Mis
hijas van a un colegio de monjas. Yo, por supuesto, llevo años tratando de
refutar las creencias católicas. ¿Es esto una incoherencia de mi parte? Hasta
cierto punto, sí lo es. Pero, el hecho de que a mí me parezcan irracionales muchas
creencias católicas, no me impide reconocer que las monjas (o al menos, las que
educan a mi hija), hacen una buena labor educativa. Ya me encargaré yo de
explicar a mis hijas en casa, que los dogmas católicos son absurdos. Y, puesto
que la educación pública venezolana es pésima, pienso que mi obligación como
padre es aceptar la buena educación de las monjas, y hacer lo que yo pueda por
dirimir el adoctrinamiento religioso.
En
líneas generales, estoy bastante contento. Pero, soy consciente de que las
experiencias educativas con las monjas no han sido universalmente positivas. En
el pasado, la educación que promovían era notoriamente sádica. La literatura
gótica explotó mucho la imagen del convento y el monasterio (sobre todo el monasterio español)
como un lugar tenebroso, lleno de depravaciones y torturas. Esto era
propaganda anglo-protestante, pero sólo medianamente. Siempre ha habido monjas
sádicas.
Diderot
hizo un retrato nada halagador de los conventos en La religiosa, quizás su libro más famoso. En esa novela, Susana,
una joven, es obligada por su familia a entrar en un convento. La joven es
producto de un adulterio, y su madre, para tratar de menguar la culpa, se
empeña en enviarla lejos con las monjas. Susana nunca está convencida de su
vocación. Al principio, se encuentra con una superiora bastante comprensiva,
quien le asegura que, al convento, nadie va contra su voluntad. Susana, en
efecto, voluntariamente rechaza los votos, pero por diversas circunstancias, su
familia la presiona nuevamente para que vuelva al convento.
La
superiora amigable ha muerto, y ahora, la nueva superiora es terrible. Susana
quiere escapar del convento, pero en tanto ahora sí ha tomado votos, no le está
permitido salir. El convento se convierte en una cárcel. Diderot escribía antes
de la revolución de 1789, cuando el antiguo régimen daba al clero la potestad
de mantener secuestrados contra su voluntad a quienes hubieran tomado votos. Hoy,
ni por asomo toleraríamos que una secta, o cualquier grupo religioso, mantenga
como rehenes a sus feligreses o clérigos. En Occidente, muchas veces nos
olvidamos de lo terrible que era el mundo antes de que las ideas ilustradas (de
las cuales Diderot era uno de sus máximos representantes) secularizaran el
mundo y lo hicieran un lugar más agradable para vivir.
En vista
de que Susana ha manifestado su intención de abandonar la vida religiosa, la
superiora considera que Susana está poseída por el demonio, y la somete a duros
castigos. A pesar de todo este retrato lúgubre, Diderot no es como los
novelistas góticos que representaban espeluznantes monasterios españoles. Él
evita los maniqueísmos, y admite que, incluso en el clero, hay gente buena. Un
sacerdote alcanza a ver que Susana es víctima del maltrato de la superiora, e
interviene en el asunto, recomendando un castigo a la superiora. A Susana la
trasladan con otra superiora.
La nueva
superiora es aparentemente amigable. Pero, en quizás la mejor parte de la
novela, descubrimos que es lesbiana. Empieza a acosar sexualmente a Susana.
Diderot retrata muy bien las manipulaciones psicológicas y el aprovechamiento
de la posición de poder de la superiora, para depredar sexualmente a la
protagonista. Pero, la joven heroicamente resiste. Al final, confiesa a otro sacerdote
lo que está ocurriendo, y éste, como el anterior, interviene para socorrerla.
El cura organiza un escape del convento, y Susana, felizmente, se libera de los
hábitos.
Diderot
muy valientemente se atrevió a hacer lo que pocos hicieron en su contexto: en
un país católico, osó mostrar la miseria de la vida en los conventos. Yo
sospecho que, en la Iglesia, las cosas han cambiado. Las monjas que educan a
mis hijas se ven bastante felices, y no creo que en los conventos ocurran con
frecuencia las barbaridades que Diderot representaba en su novela. Pero, precisamente
gracias a la denuncia de Diderot y a su estímulo a la secularización, las cosas
han mejorado.
Ahora
bien, hay un aspecto de la obra de Diderot que siempre me ha fastidiado.
Diderot se educó con jesuitas, y en un principio quiso ser sacerdote. Él
conocía bastante bien el mundo católico, y por eso, sus descripciones sobre los
abusos en los conventos son bastante creíbles. Pero Diderot conocía muy poco
sobre los pueblos no occidentales. Con todo, como muchos otros en su época, se
atrevió a escribir maravillas sobre esos pueblos, sin realmente conocerlos
bien.
Así, en
otro de sus libros, Suplemento al viaje
Bougainville, Diderot presentó la vida en Tahití casi como un paraíso
terrenal. Su intención era contrastar la virtud de los nativos, con los
defectos de los europeos. Los misioneros cristianos que acudían a aquellos
parajes, pintaban a los nativos como bestias depravadas que necesitaban ser
evangelizados. Diderot, asqueado del catolicismo en su país, protestaba contra
esto, y para ello, elogiaba a los nativos. El contraste se daba sobre todo en
los temas sexuales: mientras que las monjas de La religiosa son todas reprimidas sexuales e hipócritas, los
tahitianos llevan una vida sexual muy feliz.
Esto,
lamentablemente, ha contribuido al mito del buen salvaje. A partir de ese mito,
mucha gente, en nombre de la lucha contra el colonialismo, ha querido resistir
la positiva influencia cultural europea, y ha rechazado las ventajas de
Occidente, por el mero hecho de venir de Occidente. Lamentablemente, Diderot
fue uno de los cultivadores de la excesiva culpa que los occidentales sienten
respecto a su propia cultura.
Hoy con
justa razón, reprochamos duramente la represión sexual de las monjas,
denunciamos la opresión del velo, y frecuentemente señalamos los abusos de la
Iglesia Católica. La obra de Diderot nos sirve de guía en esto. Pero, al mismo
tiempo, estamos dispuestos a excusar esos mismos abusos, e incluso celebramos
un velo muy parecido al de las monjas, si esos atropellos vienen del Islam.
Para muchos supuestos
progres en Occidente, los musulmanes de hoy se han convertido en lo mismo que
los tahitianos fueron para Diderot en el siglo XVIII: buenos salvajes cuyas
barbaridades estamos dispuestos a excusar, con tal de tener una cultura foránea
como referente para criticar la nuestra. Diderot luchó arduamente por
secularizar el mundo, pero lamentablemente, con esta actitud híper-crítica
hacia nuestra propia cultura, terminaremos abriendo paso a una cultura que,
desde sus inicios, ha resistido la secularización.
El otro día leí un artículo de Jose María Ruiz Soroa que hablaba de tres sesgos cognitivos que tenemos introyectados como sociedad y predeterminan nuestro pensamiento a la inoperancia. El segundo era y cito "Segundo: nuestra particular razón occidental, ya desde la Ilustración, se caracteriza por operar casi siempre en un solo modo: el de la crítica. Estamos especializados en demoler instituciones, en destruir convenciones y prejuicios, en sospechar por sistema de toda autoridad intelectual, moral o política. Nuestra política ha llegado así a ser hipercrítica con la realidad heredada, con los mundos que encuentra dados, y considera poco menos que imposible apuntalar instituciones pretéritas. Y, sin embargo, necesitamos de más pensamiento institucional y de menos enfoques críticos. ¿Por qué razón, diría Odo Marquard, se considera en nuestro ambiente intelectual de sumo mal gusto decir que la sociedad europea actual es probablemente la más decente que ha conocido la humanidad? Solo porque sea imperfecta, la definimos como un infierno. Y no es así como la mejoraremos, sino como mucho así la hundiremos."
ResponderEliminarLo suscribo todo
EliminarPero ¿Diderot viajó, visitó en persona las islas de tahiti ,o fue que se enteró de alguien o algo?
ResponderEliminarDiderot no fue a Tahití. Se basó en los informes de un viajero, Bouganville.
EliminarMe parece justo matizar la afirmación de que la cultura europea es probablemente la más decente. Ciertamente ha obtenido los más grandes y prodigiosos logros científicos, tecnológicos, políticos, sociales (democracia, secularización, etc) y culturales. Pero no olvidemos que también es la civilización de las armas de destrucción masiva que ya ha dejado millones de muertos en menos de 100 años, causante del calentamiento global, del peligro real de extinción masiva de especies, etc. A propósito del tema, conviene recordar la frase del antropologo español Pedro Tomé:
ResponderEliminar"El antropólogo no tiene por qué afirmar que todas las culturas son buenas, pero está en la obligación de someter a todas, incluídas las propias, a la misma crítica negativa".
Yo no matizo. Occidente es más decente. Proporcionalmente, las armas de destrucción masiva en Occidente han hecho menos daño que la violencia de los pueblos antes del contacto con países occidentales (Steven Pinker ha escrito un famoso libro documentando esta tesis). La extinción de las especies ha sido una constante también en los otros pueblos: los indios americanos extinguieron la megafauna americana mucho antes de que llegara Colón. Por eso, aún con esos puntos que mencionas, Occidente sigue siendo mejor. Coincido con ese antropólogo en señalar que debemos criticar lo criticable, pero al hacer un balance, Occidente sale bastante mejor parada que el resto.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarOye otra cosa ¿acaso los amish no serían lo mas cercano a un "buen salvaje"?
ResponderEliminarLos amish abandonaron mucha tecnología, pero aún así están muy lejos de ser los buenos salvajes de otras latitudes. Además, el hecho de que son cristianos hace que en la mente de mucha gente, en realidad no sean tan buenos salvajes como los que tienen otras creencias religiosas
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