viernes, 23 de marzo de 2012

La obsesión con los ancestros

La llamada ‘terapia de las constelaciones familiares’ es otro de los recientes brotes pseudocientíficos que invade a la disciplina de la psicología. Su fundador, Bert Hellinger, es un exsacerdote católico que, después de haber estudiado psicología y filosofía, ideó esta nueva corriente psicoterapéutica. El postulado central de esta corriente psicoterapéutica es que los traumas sufridos por los ancestros de una persona inciden sobre sus conflictos mentales.

En principio, este postulado pareciera tener un mínimo de plausibilidad. Las lesiones psicológicas sufridas por los esclavos africanos en el siglo XVII, por ejemplo, seguramente han dejado alguna huella en sus descendientes actuales. Pero, ¿de qué modo? Seguramente, su resentimiento ha sido transmitido generacionalmente, y los descendientes de los antiguos amos, si bien ya no practican la esclavitud, quizás mantengan alguna forma de racismo.

Pero, la teoría de Hellinger pretende mucho más. Hellinger postula que aun si una persona no tiene ni la menor idea sobre la existencia del trauma de sus antepasados, esto incide sobre su vida. Pues, alega Hellinger, las personas están conectadas con sus antepasados mediante una ‘resonancia mórfica’ que, extrañamente, hace que los traumas de generaciones pasadas se transmitan a las nuevas generaciones. De ese modo, quizás yo no estoy enterado de que mi tatarabuelo fue un hijo ilegítimo. Pero, según la teoría de las constelaciones familiares, la infelicidad de mi tatarabuelo (a quien nunca conocí y nunca me hablaron de él) incide sobre mi vida.

A partir de esto, el método de Hellinger propone una terapia muy extraña. Consiste en que el paciente sea acompañado por un grupo de actores. Estos actores asumen el papel de los antepasados, y el paciente trata de resolver con ellos los traumas. En mi caso, un actor asumiría el papel de mi tatarabuelo, y él y yo trataríamos de resolver el complejo suscitado por su estatuto de hijo ilegítimo. Si mi tatarabuelo, representado por el actor, logra resolver su complejo en la sesión, entonces supuestamente, yo habré mejorado mi condición.

La teoría de las constelaciones familiares no resiste la menor prueba de validez científica. Los psicoanalistas quieren persuadirnos de que los desajustes mentales se deben a traumas en la infancia, algunos más radicales incluso sostienen que se deben a los traumas durante nuestra estadía en el útero. Esto ha sido colocado en duda por la comunidad científica. Pero, otros psicoterapeutas han ido más lejos: alegan que nuestros desajustes se deben a traumas en vidas pasadas. La teoría de Hellinger es más de lo mismo: nuestra infelicidad se debe a traumas que nosotros no hemos sufrido, pero sí nuestros ancestros, aun si ni siquiera nosotros estuvimos enterados de ello. No hay ningún dato que permita suponer que la infelicidad de un tatarabuelo sobre quien no conozco absolutamente nada, incida sobre mi salud mental.

Pero, antes de burlarnos de los promotores de las terapias de las constelaciones familiares, debemos darnos cuenta de que, recurrentemente, muchísimas personas defienden algunas ideas parecidas. Pues, continuamente, se hace énfasis en la idea de que debemos conservar un vínculo con los ancestros, y que en la medida en que rompamos ese vínculo, sobrevendrán grandes catástrofes morales. Se trata, en otras palabras, de la obsesión con los ancestros.

Todos los pueblos, en diversos grados, guardan alguna relación con el pasado y con los ancestros. Esto es perfectamente sano. El estudio científico de la historia es deseable. Pues, en la medida en que se conozca el pasado y la procedencia de un colectivo, se estará en mejor posición para solventar mejor los problemas a los que se enfrenta. El problema, no obstante, es cuando los historiadores caen presa de una vertiente de la llamada ‘falacia naturalista’, a saber, postular que, puesto que por mucho tiempo ha persistido una costumbre, ésta debe continuarse. Así, no sólo enseñan cómo ha sido la vida de nuestros ancestros, sino que también postulan que nosotros debemos mantener un vínculo con ellos, y continuar sus costumbres.

El apego excesivo a los ancestros es un obstáculo a la modernidad y el progreso. De todas las civilizaciones conocidas por los arqueólogos e historiadores, la civilización china ha sido la que con mayor intensidad ha mantenido el vínculo con los ancestros, al punto de rendirle culto. El despegue industrial de China en el siglo XXI es impresionante, pero precisamente, plenitud de comentaristas coinciden en que, a medida que China se industrializa, cada vez más abandona el culto y el apego a los ancestros. De hecho, Max Weber elocuentemente explicaba que parte de la razón por la cual Europa se industrializó primero que China es precisamente ésa: en Europa no hubo culto a los ancestros del mismo modo que en China.

El culto a los ancestros hace que las instituciones tradicionales se afinquen, y haya menos posibilidades para el cambio social. Al rendir culto a los ancestros, se rinde culto también a las antiguas costumbres. Y, en ese sentido, una sociedad que rinde culto a los ancestros tiene dificultas en asimilar los cambios y las innovaciones.

Por eso, la retórica que continuamente apela a los ancestros, a los padres fundadores, a la tradición, al legado cultural, etc., tiene un tufo reaccionario. Los reaccionarios del siglo XIX, frente a los avances de los revolucionarios franceses, argumentaban que se estaba cometiendo un sacrilegio en la medida en que se revertía el orden social de generaciones pasadas. A su juicio, era sano conservar aquello que por tanto tiempo había persistido. No es objetable aplaudir a nuestros ancestros por haber hecho tal o cual acción. Pero, sí es objetable asumir que, puesto que nuestros ancestros hicieron X, nosotros debemos también hacer X.

Pues bien, en pleno siglo XXI, estos reaccionarios reaparecen, no ya bajo el manto del conservadurismo, sino con una retórica que apela a las políticas de la identidad y el postcolonialismo. Las grandes potencias coloniales suprimieron violentamente muchas identidades grupales entre los pueblos colonizados, y sembraron en ellos un complejo de inferioridad. Todo esto merece nuestro reproche.

Pero, ahora, en la lucha contra el colonialismo, se pretende revertir esto, incentivando el orgullo identitario. Y, muchas veces, la estrategia que se emplea para esto es explotar la retórica que busca vincular a las personas con sus ancestros. El colonizador obligó al colonizado a sentir vergüenza por sus ancestros. Ahora, el descolonizador obliga al colonizado a sentir orgullo y venerar a sus ancestros. Éste es el fundamento de aquello que ha venido a llamarse en los países anglófonos, las identity politics (políticas de la identidad): incentivar, por todos los medios posibles, que los individuos manifiesten sus raíces étnicas.

El problema con esto es que, muy frecuentemente, se hace de forma impositiva. Hay gente que sencillamente no desea continuar el legado de sus ancestros. Hay plenitud de indígenas que lógicamente prefieren abandonar las prácticas chamánicas de sus tatarabuelos, y asumir el método científico de la medicina occidental. Los entusiastas de la descolonización, no obstante, insisten en que, para descolonizarse y rechazar la cultura foránea impuesta, esos indígenas deben continuar aquello que sus ancestros hacían. El llamado a rescatar las ‘tradiciones ancestrales’ permea continuamente el discurso descolonizador. Aquel indígena que se atreva a asumir instituciones modernas muchas veces es acusado de ser un traidor a sus ancestros para complacer a los invasores, un malinchista.

Así, la retórica que, en nombre de la descolonización, insta a conservar las tradiciones ancestrales, termina por ser opresiva. Pues, despoja a los individuos de la capacidad para autodefinirse según su voluntad. A la persona de piel oscura se le impone la herencia africana, aun si no la desea. No importa si una persona de piel oscura lee Shakespeare, canta ópera y apoya al Real Madrid; bajo esta retórica, aun si está imbuido de rasgos culturales europeos, seguirá siendo de esencia africana, pues sus ancestros eran africanos. Esta hipotética estaría confundida por creerse europeo, pero en realidad es africano, aún si ella no se siente como tal.

Al final, bajo esta retórica, la identidad no es definida por lo que el individuo haga, sino por lo que sus ancestros hicieron. Como bien señala el crítico Kenan Malik, el multiculturalismo y otros movimientos afines, terminan por enjaular a los individuos en casillas étnicas, las cuales les dicten cómo deben actuar, en función de cómo actuaron sus ancestros. Estos movimientos fuerzan a los individuos a tener un vínculo con sus ancestros, sin preguntarles realmente si así lo desean.

Inadvertidamente, estos promotores de las políticas de la identidad dan alas al establecimiento de los rancios prejuicios en torno al abolengo. Una persona ya no es propiamente valorada por sus propios méritos, sino por los méritos de sus ancestros. He conocido gente que se ufana de ser “5% cherokee”, o “10% celta” (incluso, en alguna ocasión un amigo norteamericano me mostró un carnet oficial que lo acreditaba ser “2% navajo”). Muy pocas de estas personas exhiben algún rasgo cultural propio de esos grupos étnicos, pero el hecho de que algún tatarabuelo fue un guerrero cherokee los acredita como miembros del grupo cherokee. En cambio, una persona que se vea profundamente atraída por la cultura cherokee, domine la lengua y se impregne de sus costumbres, no será reconocida como cherokee, si sus ancestros no formaban parte de este grupo.

La obsesión con la preservación de culturas víctimas del colonialismo ha conducido a una ideología típicamente reaccionaria que pretende sobrevalorar la relevancia de los ancestros en nuestras vidas. Especialmente en América Latina, se suscita a menudo un debate sobre cuáles valores culturales deben asimilarse más. Típicamente, los argumentos adquieren esta forma: “puesto que somos descendientes de españoles, debemos incorporar más aceite de oliva a la comida”, mientras que otros responden: “puesto que somos más descendientes de africanos, debemos más bien incorporar más yuca en nuestros platos”. Al final, todos estos argumentos asumen que debemos comer aquello que nuestros ancestros comieron; pocos tienen en consideración cuáles son las comidas más nutritivas, más económicas, etc. Por eso, se trata de un argumento típicamente falaz: el hecho de que algo haya ocurrido por mucho tiempo no implica que deba seguir ocurriendo. Para evaluar si algo debe hacerse o no, es irrelevante preguntar si en el pasado se hizo por mucho tiempo.

Un pueblo necesita mirar al pasado para evitar los errores cometidos, y repetir los aciertos. Pero, sencillamente no veo necesidad de mirar al pasado para establecer una identidad, mucho menos veo necesidad de que los hechos del pasado guíen los senderos del futuro. El hecho de que los padres fundadores de un país hubieran instaurado esa nación con unas doctrina políticas no implica que esta nación no las pueda cambiar. El hecho de que los ancestros de los indígenas tuvieron algunas costumbres no implica que sus descendientes no deban asimilar otras costumbres. Es mejor traicionar a los ancestros, que cometer sus errores. Es sano respetar a los ancestros, siempre y cuando éstos no sean obstáculos a la modernización y el progreso.

2 comentarios:

  1. Conocer la historia, el pasado, siempre puede ayudar para entender algunas relaciones presentes. No obstante, como lo ha plasmado, esto genera un trombo cuando el pasado viene a trabar las dinámicas evolutivas de una sociedad. No agregaré más al respecto, pues es un punto que muy claramente ha usted dejado claro. Sin embargo, me atrae eso de una “teoría” o “enfoque” de las constelaciones en la psicoterapia. Creo que ponerle el calificativo de “teoría” es una afrenta a lo que su proceso (de crear teoría) implica. En psicoterapia siempre hemos pretendido mejorar la calidad de vida de un paciente que reporte alguna situación incomodante, pero ahora pretender edificar un enfoque basado en hechos que ni remotamente recordaremos (no hablaré de regresiones ni cosas de estas ultra-metafísicas) más bien generará paranoia o nuevas enfermedades o estados de intranquilidad en un paciente, para quien quizá no haya respuesta en el pasado.
    Le ejemplifico mi punto en lo siguiente: Yo, Linoel, voy a consulta con un psicoterapeuta porque me siento ansioso. ¿Cómo y con qué métodos contará ese “psicoterapeuta” para saber de dónde vengo? ¿Cómo saber si vengo de una tradición de esclavos o de conquistadores? Honestamente considero que este enfoque de psicoterapia ni debería llevar ese nombre, o sea, no es psicoterapia pues no aunque hay modelos que se basan en el papel de la historia en nuestras vidas (Gadamer), el que emplea este enfoque solo va a sumarle ideas que antes no tenía el paciente, y ya hay pruebas del tipo “paciente que no siente ningún efecto secundario, hasta que lee el prospecto del medicamento”. Un “terapeuta” me indica que mis ancestros todos eran sumisos. ¿Qué puede generar eso? ¿Debo ahora actuar sumisamente para que mi vida “mejore”? O peor, que consulte porque me siento infeliz, y salga de allí con que mis ancestros eran todos unos colonizadores asesinos de esclavos, me podría más bien generar inconvenientes de autoestima pues actualmente mi autoconcepto no me califica como tal.
    Este enfoque no es sino otra falacia que pone (de nuevo) en una posición de descrédito (injusta) a aquellos que creemos que la objetividad en los procesos de terapia ya no es suficiente, y que el paso a los procesos subjetivos es clave, pero sin que ello implique colocar cualidades que saboteen el proceso iniciado. La terapia o enfoque, como sea, de “las constelaciones”, no es más que un boicot a la psicología como campo serio de conocimiento. Quizá este enfoque encuentre “conexión” con otras ciencias antroposociales, como la sociología o la misma antropología, pero su alcance no debe más que llegar a un estado que ya pasó, lejos de atribuírsele característica del tipo “karma”, que algunas de las tendencias de la nueva era manejan.

    Buen artículo, Dr.

    Éxitos.

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    1. Hay muchas opiniones encontradas, lo cierto es que aparte del poco aval científico y la historia personal de su creador, tiene una importante dosis de obsesión por lo intangible, por lo pasado de lo cual solo podemos tener referencias subjetivas Muchas veces imposibles, de verificar. También he observado una dosis de teatro exagerado para influenciar sobre el grupo participante, mover sus fibras y aprobechar sus sentimientos y resentimientos, genera una marcada obsesión por los antepasados, a quienes se les carga buena parte de las culpas de problemas actuales, desviaciones o fracasos, exculpando a quien lo padece. Es a mi concepo un gran negocio que explota las debilidades y el dolor agent, que ahora ademas pretende explotar en segmento empresarial

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