sábado, 31 de octubre de 2015

Los tasaday y el primitivismo

            Una de mis caricaturas favoritas es una de Gary Larson, en la cual retrata a unos nativos que gozan de tecnología occidental, pero cuando se acercan los antropólogos, salen corriendo a esconder los aparatos. He visto esto muy de cerca. La modernidad es un virus que nos contagia a todos, pero positivamente. Cuando un nativo disfruta de las maravillas de Occidente, rara vez quiere volver a su vida premoderna. La modernidad es muy atractiva.

Por regla general, no han sido los nativos, sino los occidentales romantizados, quienes se han empeñado en que los nativos se mantengan congelados en el tiempo, de forma tal que los nativos conformen una especie de zoológico humano para, o bien generar un deleite de exotismo y satisfacer la curiosidad occidental, o bien para crear una fantasía de paraíso terrenal y criticar así los males de nuestra civilización. Es básicamente lo que han hecho los forjadores del mito del buen salvaje, desde Rousseau, hasta organizaciones contemporáneas como Survival International. Muchas veces, los nativos están dispuestos a bailar a este son, con tal de que haya una compensación que, precisamente, muchas veces se materializa en maravillas occidentales.
Aparentemente, hubo un caso de la vida real que refleja al calco la caricatura de Larson. Se trata de la tribu de los tasaday. En 1971, las autoridades filipinas anunciaron que, en la isla de Mindanao, se encontraron con una tribu aislada cuyas condiciones de vida eran las mismas que las del Paleolítico. Como cabría esperar, los hippies y demás primitivistas hicieron de los tasaday sus nuevos héroes: supuestamente, eran un grupo de personas que vivían la edad dorada de la humanidad, sin guerras, ni propiedad privada, ni infortunios. Todo era paz y amor.
Pero, pronto, los antropólogos más serios (no aquellos que, como en la caricatura, están deseosos de ver primitivismo donde no lo hay) empezaron a encontrar algunas inconsistencias. ¿Por qué no había desechos en las cuevas de los tasaday? ¿Dónde están los restos de sus muertos? ¿Cómo pueden tener utensilios tan bien tallados, si no tienen metal para cortar árboles? ¿Por qué no han desarrollado agricultura, si son vecinos de agricultores? ¿Por qué aparentemente llevan vestidos occidentales debajo de sus taparrabos?
Se empezó a sospechar que algo extraño ocurría con esa gente. Quizás, era un invento de Manuel Elizalde, un magnate filipino favorecido por la dictadura de Marcos. Elizalde habría tenido un doble propósito: 1) crear un cerco en las tierras para la explotación, bajo la excusa de que los tadasay necesitaban protección frente a influencias externas; 2) dar la imagen al mundo de que el gobierno de Marcos se preocupaba por la protección de minorías étnicas.
Un periodista suizo y otro filipino, decidieron investigar por cuenta propia, y descubrieron a los tadasay, no viviendo en cuevas y vistiendo taparrabos, sino viviendo en chozas y vistiendo ropas occidentales. Algunos tasaday confesaron a los periodistas que Elizalde les había dado dinero para que posaran como una tribu paleolítica, pero que en realidad, ellos eran miembros de la tribu cercana bastante occidentalizada. Aparentemente, entonces, los tasadays eran como los nativos de la caricatura de Larson: vivían tranquilamente asimilando la vida moderna, pero cuando llegaban los antropólogos, se disfrazaban de nativos.

Pero, el asunto no quedó resuelto. Años después, esos mismos supuestos tasaday que confesaron su fraude, cambiaron su historia, y dijeron que los periodistas les habían ofrecido tabaco y ropas, para que dijeran que todo había sido un invento. Se hicieron estudios más detallados, y se llegó a la conclusión de que los tasaday sí son una tribu genuina. No vivían en condiciones paleolíticas propiamente, pero sí habían estado aislados por al menos más de un siglo. Según parece, los tasaday habían abandonado una tribu vecina adentrándose en el bosque, en un intento por escapar a los esclavistas que los acechaban desde el siglo XIX.

Después de todo, los tasaday no eran exactamente como los nativos de la caricatura. Pero, no dejaba de ser cierto que, cuando Elizalde y los antropólogos romanticones los encontraron, los exhortaron a ser más salvajes de lo que realmente eran. Así, por ejemplo, les pidieron usar taparrabos encima de las ropas interiores occidentales que ellos llevaban. De esa manera, si bien los tasaday no resultaron ser el fraude que originalmente se pensó que eran, sí quedó al descubierto la fijación que los primitivistas occidentales tienen en impedir que otros pueblos premodernos libremente decidan asimilarse al estilo de vida moderno.

martes, 27 de octubre de 2015

Hans Kung: ni frío ni calor

            Para muchos liberales y secularistas, Hans Kung es un gran héroe. He aquí al católico progresista, que se enfrenta a los mastodontes de Roma. Opina que el Papa no es infalible. Aprueba moralmente la eutanasia. Ha denunciado el antisemitismo de Pío XII. Contribuye a la tolerancia promoviendo el diálogo entre religiones. Está abierto a la ciencia. Favorece el Estado laico. Cree que la Iglesia debe asumir mayor compromiso con los pobres. Y, como cabría esperar, el Vaticano lo ha acechado: fue suspendida su licencia para enseñar teología católica. Es el mártir de los dinosaurios del Vaticano, y por ello, merece nuestra simpatía.
            Yo no soy tan entusiasta. Me agrada que Kung no sea tan retrógrada como Benedicto XVI. Pero, sigue siendo retrógrada. Con Kung, ocurre algo similar a lo que sucede cuando un cristiano demuestra que Zeus, Isis o Quetzalcóatl no existen. Está muy bien su labor, pero no ha ido lo suficientemente lejos, pues ese cristiano debe caer en cuenta que, probablemente, el dios al cual él adora, tampoco existe. Kung se opone a algunas creencias católicas; pero no cae en cuenta que debe oponerse a muchas más.

            Kung hizo fama al retar el dogma de la infalibilidad papal, promulgado por Pío IX en 1870. Esto le valió la censura y suspensión que pesa sobre él hasta nuestros días. Pero, los argumentos de Kung para oponerse a ese dogma, son tan pobres como los que usó Pío IX para imponerlo. Pío IX básicamente alegaba que ese dogma tenía base en las escrituras y en la tradición (aunque, infamemente, dijo que él mismo era la tradición). Kung trató de rebatir esto diciendo que no: no hay nada en las escrituras que haga presumir que el Papa es infalible, y la tradición católica en torno a ese dogma es muy escueta.
            El error de Kung está en suponer, como hace toda la teología cristiana, que lo que digan, o dejen de decir, unos textos escritos hace dos mil años, es relevante a la hora de decidir si un ser humano es o no infalible en sus enseñanzas. Supongamos que los evangelios y la tradición sí hubieran dicho que el Papa es infalible. ¿Y? ¿Es acaso eso prueba de algo? El problema de Kung, como el de toda la teología, es que sus alegatos terminan por reposar sobre la autoridad. Kung cree X, no porque haya pruebas empíricas que así lo sustenten, sino sencillamente, porque una autoridad así lo dicta. Es, burdamente, la falacia ad verecundiam, aquella que apela a la autoridad.
La única forma de saber si el Papa es o no infalible en lo que enseña, es contrastando sus enseñanzas con lo que dictan los datos. Sabemos que la teoría de Darwin es casi infalible (contiene algunos errores, con todo), porque podemos contrastar sus alegatos con la evidencia fósil, biogeográfica, genética, etc. No podemos saber si lo que los Papas enseñan es falible o no, porque no hay forma de demostrar si María realmente fue sin pecado concebida, o si ascendió al cielo en cuerpo y alma.
            De hecho, Kung no es tan librepensador como se cree. Ciertamente, se opuso a la infalibilidad papal. Pero, defendió aquello que él llamó la “indefectibilidad” de la Iglesia: es decir, que a pesar de algunos errorcillos, la Iglesia siempre mantendrá el Espíritu de la verdad. ¿En qué se basa Kung para hacer semejante alegato? En la pura autoridad. Y, así como Kung es un rebelde en contra del dogma de la infalibilidad papal, es bastante obediente frente a otros dogmas cristianos que, a una mentalidad racional, resultan igualmente absurdos: un Dios bueno y omnipotente que tolera el mal, que encarnó en un fallido predicador apocalíptico del siglo I…
            Asimismo, Kung se muestra muy escéptico frente a las experiencias cercanas a la muerte, y duda de que sean contactos con el más allá. Bien por él. Pero, en un libro muy influyente, afirma la existencia de la vida eterna (aunque, vale agregar, de un modo muy confuso), más allá del tiempo y el espacio (¿qué diablos significa que algo esté más allá del tiempo y el espacio?), sin plantearse la enorme cantidad de dificultades conceptuales que el concepto de la inmortalidad trae consigo (¿cómo nos aseguramos de que se mantiene la identidad personal tras la descomposición del cuerpo?, la principal dificultad).
            También Kung critica a los fundamentalistas creacionistas que critican la teoría de la evolución. Pero, en tanto es teísta, Kung afirma la coexistencia de la evolución con Dios, y más o menos a la manera de Teilhard de Chardin, postula un modelo de evolución teísta, a través del cual, Dios guía los procesos evolutivos para crear a la humanidad. Este modelo es bastante problemático, pues enfrenta una dificultad básica: la evolución teísta atribuye un propósito predeterminado a la selección natural, pero no hay ninguna evidencia de eso; antes bien, la evidencia respalda la tesis de que la evolución no tiene propósito, y si hubiese habido siquiera una mínima variación en la historia natural de la vida, la aparición de la especie humana no estaría garantizada.
            La intención de Kung de acercar a distintas religiones y construir un marco de tolerancia es muy loable. Pero, en ocasiones, Kung llega a extremos relativistas, al punto de sugerir que todas las religiones son igualmente valorables, y que todas tienen un mismo sustrato ético. Eso es falso. La religión cristiana, debo reconocer, tiene una ética más elevada que la religión tradicional azteca o el vudú. Y, el intento por conciliar las religiones muchas veces implica hacerse la vista gorda del principio lógico de no contradicción, pues si las religiones tienen alegatos mutuamente incompatibles (por ejemplo, para los cristianos y musulmanes, Jesús es el Mesías; para los judíos, no lo es), entonces no podemos decir que todas son igualmente valorables.
            En fin, quizás Kung sea el Caballo de Troya del laicismo para penetrar el catolicismo y hacerlo estallar desde dentro. Pero, yo más bien pienso que él se opone a algunos dogmas, pero genuinamente acepta otros. Así, como el cristiano que demuestra que los otros dioses no existen, hace una buena labor, pero es insuficiente. Al final, con Kung, no se siente ni frío ni calor.

    

La gran ordalía católica

            Históricamente el catolicismo ha tenido una relación muy compleja con las ordalías, o los llamados “juicios de Dios”. La Edad Media, dominada por el clero, fue la época dorada de las ordalías. Para resolver disputas o conseguir respuestas sobre la culpabilidad de alguien, se acudían a métodos barbáricos: duelos, arrojar a alguien a un río (dependiendo de si flotaba o no, era culpable), meter las manos del acusado en el fuego (si no se quemaba, era inocente), etc.
            Estas costumbres fueron más propias de los pueblos paganos de Europa. La Iglesia toleró estas prácticas, pero trató, hasta donde pudo, de desestimularlas. Varios Papas eventualmente emitieron prohibiciones de las ordalías. Debemos en parte a la Iglesia Católica, la superación de esta forma tan ingenua y brutal de pensamiento.

            Pero, en el catolicismo contemporáneo, queda aún una gran ordalía, y ésta tiene que ver con la infalibilidad papal. El dogma de la infalibilidad papal postula que, cuando el Papa pronuncia una enseñanza ex cathedra, es infalible. Eso no quiere decir que el Papa es infalible en todos los aspectos de su vida. Esta doctrina no hace al Papa un ser divino. Postula, solamente, que cuando el pontífice enseña una doctrina sobre fe o moral, ex cathedra (desde su silla), los católicos no tienen posibilidad de cuestionarla.
            Desde que ese dogma se promulgó en el I Concilio Vaticano en 1870, se ha apelado a la infalibilidad (es decir, se ha hecho pronunciamientos ex cathedra) sólo una vez: en 1950, Pío XII promulgó el dogma de la asunción de María. En ese sentido, debe admitirse que los Papas han sido muy prudentes con ese recurso que tienen, y salvo ese caso que he mencionado, cuando han promulgado doctrinas, no lo hacen ex cathedra, y por ende, no se consideran enseñanzas infalibles.
            Pero, semejante poder sí deja la puerta abierta para que un Papa hipotético, ex cathedra, imponga doctrinas a su antojo, y los católicos estén en la obligación de aceptarlas como infalibles. Si a un Papa se le ocurre enseñar, ex cathedra, que no hay tres, sino cuatro divinas personas; o que la pedofilia no es pecado; o que el dios babilónico Dagón puede ser un intercesor ante Dios; en rigor, no hay forma de detenerlo, y los católicos del mundo tendrían que obedecer. Los cardenales podrán tratar de hacerle ver al Papa que esas enseñanzas no tienen base en las escrituras o la tradición, o incluso, podrán intentar boicotear al Papa, pero el pontífice no necesita de ellos para imponer doctrina infalible ex cathedra (y, en todo caso, ese hipotético Papa puede decir lo mismo que dijo Pío IX: “Yo soy la tradición”. Los cardenales podrán intentar declarar mentalmente enfermo al Papa, pero no hay procedimiento canónico estipulado. El Papa, en tanto monarca absoluto, tiene el camino allanado para enseñar lo que quiera.
            Entonces, ¿son los católicos vulnerables a que un Papa inescrupuloso haga y deshaga a su antojo? Los católicos creen que, en realidad, ellos no son tan vulnerables, e invocan una protección en la cual confían: el Espíritu Santo. Los católicos creen que el Espíritu Santo guía la decisión del cónclave (es por ello que los sedevacantistas, quienes creen que Pío XII fue el último Papa legítimo, son incoherentes, pues si ellos de verdad creyesen que el Espíritu Santo guía la decisión del cónclave, no opinarían que actualmente la sede del Vaticano está vacía). Según la creencia cristiana, si el Papa se dispone a enseñar alguna herejía, el Espíritu Santo interviene e impide que así ocurra. Esa intervención podría ser la muerte del propio pontífice.
            Esto es, básicamente, una ordalía. Opera algo acá similar al mecanismo mental que induce a pensar que el sospechoso que ha metido las manos en el fuego, y sale ileso, en realidad no es un ladrón. ¿Cómo saber si un Papa es hereje? Si está vivo y sobrevive, aquello que él enseña ex cathedra es infalible, por más herético o absurdo que parezca. Si muere, no es necesariamente señal de que se disponía a promulgar falsedades. Pero, en algunos sectores católicos, hay un gusto por especular que la muerte prematura de un Papa puede ser señal del “veto divino”. Juan Pablo I, presumen estos sectores, quizás se disponía a enseñar herejías, y puesto que no hay mecanismos terrenales para ponerle freno, el Espíritu Santo intervino y puso fin prematuro a su vida.

            Así pues, si bien la Iglesia Católica ha emprendido muchas reformas, y debemos al catolicismo muchos aspectos de la civilización moderna, sigue habiendo en esa religión un prominente componente de aquello que Piaget llamó la “mentalidad preoperacional”, y se manifiesta en la aceptación de la gran ordalía. Lo mismo que los niños, los católicos siguen creyendo en la justicia inmanente, de forma tal que si un Papa se dispone a enseñar cosas falsas, muchos católicos esperarían que un rayo parta al pontífice.

domingo, 25 de octubre de 2015

Pío IX y la infalibilidad papal

            Mi Papa favorito es Juan XX. Ese pontífice nunca existió. Mi Papa favorito es uno inexistente, porque encuentro el papado abominable en sí mismo. Abrogarse el título “Vicario de Dios en la Tierra” es una tremenda arrogancia, y una gran oportunidad para la explotación de los más débiles. Para mí, el mejor Papa es aquel que nunca lo fue.
            Ha habido Papas notoriamente corruptos y despreciables. En el siglo IX, por ejemplo, Esteban VI ordenó exhumar a su antecesor, Formoso, y sometió a juicio al cadáver, imponiéndole como pena la mutilación de su dedo. En el siglo XVI, un hijo del Papa Alejandro VI organizó una gran orgía en el Vaticano, con las prostitutas de Roma. En el período que ha venido a llamarse la “pornocracia”, en el siglo X, gobernaron de facto las amantes de los Papas.

            Pero, si tuviera que elegir al Papa más ruin de la historia, ése sería Pío IX, en el siglo XIX. Los Papas que anteriormente he mencionado fueron corruptos, pero básicamente su corrupción fue para su propio deleite, sin hacer demasiado daño a sus ovejas. Fueron pequeños déspotas, pero no tuvieron designios totalitarios. En cambio, Pío IX ha sido el Papa que más se ha acercado al totalitarismo. Pío IX perdió los Estados papales ante la naciente nación italiana, pero quiso compensar su pérdida de poder imponiendo reformas que hicieron de la Iglesia Católica una institución más totalitaria.
            A Pío IX debemos la imposición de la doctrina de la infalibilidad papal, en 1870. Ciertamente, Pío IX no la inventó. Ya desde hacía siglos, un sector de la Iglesia simpatizaba con ella, y acudía a bases bíblicas como respaldo. En Juan 16:13 Jesús dice que el Espíritu guiará a sus discípulos a la verdad (no menciona nada sobre Papas infalibles), y en Mateo 28:20 dice que estará con ellos hasta el fin del mundo (de nuevo, no dice nada sobre Papas infalibles); pero, en fin, desde hacía siglos, se tomaba a esos pasajes como supuesta prueba de que los Papas sí son infalibles.
            No todos los católicos estaban convencidos de esa doctrina. En los siglos anteriores, varios Papas habían visto su peligro totalitario, pues dejaba abierta la posibilidad de que, en un momento de disenso, cualquier Papa acudiera a ella, incluso para derogar lo que concilios anteriores habían promovido. Pero, Pío IX estaba decidido a imponer la doctrina, y se valió de muchas artimañas para lograr su propósito. Sabemos esto, gracias a las investigaciones de August Hasler, un sacerdote católico que tuvo acceso a los documentos del I Concilio Vaticano, los cuales estuvieron sellados hasta la década de 1970. Hasler publicó su investigación en un célebre libro, Cómo llegó el Papa a ser infalible.
            Según Hasler, Pío IX mostraba signos de inestabilidad mental: perdía la memoria, e incurría en arrebatos violentos, emocionales e irracionales, y sus allegados tenían dificultad en relacionarse con él. Cuando se reunió el concilio para deliberar sobre la doctrina de la infalibilidad, Pío IX se aseguró de que los discursos no se pusieran por escrito, de forma tal que los deliberantes no tuvieran oportunidad de leerlos y pensar detalladamente el asunto. El Papa prohibió que los asistentes se reunieran en pequeños grupos a discutir la doctrina entre ellos, impidió recesos en las sesiones, no detuvo el concilio aún frente a un brote de malaria, y puso bajo arresto a un obispo armenio que vehementemente se oponía a la aprobación del dogma.
            Al final, con estas tácticas de intimidación, Pío IX prevaleció. Así, en 1870, se impuso una de las doctrinas religiosas más totalitarias que han existido: si el Papa opina X, pero yo opino Y, debo renunciar a esa creencia y abrazar la promovida por el Papa, sin importar cuán absurda me resulte, pues el Papa no puede equivocarse. Pío IX se anticipó varias décadas a la pesadilla que narra Orwell en 1984.
            Los católicos habitualmente tratan de endulzar el asunto. Ellos alegan que, la infalibilidad papal no aplica a todo lo que haga el Papa, sino sólo cuando habla ex cathedra sobre aspectos doctrinales de fe y moral. En el pasado, dicen los católicos, ha habido Papas que se han equivocado, pero eso no invalida la doctrina. El Papa Honorio I, por ejemplo, llegó a enseñar la herejía monotelita (Cristo tiene una sola voluntad); pero los católicos advierten que esto no compromete a la infalibilidad papal, pues Honorio I no enseñaba ex cathedra, pues sus pronunciamientos  monotelitas no eran formales.
            Esto es cierto. Pero, históricamente, antes de 1870, no estaba muy claro cuándo un Papa enseñaba algo informalmente, y cuándo lo hacía ex cathedra. En todo caso, tienen razón los apologistas católicos cuando dicen que, desde que se impuso el dogma de la infalibilidad papal, sí ha quedado delineado cuándo se habla ex cathedra y cuándo no. Hasta ahora, la única ocasión en la cual un Papa ha hablado ex cathedra fue en 1950, cuando Pío XII promulgó el dogma de la asunción de María.


            Pero, el dogma de la infalibilidad papal es una caja de Pandora. Hasta ahora, no ha habido un Papa megalomaníaco que se valga de su condición para imponer doctrinas que la abrumadora mayoría de los fieles rechace. Pero, la puerta ha quedado abierta para que cualquier Papa sí pueda hacerlo, si así lo desea. Un Papa aficionado a la ufología, podría imponer a sus más de mil millones de seguidores, que los extraterrestres nos han visitado en el pasado y que han abducido a profetas del antiguo Israel (Elías, fundamentalmente), y por qué no, que los extraterrestres construyeron las pirámides de Egipto y las líneas de Nazca (la infame tesis de Erich Von Daniken). Bastaría para este hipotético Papa respaldar su opinión citando a Ezequiel 1:16 (ciertamente una interpretación muy forzada de ese pasaje bíblico, pero no más forzada que los pasajes bíblicos que se utilizan para respaldar la infalibilidad papal), promulgar la doctrina ex cathedra haciendo uso de la infalibilidad papal, y ¡voilá!, los católicos tendrían ahora que aceptar los alegatos ufológicos, aun si consideran absurda esa creencia (como seguramente, muchos católicos considerarán absurdo, igual que ortodoxos y protestantes, que María fue ascendida en cuerpo y alma al cielo, la única doctrina que ha sido promovida acudiendo al recurso de la infalibilidad papal). Los dictadores de 1984 estarían contentos.

sábado, 24 de octubre de 2015

Magia, religión y ciencia ficción

            ¿Cuál es la diferencia entre la magia y la religión? En los inicios de la antropología, a finales del siglo XIX, se intentaron precisar algunas diferencias. La magia, decían los antropólogos, busca una intervención directa y mecanicista en el mundo, mientras que en la religión, el creyente apela a los dioses en espera de algún milagro. La magia se hace para perjudicar a los demás, la religión sólo para lograr cosas buenas. El mago cobra por sus servicios, el sacerdote no. La magia es individualizada, la religión es colectiva.

            Pero, pronto, se hizo obvio que estas diferencias son muy débiles. ¿Acaso no hay católicos que creen que, al rezar a San Antonio, inmediatamente aparecerán las llaves perdidas? ¿No ahuyenta el agua bendita a los malos espíritus? ¿No cobra el sacerdote por echar esa agua bendita? Al final, pues, los antropólogos han venido a aceptar que la diferencia entre magia y religión es muy, muy problemática.
            Pero, por supuesto, las propias religiones no toleran esto. Y, así, los feligreses siguen asumiendo que sus creencias y prácticas son religiosas; magia es lo que hacen los fieles de aquellas religiones que a mí no me gustan.
            En la historia del cristianismo, este prejuicio e inexactitud a la hora de distinguir entre magia y religión, ha sido muy persistente. ¿Cuál es la diferencia entre un milagro y un prodigio mágico? En el milagro, se nos dice, se manifiesta la gracia divina, mientras que en el prodigio, se manifiestan demonios. Pero, como tanto ha solido ocurrir, ¿no es el demonio sencillamente el dios del otro?  
El libro de Hechos de los apóstoles es muy emblemático al respecto. Los apóstoles hacen toda clase de prodigios: la sombra de Pedro tiene poderes curativos, así como los pañuelos que él ha utilizado, etc. En ningún momento se describe esto usando la palabra “magia”, pero si no supiéramos que se trata de un apóstol, asumiríamos que es un mago. De hecho, en los propios Hechos de los apóstoles aparece un personaje que hace cosas bastante parecidas a las de Pedro, pero el texto inmediatamente lo reprocha por hacer prodigios a través de la mediación de demonios. Se trata de Simón Mago. Según el relato de Hechos, la única diferencia sustancial entre Simón Mago y Pedro, es que el primero cobraba por sus servicios y pretendía comprar el poder de hacer milagros (de ahí viene el término “simonía” para referirse a la venta de lo sagrado). Pero, insisto, es una diferencia muy débil: desde los tiempos más tempranos del cristianismo, los feligreses pagaban.
Más allá de eso, los tempranos apologistas del cristianismo nunca pudieron precisar cuál era la diferencia entre los prodigios cristianos y los prodigios de otros grupos. Celso, un crítico del cristianismo, acusaba a Jesús de ser un mago. En sus respuestas a Celso, el apologista Orígenes se limitaba a decir que Jesús hacía sus obras con verdadero poder divino, mientras que los magos se valían de poderes demoníacos. Pero, más allá de esa diferencia tan arbitraria, no tenían forma de precisar por qué unas acciones son magia, pero las otras no.
Ahora bien, antes de apresurarnos a reprochar al cristianismo por su inconsistencia y prejuicio, debemos considerar también que nuestro mundo secularizado incurre en algo parecido. ¿Qué diferencia a la magia de nuestras fantasías tecnológicas futuristas? El propio futurista Arthur Clarke reconocía que una tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Esto es especialmente evidente en la ciencia ficción. ¿Qué hace que una máquina del tiempo sea un artificio literario tecnológico, pero no mágico? ¿Por qué Star Wars es una película de ciencia ficción, mientras que El señor de los anillos es una película de fantasía? Cuando un autor de ciencia ficción decide que un invento aún inexistente no es magia, pero no ofrece explicaciones al respecto, cae en la misma arbitrariedad en la cual incurrieron los tempranos apologistas cristianos cuando decían que Pedro era realizador de milagros que contaba con aval divino, pero Simón Mago era un hechicero que apelaba a fuerzas demoníacas.

   

jueves, 22 de octubre de 2015

¿Existió el indio Juan Diego?

            El “monumental” Ricardo Aguirre compuso en 1969 una famosísima gaita, Decreto papal. La canción es una protesta en contra del decreto emitido por Pablo VI mediante el cual, Santa Bárbara quedaba excluida del santoral. Aguirre se quejaba así: “¿Cómo es posible que el Papa/le quite la santidad/ a quienes la sociedad/ con tanta fe ha venerado/ y sin patrona ha dejado/ a parroquias de la ciudad?”. Nosotros los escépticos, en cambio, debemos felicitar a Pablo VI por su espíritu crítico. Pues, el Papa reconocía que el personaje de Santa Bárbara es bastante legendario.
            Pero, lo que la Iglesia hace con las manos, lo desbarata con los pies. En el 2002, Juan Pablo II decidió canonizar al indio Juan Diego, otro personaje cuya existencia es más que dudosa. Juan Pablo II politizó intensamente las canonizaciones, y Juan Diego no fue excepción. En un momento en el cual se calculó que el futuro del catolicismo podría estar en América Latina, se empezaron a canonizar latinoamericanos. Y, al hacerlo, se exaltaba a la Virgen de Guadalupe, un símbolo poderosísimo, no sólo del nacionalismo mexicano, sino de toda la América Latina.

            Lamentablemente, la historia de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe está llena de agujeros. Según la piedad católica convencional, en 1531, el indio Juan Diego estaba caminando en el monte Tepeyac (en el actual D.F.), y se le apareció la virgen María. Juan Diego fue a contarle lo sucedido al obispo, Juan de Zumárraga, pero éste no le creyó. La virgen se le volvió a aparecer, y milagrosamente le dio unas flores (el milagro radica en que era invierno), para que las llevara como prueba al obispo. Así lo hizo Juan Diego. Cuando, ante el obispo, abrió el manto que cubría las flores, milagrosamente apareció la estampa de la Virgen de Guadalupe.
            La primera vez que se escribió esta historia fue en lengua náhuatl por un cronista europeo, veinticinco años después del supuesto hecho, cuando ya Juan Diego (si acaso existió) y Zumárraga, habían muerto. Naturalmente, hay muchísimas dudas sobre la autenticidad de la historia. El obispo Zumárraga era un hombre muy dado a las letras, y dejó una voluminosa obra, pero jamás mencionó la historia de Juan Diego o el milagro del manto con las flores.
            La historia pareciera más bien un invento deliberadamente calculado para facilitar la evangelización de los aztecas. Hernán Cortés era devoto de la Virgen de Guadalupe en Extremadura, y llevó a México imágenes de esa virgen. Un misionero de origen belga, Fray Pedro de Gante, organizó una escuela de pintura con estudiantes indios, y uno de los estudiantes más talentosos, era un hombre de nombre Marcos. El obispo sucesor de Zumárraga, Alonso de Montúfar, quería evangelizar usando imágenes de la virgen con rasgos morenos, y comisionó a Marcos pintar una imagen de una virgen morena, en posición de rezo. Podemos sospechar que ese Marcos fue quien pintó la imagen que hoy es venerada por millones de personas.
            Como han solido hacer los evangelizadores, Montúfar quería adaptar el mensaje cristiano a la cultura local, y así, fue relativamente laxo en permitir el sincretismo de la Virgen de Guadalupe con la diosa azteca Tonantzin, cuyo lugar de culto era precisamente el monte Tepeyac. No todos los misioneros estaban contentos con este sincretismo. Los franciscanos, con el célebre Bernardino de Sahagún a la cabeza, opinaban que la veneración a la Virgen de Guadalupe era una forma de paganismo. Y, fueron los mismos franciscanos quienes reportaron que no había nada de milagroso en el manto de la Virgen de Guadalupe, sino que había sido pintado por el indio Marcos. En ninguno de esos documentos hay mención de Juan Diego, señal de que la leyenda que incorpora al personaje es posterior.
            Como supuesta prueba de autenticidad de la historia y de la existencia real de Juan Diego, se ha querido señalar supuestas características sobrenaturales en los ojos de la Virgen en la imagen. Aparentemente, en los ojos, aparecen reflejadas pequeñas figuras humanas que, dicen los devotos, son Juan Diego y el obispo. Esto, lamentablemente, es otro caso más de las pareidolias: la inclinación que tiene la mente humana a encontrar rostros en estímulos sensoriales ambiguos. Es el mismo mecanismo mental que hace que, de vez en cuando, se vea a Hitler en el pan tostado o a Osama Bin Laden en las nubes.

            En México, hay sacerdotes católicos que, muy responsablemente, han investigado rigurosamente la historia de Juan Diego, y han llegado a la conclusión de que todo es una leyenda sin ninguna base histórica. Pero, al Vaticano no le interesa la verdad. Les interesa más bien arrastrar masas, y para ello, se valdrán de cualquier cosa. Pues, si el cura Hidalgo logró movilizar a los mexicanos a favor de la independencia con esa imagen, ¿cuánto provecho sacó la Iglesia en América Latina, canonizando a Juan Diego?         

domingo, 18 de octubre de 2015

El vudú: ¿la maldición de Haití?

            Quienes investigan los motivos de la pobreza y el subdesarrollo, acuden recurrentemente a comparaciones entre países próximos entre sí, para hacer comparaciones e intentar detectar cuál es el factor más relevante en el desarrollo. Dos de las comparaciones más célebres son las de las dos Coreas, y las de las Alemanias. En ambos casos, un país fue dividido en dos; los nuevos países tenían las mismas condiciones geográficas, la misma historia, y la misma cultura. Pero, pronto hubo una gran distancia económica entre ellos (mucho más en el caso de las Coreas). El factor relevante, parece, era el comunismo. Corea del Norte y Alemania del Este eran comunistas, y eso llevó a esos países a la ruina, mientras que sus vecinos y rivales, Corea del Sur y Alemania del Oeste, respectivamente, florecían. El comunismo, parece, es una maldición.

            En América Latina no se han hecho mucha estas comparaciones, en buena medida porque todos los países tienen más o menos el mismo nivel de subdesarrollo. Pero, en ocasiones, los analistas comparan a Haití con la República Dominicana: son dos naciones que comparten una misma isla, pero la diferencia en su nivel de prosperidad y desarrollo es descomunal.
            ¿A qué se debe este diferencial? Por mucho tiempo, se quiso explicar esto apelando al victimismo (que, vale agregar, es muy común en nuestra región): Haití es miserable, porque desde su independencia, Francia le impuso una compensación económica brutal, y los haitianos tuvieron que pasar varias décadas pagándola. Además de eso, varios países vecinos rehusaron entablar relaciones normales, por temor a que la revolución de negros contra blancos se extendiera a otras naciones. Y, para colmo, EE.UU. ocupó militarmente Haití por varios años, contribuyendo aún más a su fracaso.
            Sin duda, todos estos factores cuentan. Pero, no explican por completo el diferencial entre la República Dominicana y Haití. Muchos países hispanoamericanos (incluyendo a la República Dominicana) se endeudaron hasta la médula tras su independencia, y las potencias neocoloniales impusieron cuotas muy agresivas. EE.UU. también ocupó militarmente la República Dominicana, Guatemala y Nicaragua por muchos años, pero con todo, ninguno de estos países tiene el nivel de miseria que sí hay en Haití.
            Jared Diamond ha adelantado unas explicaciones geográficas en su célebre libro, Colapso. Según Diamond, si bien Haití y la República Dominicana están ubicadas en una misma isla, tienen condiciones geográficas muy distintas. Haití es más montañosa que su vecina, y tiene menor extensión de tierra cultivable. Pero, la diferencia crucial, opina Diamond, son los efectos de la deforestación. Mientras que la República Dominicana nunca fue una colonia especialmente relevante para España, Haití sí lo fue para Francia. Y, eso hizo que los franceses explotaran los recursos naturales mucho más agresivamente que los españoles en la República Dominicana. Haití era la colonia más productiva de Francia, la mayor productora de azúcar en el mundo. El cultivo intenso pudo haber hecho crecer económicamente a Haití por un tiempo corto (fue la colonia más próspera de este hemisferio), pero inevitablemente, el ecosistema colapsó, y desde entonces, le ha pasado la factura a los haitianos.
            Esa explicación es, como la del victimismo, plausible. Pero, me temo que es igualmente insuficiente. Países como Singapur y Japón han tenido condiciones geográficas muy adversas, pero con todo, están en el Primer Mundo. Venezuela ha sido bendecida con sus recursos y sus ecosistemas, pero tristemente, los venezolanos seguimos en el atolladero del subdesarrollo.
            Quizás, la explicación del subdesarrollo está en la cultura de cada país. Así lo teorizó Lawrence Harrison, en un clásico libro, con un título muy sugerente: El subdesarrollo está en la mente. En otros escritos, Harrison se ha ocupado del caso haitiano y su comparación con el dominicano. A juicio de Harrison, el principal problema de Haití es su religión. Los haitianos son nominalmente católicos, pero en realidad, el vudú domina. Y, postula Harrison, el vudú es una religión retrógrada.
            Según Harrison, Haití es un país subdesarrollado, porque el vudú incorpora una serie de creencias que obstaculizan el emprendimiento y la seguridad para lograr el desarrollo. Harrison dedica mucha atención a la forma en que el vudú hace la vida caprichosa. Todo ocurre por causa de los loas, los espíritus, y los infortunios son ocasionados por la brujería. Al asumir esta visión del mundo, los haitianos concluyen que no hay mucho que pueda hacerse para cambiar las cosas: todo está en manos del destino y los hechizos.
            Yo veo con simpatía las tesis de Harrison, pues echa por tierra el relativismo cultural que pretende alegar que todas las religiones son iguales de valiosa. Sobre el vudú ciertamente hay muchas distorsiones (Hollywood le atribuye falsamente sacrificios humanos y cosas por el estilo), pero no debemos cometer el error inverso de asumir que una sociedad que está obsesionada con hechizos, puede progresar hacia la modernidad.
            Con todo, lamento que Harrison no sea lo suficientemente preciso en delinear cómo, exactamente, el vudú genera subdesarrollo. Contrariamente a lo que postula Harrison, en el vudú no predomina la concepción fatalista (eso es más afín al Islam y al calvinismo, una religión que, dicho sea de paso, más bien tiene mucha asociación con el desarrollo, tal como Max Weber lo planteó en sus célebres tesis). El vudú es más bien una de las religiones más emprendedoras que existen. Allí donde los místicos están a la espera de que Dios intervenga para resolver las cosas, los bokors (algo así como los sacerdotes del vudú) activamente buscan modificar la realidad a través de procedimientos mágicos. El destino no está en lo que dicten los dioses; los bokors pueden activamente intervenir para cambiar las cosas.

            Por supuesto, estos procedimientos mágicos son irracionales. Y, en ese sentido, Harrison sí tiene razón cuando postula que el vudú es una religión que cohíbe la racionalidad en Haití, y la racionalidad es crucial para el desarrollo. Pero, Harrison no tiene razón cuando postula que el vudú frena la creatividad y el emprendimiento. Se necesita ser bastante creativo para creer que, al clavar alfileres en una muñeca, una persona a la distancia será perjudicada. Se necesita ser muy emprendedor para hacer este ritual muchas veces, aun frente a los reiterados fracasos. Y, se necesita tener una visión de negocios, para cobrar lo que muchas veces cobran los bokors por sus trabajos.
            Sin duda, Haití tiene una enorme deficiencia cultural. No hay un código moral robusto. Lawrence culpa de esta ausencia de códigos morales al vudú, pues en esa religión, no hay prescripciones morales; es más cercana a la magia, e incluso, a la magia negra (aquella que busca perjudicar a los demás). Lawrence también atribuye la deficiencia cultural haitiana a su pasado esclavista: el trabajo es visto ahora como una maldición, tanto por los ex-esclavos, como por los ex-amos. Todo esto es muy plausible. Pero, no debemos caer en el cliché de asumir que el vudú es la base de todo lo malo en Haití. El vudú, me parece, puede estimular el emprendimiento, y los promotores del desarrollo deberán buscar formas creativas, a través de las cuales, se pueda canalizar el emprendimiento del vudú, hacia acciones más racionales.

¿Era Joseph Smith un mago?

            La relación entre la magia y la religión es compleja. En los inicios de la antropología, autores como Tylor y Frazer quisieron establecer diferencias firmes entre ambas: en la magia, hay un intento directo por manipular el mundo; en la religión, hay más contemplación y menos acción directa, pues se solicita a los dioses su intervención. Pero, hoy sabemos que las cosas son mucho más complejas: en la magia hay muchos aspectos religiosos, y en la religión hay muchos aspectos mágicos.
            Uno de los ejemplos más interesantes en los cuales la magia y la religión se entremezclan continuamente, es el mormonismo. Joseph Smith, el fundador de esta religión, es frecuentemente asumido como un profeta por los feligreses. Se le  considera un profeta porque, supuestamente, recibió revelaciones divinas a través de un ángel. Pero, en la vida de Smith hay muchos otros aspectos que son suficientes para considerarlo, además de un profeta, un mago. Pues, Smith no se limitó a recibir revelaciones. Él mismo activamente las buscó a través de rituales enraizados en tradiciones que se remontan a la magia renacentista. Esto ha sido suficientemente documentado por historiadores como Michael Quinn y Peter Levenda.

            Smith, un joven oriundo de una empobrecida región del estado de Nueva York, trató de ganarse la vida acudiendo a las artes mágicas. Se promocionó como un buscador de tesoros utilizando métodos de adivinación, y logró cautivar a varios clientes. Utilizaba palos esperando que se inclinaran para determinar una ubicación; también contemplaba piedras cristalinas, y a partir de ahí, procedía a excavar en lugares específicos. Como cabría esperar, estos métodos nunca le dieron resultado. Y, a partir de sus fracasos, tuvo varias querellas legales con clientes defraudados.
            Los mormones aceptan estos hechos. Pero, alegan que ese coqueteo con la magia ocurrió sólo en una fase inicial de la vida de Smith. Para el momento en que Smith las revelaciones, nos dicen, ya era un hombre cambiado y dedicado exclusivamente a las cosas de Dios. Desde aquel momento, más nunca volvió a la magia.
            Pero, hay muchos motivos para dudar de la versión oficial que ofrece la doctrina mormona. El mismo contenido de la revelación hace pensar que aquella experiencia religiosa tenía conexión con el pasado adivinatorio de Smith: el ángel Moroni le entregó unas planchas doradas que contenían aquello que vino a traducirse como el Libro de Mormón. No es muy difícil ver la conexión de las planchas doradas con los tesoros que buscaba Smith a través de procedimientos mágicos.
            En todo caso, Levenda y Quinn explican que, la misma experiencia religiosa de Smith con el ángel Moroni en el monte Cumorah, era en realidad un acto de magia ceremonial para buscar tesoros. El primer encuentro con el ángel fue el 22 de septiembre de 1823. Esta fecha es relevante, pues coincide con el equinoccio de otoño, un momento propicio en las tradiciones mágicas para invocar espíritus. Smith siguió yendo ese día del año al monte Cumorah hasta 1827, cuando definitivamente recibió las planchas.
            Smith tenía la esperanza de encontrar tesoros, porque en el estado de Nueva York corría la leyenda de que, siglos atrás, los piratas habían desembarcado y habían enterrado sus tesoros. Un pirata, William Kidd, era especialmente conocido por su leyenda del tesoro escondido. Kidd había sido ejecutado en Londres, pero la leyenda decía que su espectro, bañado en sangre, era el guardián de su tesoro escondido, y que todo aquel que intentara desenterrar ese tesoro, tendría que encontrarse con ese espectro.
            Años después, Smith relató que, en su experiencia mística, tuvo un encuentro con un ángel, Moroni. Pero, según parece, en sus primeros testimonios, Smith alegó haberse encontrado con un fantasma ensangrentado que tenía la garganta cortada. Es probable, entonces, que en las visiones de Smith, aquel con quien tuvo el encuentro no fue un ser angelical que se acercó a él para darle una revelación, sino un fantasma que protegía un tesoro que Smith estaba tratando de desenterrar con procedimientos mágicos.
            Kidd había navegado por muchas latitudes. Uno de los lugares en los que estuvo fueron las islas Comoras, cuya capital es Moroni. Es difícil ignorar la coincidencia de los nombres. El monte donde ocurrieron estas experiencias místicas es Cumorah (vino a llamarse así años después), fonéticamente próximo a “Comoras”. Y, por supuesto, el nombre del ángel es Moroni, la capital del archipiélago donde Kidd había navegado.
            En sus testimonios más tempranos, Smith alegó que, en aquella ocasión mística, había también una rana presente, resguardando las planchas doradas. Pues bien, la rana tiene también una significación muy importante en las tradiciones mágicas y la búsqueda de tesoros. En el folklore europeo, un diablillo como Lucifuge Rofocale, guardián de tesoros buscados por magos, frecuentemente asumía un aspecto animalesco, en ocasiones como una rana.


            Los mormones contemporáneos tratan de restarle importancia al detalle de la rana, pues es cierto que los testimonios de Smith sobre este animal no proceden de él directamente. Pero, es intrigante que, en la década de 1980, un forjador de documentos, Mark Hoffman, vendió a las autoridades mormonas un falso escrito en el cual, un colaborador de Smith decía que, en el monte Cumorah, Smith se había encontrado con una salamandra, y esta se convirtió en el ángel Moroni. Las autoridades mormonas pagaron una cantidad exuberante por aquel documento, el cual relegaron a sus archivos secretos. Debido a unas investigaciones posteriores relacionadas con unos crímenes, las autoridades mormonas accedieron a que se evaluara el documento, y resultó ser falso. Pero, el hecho de que las autoridades mormonas pagaron tanto dinero, revela que tenían sumo interés en evitar la propagación de este documento, pues sabían muy bien que, en los orígenes del mormonismo, un anfibio tenía mucho que ver con la historia, y que ese anfibio tenía una conexión con rituales de magia.

sábado, 17 de octubre de 2015

Hugo Chávez y la santería cubana

            Las creencias religiosas de Hugo Chávez siempre fueron un misterio. Nominalmente, era católico. Pero, pronto se hizo muy evidente que su catolicismo era bastante maquiavélico, y muy poco genuino: Chávez sabía que para calar bien en las masas, debía fingir ser católico, pero difícilmente se apreciaba en sus gestos una genuina devoción.
            Durante su enfermedad, hizo lo que la gente desesperada (muy comprensiblemente) suele hacer: acudió a múltiples tradiciones religiosas buscando una cura. Apeló a Cristo, a la Virgen y a los santos, pero también a los espíritus ancestrales indígenas y a los espectros de la sabana. Acudió a curas católicos y pastores protestantes, pero también a chamanes indígenas.

            Pero, desde mucho antes de su enfermedad, se rumoreaba que Chávez era practicante de la santería cubana. La fascinación ideológica de Chávez con Fidel Castro y Cuba, propició estos rumores. Chávez empezó a cubanizar progresivamente a Venezuela: el alto mando militar empezó a recibir órdenes desde Cuba, los registros inmobiliarios eran dirigidos por cubanos, etc. Inevitablemente, pronto empezó a correr el rumor de que esa cubanización también traía consigo a los babalaos.
            A simple vista, cuesta creer estos alegatos. Fidel, un ateo declarado, persiguió desde un inicio a la santería, y trató de expurgar de Cuba las influencias africanas. Fidel habría tenido interés en exportar la revolución a Venezuela, pero no la santería que él mismo despreciaba. La revolución de Fidel pretendía ser marxista, materialista, racionalista y atea.
            Pero, cuando cayó la URSS, hubo un giro en toda la izquierda mundial. Se abrazaba ahora todo lo que no fuera occidental. Y así, la santería empezó a ser aliada de la izquierda, pues se veía en esa tradición religiosa una alternativa a la hegemonía católica eurocéntrica. Las relaciones de los babalaos empezaron a mejorar con el régimen cubano. Y, en ese sentido, no es descabellado pensar que, en el momento en que empezó la cubanización de Venezuela, Fidel optó por enviar a los babalaos como sus aliados revolucionarios.
            Con todo, no hay indicios claros de que Chávez cooperara con los babalaos, mucho menos que él mismo fuera santero. Quien más ha promovido esta tesis es el sacerdote católico José Palmar. Según Palmar, cuando él era colaborador de Chávez, bajó una noche a los sótanos del palacio presidencial de Miraflores, y allí vio a muchos santeros realizar sacrificios de animales.
            Palmar es un personaje notoriamente paranoico, y haríamos bien en desconfiar de su testimonio. En la década de 1990, Palmar trató de instigar una histeria colectiva en torno a supuestas sectas satánicas en Venezuela, así como el contenido de mensajes subliminales en los discos de rock. En su mente brujeril, Palmar asume que la santería es una religión diabólica. Y, es de sobra conocido por los psicólogos que, en mentalidades paranoicas como la de Palmar, muchas veces crecen los delirios, y se ven cosas que, o bien no existen, o bien son confundidas con otras.
            Otros testimonios son igualmente problemáticos: el dirigente sindical Carlos Ortega alegaba que Chávez tenía una foto de Ortega, y que en sus viajes por África, sometió a esa foto a rituales de magia negra para asegurarse de que nunca triunfara políticamente. Carlos Ortega es otro de esos personajes de los cuales no podemos confiarnos demasiado.
Quizás el único personaje del cual sí podemos fiarnos un poco más en este asunto, es Agustín Blanco Muñoz. Según Blanco Muñoz, en una serie de entrevistas con allegados de Chávez, algunos confesaron que el Comandante sí estaba interesado en la santería, y llegó a participar en rituales de iniciación. Lamentablemente, estos alegatos no pasan del rumor, y no hay mucha posibilidad de verificación.
            No es falso que, en algunos cementerios de Venezuela, se han profanado tumbas para realizar ceremonias de Palo Mayombe, una tradición afro-cubana afín a la santería, pero más inclinada a procedimientos de magia negra. Pero, a partir de esos datos, se ha querido ver en la exhumación de los restos de Simón Bolívar, un macabro ritual de santería dirigido por Chávez para invocar a fuerzas espirituales y asegurar su poder.
            Seguramente por razones evolucionistas, la mente humana tiene una fuerte tendencia a sentir repudio por las exhumaciones y la manipulación de cadáveres (en la sabana africana, esto debió haber sido una adaptación para nuestros ancestros, pues así se reducía el contagio de enfermedades). Esto hace que haya tabús en torno a los cadáveres, y que cada vez que alguna expedición científica participe en una exhumación, se le atribuyan infortunios. Así ocurrió con la supuesta maldición a la expedición que abrió la tumba de Tutankamon, y fue así también con la exhumación de Bolívar. Mucha gente vio la muerte de Chávez como un castigo divino por haber participado en la santería, y en particular, por haber dirigido la exhumación del Libertador.
Incluso, algunos de los propios santeros de Miami tenían una opinión similar: a su juicio, Chávez quiso impregnarse de poderes místicos para los cuales no estaba preparado, y esas fuerzas espirituales eventualmente lo sobrecogieron y causaron su cáncer.
Todo esto, insisto, es paranoia religiosa. La idea de que Chávez era santero se basa en conexiones muy tenues. Pero, supongamos que, en efecto, Chávez sí era santero. ¿Dónde está lo criminal en esto? Habría sido criminal si Chávez se hubiera valido de ella para aterrorizar a la población, como Papa Doc y los tonton macoutes hicieron con el vudú en Haití, haciéndole a creer a los pobres haitianos que Papa Doc era Baron Samedi, una figura terrorífica del folklore haitiano.
Pero, Chávez no hizo nada de esto. Si acaso su entorno de babalaos realizaba sacrificios animales, ciertamente estas prácticas serían objetables (como también lo sería la tauromaquia), pero no especialmente criminales. La profanación de tumbas ciertamente sí es un delito, pero insisto, no hay ningún indicio de que agentes del gobierno estuvieran detrás de esos actos vandálicos. Quizás alguien como Carlos Ortega se aterrorice de que su rival político utilice su foto para hacer rituales de magia negra, pero insisto, hacer meros rituales sin víctimas reales no es ningún delito. La preocupación de Ortega más bien revela que él es tan supersticioso como supuestamente Chávez lo era.


 La santería es una religión como cualquier otra. Sí, en ocasiones, la santería puede derivar en rituales que tienen propósitos antisociales. Pero, no perdamos de vista que esos rituales son inefectivos. Si acaso hemos de reprochar a Chávez por su supuesta participación en la santería, hagámoslo, no por haberse comunicado con espíritus malignos, sino por haber perdido su racionalidad haciendo estas tonterías. Pero, si hemos de hacer estos reproches, hagámoslo consistentemente, y reprochemos también a todos los políticos venezolanos que besan la tablita de la Chinita o se consagran a la Virgen del Valle, buscando un éxito electoral.

jueves, 15 de octubre de 2015

Los nazis y el ocultismo

Uno de los clichés del posmodernismo es la idea de que la racionalidad y la Ilustración trajeron consigo la tragedia del nazismo. Este mantra ha sido repetido hasta la saciedad por gente como Adorno, Horkheimer y Baumann. Pues bien, es necesario rebatir esto una y otra vez. No fueron la racionalidad y la Ilustración las responsables del nazismo, sino más bien la falta de racionalidad y la contrailustración.
Podemos formarnos esta idea, especialmente al tener en cuenta el significativo peso que el ocultismo tuvo en el proyecto nazi. Sobre este tema, vale admitir, hay mucha especulación. Algunos escépticos dudan de que hubiera una firme conexión entre la tradición ocultista y el nazismo. Ciertamente, muchos de los alegatos sobre las raíces ocultistas del nazismo parecen sacados de teorías conspiranoicas y de películas fantasiosas como En busca del arca perdida. Pero, algunas teorías conspiranoicas sí resultan ser verdaderas, y me inclino a pensar que, en este caso, sí hay bastante evidencia de que, tras el nazismo, había todo un entramado de sociedades secretas y extrañas ideas mágicas y religiosas. Los libros de los historiadores Peter Lavenda y Nicholas Goodrick-Clarke me han convencido de esta tesis.

Son muchos los datos que se cubren en esos libros, pero señalaré los más relevantes. La formación ideológica de Hitler debió mucho a tres ocultistas que ejercieron mucha influencia sobre él. La primera fue Madame Blavatsky, la fundadora del movimiento teosófico en el siglo XIX. Blavatsky dio continuidad al mito de la Atlántida, y postuló que la raza que logró escapar de aquella mítica isla, fue la raza aria. Luego, en las dos primeras décadas del siglo XX, Guido Von List, un misterioso filósofo, empezó a enseñar la doctrina según la cual, estos arios eran los antiguos germanos descritos por Tácito. Un poco tiempo después, ya en tiempos de Hitler, un ex-monje católico, Jorg Van Liebenfels, formuló la teoría según la cual, los arios eran descendientes de deidades interestelares, mientras que las otras razas eran descendientes de cruces entre monos y hombres. Liebenfels empezó a postular que los judíos eran los máximos representantes de esa raza producto de cruces entre monos y humanos, y continuamente publicó estas ideas en Ostara, una revista que el joven Hitler leía con frecuencia. Según el testimonio de Liebenfels, Hitler acudió a él solicitando más información sobre sus teorías.
Después de la I Guerra Mundial (durante la cual, Hitler supuestamente oyó una voz divina que le indicó alejarse de un pelotón que fue inmediatamente bombardeado, con lo cual logró salvar su vida), Hitler fue asignado como agente para espiar un partido de trabajadores, que supuestamente tenía inclinaciones comunistas. En realidad, el partido resultó ser de extrema derecha, tanto así que Hitler terminó convirtiéndose en su líder, y eventualmente este partido pasaría a ser el partido nazi. En sus orígenes, este partido tuvo bastante conexión con un grupo de ocultistas, la “Sociedad Thule”, la cual se nutría de las enseñanzas de List y Liebenfels.
No sabemos bien cuán imbuido estaba Hitler en el ocultismo del partido que él empezó a liderar, pero lo cierto es que una de las figuras que lo acogió en el partido, y que lo introdujo a personajes influyentes que sirvieron para desarrollar su carrera política, fue Dietrich Eckart. Eckart, a quien está dedicado el libro de Hitler, Mi lucha, tenía mucho interés en el ocultismo.
Esto no es evidencia concluyente de que Hitler participaba en círculos ocultistas, pero sí es un hecho histórico que, después de su fracaso inicial como político tras un fallido intento de golpe de Estado, Hitler fue acogido por un astrólogo, Erik Jan Hanussen. Este astrólogo entrenó a Hitler en el desarrollo de los gestos teatrales que luego le serían muy provechosos en su carrera política, y le formuló una profecía: en cuestión de poco tiempo, la suerte de Hitler le cambiaría. Hanussen recomendó a Hitler ir a su pueblo natal y extraer una raíz de mandrake (una planta con forma humana, muy favorecida por los alquimistas), pues eso serviría en talismán para lograr el hechizo que le permitiría acceder al poder. Según parece, no fue Hitler, sino el propio Hanussen quien hizo el ritual con la mandrake, pero hay algunos indicios de que Hanussen luego enseñó a Hitler cómo utilizar esa planta con propósitos mágicos.
La historia que se narra en En busca del arca perdida (la primera película de Indiana Jones), sobre las expediciones nazis para encontrar el arca de la alianza, es falsa. Pero, sí  hay indicios de que, una vez en el poder, los nazis tuvieron interés en recuperar el santo grial (la copa de la cual supuestamente Jesús bebió vino en la última cena), y que dirigieron expediciones en su búsqueda, sobre todo en los lugares de Francia en los que los cátaros tuvieron influencia, y posiblemente también en España (pues algunas tradiciones remontan el grial a ese país).
Hay más seguridad en la hipótesis de que Hitler creyese en los poderes mágicos de la lanza con la cual supuestamente el soldado romano hirió el costado de Jesús en la crucifixión. Esta lanza estaba exhibida en un museo de Viena, y cuando Hitler ocupó esta ciudad, se apoderó de ella.
Se ha explorado también la hipótesis de que los nazis creían que la Tierra es un planeta hueco, y que podría haber inframundos, poblados por civilizaciones perdidas que tuvieran alguna conexión con la original raza aria. También, aparentemente, algunos nazis tenían la creencia de que la Tierra es en sí misma el interior de un planeta aún más grande, y que sobre nosotros hay un firmamento:, de forma tal que si se envían señales hacia el cielo, éstas podrían rebotar y ser detectadas.
Sabemos con plena seguridad que, antes del inicio de la guerra, los nazis enviaron una expedición científica al Tíbet. Según Peter Lavenda, parte del objetivo de esa expedición era buscar vestigios de civilizaciones perdidas y evaluar cuán cercanos eran los tibetanos a la raza aria original. Se ha manejado también la hipótesis de que los nazis enviaron expediciones a la Antártida buscando civilizaciones perdidas, bajo la teoría de que, en algún momento, ese continente era apto para las civilizaciones, e incluso, que podría haber cráteres que comunicaran con los inframundos.

Los historiadores no están muy seguros si Hitler en realidad participaba de todas estas cosas. Quizás los ocultistas eran algunos nazis de menor rango, y Hitler se mantuvo al margen de todo esto. Pero, hay mucha más seguridad en que dos personajes de alto rango en la jerarquía nazi, sí tenían sumo interés en el ocultismo. Se trata de Rudolf Hess y Heinrich Himmler.
Hess es de por sí un personaje que se presta a todo tipo de teorías conspiranoicas, pues en 1941 viajó en avión solo hasta Escocia, pidiendo hablar con Churchill para intentar negociar la paz. Hess permaneció prisionero durante el resto de su vida. Hitler siempre dijo que desautorizó aquella operación, y alegó que Hess estaba loco. Las teorías conspiranoicas dicen que Hitler en realidad sí había autorizado aquella operación, pero que fracasó, en vista de que Churchill no lo quiso recibir. En todo caso, hay algunos indicios de que Hess emprendió su viaje siguiendo designios astrológicos.
Sobre Himmler, sí sabemos plenamente que estuvo inmerso en el ocultismo. Se creía la reencarnación de Enrique I el pajarero, un rey alemán del siglo X. Himmler se encargó de organizar la SS, la unidad de tropas élites del III Reich. Himmler tomó un selecto grupo de soldados de este cuerpo, y los inició en rituales ocultistas en el castillo de Wewelsburg; el más significativo de esos rituales fue la exhumación de los restos mortales de Enrique I. Su idea era conformar una organización similar a la del rey Arturo con los caballeros de la mesa redonda.

¿Está el exceso de racionalidad detrás de todo esto? ¿Promovería la Ilustración la creencia en el poder de reliquias antiguas, razas de hombres en islas mitológicas y designios astrológicos? Por supuesto que no. Contrariamente a lo que postula el cliché posmoderno, el nazismo no es atribuible a la Ilustración, el positivismo y la racionalidad. El nazismo es más bien producto de la irracionalidad y la larga tradición contrailustrada, en buena medida promovida por el romanticismo alemán de inicios del siglo XIX que, a finales de ese mismo siglo, derivó hacia el ocultismo, del cual se nutrió el nazismo.