martes, 14 de febrero de 2012

Releer al Pato Donald, cuarenta años después

Álvaro Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner y Plinio Apuleyo incluyen en su lista de “libros que conmovieron al idiota latinoamericano”, a Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Matterlat. Si bien muchas de las críticas que dirigieron Vargas Llosa y compañía en contra de este libro son sólidas, quizás fueron demasiado severos. Conviene someter a juicio nuevamente a esta obra, cuarenta años después de su publicación.

El libro fue polémico desde el inicio. En plena agitación por las reformas de Salvador Allende, sus autores, radicados en Chile, se propusieron hacer una contribución intelectual al proyecto socialista de aquella época. Su punto de partida es la teoría de la dependencia. A su juicio, hay un orden mundial económico, que ha impuesto una división del trabajo que intensifica las relaciones de desigualdad entre los países del mundo. Los países de la periferia aportan materias primas y trabajo barato. Los países del centro depredan los recursos y el trabajo, y mediante su tecnología, manufacturan mercancías. A su vez, los países del centro exportan sus productos a los países de la periferia. Éstos los consumen, pero en este intercambio desigual, los países del centro venden sus productos a un precio sobrevaluado, y los países de la periferia entregan sus recursos y trabajo a un precio infravalorado. Al final, los países de la periferia nunca pueden desarrollarse, y se establece una relación de dependencia. Y, en este sentido, las relaciones económicas entre los países recapitulan las relaciones de explotación que Marx denunció entre capitalistas y proletarios. El norte depreda la plusvalía del sur, y para aumentar su capital, invade los mercados sureños con productos manufacturados.

Dorfman y Matterlat pretendieron llevar esta teoría de la dependencia más allá de la esfera económica. Marx y Engels ya habían adelantado la idea según la cual, la superestructura es un aparato ideológico para asegurarse el dominio de la infraestructura. En otras palabras, en las relaciones de explotación, el burgués se asegura de que el proletario asuma unos valores e ideas que garantizan la preservación del status quo. Así, por ejemplo, la religión es el opio del pueblo, pues las ideas religiosas son un artefacto burgués para convencer al trabajador explotado de que no se rebele, en expectativa de una mejor vida después de la muerte.

Pues bien, el libro de Dorfman y Matterlat consistió en denunciar cómo los países del norte expanden sus valores burgueses a los mercados del sur, con un doble propósito. Por una parte, difunde una ideología capitalista que previene la rebelión proletaria. Y, además, incentiva el consumo que, a la larga, permitirá que los países del norte expandan sus mercados.

Hay muchas formas de expandir estos valores, pero Dorfman y Matterlar se concentraron en las tiras cómicas de Disney, las cuales por aquella época gozaban de gran popularidad en América Latina. A juicio de los autores, detrás de la inocencia de los personajes de Disney, hay una gran carga ideológica que sirve como aparato para reproducir las relaciones de explotación en el mundo.

Entre los personajes clásicos de Disney, no hay padres e hijos, sino tíos y sobrinos. Esto, según Dorfman y Matterlat, reprime las relaciones sexuales y el rol de la mujer en la procreación. De ese modo, alegan los autores, se afianza la ideología patriarcal de explotación. Igualmente, los personajes de Disney acumulan riquezas sin el menor esfuerzo; muy rara vez se presentan escenas de fábricas o sindicatos. De nuevo, esto afianza la ideología capitalista que pretende disimular las relaciones de explotación y el sufrimiento de los trabajadores.

Además, son personajes que miden todo en función del dinero, y con esto, las tiras cómicas de Disney aplauden la actitud mercantil. Cuando los personajes de Disney viajan a América Latina, se encuentran con gente inocente pero inepta, a la espera de que los gringos les resuelvan sus problemas. Una vez más, esto siembra un complejo de inferioridad entre los latinoamericanos, y abre espacio para que las trasnacionales tengan una buena recepción en la periferia.

En principio, Para leer al Pato Donald tiene bastante plausibilidad. Las trasnacionales aspiran expandir sus mercados y, por supuesto, deben incentivar el consumo. A estas trasnacionales les viene bien que los habitantes del Tercer Mundo asuman el estilo de vida consumista, y todo parece indicar que las tiras cómicas de Disney persiguen ese objetivo. Al aplaudir el interés mercantil y el consumo entre los personajes de Disney, se siembra el consumismo entre los lectores de historietas, la cual viene muy bien a la trasnacional Disney.

Hay también un halo de plausibilidad en la idea marxista de que los valores predominantes en una sociedad son aquellos que reflejan los intereses de la clase dominante, a fin de mantener el status quo. Y, en este sentido, las historietas de Disney serían un aparato ideológico para distraer a las masas oprimidas, y prevenir así la revolución proletaria.

El problema con estas tesis, no obstante, es que fácilmente se convierten en teorías de la conspiración. Y, no deja de ser cierto que, como bien denuncian Vargas Llosa y compañía, Para leer al pato Donald está escrito en clave paranoica. El Pato Donald no es un inocente personaje que agrada a los niños. En realidad es un agente encubierto de la CIA, que pretende lavar el cerebro a las masas, y así servir a los diabólicos intereses de los capitalistas.

En el marxismo está presente este elemento paranoico. Según el marxismo, existe una mega-conspiración burguesa internacional, con diversos grados de conciencia, para mantener oprimidos a los trabajadores. El marxismo es una teoría sociológica coherente y plausible, pero a diferencia de otras teorías, no tiene mucha posibilidad de ofrecer sólidas evidencias empíricas. Y, precisamente por ello, como bien advertía Karl Popper, no cuenta con la posibilidad de ser falseada. Bajo los términos del marxismo, toda aquella persona que dude de que esa conspiración burguesa internacional existe, es en sí mismo un burgués, y forma parte de la conspiración. Esto recuerda un poco a los inquisidores que postulaban que, quienes negaran la existencia de las brujas, eran en sí mismas brujas.

Sería ingenuo dudar, por supuesto, que la CIA tiene tentáculos en todos los rincones del globo. De hecho, dos años después de la publicación de Para leer al Pato Donald, la CIA apoyó el golpe militar contra Allende, y la brutal dictadura de Pinochet. Pero, la paranoia alimentada por libros como Para leer al Pato Donald muchas veces hace incurrir en el extremo opuesto; a saber, la paranoia irracional. Hoy, la CIA es culpada de haber inventado el reguetón para destruir a la juventud latinoamericana, o de haber propagado el virus del VIH para aniquilar a los africanos. Un mínimo de racionalidad debería rechazar acusaciones tan absurdas como éstas.

El poder de la CIA se ha exagerado. No deberíamos dudar, por ejemplo, de que estuvieron detrás de la caída de Gadaffi en 2011. Pero, alegar que la CIA es la gran mano titiritera que conduce todo es atribuirle demasiado. Sin descontento social generalizado, es muy difícil que un puñado de espías y mercenarios logre tumbar gobiernos.

Quizás Donald y Mickey sirvan para alienar al Tercer Mundo. Pero, alegar que hay una mente maestra que deliberadamente planifica esto mediante una conspiración, es incurrir en la paranoia irracional. Dorfman y Matterlat nunca llegaron a sostener explícitamente que las tiras cómicas de Disney sean un invento de la CIA, ni tampoco que se trate de una gigantesca conspiración deliberada. Pero, sí abrieron el camino a los teóricos de la conspiración que tanto han prosperado en los últimos años.

Probablemente el problema principal con Para leer al Pato Donald sea la disciplina desde la cual pretende proceder. Marx pretendió demostrar, con datos numéricos desde la disciplina de la economía, que la plusvalía producida por el proletariado no estaba siendo justamente distribuida, y que por ende, el sistema capitalista es depredador. Quizás Marx estuvo equivocado, pero al menos intentó buscar datos precisos que respaldaran su postura. En cambio, Dorfman y Matterlat, escribieron desde la semiótica, la disciplina que pretende estudiar los signos. Y, como bien enseñaba Ferdinand de Saussaure, la relación entre significantes y significados es arbitraria. Para leer al Pato Donald termina siendo un ejercicio especulativo que trata de desenmascarar un mensaje subliminal oculto.

Pero, como en toda especulación, estamos muy lejos de tener certeza sobre la veracidad de esas tesis. Como bien señalan Vargas Llosa y compañía, así como Matterlat y Dorfman acusan a Mickey de promover la ideología burguesa, podríamos acusar a Mafalda de promover la inmoralidad sexual. La semiótica es presa fácil del abuso. Dependiendo de las predisposiciones mentales que tengamos, interpretaremos a nuestro antojo muchos signos. Al final, la mayor parte de los análisis semióticos son afines a los exámenes de Roschard: veremos lo que queremos ver.

De hecho, Matterlat y Dorfman no fueron pioneros en su crítica a las tiras cómicas como lavadoras de cerebro. Estos autores escribieron desde la izquierda, pero ha habido también plenitud de autores ultraconservadores que observan en las tiras cómicas potencial revolucionario anárquico que atenta contra el orden social. Cuando Batman y otros superhéroes se toman la justicia por sus manos, motivan al lector común a no confiar en los cuerpos policiales del Estado. Y, por supuesto, no falta el elemento sexual en muchas de estas críticas derechistas: la Seducción de los inocentes, publicado en 1954 por el psiquiatra Frederic Wertham, es un libro que postula que existe una conspiración de homosexuales para corromper la moralidad mediante las tiras cómicas, especialmente la dudosa relación entre Batman y Robin.

Quizás, todos estos semióticos que pretenden desenmascarar conspiraciones mundiales, estén condicionados por sus genes. Las condiciones de la sabana africana en los albores de nuestra especie, hizo que para nuestros ancestros fuese una ventaja adaptativa el tener cierta predisposición cerebral a la paranoia. En un ambiente de tanta incertidumbre frente a los depredadores y otros peligros, era más ventajoso ser paranoico que ser ingenuo. Por ello, sobrevivieron en mayor proporción los paranoicos, y eso explica cómo nuestra especie tiene una tendencia a encontrar patrones en cosas que, vistas con mayor racionalidad, realmente no lo tienen. Nos cuesta aceptar que un pato sea un pato: siempre existe mayor satisfacción en creer que un pato es un agente de la CIA.

Deseo hacer una última advertencia sobre Para leer al Pato Donald. Dorfman y Matterlat se proponen hacer una crítica al ‘imperialismo cultural’. A su juicio, cuando Disney exporta a Mickey, nos impone un elemento foráneo a nuestra cultura, y nos obliga a vernos a nosotros mismos como ellos nos ven a nosotros. De nuevo, esta tesis tiene un alto grado de plausibilidad. Pero, pretender que el imperialismo cultural sea exclusivamente malo, es no evaluar íntegramente la evidencia. Dorfman y Matterlat se concentran exclusivamente en los aspectos negativos del imperialismo cultural, a saber, aquel que pretende imponer sobre los colonizados, una visión degradante de ellos mismos, y una estimulación del consumo para favorecer a los países que manufacturan los productos.

En esto, los autores son demasiado mezquinos. Pues, el mismo imperialismo cultural ha sido el responsable de proveer el marco ideológico para la crítica de la cual parten Matterlat y Dorfman. Los productos de exportación de Occidente no han sido sólo Disney, Hollywood, McDonalds y Coca-Cola. También ha exportado las bases ideológicas de la democracia, el secularismo, la ciencia, el igualitarismo, los derechos humanos, e incluso, el mismo socialismo (difícilmente los aztecas o incas hubieran parido un Marx).

Hasta cierto punto, la penetración de Donald y Mickey en el Tercer Mundo ha abierto el camino para que, en ese mismo Tercer Mundo, le sigan Marx y Lenin. El comercio siempre ha servido de vías de comunicación entre los pueblos, y así, la mercancía de Disney sirve como canal para la penetración de ideas liberadoras socialistas procedentes de otras latitudes. La gran paradoja del imperialismo occidental (a diferencia de casi todos los otros imperialismos de la historia) ha sido que, así como ha exportado explotación, ha exportado también las bases ideológicas para resistir la explotación.

Para leer al Pato Donald es un libro intrigante y ameno, y amerita leerlo. Celebro sus cuarenta años. Pero, así como Matterlat y Dorfman advertían sobre los peligros de leer las tiras cómicas aparentemente inocentes, yo deseo advertir sobre los peligros de leer este libro aparentemente sensato y coherente.

7 comentarios:

  1. De hecho hay un libro (que antes estuvo disponible en PDF pero ya lo bajaron) que se llamaba "Para releer al Pato Donald", que precisamente señalaba con ejemplos precisos y contundentes que Dorfman y Mattelart se pasaron por el Arco del Triunfo el hecho de que la caricatura siempre hacía apología de la Ciencia, su método y sus descubrimientos.

    Buen artículo,

    Un saludo,

    -D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola David, gracias por ese comentario. Voy a buscar "Para releer al Pato Donald", y te comento mi impresión...

      Eliminar
  2. Muy buen artículo.
    Mi única objeción al msimo, si se le puede llamar asi, es que al decir que
    “En esto, los autores son demasiado mezquinos. Pues, el mismo imperialismo cultural ha sido el responsable de proveer el marco ideológico para la crítica de la cual parten Matterlat y Dorfman. Los productos de exportación de Occidente no han sido sólo Disney, Hollywood, McDonalds y Coca-Cola. También ha exportado las bases ideológicas de la democracia, el secularismo, la ciencia, el igualitarismo, los derechos humanos, e incluso, el mismo socialismo (difícilmente los aztecas o incas hubieran parido un Marx).”
    Se nos siega a los latinoamericanos el hecho de que también somos herederos de la cultura occidental pues en este hemsiferio no lo son solo los canadienses y estadounidenses. (hasta en el msimo nombre lo llevamos es herencia: “latino”-América y al hablar y escribir, en este caso, en castellano, una langua europea occidental) No todos somos ‘aztecas’ o ‘incas’. (o africanos , a los que casi nunca se mencionan y que también forman parte de nuestra herencia) La raíz ibérica no es solo musulmana y además a nuestra América se sumaron otros europeos, o sea occidentales, que han aportado al acervo cultural, ideológico e histórico de nuestrso países.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, sí, estoy totalmente de acuerdo. lamentablemente, la gente que tiene simpatía por este libro, suele pensar que no somos occidentales, sino que somos algo así como una "nación aparte", y que por eso, patra cultivar los nuestro, debemos rechazar muchas cosas de Occidente. Enrique Dussel y Walter Mignolo opinan muchas veces así.

      Eliminar
  3. Hola! Muy buena nota. Tengo una consulta, ¿dónde puedo conseguir la crítica de Vargas Llosa? Muchas gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, esa crítica está en el "Manual del perfecto idiota latinoamericano". Si me das un email, puedo enviarte ese libro.

      Eliminar
    2. Ya me lo acaban de pasar jaja, muchas gracias igual. Hace poco descubrí tu blog, es genial, felicitaciones. Saludos desde Argentina.

      Eliminar