Marcos
Pérez Jiménez, el dictador venezolano, promovió la inmigración europea a
Venezuela en la década de 1950 (entre esos inmigrantes, mi abuelo Joaquín Campo
Redondo llegó a Maracaibo desde Sevilla). Muchos otros países latinoamericanos
hicieron lo mismo: se pensó que, al abrir las puertas a la inmigración europea,
nuestros países mejorarían.
En
aquellas políticas, ciertamente hubo motivaciones racistas. Se aspiraba a que
los europeos “blanquearan” a las poblaciones locales. Pero, yo no me
apresuraría a levantar mi dedo acusador. Pues, guste o no, es un hecho que la
cultura europea está mejor capacitada que la latinoamericana para el progreso
(vale destacar que esto no es un
argumento racista, pues no se trata de una mayor capacitación biológica, sino
meramente cultural). De hecho, el haber recibido a esos inmigrantes europeos,
con su mayor disciplina y preparación que la población local, supuso un inmenso
beneficio para el desarrollo latinoamericano, duélale a quien le duela.
Seguramente
el país que más agresivamente incentivó esta política fue Argentina. Ya desde
el siglo XIX, el gran Domingo Sarmiento adecuadamente supo entender que, no
sólo su país, sino toda la América hispana, se batía entre la civilización y la
barbarie. De hecho, ése es el tema de la gran obra de Sarmiento, Facundo: lograr que el bárbaro se
convierta en civilizado. La solución, en opinión de Sarmiento, era europeizar
al americano.
Con
toda seguridad, debemos matizar las opiniones tan desgarradoras de Sarmiento.
Pero, en líneas generales, tenía razón: aquellos países latinoamericanos que
han procurado incorporar las instituciones culturales norteamericanas y europeas,
y han abrazado la modernidad, les ha ido mejor. Aquellos países que se empeñan
con afán nacionalista en inventar “lo nuestro”, y prefieren el guayuco al
pantalón, han quedado en el atraso.
Este
contraste entre civilización y barbarie, y el dilema respecto a cuánto debe
europeizarse América Latina, es el tema principal de El ciudadano ilustre, una película dirigida por Gastón Duprat y
Mariano Cohn. Narra la historia de Daniel Mantovani, un novelista argentino que
vive en Barcelona, y recibe el Premio Nobel. Tras esta gloriosa hazaña, decide
ir a visitar su pueblo natal, Salas, tras treinta años de ausencia.
En
Salas, los lugareños le dan una bienvenida de héroe. Pero, muy pronto, Daniel
se empieza a incomodar. Pues, ve en sus compatriotas aquello que él ya ha
dejado atrás tras emigrar al Primer Mundo: cursilería, ignorancia,
tradicionalismo, clientelismo, corrupción, mediocridad. Con todo, los lugareños
nunca pierden la humildad. Y, frente al creciente desencanto que exhibe Daniel,
empiezan a ver en su héroe a un tipo arrogante que, en realidad, al cruzar el
charco, despreció a sus raíces.
Un
tipo trata de chantajear a Daniel para que lo favorezca en un concurso de
pintura, pero cuando Daniel no cede al chantaje, el tipo se encarga de divulgar
entre los lugareños aquellos trozos de las novelas de Daniel en los cuales los
argentinos salen muy mal parados. El tipo constantemente lo acusa de haberse
vendido a los europeos.
Pero,
Daniel no es ningún vendido a los europeos. Es, sencillamente, un hombre que,
estando en Europa, ha alcanzado a ver las carencias culturales que sufren los
argentinos. Como es de esperarse, a ningún nacionalista le gusta que le digan
que su país no es tan glorioso como él cree, y con su ego herido, se vuelve
rencoroso. Así, las tensiones entre Daniel y los pueblerinos van creciendo, y
al final, todo termina en tragedia, aunque no en fatalidad.
La
película es un deleite, verdadera manifestación de la tragicomedia nacional
argentina (y, muy consecuentemente, la película se alterna entre lo cómico y lo
trágico). Argentina, el país que prometió mucho, pero que no alcanzó lo que se
propuso. Argentina, el país más europeizado de América, pero que, extrañamente,
en su empeño nacionalista termina por fracasar en su modernización. O, como se
dice en la misma película, Argentina, el país que ha dado muchas glorias (Borges,
Messi, el Papa, la reina de Holanda), pero que jamás llegó a tener un Premio
Nobel de literatura.
Con
todo, El ciudadano ilustre se cuida
mucho de no caer en maniqueísmos, y de ningún modo presenta a un Daniel bueno vs.
unos lugareños malos. Las cosas son más complejas. Los habitantes de Salas son
buenas personas, pero lamentablemente, no tienen una mentalidad suficientemente
preparada para el progreso. Por otra parte, Daniel es muy culto y moderno, pero
no tiene la necesaria sensibilidad para manejar a sus compatriotas con guantes
de seda y persuadirlos de que sean menos bárbaros.
Y,
en ese sentido, El ciudadano ilustre es
una brillante crítica por partida doble. Por una parte, critica el nacionalismo
argentino que obstinadamente se tapa las orejas y no quiere escuchar lo que
desde afuera se les dice. Pero, por la otra, critica a aquellos intelectuales
que, desde Sarmiento, han querido modernizar a Argentina (y América Latina en
general) a rajatabla; estos personajes, desconectados de las sensibilidades
locales, terminan siendo muy torpes en su acometido. El ciudadano ilustre no propone ninguna solución en particular,
pero con todo, es una gran película.
Un artículo interesante, sin embargo, tengo entendido que Argentina ha tenido cinco Premios Nobel: Carlos Saavedra Lamas, Paz; Bernardo Houssay, Medicina; Luis Leloir, Química; César Milstein, Medicina.
ResponderEliminarPerdón, dije cinco pero mencioné a cuatro; me estaba olvidando de Adolfo Pérez Esquivel, Paz.
Eliminar¡Vaya gazapo! Gracias. Quise decir premios Nobel de literatura. Ya lo corrijo.
EliminarY, gracias por mencionarme esos premios Nobel, que no conocía...
EliminarGracias Gabriel por compartir tus escritos son siempre interesantes! Tienes en mi tu fan #1. Saludos, Maria Elena Salerni de Hands
ResponderEliminarGracias a ti por escribir.
EliminarEn serio a ti si te fascina exagerar y parece que tu no eres de buscar equilibrios.
ResponderEliminarNo sé de qué hablas.
Eliminarque ahi cometes una serie de exageraciones y gneralizaciones apresuradas, pues parece que la diversidad te asqueara (no se si sea verdad).
EliminarPor ejemplo que querer "ver lo nuestro", es atraso o aislacionismo, cuando es todo lo contrario. Es valorar lo que se tiene, saber que se cuenta con una riqueza (cultural, artistca, natural, gegrafica, gastronomica) gigantesca ¿sabías que Venezuela hace parte de los paises megadiversos?¿has estado por casualidad en salto de angel o en los paramos de allá?. Pero como para ti todo el mundo en un lienzo en blanco para que lo coloree occidente. Una hpersimplificación, además cometes el eror dever a los indigenas como entes monoliticos, cuando son muy heterogneos y no todos son violentos. Además cada terrirorio tiene sus particularidades, por lo que no se pueden 100% con el lente europeo.
Bueno, al grano. Sobre las tradiciones, ¿conservarlas es algo inherentemente malo (solo hablando de tradiciones que no hagan daño a seres vivos, como lo son los sistemas de castas o el toreo)?, pues eso no quiere decir necesariamente retraso; por ejemplo los japoneses conservan sus tradiciones y "lo suyo" y no son atrasados, así como muchos paises europeos.
Recuerda que la diversidad es la riqueza mas grande de la humanidad
1. "Lo nuestro" lamentablemente sí es atraso. Te remito a los muchos estudios que se han hecho sobre subdesarrollo en América Latina, y los impedimentos culturales al progreso.
Eliminar2. Conservar las tradiciones no es inherentemente malo. Lo malo es conservar tradiciones dañinas, por el mero hecho de ser "nuestras". Yo no me opongo a conservar el vallenato o los tacos. Sí me opongo a conservar la medicina indígena o el clientelismo heredado de España. Y, también me opongo a medidas estatales anti-liberales para conservar instituciones que están en desuso.