por si acaso” de mi oración es más bien darwinista. Charles Darwin abrió paso a la llamada ‘psicología evolucionista’: muchos rasgos mentales seguramente tienen una base genética, y estos genes han persistido como adaptación a las condiciones de la evolución humana en la sabana africana. Las ‘alieves’ seguramente están ya programadas en nuestro cerebro, como consecuencia de la selección natural. En la sabana africana, tenía valor adaptativo temer a las alturas, y así, aun frente al conocimiento de que el piso de vidrio es muy resistente, hay una disposición psicológica a no caminar sobre él. En la sabana africana, era ventajoso alejarse de cualquier sustancia similar a las heces, y así, nunca tendremos el deseo de comer chocolate en forma de caca, aun si su sabor es exquisito. Pues bien, por varios motivos, seguramente fue ventajoso creer en un dios que responde oraciones, y así, en las noches, pido salir bien en el examen de mañana, aun si sé que las probabilidades de que el supuesto creador del universo intervenga para satisfacer mi deseo, son ínfimas. Así de compleja es la naturaleza humana, y por ahora, seguiré rezando el padrenuestro en mi mente antes de dormir.

4 comentarios:

  1. Hola Gabriel. Me ha sorprendido mucho esta entrada. No me lo esperaba del autor de "La inmortalidad ¡vaya timo!". No obstante, te felicito por tu sinceridad. Muchos no se atreverían a decir algo así por miedo al ateísmo militante. No es mi caso. Dentro de las personas puede haber contradicciones. Se puede ser un gran científico y creer en el horóscopo. Eso es parte de la naturaleza humana. Lo importante es reconocer ese irracionalismo en el que todos podemos caer. Un saludo.

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    1. Gracias, Roberto. Hay en Venezuela un dicho: "De que vuelan, vuelan...", en referencia al vuelo nocturno de las posibles brujas. No llego a ese nivel, por supuesto, pero sencillamente no tengo la fortaleza cognitiva como para abandonarpor completo ideas que, a nivel consciente, sé que son muy improbables

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  2. A mí también me ha sorprendido esta confesión, y mucho, aunque como bien dices, Gabriel, así de compleja es la naturaleza humana.

    Me parece brillante la idea de los "aliefs", sólo que yo la aplicaría a todas las creencias (lo de "irracionales" para mí sobra, dado que una creencia siempre exige un acto de fe, algo que es irracional). Este tema es a día de hoy uno de los que más me interesan, y de hecho voy a impartírselo a mis alumnos este curso por primera vez en formato de vídeo. En él trato de hacerles ver que todas las creencias que tenemos (dioses, más allá, fantasmas, maldiciones, vudú, destino, mancias, envidia de los dioses, etc.) están erradas, pero aun así, nadie se ve libre de al menos alguna de ellas, precisamente por la razón evolutiva que dices.

    Podría objetarte que hay otros dioses a los que podrías rezar, pero una vez más estaríamos mezclando dos planos que, según los neurocientíficos, son independientes en nuestro cerebro: el del pensamiento racional y el de las creencias. Necesitamos creer en algo, decidir de una vez por todas, y el pensamiento racional va por otro lado, suspendiendo constantemente el juicio a la espera de nuevas conclusiones.

    Yo, que soy irreversiblemente ateo, y cada día más, tampoco me veo libre de las creencias. Dejé de rezar durante mi pubertad, o tal vez antes, pero nunca me ha abandonado una pertinaz creencia en los presagios. Por ejemplo, esta tarde tengo una cita importante con una chica que me gusta mucho, o un examen en el que me juego mi futuro; si por el camino tengo un golpe con el coche, por muy poco dañado que éste resulte, me consideraré gafado para el resto del día y, si me es posible, cancelaré la cita o pospondré el examen para otro día, cuando me haya recuperado del shock.

    Sé que no existe ninguna relación causal entre el accidente de tráfico y el rechazo de la chica o el suspenso del examen. Pero eso lo sabe mi lóbulo racional. El lóbulo religioso va por otro lado. O eso es lo que creo, je je jeee... :)

    http://youtu.be/NvUNl43mCoI

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    1. Hola Jose, el asunto de los presagios es muy poderoso en la mente humana. El psicólogo Skinner hizo experimentos famosos con palomas, en los cuales los pájaros asociaban automáticamente eventos que no tienen conexión causal entre sí.

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