A inicios del siglo XX hubo en la filosofía angloparlante gran preocupación por aclarar las confusiones propiciadas por el lenguaje. Surgió así la llamada ‘teoría analítica’; uno de sus postulados básicos era que muchos problemas filosóficos podría resolverse si se analizaba con rigor cómo se emplean las palabras, cuál es su significado preciso, etc. Uno de los objetivos fundamentales de estos filósofos era hacer el lenguaje más claro, y asegurarse de que las palabras representaran acordemente la realidad.
Los postmodernistas hicieron caso omiso a los esfuerzos de los filósofos analíticos, y peor aún, su jerga muchas veces ha arrojado más confusión. Ha sido por lo demás lamentable que la mayoría de los problemas filosóficos suscitados por el colonialismo y la descolonización sean mayormente ignorados por los filósofos analíticos. Su falta de atención ha dejado el camino abierto para que los gurús postmodernistas de los estudios culturales y postcoloniales bombardeen con disparates y frases ininteligibles.
Pero, como muchos otros en filosofía, los problemas suscitados por el colonialismo no escapan a las dificultades semánticas. Conviene considerar algunas de ellas, y deseo concentrarme acá en la más elemental: ¿qué es, exactamente, una colonia, un imperio, un territorio no auto-gobernado, etc.? Pues, me parece que las palabras empleadas en las discusiones en torno al colonialismo son bastante vagas. Y, esta vaguedad propicia dobles estándares morales (es decir, hipocresía) a la hora de evaluar la legitimidad de distintos movimientos políticos independentistas en el mundo.
Hay plenitud de diccionarios de lengua castellana, pero por motivos prácticos, seguiré las definiciones ofrecidas por el diccionario Word Reference (mucho más útil y completo que la Real Academia Española, a mi juicio), a pesar de que no hay diferencias sustanciales en las definiciones. Pues bien, el diccionario ofrece la siguiente definición de imperio: “organización política en la que un Estado extiende su poder sobre otros países”. Colonia es un “territorio dominado y administrado por una potencia extranjera”, y colonialismo es “forma de dominación entre países mediante la que un país o metrópolis mantiene bajo su poder político a otro ubicado fuera de sus fronteras”.
Estas definiciones son estrictamente políticas. Debo advertir que ha habido plenitud de críticos postcoloniales que sostienen que el colonialismo es mucho más complejo: un país puede tener de iure autonomía política, pero de facto ser un títere. O, incluso, autores como Immanuel Wallerstein sostienen que el colonialismo no ejerce tanto un dominio político, sino más bien económico y cultural.
Pero, por ahora, dejemos de lado estas advertencias, y asumamos las definiciones que he ofrecido más arriba. Pues bien, bajo estas definiciones, una colonia sería un país que no se gobierna a sí mismo, sino que es gobernado por una potencia extranjera. Y, la implicación de estas definiciones es que, se acabará el imperialismo cuando existan el mismo número de Estados como de países en el planeta.
Este mismo diccionario defienda la palabra ‘montón’ así: “conjunto de cosas puestas sin orden unas encima de otras”. Pero, es curioso que esta definición no precise cuántas cosas tiene que haber unas encima de otras, para constituir un montón. Esto es una dificultad que ya había advertido el filósofo Eubulides en el siglo IV a.C. Eubilides postulaba que si a un grano de arena le agregamos otro, aún no estamos en presencia de un ‘montón’, pues un grano hace la diferencia. Si le agregamos otro más, tampoco estaremos frente a un montón. Con todo, así podremos seguir hasta tener un millón de granos, pero en ese caso, sí estaremos en presencia de un montón. La dificultad, planteaba Eubulides, es que no sabemos distinguir a partir de qué momento empieza a existir el montón.
Esta paradoja planteada por Eubulides ha venido a ser llamada ‘sorites’, pues ésa es la palabra griega para referirse a ‘montón’. Es una paradoja especialmente relevante en la filosofía del lenguaje, pues coloca en evidencia la vaguedad del significado de la palabra ‘montón’. A partir de eso, los filósofos analíticos advierten que muchísimas palabras son vagas, y que es necesario intentar precisar su significado.
Pues bien, en torno al colonialismo, ocurre algo parecido. No hay un criterio preciso para saber qué significa exactamente la palabra ‘colonia’. Pero, no es un mero asunto semántico. Pues, insisto, dependiendo de cómo definamos algunos términos claves, estaremos en mejor posición para defender una u otra postura política. Estas cuestiones semánticas nos permitirán saber, por ejemplo, si Tíbet es o no una colonia china, y a partir de eso, decidir si apoyamos o no la causa tibetana.
Cuando se define ‘colonia’ como un territorio dominado y administrado por una potencia extranjera, no incurrimos propiamente en una vaguedad de términos, pero sí en aquello que los lógicos y retóricos llaman una ‘petición de principio’. Pues, la definición parte de la suposición de que es claro cuándo una potencia es extranjera, y cuándo no. Hasta 1947, la India era claramente una colonia, pues estaba gobernada por una potencia extranjera, a saber, el Reino Unido. Lo mismo podemos sostener de Senegal respecto a Francia, México respecto a España, o Somalia respecto a Italia.
Hoy, la ONU se ufana de que sólo existen dieciséis colonias en el mundo, las cuales conforman la lista ‘territorios no auto-gobernados’. A juicio de la ONU, estos territorios son países gobernados por otros, y en ese sentido, apoya las iniciativas de autodeterminación.
Pero, hay plenitud de otros territorios cuyos habitantes alegan ser colonias, o en todo caso, que alegan no ser auto-gobernados. Se trata de los movimientos secesionistas en el mundo, de los cuales hay varias docenas. Y, así como en el pasado plenitud de países lucharon por su independencia en los procesos de descolonización, muchos de estos territorios también luchan por su independencia.
En un derroche eufemístico (y, de nuevo, regresamos acá a la filosofía analítica), los movimientos de liberación de India, Argelia o México han sido llamados ‘independentistas’. Mientras, que los movimientos de liberación de Cataluña, Normandía o Bioko, son frecuentemente llamados ‘separatistas’. ¿Cuál es la diferencia entre ‘separatismo’ e ‘independencia’? ¿Cómo es Tokelau una colonia de Nueva Zelanda, pero Córcega no es una colonia de Francia?
El intento más común para resolver este asunto consiste en señalar que, tal como señala la definición, Tokelau es gobernado por otro país (a saber, Nueva Zelanda), pero en cambio, Córcega es parte integral de Francia, y por ende, no es gobernado por otro país. Pero, volvemos a lo mismo: ¿bajo qué criterio Tokelau no parte integral de Nueva Zelanda como nación, pero Córcega sí es parte integral de Francia? La dificultad empieza a surgir en torno a esta cuestión: ¿cómo podemos establecer si el gobierno de un territorio es propio o ajeno a su propio pueblo?, ¿cuál es la diferencia entre una provincia y una colonia?
La manera más obvia de intentar resolver este asunto consiste en considerar cuáles son los términos empleados por los mismos gobiernos para referirse a los territorios. Hay bastante espacio para considerar que Puerto Rico es una colonia norteamericana, pues el mismo gobierno de EE.UU. así lo considera (aunque, vale advertir, con la aprobación de los mismos puertorriqueños). Pero, no basta con que un gobierno considere a un territorio parte integral de su país, para que en efecto así sea. Los gobiernos pueden declarar la integralidad de los territorios en cuestión, pero quedaría aún por ver si esa integralidad tiene o no legitimidad; habría que preguntar también a los habitantes del territorio en cuestión.
Por ejemplo, hasta 1947, Martinica estaba en la lista de territorios no auto-gobernados, y por extensión, se consideraba una colonia francesa. Pero, el gobierno francés declaró a Martinica un ‘territorio ultramarino’, parte integral de la República, y extendió a sus habitantes plena ciudadanía, en igualdad de condiciones que un residente de Normandía o Bretaña. Entonces, la ONU sacó a Martinica de su lista de territorios no auto-gobernados. ¿Ese plumazo ya es suficiente para la descolonización, y asumir que Martinica pasa a ser un territorio auto-gobernado? No lo creo. Los habitantes de una colonia pueden ser aceptados como ciudadanos de pleno derecho por el gobierno de la metrópolis, pero eso no convierte al territorio colonial en parte integral del país dominante, ni extingue la relación de colonialismo. Los catalanes son ciudadanos españoles, pero con todo, hay plenitud de catalanes que opinan que Cataluña es una colonia, y que esa región no forma parte de España como nación.
En vista de esta insuficiencia, otro criterio frecuentemente invocado para distinguir una colonia de una provincia (y, por extensión, una pretensión legítima de independencia, de una pretensión ilegítima de separatismo), es la conformación geográfica. La definición de ‘colonia’ supone que un país es gobernado por otro país, y para saber si, en efecto, estamos frente a dos países distintos, entonces podemos aplicar la llamada ‘prueba de agua salada’: si el supuesto territorio colonial está separado de la metrópolis por un cuerpo de agua salada, entonces sí es una colonia.
En efecto, la mayor parte de los casos de colonialismo encajan en esta definición: había una gran separación marítima entre la India y el Reino Unido, Francia y Argelia, etc. Y, de hecho, la lista compilada por la ONU de dieciséis territorios no autogobernados son, en su mayoría, islas muy alejadas del poder central. Pero, de nuevo, enfrentamos algunas dificultades. Pues, hay plenitud de territorios gobernados por poderes separados por masas marinas, pero con todo, no son considerados colonias. Las Islas Canarias, por ejemplo, están mucho más cerca de Marruecos que de España, pero con todo, no son consideradas un territorio colonial.
Y, además, el criterio de la separación por el agua salada supone que son colonias sólo aquellos territorios que están territorialmente inconexos con la potencia. Bajo este criterio, si un país invade a otro país vecino y lo anexa, entonces no estaría practicando propiamente una forma de colonialismo, pues de nuevo, no hay una separación marítima entre la metrópolis y la colonia. Esto despoja de legitimidad a los movimientos independentistas en tierra firme, como Cataluña o el País Vasco.
Por último, otro criterio frecuentemente empleado a la hora de definir ‘colonia’ consiste en evaluar el modo en que el territorio en cuestión ha venido a formar parte del poder político. Si un territorio ha sido anexado mediante conquista militar forzosa, entonces, alegan muchos, sí se trata de una colonia, y la pretensión independentista sí es legítima.
Pero, este criterio no nos lleva muy lejos. La virtual totalidad de los Estados se ha conformado por alguna forma de conquista militar: desde una capital, el Estado ha extendido sus límites territoriales mediante anexiones que, la abrumadora mayoría de las veces, ha sido por medio de la fuerza militar. Quizás, algunas de estas anexiones son muy antiguas, como por ejemplo, la del País Vasco por parte de España, o la mayoría del territorio actual de China o Rusia. Y, en ese caso, quizás podamos aplicar la regla de la conquista militar con una salvedad: si un país ya estaba conformado hace bastante tiempo, entonces ya no cabe protestar que algunos de sus territorios sean colonias, aun si fueron anexados militarmente. Podemos asumir la doctrina del fait accompli, el hecho consumado: si la conquista militar ocurrió hace mucho tiempo, pasemos la página, y asumamos que los territorios conquistados ya son parte integral del país. Pero, ¿cuánto tiempo? ¿Dos siglos? ¿Tres, cuatro, cinco? Enfrentamos, de nuevo, el mismo problema que los filósofos griegos frente a la paradoja sorites: no sabemos precisar a partir de qué momento debemos ignorar las conquistas militares del pasado para definir una colonia.
También es menester tener en cuenta que algunos Estados actuales no se conformaron propiamente por conquista militar, pero son sucesores de Estados que sí se conformaron por conquista militar. Por ejemplo, la región del Zulia en Venezuela no fue conquistada militarmente por el Estado venezolano, y en ese sentido, no sería considerada una colonia de Venezuela. Pero, Venezuela es en buena medida heredera del imperio español (aun si se conformó como nación al independizarse de ese imperio). Y, así, sus territorios no fueron anexados por conquista militar de los propios venezolanos, pero sí de los conquistadores españoles que anexaron el territorio del Zulia actual, a la capitanía general de Venezuela.
Todos estos criterios son muy inseguros, y al final, seguimos sin saber precisar qué es exactamente una colonia, y cuáles son los límites de una nación. Pareciera que, en torno a este asunto, la última palabra la tiene la ONU, en su conocida Resolución 1541, del año 1960. El IV principio de esa resolución enuncia: “Existe a primera vista la obligación de transmitir información respecto de un territorio que está separado geográficamente del país que lo administra y es distinto de éste en sus aspectos étnicos o culturales”. Así, la ONU sostiene que los dos principales criterios para saber si un territorio es o no colonial son: 1) la separación geográfica; 2) la diferencia étnico-lingüística.
He sostenido que la separación geográfica es un criterio muy débil. Pero, no me parece un criterio tan débil la diferencia étnico-lingüística. El problema con este criterio, no obstante, es que parece asumir que el Estado debe corresponder con la nación, una idea típica de los nacionalistas del siglo XIX, quienes pretendían Estados con homogeneidad lingüística y étnica. En realidad, como célebremente apuntaba Ernest Renan, un Estado no necesita de esta homogeneidad para funcionar. Suiza es multi-étnico y multilingüe, y funciona bien como Estado. A la inversa, España y Argentina tenían la misma lengua, pero se separaron.
Creo que, al final, el mejor criterio para saber si un territorio es o no una colonia, es lo que sus propios habitantes opinen al respecto. Es el elemental principio de autodeterminación de los pueblos. Si la mayoría de los residentes de Cataluña opinan que esa región no es parte integral de España, (y por ende, en realidad es una colonia), entonces la voluntad de secesión debe ser respetada. La mejor manera de saber cuál es la opinión de los habitantes de los territorios en disputa es mediante plebiscitos. Es precisamente lo que una praxis verdaderamente democrática exige. Ha habido muchas guerras de independencia, y pocos plebiscitos autonomistas o independentistas. Me parece que es hora de ir reconociendo a cada uno de los movimientos separatistas del mundo, y honrar la autodeterminación de los pueblos con plebiscitos. Que sean los propios pueblos los que decidan si se sienten o no auto-gobernados.