Tras un reciente
encuentro con el papa Francisco, Raúl Castro dijo que si el pontífice sigue
revolucionando la Iglesia Católica, el dictador cubano regresaría a ella. Vale
preguntarse a cuál revolución se refiere: hasta donde alcanzo a ver, Francisco
no ha pronunciado más que algunos clichés populistas sobre la pobreza, pero no
ha movido un dedo para verdaderamente cambiar las cosas. Y, en asuntos no
económicos, todo sigue igual. Ni por asomo propone la aceptación de los
homosexuales, el sacerdocio de las mujeres, la derogación del celibato, el uso
de los preservativos, etc.
Por su parte, con ese comentario,
Castro revela su baja estatura intelectual. El dictador cubano está dispuesto a
abrazar una religión, por el mero hecho de que el jefe de la Iglesia diga cosas
bonitas sobre la revolución. Al diablo las doctrinas. Para Raúl Castro, no hay
problema en aceptar que, hace veinte siglos, un hombre nació de una virgen,
caminó sobre las aguas, y resucitó. Tampoco tiene ninguna dificultad en aceptar
que el creador del universo es una esencia en tres personas, o que cuando el
cura pronuncia unas mágicas palabras, ese mismo creador del universo se
convierte en un pedazo de pan.
Lo importante para Castro, es que se
diga que a los pobres debe dárseles más dinero, sin importar cuán absurdo
resulte todo lo demás. Si un jefe mormón dice que no debe haber clases sociales,
entonces aparentemente Castro estará dispuesto a aceptar que a Joseph Smith se
le apareció el ángel Moroni y le entregó las planchas doradas. Castro acepta doctrinas,
no por su contenido propiamente, sino por el hecho de que quien las pronuncie
tenga un compromiso con los pobres.
Esta trivialización de la religión es
bastante común en América Latina. La teología de la liberación pretende ganar
adeptos al cristianismo sobre la base del mensaje cristiano de justicia social,
como si eso fuese suficiente para ser cristiano. Lamentablemente, no es así.
Ser cristiano no es sólo amar al prójimo. Ser cristiano implica aceptar una
enorme lista de doctrinas que una persona racional tendría muchísimas
dificultades en tragarse.
Gente como Raúl Castro y los teólogos de
la liberación promueven el anti-intelectualismo. Para ellos, no importa el
nivel de racionalidad de un conjunto de doctrinas; se pueden creer cosas
absurdas, siempre y cuando se ame al prójimo. Esto es la infantilización del
pensamiento llevado a un extremo. La verdad sí importa, y si una doctrina es
falsa o absurda, una persona sensata debe rechazar esa doctrina, aun si quien
promueve esa doctrina hace una noble labor social.
Del mismo modo en que un cristiano
comete un grave error al abandonar su religión por el mero hecho de que existan
curas pederastas (¡el cristianismo nunca ha defendido la pederastia!), un
no creyente también comete un error al
abrazar una religión, por el mero hecho de que ésta tiene un compromiso con la
justicia social.
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