Venezuela,
como los países comunistas en su fase decadente, se ha convertido en una nación
de colas. Y, esto sirvió de potente imagen en la campaña electoral de las
elecciones legislativas de 2015, en las cuales la oposición obtuvo un triunfo
aplastante.
La cola
ya forma parte de nuestra cotidianidad cultural, muchísimo más que cualquier
otro país latinoamericano, incluso Cuba. Quizás en otros países haya más colas,
pero en nosotros el impacto ha sido mayor, pues el cambio fue repentino. Tras
vivir en la bonanza petrolera, de repente todo eso desplomó, y ahora, los
venezolanos debemos acostumbrarnos a estar varias horas en una cola a la espera
de que se reparta el pan.
Previsiblemente,
las colas son tremendamente odiadas. Aparentemente, no hay nada bueno en ellas:
generan frustración, y la oposición supo explotar esto en su campaña electoral.
Pero, en un reciente libro (Why Does the
Other Line Move Faster?; ¿Por qué la
otra cola se mueve más rápido?), David Green ofrece al argumento, según el
cual, la cola tiene un aspecto valorable.
Según
Green, la cola es un fenómeno relativamente reciente, apenas remontable a
finales del siglo XVIII. Posiblemente, dice Green, su origen estuvo en la
revolución francesa. En aquella época turbulenta, el pan escaseaba. Pero, los
revolucionarios lograron organizar a las masas que se aglomeraban para recibir
el pan. La cola empezó a convertirse en un símbolo de cooperación aún en
tiempos de crisis (la fraternité), y
sobre todo, de igualdad: en la cola
no hay privilegios aristocráticos, el que llega primero, obtiene primero la
mercancía, sin invocar ningún derecho especial.
El
desorden de la masa, en el cual la gente saca a codazos a los demás y lanza las
manos para recibir insumos (como a veces se ven en lamentables imágenes de
campos de refugiados en África), fue sustituido por un sistema mucho más
civilizado.
Además,
sostiene Green, la propia forma física de la forma de la cola, representa también
un proceso civilizatorio. En la aldea y la ciudad medieval, no hay líneas
rectas. En la ciudad moderna, en cambio, hay cuadrículas. En la artesanía, se
produce sin un orden demasiado rígido. En la industrialización, en cambio, se
produce en una línea ensambladora. La cola, pues, es una forma civilizada de
enfrentar la escasez, muy afín a los diseños urbanísticos modernos.
Siempre
he valorado aquello que Norbert Elias llamó el “proceso civilizatorio”.
Contrariamente a los primitivistas y relativistas culturales que añoran la vida
premoderna libre de muchas de nuestras actuales convenciones sociales, yo
valoro la represión y el orden que ha introducido la civilización moderna. La
cola es represiva (entregamos nuestra libertad, y nos sometemos a la regla de
esperar el turno y pararnos en línea), pero es un mal necesario. En su libro,
Green nos recuerda que, desde la más tierna infancia, el sistema nos hace
dóciles entrenándonos para hacer colas (en los colegios, en los deportes, en
los cuarteles). A freudo-marxistas de la Escuela de Frankfurt esto les parecía
un sistema de control abominable, pero insisto, yo lo estimo un mal necesario.
Sorprendentemente,
la mayoría de los venezolanos han aceptado (al menos tácitamente) todo esto, y
han mantenido una conducta relativamente cívica en las colas. La gente común,
por supuesto, sigue detestando las colas (aunque, puede haber también algún
placer masoquista, tal como explico acá), pero estoicamente las acepta.
No
obstante, Green documenta que, en otros países que han atravesado crisis
parecidas a la nuestra, la cola se ha convertido en un símbolo favorable del
sistema político. Por ejemplo, en la Segunda Guerra Mundial, el gobierno
británico tomó orgullo en las colas, pues sirvió para mostrar al mundo cómo,
aún frente a la calamidad que los alemanes generaban sobre Gran Bretaña, el
pueblo británico mantenía su civismo e integridad moral.
En
Venezuela, la oposición utilizó la cola como símbolo de la ineptitud del gobierno.
Esa táctica funcionó, pues se manifestó en los resultados electorales. Pero, si
el gobierno hubiera podido convencer a la gente de que la crisis actual es
producto de una agresión foránea, en ese caso, el gobierno pudo haber utilizado
las colas a su favor, del mismo modo en que Churchill lo hizo (pues, en ese
caso, era evidente que la crisis era culpa de la guerra, y esta guerra había
sido iniciada por Hitler). El gobierno venezolano pudo haber vendido la idea de
que, frente a la guerra económica, el pueblo venezolano mantiene su civismo en
las colas, y eso es muestra de madurez y modernidad.
Así como los
revolucionarios franceses utilizaron la cola como símbolo de igualdad, sospecho
que los comunistas del mundo no desprecian la cola. Pues, ella representa a la
masa de ciudadanos que se organizan cívicamente, sin distinciones de clase. En
el futuro, si las colas no cesan, la oposición venezolana debería sopesar mejor
los riesgos de utilizar la imagen de la cola como protesta contra la ineptitud del
gobierno, pues los gobernantes socialistas podrían darle un giro a eso, y más
bien apropiarse de la cola para utilizarla como símbolo heroico de
igualitarismo y civismo.