Ante el avance de la vorágine del relativismo cultural,
la culpa del hombre blanco, y el continuo reproche a Occidente, no viene mal
recordar la trascendencia de la revolución francesa. En el siglo XVIII, fuera
de Occidente, nadie tenía ni la más remota intención de levantarse frente al
despotismo, secularizar la sociedad, o enfrentarse a las monarquías
absolutistas. Por ello, hoy 14 de julio, deseo a todos un feliz día de la toma
de la Bastilla, y exhorto a sentir orgullo de nuestra civilización.
Con
todo, esta celebración siempre me ha parecido muy desdichada. En el mismo año
de 1789, los revolucionarios proclamaron los derechos del hombre. Esa ocasión
no se celebra como día de fiesta nacional. Lo que se celebra el 14 de julio, en
cambio, es la mentalidad de hordas.
La
Bastilla era la prisión en la cual se encontraban los presos políticos, y era
un símbolo de la tiranía del antiguo régimen. Visto en retrospectiva, podemos
celebrar que el pueblo, asqueado del viejo orden feudal, destruyera aquella
cárcel. Pero, estas cosas no suelen ocurrir limpiamente. El mismo 14 de julio
de 1789, las hordas que destruyeron la Bastilla, arremetieron contra guardias y
funcionarios, y colocaron sus cabezas en piquetes, en éxtasis de celebración.
En total, entre enfrentamientos, aquel festín de violencia dejó más de noventa
muertos.
Aquello
debió haber sido un presagio de lo que estaba por venir en los años siguientes,
pero poca gente lo alcanzó a ver. Edmund Burke, el gran filósofo anglo-irlandés,
sí lo vio con mucha claridad. Él también detestaba el viejo régimen de las
monarquías absolutistas, y propuso reformas. Cuando los colonos norteamericanos
se rebelaron contra el imperialismo británico en la revolución de 1776, él los
apoyó.
Pero, Burke comprendió
que no todas las revoluciones son harinas del mismo costal. La revolución
francesa empezó con mal pie, y Burke advirtió que las cosas se pondrían aún
peor. Se estaba yendo con demasiada prisa, y eso propiciaba que, con el afán de
cambiar las cosas repentinamente, no hubiera control de ningún tipo. Al final,
las masas serían encargadas de gobernar. Esto podría parecer un paraíso de
democracia participativa, pero en realidad, cuando las masas tienen poder
ilimitado, hay mucho peligro. En efecto, tal como profetizó Burke, aquello
desembocó en el caos del reinado de terror de Robespierre, cuando las
muchedumbres decidían si se mataba o no a alguien.
Francia
lleva ya más de doscientos años en estas celebraciones de un evento fundacional
que trajo consigo momentos terribles. Pero, nunca es tarde para rectificar, y
entender que los arrebatos irracionales de las masas, aun si es en contra de tiranías,
no suelen llevar a cosas buenas.
Los propios
franceses ahora se empiezan a lamentar de que su vecina, la Gran Bretaña, los
haya abandonado en el proyecto de unión continental. Pero, el Brexit fue precisamente un ejemplo de
democracia participativa demasiado cercana a la mentalidad de hordas; una
ocasión en la que se permitió a las masas decidir irracionalmente. Francia
podría celebrar muchas cosas positivas de su revolución, pero al enaltecer una
ocasión en la que hubo cabezas en piquetes, se termina dando aval a aquellos
que creen erróneamente que la voz del pueblo es la voz de Dios a toda costa.
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