domingo, 22 de octubre de 2017

Sobre "El candidato de Manchuria"

            A mi juicio, el conductismo es una de las teorías psicológicas más razonables, y con más respaldo empírico, de cuantas existen. Lamentablemente, Freud y los psicoanalistas siempre serán cool en la cultura pop, mientras que Pavlov, Skinner o Watson, siempre serán los malos de la película. Y, cuando digo que esos grandes psicólogos conductistas serán los malos de la película, quiero decirlo literalmente. Pues, en efecto, hay en Hollywood una tendencia a satanizar al conductismo.
            El candidato de Manchuria (o El mensajero del miedo, como se tradujo inicialmente), la clásica película de John Frankenheimer, es una de esas satanizaciones del conductismo. En ese film emblemático de la Guerra Fría, los chinos y los soviéticos unen esfuerzos, y toman prisioneros a unos soldados americanos durante la guerra de Corea, para hacer un perverso experimento. Durante el cautiverio, a los soldados les lavan el cerebro. Nunca se explica exactamente cómo ocurre tal cosa, pero varios de los científicos encargados del experimento pertenecen a un tal “Instituto Pavlov” en Rusia. Presumiblemente, a los soldados los entrenan con el mismo condicionamiento que Pavlov usaba para hacer salivar a su perro.

En fin, el lavado de cerebro consiste en hacer que uno de esos soldados se convierta en un asesino autómata que cumpla órdenes sin rechistar, y cuando mate, no conserve ningún recuerdo. Desde El gabinete del doctor Caligari, el cine ha tenido la fantasía de que es posible controlar la mente de otras personas, aún contra su voluntad, a través de la hipnosis, o a través de los condicionamientos propios del conductismo.
En el contexto de la guerra en Corea, este temor se exacerbó. Los chinos ciertamente no escondieron sus programas de “reforma de pensamiento”, en los cuales los disidentes eran enviados a campos de concentración para ser adoctrinados. Y, cuando algunos soldados norteamericanos capturados en Corea repentinamente empezaron a hacer proclamas comunistas, en EE.UU. creció la idea paranoica de que, en efecto, es posible convertir a una persona normal, en algo así como un zombi que cumple órdenes sin rechistar.
Pero, a pesar de que en aquel momento algunos psicólogos serios sí consideraron la posibilidad del lavado de cerebros, la mayoría de los psicólogos desde un principio advirtieron que tal cosa no es posible. No se puede modificar la conducta de nadie tan repentina y drásticamente. No hay forma posible de condicionar a alguien, de forma tal que se convierta en un asesino que obedece órdenes al pie de la letra, sin luego recordar nada.   
Por ello, El candidato de Manchuria ha hecho mucho daño a la psicología, pues ha divulgado el mito de que es posible crear autómatas como el retratado en la película. Con todo, eso no implica que la película no tenga méritos. A su manera, la película se encarga también de retratar la corrupción en la sociedad norteamericana.
El candidato de Manchuria es ciertamente propaganda anticomunista, al representar a los chinos, norcoreanos y soviéticos como monstruos que se valen del conductismo para conquistar el mundo. Pero, Frankenheimer no se conformó con tragarse por completo el maniqueísmo de la Guerra Fría. En su película, los rusos son malos, pero los americanos también lo son. En la trama, los chinos y soviéticos usan a un populista norteamericano fanáticamente anticomunista (una clara alusión al desgraciado Joseph MacCarthy) como títere para apoderarse de EE.UU. Este giro, por supuesto, eleva aún más la conspiranoia, pues deja entrever que los comunistas buscan dominar infiltrándose entre los anticomunistas. Y así, como sólo la mente brutalmente conspiranoica puede hacerlo, se termina defendiendo la idea de que un senador como Joseph MacCarthy (quien acusa a todo el mundo de ser comunista), ¡es en sí mismo un títere del comunismo!
Irónicamente, años después del estreno de El candidato de Manchuria, se supo que la CIA organizó un programa para generar asesinos autómatas, ya no meramente con técnicas conductistas, sino también con drogas como el LSD. Ese programa, conocido como el MK-Ultra, no dio ningún resultado. Los psicólogos nos siguen asegurando que el lavado de cerebro, al menos como lo pretendían los chinos y la CIA, no existe. Pero, eso no ha impedido que los conspiranoicos norteamericanos se empeñen en decir que, cuando ocurre alguna matanza bizarra (¡y vaya que ha habido muchas en EE.UU. recientemente!), se trata de un MK-Ultra actuando bajo las órdenes de quienes le lavaron el cerebro.
En 2004, se estrenó un remake de El candidato de Manchuria, dirigido por Jonathan Demme. En esta versión, el lavado de cerebros ocurre, no a través del conductismo, sino mediante la instalación de chips nanotecnológicos en los cerebros de las víctimas que se convierten en autómatas. Esto es claramente ciencia ficción. Pero, precisamente por presentarlo como ciencia ficción, el remake es más leal a la ciencia. Pues, si acaso el lavado de cerebros llegare a ser posible en el futuro, será con tecnología que aún no existe, y no con los principios rutinarios del conductismo que, dicho sea de paso, se usan diariamente en todos los colegios del mundo.

El remake es también oportuno, pues el colapso del bloque soviético no significó que EE.UU. estuviese completamente a salvo de influencias externas en su vida política. En el remake, ya no son los comunistas, sino las grandes corporaciones, las que pretenden apoderarse del gobierno norteamericano, a través de un político títere con el cerebro lavado. En la Guerra Fría, los comunistas nunca controlaron a ningún presidente norteamericano; en cambio, en la era posterior al colapso soviético, las corporaciones sí han logrado ejercer bastante influencia sobre los presidentes norteamericanos.
Pero, irónicamente, con Donald Trump, quizás ahora ya no sean las corporaciones, sino los propios rusos, los que logren instalar un candidato de Manchuria en EE.UU. Lo que los soviéticos no lograron hacer en la Guerra Fría, quizás ahora Putin sí se acerque a lograrlo. Ya desde los días de su campaña electoral, se acusaba a Trump de ser un “candidato de Manchuria”, no en el sentido de que le han lavado el cerebro, pero sí en el sentido de que, inadvertidamente, es un títere de un poder extranjero. No conviene tomarse muy en serio esta conspiranoia, pero según parece, sí es un hecho que los rusos metieron sus narices en el triunfo electoral de Trump. Después de todo, El candidato de Manchuria hizo predicciones absurdas en asuntos psicológicos, pero no tan absurdas en asuntos políticos.

       

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