Los conspiranoicos suelen dirigir su atención a los británicos, y el más obsesionado con ellos, es el político norteamericano
Lyndon Larouche. Se ha lanzado varias veces como candidato presidencial, pero
nunca ha sido un contendiente serio. Con todo, Larouche ha logrado conformar un
movimiento de seguidores que, según confiesan algunos exmiembros, utiliza
tácticas de intimidación y chantaje para asegurarse de que no haya desertores.
Inicialmente, Larouche fue un estudiante
interesado en la filosofía y tuvo algún talento para ella, pero al final,
empezó a ver todo a través del prisma de la conspiranoia, incluyendo la propia
historia de la filosofía. Según Larouche y su movimiento, hay una gran
conspiración mundial que empezó en la filosofía griega. Platón defendía valores
humanistas de rectitud moral; Aristóteles, en cambio, al negar la teoría
platónica de las formas, incitó el relativismo y la corrupción. Los británicos,
con su forma utilitarista de pensar las cosas, abrazaron la filosofía de Aristóteles,
y con su imperio se encargaron de difundir por el mundo la degradación del
pensamiento, exportando hedonismo y perdición.
En el esquema de Larouche y sus
seguidores, Bertrand Russell y H.G. Wells, ambos británicos, formaban parte de
esa conspiración filosófica británica para dominar el mundo. La filosofía de
Russell (a quien Larouche considera el “hombre más malvado del siglo XX”)
contiene una serie de formalismos matemáticos que una persona común tiene
dificultad en seguir, y a juicio de Larouche, eso es un plan para mantener a
las masas alejadas de la filosofía, de forma tal que no se ilustren. H.G.
Wells, por su parte, propuso el establecimiento de una tecnocracia (de nuevo, encabezada
por los británicos) para que una selecta élite de científicos dominara el
mundo. Si, al leer un libro del afable Bertrand Russell, alguien ve un complot
para dominar el mundo, ¡ciertamente esa persona necesita atención psiquiátrica!
Pero, los grandes ogros en las teorías de
Larouche son los miembros de la realeza británica. Larouche acusa a la reina
Isabel II de conspirar para dominar el mundo, y establecer el Nuevo Orden
Mundial. Para lograr su objetivo, dice Larouche, Isabel II se vale del
narcotráfico. Es un hecho indiscutible que, en el siglo XIX, los británicos hicieron
grandes fortunas con el opio: se cultivaba en India (en aquel entonces parte
del imperio británico), y se comerciaba en China. Las autoridades chinas,
preocupadas por el enorme problema de adicción que enfrentaban, trataron de
prohibir el opio en su país, y Gran Bretaña organizó dos guerras contra China,
de las cuales salió victoriosa.
Larouche, sin embargo, no cree que
Isabel II sea una narcotraficante para enriquecerse. El plan de la reina es más
perverso: ella quiere adormecer a las masas, para que nadie se le oponga en su
dominación del mundo. En la visión conspiranoica de Larouche, el mundo está
dividido en tres tipos de personas: los oligarcas,
que tratan de conquistar el mundo; los humanistas
que tratan de impedirlo y denuncian conspiraciones; y los subhumanos, los borregos que se dejan arrastrar. Las drogas son un
instrumento del cual se valen los oligarcas para adormecer a los subhumanos.
Y, más aún, Isabel II encargó a sus
servicios de inteligencia diseñar productos culturales pop, que alentara a los
subhumanos a consumir drogas, y aniquilar cualquier intento de reflexión
crítica. Así, en la imaginación conspiranoica de Larouche, los Beatles son un
invento del MI6 (la agencia británica de espionaje) para distraer a la juventud
norteamericana, mientras los británicos se apoderan del mundo.
De hecho, siempre ha habido el rumor
conspiranoico de que Lucy in the Sky with
Diamonds, la famosa canción de los Beatles, es una invitación a consumir
drogas. LSD es una droga, y son también las iniciales de la canción. Los
Beatles efectivamente consumían droga, pero el compositor de la canción, John
Lennon, siempre negó que Lucy in the Sky
with Diamonds buscara alentar el consumo de drogas. Los conspiranoicos
tienen dificultad en relajarse y disfrutar una bella canción.
En fin, a la familia real británica se
le puede acusar de muchas cosas (su vanidad, su desconexión con el pueblo, su
maltrato a la princesa Diana, etc.), pero decir que Isabel II controla el
tráfico de drogas en el mundo, es una idiotez. No hay absolutamente ninguna
evidencia de ello.
Uno de los aspectos más desafortunados
de las teorías conspiranoicas absurdas (como ésta de Larocuhe), es que desvían
la atención de algunas teorías de conspiración que sí tienen bastante
probabilidad de ser verdaderas. Y, en torno a las drogas, hay varias de ellas.
Varios gobiernos en el mundo están
infiltrados por carteles de narcotráfico. No se trata de un cartel mundial
(como sugiere Larouche al atribuírselo a Isabel II), pero sí es un hecho
indiscutible que en países como México o Colombia, el narcotráfico llega a
altas esferas del poder. Algunos ejércitos guerrilleros marxistas, como las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, sin ninguna vergüenza admiten su
participación en el narcotráfico; ellos alegan que los consumidores de droga
son los burgueses de los países imperialistas, precisamente el enemigo que se
quiere destruir.
Hay fuertes sospechas de que Fidel
Castro estuvo involucrado en el narcotráfico, a través de la agencia Moneda convertible en Cuba. Muchos
teóricos de la conspiración sugieren que, cuando la DEA (la agencia antidrogas
de EE.UU.) empezó a sospechar que, en efecto, Castro estaba involucrado en este
negocio, el dictador cubano mandó a detener a uno de sus más fieles y
brillantes generales, Arnaldo Ochoa. Para lavarse las manos, Castro usó a Ochoa
como chivo expiatorio, y en unos infames juicios televisados, se acusó al
general de ser cabecilla de un cartel de drogas. Ochoa fue ejecutado por el
régimen cubano en 1989.
El gobierno de EE.UU. también ha tenido
negocios turbios con el narcotráfico. Se sabe, por ejemplo, que en la década de
1980, la CIA allanó el camino para que los narcotraficantes nicaragüenses
operaran en ciudades norteamericanas, y con las ganancias de esas
transacciones, se financiara la campaña militar de los contra, que trataban de
derrocar al gobierno sandinista de Daniel Ortega.
Algunos conspiranoicos creen
erróneamente, en una teoría parecida a las de Larouche, que el gobierno
norteamericano deliberadamente distribuyó drogas en los barrios de varias
ciudades norteamericanas, para mantener a los negros adormecidos y que no se
rebelaran contra el sistema. No hay evidencia de eso. Ése es uno de
los principales problemas de las teorías conspiranoicas: al hablar sobre
complots inexistentes que supuestamente buscan drogar a la población para
adormecerla, se deja de hablar sobre en una conspiración que sí fue muy real:
el narcotráfico como forma de recaudar fondos para financiar a los contras
nicaragüenses.
Hay algunos indicios también, que
permiten pensar que hubo una conspiración para criminalizar la marihuana, con
el objetivo de satisfacer a algunos intereses particulares. Si bien la
marihuana puede causar daños, el consenso entre médicos es que no es tan dañina
como, por ejemplo, el alcohol o el tabaco, dos sustancias que sí son permitidas
en casi todos los países del mundo. Según algunos teóricos de la conspiración, la
marihuana está hoy ilegalizada, porque en la primera mitad del siglo XX, el
industrial William Randolph Hearst la vio como una amenaza a sus negocios. La
hoja de la marihuana podría servir en la manufactura de libros y periódicos, y
podría competir con el papel. Hearst, que tenía varias inversiones en la
industria del papel, hizo lobby para
que los políticos prohibiesen el cultivo de marihuana, y desde entonces, la
prohibición norteamericana se ha extendido a otros países.