El
boxeo es uno de esos deportes que más saca a relucir la garra nacionalista de
los espectadores: el aficionado apoya a su connacional, para bien o para mal.
Quizás la naturaleza del boxeo tiene mucho que ver con esto: puesto que no es
un mero intercambio de pelotas (como el tenis, el fútbol o el béisbol), sino
una pelea con puñetazos, sale a relucir nuestro lado más irracional, y aupamos
al “nuestro”, sin importar de quién se trate en realidad.
En la pasada pelea entre Mayweather
y Pacquiao, ocurrió algo así. La abrumadora mayoría del público negro
norteamericano apoyó a Mayweather. Este boxeador tiene un estilo defensivo que
hace las peleas terriblemente aburridas. Es, además, escandalosamente
arrogante. Y, para colmo de males, cobró infamia al golpear a su mujer. Pero,
¿por qué lo apoya la mayoría del público negro norteamericano? Sencillamente,
porque comparte su color de piel. Es uno de los suyos. Es aquello de “mi raza
(o mi país), para bien o para mal”; la política de la identidad llevada a su
nivel más embrutecedor. Apoyar a Mayweather, aun si golpea a su esposa, es una
forma de apoyar al oprimido negro frente a la sociedad blanca opresora.
Mucha gente sensata (incluyendo a
críticos negros), ha postulado que esto es muy preocupante. La violencia
doméstica debe ser censurada, independientemente de quién sea el agresor. Aun
si al agresor forma parte de una minoría marginada y excluida, dejar de
reprochar su conducta implica excusar el abuso de una minoría (las mujeres
negras golpeadas por sus maridos) aun más
marginada y oprimida.
Pero, en realidad, los intelectuales
posmodernos y poscoloniales siempre han hecho algo muy parecido a lo que hace
el público negro que apoya a Mayweather. En el Tercer Mundo, la mujer ha sido
oprimida. Las potencias coloniales europeas aprovecharon estas circunstancias,
para extender su dominio en Asia y África, bajo la excusa de que era necesaria
la autoridad europea para poner fin a la degradación de la mujer. Pero, muchos
intelectuales poscoloniales, con tal de no ceder ningún punto a las potencias
coloniales, están dispuestos a defender la opresión patriarcal de las
sociedades nativas, todo en nombre de la lucha contra el colonialismo.
Por ejemplo, en el siglo XIX,
ocurría en India la práctica del sati: las viudas eran arrojadas vivas al
fuego, a ser incineradas junto a sus maridos. En parte, los británicos
quisieron justificar su presencia colonial, alegando que era necesaria para
erradicar esa (y otras) práctica tan bárbara. Hoy, hay autores poscoloniales
que están dispuestos a excusar el sati, bajo la idea de que los británicos practicaban
una forma de imperialismo cultural al imponer a los indios su desagrado por
esta antigua práctica. Y, dicen estos autores, si apoyamos a los británicos en
su crítica al sati, estamos legitimando su colonialismo. La posmoderna Gayatri
Spivak destaca por esta infame postura.
O, en todo caso, gente como Spivak
postula que, si ha de criticarse el sati, sólo
los propios indios pueden hacerlo; nunca el británico. Pues, cuando el
occidental critica el sati, lo hace con el motivo de justificar su dominio sobre
el Oriente. Así pues, para superar el colonialismo, en la defensa de las
mujeres de color sólo puede intervenir
gente de color. Es algo muy parecido a lo que el público negro dice
respecto a Mayweather: está bien criticar que el boxeador golpee a su esposa,
pero sólo si esa crítica la hace alguna persona negra. Si un blanco critica a
Mayweather por violencia doméstica, está incurriendo en una forma de racismo.
Esto, por supuesto, es absurdo. Pero,
lamentablemente, es así como piensan los críticos posmodernos y poscoloniales
que tanto abundan en los departamentos de “estudios culturales” en las
universidades occidentales. Y, esta mentalidad emblemática del “mi país, para
bien o para mal”, se ha extendido al mundo del boxeo.
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