jueves, 21 de mayo de 2015

Los venezolanos disfrutan las colas



Los venezolanos nos hemos estrenado con las colas en los últimos tres años. En este país nunca se había vivido algo parecido a lo que sí han atravesado los cubanos por varias décadas, y lo que sufrieron los europeos del Este en la década previa a la Guerra Fría. Me temo que esto seguirá por bastante más tiempo, porque le hemos agarrado el gusto. La cola nos ha hecho masoquistas.

            ¿Dónde está lo agradable en pasar cuatro horas en una cola bajo el inclemente sol, con olor a excremento humano, y gritos? Está en la búsqueda de sentido a la vida. Antes de las colas, Venezuela vivía el drama de la inseguridad y el crimen. Eso, por supuesto, no ha mermado. Pero, ahora, psicológicamente vivimos una preocupación aún mayor: la escasez. Sin embargo, a diferencia de la inseguridad y el crimen, la escasez es una preocupación más agradable. No estamos en control de cuándo un malandro nos va a robar. Pero, sí tenemos más control de cuándo conseguiremos pollo (basta colocarse en cola por cinco horas). En el atraco, hay mucho temor y angustia, y nada de esperanza. En la cola, hay una frustración inicial, pero luego, crece en nosotros la esperanza, y terminamos siendo amigos de los otros que están en la cola.
            La cola da sentido a la vida de los venezolanos, por motivos muy parecidos a los que ofrece Viktor Frankl en su clásico libro, El hombre en busca de sentido. La cola nos plantea un objetivo. Hay un propósito. Vivimos para la esperanza. Al final, después de las cinco horas de cola, habremos alcanzado gran satisfacción al llevarnos a la casa el pollo que tanto ansiamos. Frankl sobrevivió al campo de concentración nazi imaginando el futuro y buscando cosas que hacer para mantenerse ocupado. La clave para sobrevivir, siempre sostuvo Frankl, era no perder la esperanza de que algo bueno iba a venir, sin importar cuán minúsculo pudiera ser.
 En un país en el cual la desocupación era bestial, al punto de que el aburrimiento empezaba a convertirse en un problema (en parte debido al incentivo del propio gobierno con sus programas sociales dirigidos a fomentar aún más la inactividad económica), las colas ofrecieron una alternativa. Ahora, el desempleado tiene un propósito en la vida, un tema de conversación que puede llevarle horas y horas de plácida plática con sus compañeros.

            La cola se convirtió en una especie de rally. Los rallies son juegos populares en Maracaibo desde hace muchos años (ignoro si ocurren en el resto de América Latina, pero presumo que sí). En estos juegos, varios equipos conducen sus autos y deben buscar pistas en toda la ciudad, para resolver algún misterio. Pues bien, la cultura de las colas es un rally perpetuo: al salir de una cola, inmediatamente avisamos a amigos (y así, fortalecemos la confraternización) que están repartiendo pollo en tal supermercado, y los amigos, como en el juego de rally, siguen las pistas. Al final, quedan físicamente exhaustos, pero mentalmente muy satisfechos.
            Los venezolanos no hemos inventado nada de esto. Vladimir Sorokin, un novelista ruso, acordemente describió muchas de estas situaciones en la era soviética, en su novela La cola. En la narrativa, la gente hace la cola sin saber exactamente para qué es (nunca he visto algo así aún, pero sí he visto que la gente hace la cola sin tener seguridad de que conseguirán el rubro prometido). La gente comenta que el rubro ha de ser bueno, pues si no, no habría cola; asimismo, la gente habla mal del actual gobierno, y ve con nostalgia gobiernos pasados (a pesar de que seguramente esos gobiernos fueron peores). También, se empieza a desarrollar una suerte de camaradería entre la gente que hace la cola, pero también se vuelve muy volátil: por cualquier cosa, pueden terminar peleando.
En esa tragicomedia de las colas, muchos venezolanos encuentran el sentido a la vida. La cola es la gran roca que Sísifo debe subir diariamente. El pensar en esa roca permitió a Albert Camus evitar el suicidio, y el hacer colas, da a muchos venezolanos de clase baja, una motivación para vivir más alegremente.
Esto, por supuesto, es masoquismo puro y duro. No creo en teorías conspiranoicas. Francamente, dudo de que el gobierno haya maquiavélicamente planificado todo esto de antemano. Pero, le ha venido muy bien. En vez de encontrar sentido a la vida en cosas constructivas, el pueblo venezolano lo ha encontrado en una situación muchísimo más estéril y destructiva, como es esperar en una cola. Esto, no nos engañemos, favorece al gobierno. Pues, probablemente, el pueblo está contento de que los mantengan en una cola, y para prolongar su ejercicio de satisfacción existencialista en la búsqueda de sentido, seguirán eligiendo a los hijos de puta que han ocasionado todo esto.

2 comentarios:

  1. No imaginaba que la economía venezolana se hubiera degradado hasta ese extremo. ¿Es cierto que también se hacen colas para comprar papel higiénico, por ejemplo?

    No te creas que ese masoquismo es exclusivo de los venezolanos. Aquí en España, y entre personas supuestamente inteligentes como los profesores, hay una tremenda complacencia en hacer y padecer cosas tan tediosas como montar cola. Me refiero a reuniones en las que no se dice ni mucho menos decide absolutamente nada, pero que dan gustillo porque te dan ocasión para hablar y ligar. Por eso, ¿qué mejor opción que votar a Podemos para que nos hunda en la cultura institucionalizada de la cola y del no hacer nada?

    Estoy temblando sólo de pensar que ese sueño progre se haga realidad. Creo que ahora vivo un paraíso que dentro de no mucho será un paraíso perdido.

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    1. Hola Jose,
      1. Sí, es cierto lo del papel higiénico. Aunque, en mi caso, yo prefiero ahorrarme la cola e ir al mercado negro y pagar más.
      2. Vaya, ya os veré en las colas tras el triunfo de Podemos... En Venezuela tenemos un dicho: "éramos felices, y no lo sabíamos". Aprovechen.

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