sábado, 16 de mayo de 2015

Raúl Castro y su regreso al cristianismo



            Tras un reciente encuentro con el papa Francisco, Raúl Castro dijo que si el pontífice sigue revolucionando la Iglesia Católica, el dictador cubano regresaría a ella. Vale preguntarse a cuál revolución se refiere: hasta donde alcanzo a ver, Francisco no ha pronunciado más que algunos clichés populistas sobre la pobreza, pero no ha movido un dedo para verdaderamente cambiar las cosas. Y, en asuntos no económicos, todo sigue igual. Ni por asomo propone la aceptación de los homosexuales, el sacerdocio de las mujeres, la derogación del celibato, el uso de los preservativos, etc.

            Por su parte, con ese comentario, Castro revela su baja estatura intelectual. El dictador cubano está dispuesto a abrazar una religión, por el mero hecho de que el jefe de la Iglesia diga cosas bonitas sobre la revolución. Al diablo las doctrinas. Para Raúl Castro, no hay problema en aceptar que, hace veinte siglos, un hombre nació de una virgen, caminó sobre las aguas, y resucitó. Tampoco tiene ninguna dificultad en aceptar que el creador del universo es una esencia en tres personas, o que cuando el cura pronuncia unas mágicas palabras, ese mismo creador del universo se convierte en un pedazo de pan.
Lo importante para Castro, es que se diga que a los pobres debe dárseles más dinero, sin importar cuán absurdo resulte todo lo demás. Si un jefe mormón dice que no debe haber clases sociales, entonces aparentemente Castro estará dispuesto a aceptar que a Joseph Smith se le apareció el ángel Moroni y le entregó las planchas doradas. Castro acepta doctrinas, no por su contenido propiamente, sino por el hecho de que quien las pronuncie tenga un compromiso con los pobres.
Esta trivialización de la religión es bastante común en América Latina. La teología de la liberación pretende ganar adeptos al cristianismo sobre la base del mensaje cristiano de justicia social, como si eso fuese suficiente para ser cristiano. Lamentablemente, no es así. Ser cristiano no es sólo amar al prójimo. Ser cristiano implica aceptar una enorme lista de doctrinas que una persona racional tendría muchísimas dificultades en tragarse.
Gente como Raúl Castro y los teólogos de la liberación promueven el anti-intelectualismo. Para ellos, no importa el nivel de racionalidad de un conjunto de doctrinas; se pueden creer cosas absurdas, siempre y cuando se ame al prójimo. Esto es la infantilización del pensamiento llevado a un extremo. La verdad sí importa, y si una doctrina es falsa o absurda, una persona sensata debe rechazar esa doctrina, aun si quien promueve esa doctrina hace una noble labor social.
Del mismo modo en que un cristiano comete un grave error al abandonar su religión por el mero hecho de que existan curas pederastas (¡el cristianismo nunca ha defendido la pederastia!), un no  creyente también comete un error al abrazar una religión, por el mero hecho de que ésta tiene un compromiso con la justicia social.

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