jueves, 13 de octubre de 2016

Donald Trump y Palomino Vergara

            Donald Trump es un personaje despreciable, y un liberal como yo, jamás podría simpatizar con sus posturas políticas. Pero, eso no me impide señalar lo lamentable que está resultando la feroz campaña que los medios norteamericanos están organizando en su contra. Hace más de diez años, mientras iba en un bus, Trump comentaba con un interlocutor cómo él acosa a las mujeres, besándolas y tocando sus genitales. Esa conversación quedó grabada, y ahora sale a relucir. Ha generado un enorme escándalo, al punto de que ahora, muchos piden su cabeza.
            Trump se ha disculpado, pero también se defiende diciendo que eso es una conversación de baños, es decir, entre hombres que, al no estar ninguna mujer presente, hablan sin inhibición sobre sus proezas sexuales. Yo le doy la razón. Muchos acusan a Trump diciendo que esto no es solamente hablar sobre sexo entre hombres, esto es ufanarse de acoso sexual; Trump se defiende que él dijo cosas terribles, pero nunca hizo nada realmente inapropiado. Yo no veo motivos para no creerle.

            Los latinoamericanos (que, irónicamente, Trump tanto odia) conocemos muy bien esto. En Venezuela, había un clásico programa, Radio Rochela, transmitido en Radio Caracas Televisión (la televisora que el izquierdista Chávez obligó a cerrar). En ese programa, el gran comediante Emilio Lovera interpretaba al personaje Palomino Vergara. “Paloma” y “verga”, en el slang venezolano, hacen referencia al pene. Este Palomino Vergara era un mero macho que bebía con amigos en un bar, y se ufanaba de los golpes que daba a su mujer, así como el brutal abuso al que la sometía. Pero, al final, siempre aparecía su mujer, tremendamente aguerrida, y regañaba y humillaba a Palomino frente a sus amigos. Al ver a su mujer, Palomino temblaba de miedo, se convertía en un perfecto dominado, y se iba cabizbajo a su casa escoltada por su esposa.
            Yo no sé si Donald Trump es como Palomino Vergara. Pero, lo que sí me parecería perfectamente razonable es admitir que en América Latina (pero supongo que también en la cultura norteamericana), mucha gente se ufana de cometer actos sexuales que, en realidad, no han hecho. Cuando se trata de violencia y sexo, el mundo está lleno de bocazas.
Si fuésemos lo suficientemente sensatos, consideraríamos ese hecho básico, y no daríamos demasiada importancia a las estupideces que dijo Trump. Lamentablemente, la política en EE.UU. es muy distinta. El votante gringo no se siente ofendido de que un presidente ordene usar drones para matar a supuestos terroristas que en realidad son niños, en un país lejano; pero sí se ofende sobremanera al escuchar unas ufanadas pueriles. En EE.UU., hay una dictadura de lo políticamente correcto. En las últimas décadas, el concepto del honor está tan arraigado en el juego político, que los distintos lobbies cultivan patológicamente la hipersensibilidad.
En este aspecto, me siento muy orgulloso de ser latinoamericano. En nuestros países, muchos políticos han dicho cosas ofensivas. Pero, la mayoría de nosotros comprendemos que, mucha gente dice tonterías en algún momento, y hay que pasar la página. Chávez muchas veces ha sido comparado con Donald Trump, precisamente por los exabruptos que a veces salían de su boca. En una ocasión, dijo públicamente que, esa noche, “daría a su mujer lo suyo” (una forma muy vulgar y ofensiva para referirse al sexo). Algún medio trató de formar un escándalo, pero la opinión pública no hizo más que reírse, y el asunto se olvidó.
En fin, lo cierto es que tenemos pruebas de que Trump dijo cosas desagradables, pero no tenemos pruebas de que hizo las cosas que describió, y hasta que no aparezca una prueba de ello, hemos de presumir la inocencia de Trump. Ser un bocazas no es un delito.
Bill Clinton, en cambio, no es ningún bocazas. Este hombre sí acosó de verdad a varias mujeres, y trató de esconderlo hasta el final. La hipocresía de los demócratas en EE.UU. no podría ser más grande. En 1999, decían que las indiscreciones sexuales de un político no son de interés público, y defendieron a Clinton a capa y espada. Ahora, en 2016, quieren cambiar las reglas: puesto que se trata de Trump, el tener indiscreciones sexuales sí es motivo para que un político renuncie.

Muchos comentaristas se resienten de la comparación con Clinton, pues señalan que eso fue hace mucho tiempo, y que su esposa, Hillary no tiene nada que ver. Según ellos, es muy machista culpar a una mujer por las fallas de su marido. Esos comentaristas tendrían razón, si no fuera por el hecho de que Hillary, ambiciosa de poder desde sus días como primera dama, alcahueteó las infidelidades de su marido, e hizo todo lo posible por amedrentar y silenciar a varias de las mujeres que acusaron a Clinton de acoso sexual (Kathy Shelton, Paula Jones, Katheleen Willey, y otras más).

5 comentarios:

  1. Las últimas horas están saliendo un montón de testimonios de mujeres. Veremos si demanda a alguna o a algún medio porque implicaría investigación y declarar bajo juramento. De momento creo que sus abogados han mandado una carta al NYT para que se retracte. Un resumen
    http://politikon.es/2016/10/13/elecciones-americanas-el-hundimiento/

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    1. Yo francamente desconfío del testimonio de esas mujeres...

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    2. Creo que en una campaña electoral para la presidencia de USA la verdad material de los testimonios no es muy relevante, basta que el candidato se haya dejado pillar con tantos cadáveres en el armario para que no sea un buen candidato. Por torpe. Conocía el juego y ha roto las reglas. Suena cínico pero a ellos les funciona bastante bien.

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  2. A mi me parece algo tremendamente hipócrita que ahora salta a la luz este asunto de Trump y se intente por todos los medios de encubrir a Clinton.

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