Veo muy improbable la existencia de
Dios. Y, con todo, a veces rezo en las noches. Son dos disposiciones claramente
contradictorias. Mis oraciones no se tratan meramente de evocaciones estéticas
(como sí puede ser, por ejemplo, recitar un salmo o entonar un canto gregoriano).
Antes bien, rezo con la intención de que Dios me favorezca en esta o aquella
empresa.
Mi
acción es irracional. Dios no ha dado muestras de que existe, y la persistencia
del mal en el mundo hace incluso muy improbable (y, quizás, imposible) su
existencia. Tratar de conversar con un ente inexistente es irracionalmente fútil.
Rezar a Dios supone también prescindir del entendimiento mecanicista del mundo
que diariamente se requiere para poder funcionar. Asumimos diariamente que un
fenómeno causa a otro, y en función de esa secuencia causal, creamos
expectativas y proyecciones. Las oraciones de petición, en cambio, solicitan a
Dios que interrumpa arbitrariamente la secuencia causal. Y, por supuesto, suele
ocurrir que el orante no cae en cuenta de que muchas veces su plegaria es
incompatible con la plegaria de otra persona que, seguramente, reza con la
misma intensidad: en un clásico Real Madrid-Barcelona, Dios no puede satisfacer
por igual las plegarias de los fanáticos de ambos equipos.
Rechazar
la existencia de Dios y rezar pareciera generar una gran disonancia
cognoscitiva, y como suelen advertir los psicólogos, muchas veces buscamos
aliviar la disonancia mediante alguna forma de racionalización. En mi caso,
efectivamente es así. A veces trato de buscar racionalización para esta
postura. Por lo general, acudo al llamado ‘argumento de la apuesta de Pascal’.
En el siglo XVII, Pascal decía que está en nuestra conveniencia creer en Dios,
pues se gana mucho con ello, y no se pierde nada. Puede ser que Dios no exista,
pero mejor aceptar en su existencia, por si acaso. Si estamos equivocados, no
habremos perdido gran cosa. En cambio, si estamos en lo cierto, habremos
conseguido su favor.
Busco
aplicar este criterio en las noches: después de transitar todo el día asumiendo
que Dios no existe, en la noche, puedo rezar un padrenuestro o un avemaría, por
si acaso. Le pido salud, felicidad, etc. Si voy en un avión y hay turbulencia, no
me importaría rezar el rosario entero. No tengo nada que perder. A lo sumo,
pierdo media hora (en el caso del rosario). Pero, ante la posibilidad de que
Dios haga detener la turbulencia (sobre la cual, montado en el avión, yo no
tengo ya ningún poder de detener o de ajustarme a ella), estoy dispuesto a
hacer esa inversión.
Por
supuesto, como en muchas de las racionalizaciones que surgen para hacer frente
a la disonancia cognoscitiva, el razonamiento es fallido. ¿Sería Dios tan
estúpido como para no darse cuenta de que yo le rezo sólo en momentos de crisis (o
cuando busco algo), y sólo “por si acaso”, en vez de un acto de genuina
devoción? ¿Qué ocurriría si el dios al cual yo le rezo (el Dios cristiano, o en
el caso del avemaría, la virgen) no existe, sino que existe otro dios que
castiga severamente a quien le reza al dios equivocado, pero es más
condescendiente con los ateos que optan por no rezarle a nadie?
He
pensado estas cosas muchas veces. Y, en función de ello, me parece que mis
oraciones en las noches no obedecen a la disonancia cognoscitiva, sino a
aquello que la filósofa Tamar Gender llama ‘alief’’
(un neologismo inglés a partir de ‘belief’',
creencia). Los ‘alieves’ son
creencias que, consciente y racionalmente sabemos que son falsas, pero con
todo, no podemos abandonar y guiamos nuestra acción en función de ella. Forman
parte de una suerte de auto-engaño que, en realidad, nunca llega a
materializarse por completo (pues, seguimos sabiendo que esas creencias son
falsas).
Gender
ha documentado estas creencias en muchas situaciones. Por ejemplo, en un
edificio de gran altura, puede haber un piso hecho de vidrio muy resistente
(incluso más resistente que el piso convencional). La gente puede estar muy
consciente de ello, pero aun renuente a caminar sobre ese piso. Saben que el
piso es muy fuerte, pero “por si acaso”, mejor no caminar sobre él, a pesar de
que no tienen explicación satisfactoria para su acción. En algunos
experimentos, se ha ofrecido a los sujetos chocolate en forma de heces de
perro. Los sujetos saben muy bien que se les está ofreciendo chocolate, pero
con todo, prefieren no comerlo. De nuevo, opera el “por si acaso”.
Supongo
que mi oración en las noches parte de las ‘alieves’.
Podré leer muchos textos y debatir en contra de la existencia de Dios en el
día, pero en la noche, me refugio en el “por si acaso”. Este “por si acaso” no
es propiamente el pascaliano, pues Pascal trataba de racionalizar algo que, a
mi juicio, no puede racionalizarse.
El
“por si acaso” de mi oración es más bien darwinista. Charles Darwin abrió paso
a la llamada ‘psicología evolucionista’: muchos rasgos mentales seguramente
tienen una base genética, y estos genes han persistido como adaptación a las
condiciones de la evolución humana en la sabana africana. Las ‘alieves’ seguramente están ya programadas
en nuestro cerebro, como consecuencia de la selección natural. En la sabana
africana, tenía valor adaptativo temer a las alturas, y así, aun frente al
conocimiento de que el piso de vidrio es muy resistente, hay una disposición
psicológica a no caminar sobre él. En la sabana africana, era ventajoso
alejarse de cualquier sustancia similar a las heces, y así, nunca tendremos el
deseo de comer chocolate en forma de caca, aun si su sabor es exquisito. Pues
bien, por varios motivos, seguramente fue ventajoso creer en un dios que responde
oraciones, y así, en las noches, pido salir bien en el examen de mañana, aun si
sé que las probabilidades de que el supuesto creador del universo intervenga
para satisfacer mi deseo, son ínfimas. Así de compleja es la naturaleza humana,
y por ahora, seguiré rezando el padrenuestro en mi mente antes de dormir.
Hola Gabriel. Me ha sorprendido mucho esta entrada. No me lo esperaba del autor de "La inmortalidad ¡vaya timo!". No obstante, te felicito por tu sinceridad. Muchos no se atreverían a decir algo así por miedo al ateísmo militante. No es mi caso. Dentro de las personas puede haber contradicciones. Se puede ser un gran científico y creer en el horóscopo. Eso es parte de la naturaleza humana. Lo importante es reconocer ese irracionalismo en el que todos podemos caer. Un saludo.
ResponderEliminarGracias, Roberto. Hay en Venezuela un dicho: "De que vuelan, vuelan...", en referencia al vuelo nocturno de las posibles brujas. No llego a ese nivel, por supuesto, pero sencillamente no tengo la fortaleza cognitiva como para abandonarpor completo ideas que, a nivel consciente, sé que son muy improbables
EliminarA mí también me ha sorprendido esta confesión, y mucho, aunque como bien dices, Gabriel, así de compleja es la naturaleza humana.
ResponderEliminarMe parece brillante la idea de los "aliefs", sólo que yo la aplicaría a todas las creencias (lo de "irracionales" para mí sobra, dado que una creencia siempre exige un acto de fe, algo que es irracional). Este tema es a día de hoy uno de los que más me interesan, y de hecho voy a impartírselo a mis alumnos este curso por primera vez en formato de vídeo. En él trato de hacerles ver que todas las creencias que tenemos (dioses, más allá, fantasmas, maldiciones, vudú, destino, mancias, envidia de los dioses, etc.) están erradas, pero aun así, nadie se ve libre de al menos alguna de ellas, precisamente por la razón evolutiva que dices.
Podría objetarte que hay otros dioses a los que podrías rezar, pero una vez más estaríamos mezclando dos planos que, según los neurocientíficos, son independientes en nuestro cerebro: el del pensamiento racional y el de las creencias. Necesitamos creer en algo, decidir de una vez por todas, y el pensamiento racional va por otro lado, suspendiendo constantemente el juicio a la espera de nuevas conclusiones.
Yo, que soy irreversiblemente ateo, y cada día más, tampoco me veo libre de las creencias. Dejé de rezar durante mi pubertad, o tal vez antes, pero nunca me ha abandonado una pertinaz creencia en los presagios. Por ejemplo, esta tarde tengo una cita importante con una chica que me gusta mucho, o un examen en el que me juego mi futuro; si por el camino tengo un golpe con el coche, por muy poco dañado que éste resulte, me consideraré gafado para el resto del día y, si me es posible, cancelaré la cita o pospondré el examen para otro día, cuando me haya recuperado del shock.
Sé que no existe ninguna relación causal entre el accidente de tráfico y el rechazo de la chica o el suspenso del examen. Pero eso lo sabe mi lóbulo racional. El lóbulo religioso va por otro lado. O eso es lo que creo, je je jeee... :)
http://youtu.be/NvUNl43mCoI
Hola Jose, el asunto de los presagios es muy poderoso en la mente humana. El psicólogo Skinner hizo experimentos famosos con palomas, en los cuales los pájaros asociaban automáticamente eventos que no tienen conexión causal entre sí.
Eliminar