Recientemente estuve de paseo en la encantadora Buenos
Aires. Quise reservar en mi itinerario un encuentro con el escritor argentino
Juan José Sebreli. Gracias a la mediación de Iván Ponce Martínez, concretamos
el encuentro. Nos reunimos en el café ‘Ópera’, en la intersección de las
avenidas Corriente y Callao. La conversación entre Sebreli, Martínez y yo fue
sumamente placentera, y se prolongó por dos horas.
En
realidad, antes de este encuentro, conocía muy poco sobre la vida y obra de
Sebreli. Maracaibo (mi ciudad) es un pigmeo comparado con el gigante
cosmopolita que es Buenos Aires, de forma tal que el acceso a los libros
siempre me resulta difícil. Así pues, si bien Sebreli ha escrito más de una
docena de libros, sólo he tenido acceso a dos. Pero, la lectura de El asedio a la modernidad dejó una honda
impresión en mí. Explicaré por qué.
En los
últimos años, el filósofo Enrique Dussel ha visitado Maracaibo en varias
ocasiones. Yo he asistido a algunas de sus conferencias, y he salido sumamente
insatisfecho con ellas. Dussel es hoy el gran gurú que se erige como el sucesor
de José Carlos Mariátegui y sus tesis
sobre el socialismo indigenista, complementado con jerga postmodernista muchas
veces ininteligible. Bajo la visión de Dussel, nosotros los americanos debemos
rescatar el legado cultural indígena y rechazar el legado cultural europeo, a
fin de liberarnos del eurocentrismo.
Este
giro de la izquierda latinoamericana me ha parecido extraño. Pues, la izquierda
clásica, aquella inspirada en Marx, jamás fue eurofóbica, y no tenía reparos en
postular que las sociedades indígenas estaban en un estadio más atrasado en la
escala del progreso social. Con todo, entre mis colegas, la visión eurofóbica
de Dussel se impone, y no parece haber alternativa.
Yo me negaba
a aceptar que no hubiera algún autor latinoamericano contemporáneo que
estuviese dispuesto a reivindicar los logros civilizacionales de Occidente. Ha
habido, por supuesto, autores como Vargas Llosa padre e hijo, o Carlos Alberto
Montaner, que eficientemente han señalado la pobreza cultural de las sociedades
precolombinas e indígenas contemporáneas (comparadas con las europeas). Pero,
estos autores son también liberales a ultranza, y ha resultado demasiado fácil
suponer que, quien afirme la superioridad cultural de Occidente, escribe desde
la derecha, y como parte del paquete ideológico, se opone al socialismo,
favorece el imperialismo económico, político y militar, etc.
Yo
quería encontrar un intelectual que defendiera la supremacía cultural de
Occidente desde la izquierda. Fue así como hallé a Juan José Sebreli y El asedio a la modernidad, publicado en
1991. Sebreli, me parece, es heredero de la estirpe de autores argentinos como
Domingo Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, quienes han sabido reconocer las
enormes ventajas de asimilar las grandes instituciones civilizadas de
Occidente. Alberdi y Sarmiento, lamentablemente, en ocasiones mancharon sus
tratados con algunas nociones raciales, suponiendo que la superioridad cultural
occidental tiene una base biológica. Además, en los márgenes de sus escritos,
ambos autores llegaron a proponer medidas violentas parta erradicar a los
indígenas. Pero, en Sebreli no hay estos gazapos. Sebreli se limita a comparar
el rendimiento de las instituciones europeas con las indígenas, y concluye que
las primeras abruman en méritos a las segundas. Y, precisamente puesto que no
hay diferencias biológicas sustanciales entre los occidentales y los indígenas,
Sebreli propone el camino de la asimilación: el problema indígena en América
Latina se resolverá en la medida en que los nativos se asimilen a la
civilización occidental.
El siglo
XX ha vivido la enfermedad del relativismo cultural, aquella doctrina que
enseña que las culturas son inconmensurables entre sí. El libro de Sebreli es
una crítica filosófica a esta doctrina. Desde la antigüedad, sabemos que el
relativismo es una postura incoherente, pues como bien señalaba Platón, si todo
es relativo, entonces la proposición “todo es relativo” es en sí misma
relativa. Extrañamente, la antropología cultural ha hecho caso omiso a esta
advertencia, y ha elaborado un festín de celebración de costumbres atroces y
bárbaras de pueblos no occidentales.
En su
libro, Sebreli somete a examen una amplia gama de movimientos que, inspirados
en el relativismo, pretenden enaltecer todo aquello que no sea occidental. El
primitivismo, el campesinismo, la negritud, el indigenismo, entre otros, son
detalladamente evaluados por Sebreli con rigurosidad de argumentos. Al final,
el juicio de Sebreli es categórico: la occidentalización es preferible a esos
movimientos.
Por
supuesto, quienes afirmaron la superioridad cultural occidental en el siglo
XIX, frecuentemente invocaron una ‘misión civilizadora’ que pretendió
justificar los atropellos del imperialismo. Pero, Sebreli no pretende
justificar lo injustificable. Sin dejar de advertir los abusos que suscitó el
imperialismo, sencillamente recuerda que no todo lo del imperialismo fue malo,
y que la expansión cultural de Occidente ha propiciado ventajas.
Dadas
sus posturas a favor de la expansión cultural de Occidente, ha resultado común
calificar a Sebreli de ‘derechista’. Pero, es urgente advertir que, la misma
izquierda clásica, si bien estuvo en contra del imperialismo político o
económico, no rechazaba la expansión cultural occidental. Marx reconocía que
sólo en Occidente surgiría el germen de la revolución proletaria, pues las
otras regiones del mundo estaban inmersas en sistemas de producción
pre-capitalistas. Si bien Marx era crítico del capitalismo, reconocía que era
preferible a los sistemas de explotación feudales o esclavistas que tanto
predominaban en África y Asia. Así pues, es perfectamente viable para la
izquierda oponerse al dominio político y económico de las potencias europeas,
pero a la vez enaltecer la expansión cultural de las grandes instituciones de
Occidente. Sebreli, me parece, forma parte de esta estirpe de autores de
izquierda que, sencillamente, no han cedido al chantaje postcolonialista y
multiculturalista.
Quizás
mi única insatisfacción con Sebreli está en la selección que él hace de autores
que, a mi juicio, son más charlatanes que verdaderos filósofos. Sebreli se ha
caracterizado por defender arduamente la racionalidad y la ilustración, pero en
ocasiones cita con aprobación a autores que pecan de oscurantismo. En esto,
comparto la crítica que el genial Mario Bunge ha elaborado. Hegel, Sartre o
incluso el mismo Habermas son autores que confunden frecuentemente, y tienen
amplia referencia en los libros de Sebreli. Pero, por supuesto, esto no eclipsa
los logros del maestro Sebreli, y me sentí sumamente complacido de haber
conocido a este autodenominado ‘liberal de izquierda’ porteño.