lunes, 5 de diciembre de 2016

¿Era Fidel un narcotraficante?

            Cuando cayó el muro de Berlín, se desclasificaron muchos documentos, y se supieron muchas de las marramuncias que se hicieron en el bloque soviético. Con la muerte de Fidel y la apertura de Cuba al mundo, quizás podamos tener la esperanza de que, algún día, el régimen cubano abrirá los archivos (si es que acaso existen), o se permitirá saber la verdad sobre el caso Ochoa. Por supuesto, primero tiene que morir Raúl Castro, pues él mismo fue uno de los principales protagonistas de aquellos infames acontecimientos.
            Dado el gusto que ahora hay por las series televisivas de narcotraficantes en toda América Latina y EE.UU., me sorprende que el exilio en Miami aún no haya llevado a la pantalla este caso. Pues, en efecto, lo tiene todo: drogas, sexo, amor, guerra, violencia, espionaje. A raíz de la muerte de Fidel, he visto algunos documentales y he leído algunos libros sobre el tema. Obviamente, a los fidelistas les aterra el tema, y por eso, tratan de evitarlo a toda costa. En este sentido, que yo sepa, no hay libros o documentales que cuenten la historia simpatizando con Fidel.

            Por otra parte, lamentablemente, la mayoría de los libros sobre el tema son muy conspiranoicos y demasiado prestos a satanizar a Fidel. La crónica más balanceada y detallada, me parece, es la que Andrés Oppenheimer presenta en su libro La hora final de Castro, de 1993. El título da la impresión de que Oppenheimer estuvo equivocadísimo, pues en 1993, aún estábamos muy lejos de la hora final de Fidel. Pero, el mismo Oppenheimer advertía en el libro que él no pretendía ser un profeta, sino sencillamente, narrar la crisis por la cual empezaba a atravesar Cuba. Así pues, el primer tercio del libro, es una muy documentada y balanceada narrativa sobre cómo sucedieron los acontecimientos en torno al caso Ochoa.
            Trataré de resumir casi doscientas páginas de intrigas genialmente narradas por Oppenheimer. Reinaldo Ruiz, un cubano exiliado en Panamá, descubrió que tenía un primo lejano en la administración cubana, Miguel Ruiz Poo. Ruiz le planteó a su primo usar Cuba como base para trasladar cocaína desde Colombia a Miami. Ruiz Poo tuvo que consultar con sus superiores, y tras recibir el visto bueno, se concretó la operación.
            Empezaron así algunas operaciones. Ya desde antes, había operaciones en las que se permitía el uso del espacio aéreo cubano a los narcos, y a cambio, se pedía que esos mismos narcos llevasen armas a las guerrillas en Colombia y Centroamérica. Pero, aparentemente, los altos mandos siempre habían querido tener cautela en que la droga no pasara por territorio cubano propiamente.
            Cuba, no obstante, empezaría a dejar de recibir subsidios soviéticos, a partir de la Perestroika. Así, desesperadamente había que buscar nuevas formas de financiamiento y abastecimiento. Se creó así el departamento de “Moneda convertible”, MC. La intención era hacer negocios con los propios exiliados en Miami, de forma tal que éstos burlaran el embargo, y llevaran en sus lanchas a Cuba, artefactos electrónicos, así como operaciones en el exterior que permitieran evadir el embargo.
Esto fue así por un tiempo, pero el alto mando del MC, con Tony de La Guardia a la cabeza, empezó a ver como un negocio más rentable que esos lancheros llevaran droga directamente a EE.UU. De La Guardia aparentemente era un tipo corruptible que disfrutaba el buen vivir en La Habana, y se quedó con alguna tajada de aquel negocio turbio. Pero, tanto él como su hermano gemelo, Patricio, deseaban también reformas en Cuba. Y así, en vista de que el régimen no daba su brazo a torcer a la Perestroika, pragmáticamente asumieron que el narcotráfico sería una opción viable para sobrellevar los tiempos duros que venían.
Arnaldo Ochoa, en cambio, no era un tipo corruptible. Ostentaba el título de “Héroe de la Revolución”, y tenía una ilustre carrera como combatiente en Angola. Fidel pretendía dirigir esa guerra desde Cuba, pero Ochoa, en el campo de batalla, desobedeció muchas órdenes, cuestión que al final, resultó ser militarmente eficaz. Ochoa, que se había ganado el respeto de sus tropas, veía con preocupación la precaria condición de Cuba y el abandono de los veteranos de guerra, y así, se involucró en el tráfico de diamantes y marfil desde África, pero nunca de droga. Las ganancias serían para la revolución, y en efecto, Ochoa llevaba en Cuba una vida bastante austera.
Como los gemelos De La Guardia, Ochoa quería reformas. Pero era mucho más osado en vociferar su crítica a Castro. Fidel, como siempre fue su costumbre, montó vigilancia y colocó micrófonos secretos a Ochoa, y pudo escuchar sus opiniones respecto a la necesidad de reformas en Cuba. Indispuesto a tolerar la indisciplina de Ochoa, procedió a arrestarlo (junto a los gemelos De La Guardia y otros más), imputándole cargos relacionados con el narcotráfico (se le acusó de enviar un emisario para establecer relaciones con Pablo Escobar). Mataba así dos pájaros de un tiro: se quitaba de encima a un posible disidente, y a la vez, lavaba su cara frente a la amenaza de que la inteligencia norteamericana revelara datos que vinculaban al régimen con el narcotráfico.
El juicio que se le hizo fue brutal. Se transmitió por televisión, pero en versiones editadas, de forma tal que no sabemos realmente la totalidad de las cosas que se dijeron. A pesar de la edición, hubo algunas escenas extrañas. Por ejemplo, Ruiz Poo, temblando y llorando, empezó a decir en medio de incoherencias, que las órdenes respecto a las operaciones del narcotráfico venían directamente desde Fidel. El fiscal Juan Escalona (un hombre despiadado con un gran celo en elogiar a la revolución y llevar al paredón a los acusados), intervino para interrumpir al acusado, y exigió que los médicos lo atendieran. Al día siguiente, Ruiz Poo, ya recompuesto, retomó su testimonio, pero esta vez dijo que Fidel no tenía absolutamente nada que ver con las operaciones
   Los abogados no hicieron el menor esfuerzo por defender a los acusados. Todos terminaron confesando sus crímenes. Pero, vale recordar que, en las purgas estalinistas de los años 1930, los acusados también confesaban crímenes que, luego se supo, no cometieron. Y, además, esas confesiones en Cuba no fueron del todo claras. Los acusados dicen que ellos fallaron a la revolución (Ochoa admitió que él merecía morir), pero no detallan en qué consistieron sus crímenes. Fidel mismo fue a visitar a Tony De La Guardia en la cárcel, prometiéndole que, si confesaba, el castigo no sería duro. Presumiblemente, se hizo la misma oferta a Ochoa. Por supuesto, tal promesa no se cumplió, y al final, tanto Tony De la Guardia como Ochoa fueron fusilados.
    En la narrativa de Oppenheimer, también resalta la complicidad de Gabriel García Márquez, que tenía su propia mansión en La Habana. La hija de Tony De La Guardia, Ileana, desesperadamente fue a suplicar al Gabo para que interviniera con Fidel pidiendo clemencia. Los testimonios se contradicen un poco, pero según parece, García Márquez no se esmeró mucho en esta solicitud.  
En todo este culebrón, hay dos preguntas clave: ¿era Ochoa culpable? (no hay duda de que De La Guardia sí lo era), y ¿cuán cómplice era Fidel? Oppenheimer no ofrece respuestas contundentes. En su relato, deja entrever que, sí, Ochoa sí participó en estas operaciones, aunque sólo tentativamente. No entró de lleno en el narcotráfico, solamente envió emisarios para establecer unos primeros contactos. Pero, en todo caso, no lo hizo para enriquecerse él mismo, y en su contexto, sus acciones eran las más naturales, pues parecía que todo aquello era autorizado e incluso alentado por el propio régimen.
¿Y Fidel? El Comandante siempre tuvo la precaución de no mancharse las manos directamente. Pero, según el testimonio de muchos de los informantes de Oppenheimer, Fidel sí estaba al tanto de las operaciones. José Abrantes, otro de los condenados (pero no a muerte), y muy cercano a Fidel, empezó a explicar a otros reclusos la participación de Fidel en el narcotráfico. Al poco tiempo, murió misteriosamente en la cárcel. Patricio De La Guardia fue más comedido en sus vociferaciones en la cárcel (presumiblemente, escarmentó al conocer sobre la muerte de Abrantes), pero según su esposa, Patricio siempre sostuvo que Fidel estaba al tanto de todo.
 Con todo, Fidel quería mantener las operaciones en un límite, y cuando éstas se empezaron a descontrolar, decidió intervenir, aprovechando la ocasión para lavar su cara frente al mundo, y a la vez, eliminar a Ochoa, un reformista cuya popularidad, ya Fidel empezaba a temer. La historia quizás absolverá a Fidel por su ataque al cuartel Moncada, pero, si lo que cuenta Oppenheimer es verdadero (y ciertamente es muy creíble) no por la barbaridad del caso Ochoa.

5 comentarios:

  1. Desconocía este libro, gracias por divulgarlo.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es del año 92. Oppenheimer obviamente se equivocó en creer que el régimen cubano caería (tampoco pudo tener en cuenta que Venezuela lo salvaría), pero el libro describe muy bien el caso Ochoa.

      Eliminar
  2. Por cierto, ¿alguna vez viste el documental "The Trouble with Atheism"? Si lo viste, ¿que te pareció?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mi me dio la misma sensación. Abunda en lugares comunes y tópicos incoherentes.

      Eliminar