sábado, 4 de marzo de 2017

Malthus, Ruanda, y los conspiranoicos

Muchos conspiranoicos están obsesionados con el príncipe consorte Felipe, el esposo de la reina Isabel II de Inglaterra. Felipe, cabe admitirlo, es un hombre con muy poca sensibilidad. En una ocasión, dijo en una entrevista que si la reencarnación existe, a él le gustaría reencarnar como un virus, a fin de resolver el problema de la sobrepoblación en el mundo.
            Sin duda, fue un chiste de muy mal gusto. Pero, como suele ocurrir, los conspiranoicos hacen un alboroto desproporcionado. Uno de los temas más comunes en las teorías conspiranoicas sobre el Nuevo Orden Mundial, es que la élite dominante busca reducir el tamaño de la población mundial. Eso explica la liberalización de leyes que rigen el aborto y la eutanasia.

            Ciertamente, la sobrepoblación es un problema que los planificadores sociales se han planteado muchas veces. En el siglo XIX, el economista Thomas Robert Malthus célebremente argumentó que las fuentes de comida sólo crecen aritméticamente (2,3,4,5), mientras que la población crece exponencialmente (2,4,8,16). Eso, a la larga, generaría un déficit. Habría una fiera competencia por los recursos, y eso se materializaría en hambrunas, epidemias y guerras que, al final, reducirían el tamaño de la población. Para evitar estas catástrofes, decía Malthus, es necesario controlar el crecimiento poblacional, a través de la continencia (Malthus era un clérigo, y no aceptaba métodos anticonceptivos). Malthus resultó especialmente odioso a mucha gente, porque también propuso dejar de ofrecer asistencia social a los más pobres; él pensaba que esa asistencia es un estímulo para un mayor crecimiento demográfico.
            Las grandes catástrofes que Malthus anunció no han ocurrido, en buena medida porque la humanidad se las ha ingeniado para seguir creciendo sin que falten los recursos. La llamada revolución verde de la segunda mitad del siglo XX ofreció tecnologías que potenciaron la producción agrícola, evitando así el apocalipsis imaginado por Malthus.
        La preocupación de los maltusianos es estrictamente económica. En cambio, conspiranoicos como Lyndon Larouche asumen que los intentos por controlar la población, son políticos. Supuestamente, el Nuevo Orden Mundial quiere imponer una tiranía sobre toda la faz de la Tierra, con un gobierno totalitario, pero también con rasgos de jerarquía feudal. Para lograr este objetivo de control, la población no puede ser muy grande. Por ello, alegan los conspiranoicos, las élites incitan a guerras para que la gente se mate entre sí, con el puro afán de que la población mundial siempre mantenga un tamaño reducido.
            Según Larouche, el príncipe Felipe es el responsable del genocidio en Ruanda, precisamente con esa intención. Por dos décadas, Felipe fue presidente del Fondo Mundial para la Naturaleza, una institución ecologista encargada de salvar especies en peligro de extinción. En la teoría conspiranoica de Larouche, esa institución en verdad es una fachada de un plan mucho más siniestro: sí, salvar especies en peligro de extinción, pero al mismo tiempo, reducir la población de nuestra especie.
            En las décadas previas al genocidio ruandés, el Fondo Mundial para la Naturaleza estaba muy activo en Ruanda, organizando la protección de gorilas. Según Larouche, lo que en verdad estaba haciendo esta organización, bajo la directriz de Felipe, era preparar a las milicias hutus que terminaron por matar a cerca de un millón de tutsis en 1994.
            No hay ningún indicio que confirme esta fantasía de Larouche. Pero, el peligro de teorías conspiranoicas como ésta, es que nos distraen respecto a teorías de la conspiración que sí son mucho más plausibles, pues esas sí cuentan con evidencia a su favor. Y, en torno al genocidio ruandés, hay varias teorías de conspiración que resultan bastante probables.
            El genocidio empezó porque el avión en el cual viajaba el presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana (un hutu), fue derribado, y todos a bordo murieron. Habyarimana venía de reunirse con líderes de la etnia tutsi (quienes dirigían una guerrilla contra el gobierno), y se estaban concretando detalles para firmar un acuerdo de paz. Apenas horas después del ataque, milicias de hutus empezaron a masacrar a tutsis, en un genocidio que, en apenas cien días, acabó con 800 mil personas.
            El genocidio se detuvo porque las fuerzas militares tutsis, con Paul Kagame a la cabeza, tomó el control del país. Desde entonces, Kagame ha gobernado Ruanda. En la versión oficial de los hechos defendida por el régimen de Kagame, el ataque al avión fue perpetrado por extremistas hutus, que se oponían a la firma de un acuerdo de paz, y que buscaban una excusa para movilizar a las milicias hutus, a fin de que ejecutaran el genocidio. Ruanda tiene ahora un crecimiento económico considerable, y Kagame asegura que las heridas del pasado se están curando.
            Pero, lo cierto es que Kagame llegó al poder con un gran ánimo revanchista, y él mismo organizó una matanza de al menos 100 mil hutus. Una comisión francesa investigó los hechos que condujeron al genocidio en 1994, y llegó a la conclusión de que el avión no fue derribado por extremistas hutus, sino por las propias milicias tutsis, que habían contrabandeado misiles antiaéreos desde Uganda.
            Kagame, previsiblemente, ha rechazado estas acusaciones, y a su vez, ha acusado a Francia de haber apoyado a los hutus. Hay bastantes indicios de que su acusación sí tiene fundamento. Bajo el mandato de Francois Miterrand, Francia tenía mucho interés en la explotación del coltán, el valioso mineral con el cual se fabrican los aparatos electrónicos, y es muy abundante en Ruanda. El gobierno francés había hecho negocios con los hutus, y se ha dicho que Francia ofreció entrenamiento a las milicias, que eventualmente perpetraron el genocidio. Los sucesivos gobiernos franceses jamás han reconocido esto, pero hay muchos testimonios de personas involucradas (tanto hutus como franceses) que lo confirman.
            En fin, aun si estas teorías no fueran verdaderas (y, vale insistir, no están del todo probadas), hay algo que sí está fuera de discusión: el genocidio en Ruanda fue consecuencia de odios tribales, pero en buena medida, estos odios no existían antes de la llegada de los europeos. Los tutsis y los hutus hablan la misma lengua, comparten virtualmente la misma cultura, y son biológicamente indistinguibles. Los imperialistas belgas, no obstante, se encargaron de sembrar divisiones, otorgando cartillas de identidad que reafirmaba sus diferencias étnicas, y dando un trato preferencial a los tutsis. En apenas medio siglo, esta división étnica se intensificó, con teorías conspiranoicas e historias inventadas (los hutus enseñaban que los tutsis los habían esclavizado en el pasado, y que se disponían a volverlo a hacer). La conspiranoia en ese país africano, perpetró un atroz genocidio. Las teorías conspiranoicas no son meras diversiones que no hacen daño a nadie.

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