Una de
mis caricaturas favoritas es una de Gary Larson, en la cual retrata a unos
nativos que gozan de tecnología occidental, pero cuando se acercan los
antropólogos, salen corriendo a esconder los aparatos. He visto esto muy de
cerca. La modernidad es un virus que nos contagia a todos, pero positivamente.
Cuando un nativo disfruta de las maravillas de Occidente, rara vez quiere
volver a su vida premoderna. La modernidad es muy atractiva.
Por regla general,
no han sido los nativos, sino los occidentales romantizados, quienes se han
empeñado en que los nativos se mantengan congelados en el tiempo, de forma tal
que los nativos conformen una especie de zoológico humano para, o bien generar
un deleite de exotismo y satisfacer la curiosidad occidental, o bien para crear
una fantasía de paraíso terrenal y criticar así los males de nuestra
civilización. Es básicamente lo que han hecho los forjadores del mito del buen
salvaje, desde Rousseau, hasta organizaciones contemporáneas como Survival International. Muchas veces,
los nativos están dispuestos a bailar a este son, con tal de que haya una
compensación que, precisamente, muchas veces se materializa en maravillas
occidentales.
Aparentemente, hubo
un caso de la vida real que refleja al calco la caricatura de Larson. Se trata
de la tribu de los tasaday. En 1971, las autoridades filipinas anunciaron que,
en la isla de Mindanao, se encontraron con una tribu aislada cuyas condiciones
de vida eran las mismas que las del Paleolítico. Como cabría esperar, los hippies y demás primitivistas hicieron
de los tasaday sus nuevos héroes: supuestamente, eran un grupo de personas que
vivían la edad dorada de la humanidad, sin guerras, ni propiedad privada, ni
infortunios. Todo era paz y amor.
Pero, pronto, los
antropólogos más serios (no aquellos que, como en la caricatura, están deseosos
de ver primitivismo donde no lo hay) empezaron a encontrar algunas
inconsistencias. ¿Por qué no había desechos en las cuevas de los tasaday?
¿Dónde están los restos de sus muertos? ¿Cómo pueden tener utensilios tan bien
tallados, si no tienen metal para cortar árboles? ¿Por qué no han desarrollado
agricultura, si son vecinos de agricultores? ¿Por qué aparentemente llevan
vestidos occidentales debajo de sus taparrabos?
Se empezó a
sospechar que algo extraño ocurría con esa gente. Quizás, era un invento de
Manuel Elizalde, un magnate filipino favorecido por la dictadura de Marcos.
Elizalde habría tenido un doble propósito: 1) crear un cerco en las tierras
para la explotación, bajo la excusa de que los tadasay necesitaban protección
frente a influencias externas; 2) dar la imagen al mundo de que el gobierno de
Marcos se preocupaba por la protección de minorías étnicas.
Un periodista suizo
y otro filipino, decidieron investigar por cuenta propia, y descubrieron a los
tadasay, no viviendo en cuevas y vistiendo taparrabos, sino viviendo en chozas
y vistiendo ropas occidentales. Algunos tasaday confesaron a los periodistas
que Elizalde les había dado dinero para que posaran como una tribu paleolítica,
pero que en realidad, ellos eran miembros de la tribu cercana bastante
occidentalizada. Aparentemente, entonces, los tasadays eran como los nativos de
la caricatura de Larson: vivían tranquilamente asimilando la vida moderna, pero
cuando llegaban los antropólogos, se disfrazaban de nativos.
Pero, el asunto no
quedó resuelto. Años después, esos mismos supuestos tasaday que confesaron su
fraude, cambiaron su historia, y dijeron que los periodistas les habían
ofrecido tabaco y ropas, para que dijeran que todo había sido un invento. Se
hicieron estudios más detallados, y se llegó a la conclusión de que los tasaday
sí son una tribu genuina. No vivían en condiciones paleolíticas propiamente,
pero sí habían estado aislados por al menos más de un siglo. Según parece, los tasaday
habían abandonado una tribu vecina adentrándose en el bosque, en un intento por
escapar a los esclavistas que los acechaban desde el siglo XIX.
Después de todo,
los tasaday no eran exactamente como los nativos de la caricatura. Pero, no
dejaba de ser cierto que, cuando Elizalde y los antropólogos romanticones los
encontraron, los exhortaron a ser más salvajes de lo que realmente eran. Así,
por ejemplo, les pidieron usar taparrabos encima de las ropas interiores
occidentales que ellos llevaban. De esa manera, si bien los tasaday no
resultaron ser el fraude que originalmente se pensó que eran, sí quedó al
descubierto la fijación que los primitivistas occidentales tienen en impedir
que otros pueblos premodernos libremente decidan asimilarse al estilo de vida
moderno.