La creciente escalada de
tensiones entre Venezuela y EE.UU. ha despertado el temor de una invasión. Por
el momento, yo no veo plausible una invasión norteamericana de ningún país
latinoamericano. Por supuesto, las ha habido en el pasado, pero aquellas obedecieron
más a una mentalidad propia de la Guerra Fría, y tras los recientes desastres
militares de Irak y Afganistán, dudo de que la opinión pública norteamericana
(de la cual, un país democrático como EE.UU., siempre depende) respalde una
aventura así.
Venezuela
estaría mucho mejor sin provocar al imperio. Sin una guerra fría que los
obsesione, los norteamericanos seguramente se quedarán quietos y nos dejarán
vivir en paz. Pero, si Venezuela, para protegerse frente a ese imperio, busca
protección en otro imperio (sea Rusia o China), eso sí podría reactivar la
mentalidad propia de la Guerra Fría entre los neoconservadores de Washington.
Con todo, insisto, no creo que ocurra así.
En
toda esta escalada, ha reaparecido en el discurso de militares venezolanos, la
figura de la Malinche. Esto es frecuente en el nacionalismo latinoamericano,
sea de derecha o de izquierda, especialmente en momentos en los que en el
horizonte se vislumbra alguna amenaza de invasión, sin importar cuán remota
sea. Diosdado Cabello, por ejemplo, recientemente dijo que quien no esté
dispuesto a atrincherarse en caso de una invasión, es un traidor, igual que la
Malinche.
Octavio
Paz escribió un célebre ensayo en el cual documentaba el desprecio de los
mexicanos por aquella mujer. Desde entonces, ha sido vista como la traidora a
su propia gente, colaboracionista con el invasor, el emblema del gran mal que
ha caracterizado a los pueblos latinoamericanos, quienes aman a sus invasores y
se desprecian a sí mismos.
Yo,
en cambio, admiro a la Malinche, o al menos, lo que ella representa. La
Malinche como individuo en realidad no hizo gran cosa: fue entregada como
esposa a un militar, en un pacto propio de dos sociedades machistas, en las
cuales la opinión y preferencia de la mujer es nula. Pero, lo que la Malinche
representa sí es admirable. La Malinche representa la colaboración con el
invasor y el anti-nacionalismo. Pero, esto no es, como de forma simplista se
quiere hacer creer, un odio al pueblo propio. Es más bien un cálculo sensato de
qué le conviene más al propio pueblo: ¿la tiranía que ofrece el gobierno
nacional, o la liberación que ofrece el invasor extranjero?
La
Malinche era una mujer maya, víctima de los abusos aztecas. Recuerdo que, en
una visita a Teotihuacán, un guía mexicano (que podría haber tenido mucho
parecido físico con Moctezuma) abrió el tour diciendo: “Lo primero que tenemos
que saber sobre México es que los aztecas no eran ningunas hermanitas de la
caridad”. ¡Cuánta razón tenía! Los aztecas organizaban las llamadas “guerras
floridas” para someter a los pueblos vecinos, y ofrecer a los prisioneros como
víctimas de sacrificios humanos.
¿Estamos
dispuestos a reprochar a la Malinche por haber visto en Hernán Cortés y los
españoles una oportunidad para aliviar el sufrimiento de su pueblo frente a la
barbarie azteca? Yo no. Sin duda, los españoles cometieron toda clase de
atrocidades en la conquista de América, y no hubo justificación para aquella
empresa, pero para los pueblos sometidos por los aztecas, la conquista española
fue en gran medida una mejora.
Ha
habido otros ejemplos de malinchismo. Los españoles “afrancesados” de inicios
del siglo XIX apoyaron la invasión napoleónica de España en 1808. En aquella
época, España estaba hundida en el absolutismo, los privilegios feudales, la
Inquisición, la intolerancia religiosa, y otras condiciones deplorables.
Napoleón prometió erradicar todo aquello (y hasta cierto punto, cumplió su
promesa). Los soldados franceses, por supuesto, lo mismo que los conquistadores
españoles, cometieron todo tipo de atrocidades, tan cruelmente representadas
por Goya en sus pinturas. Y, a diferencia de la conquista española, los
invasores seguramente empeoraron la situación. Pero, ¿eran reprochables los
afrancesados por dar la bienvenida a la Grand Armée? Yo, de nuevo, diría que
no.
Así
pues, dejar de lado el nacionalismo populista, y favorecer la invasión
extranjera del propio país, no es intrínsecamente objetable. El gobierno de
Venezuela, por supuesto, no comete los horrores de los aztecas o de la España
absolutista de los Borbones. Es, además, un gobierno legítimamente electo. Por
ello, yo no justificaría una invasión norteamericana.
Pero,
desde que murió Hugo Chávez en 2013, su sucesor, Nicolás Maduro, está tomando
pasos hacia algo parecido al absolutismo decimonónico español y, peor aún, a
los horrores de los aztecas. En Venezuela se concentra cada vez más poder (el
poder electoral y judicial y está a merced del ejecutivo), se aplasta a la
disidencia inventando cargos para arrojarlos en prisión, y lo más grave de
todo, se tortura.
Si
Venezuela llega más lejos en esta senda, y la disidencia queda a tal punto
aplastada, que no hay posibilidad de acudir a las urnas legítimamente,
entonces, todos los venezolanos tenemos el deber de ser malinchistas, y apoyar
una invasión extranjera para restituir nuestras libertades.
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