La secularización de la enfermedad ha sido uno de los
principios fundamentales de la medicina científica. En el siglo V antes de
nuestra era, Hipócrates de Cos revolucionó el entendimiento etiológico de la
enfermedad, al postular que ésta tiene causas naturales, y no es debida a la
acción de espíritus malignos.
La
innovación epistemológica de Hipócrates, por supuesto, tardó en tomar arraigo
en el entendimiento popular de la enfermedad. Faltó mucho para que el populacho
concibiera la enfermedad en términos estrictamente seculares. Las tradiciones
heredadas de la llamada ‘teología deuteronomista’ (derivadas del Deuteronomio, en la Biblia hebrea) del antiguo Israel, postulaban que Dios es punitivo,
y así, el sufrimiento es evidencia de pecado (es el típico razonamiento de los
amigos de Job). El enfermo es culpable de su propia enfermedad.
Si bien
el cristianismo matizó esta teología (en una célebre ocasión narrada en el
evangelio de Juan, Jesús sostiene que
la ceguera no es producto del pecado), no desapareció del todo. Cuando la
espeluznante peste bubónica azotó a Europa en el siglo XIV, la población fue
muy proclive a interpretarla como un castigo divino por los pecados de la
humanidad.
Esta
mentalidad persiste en nuestro mundo moderno. Entre religiosos
fundamentalistas, está muy viva la creencia de que enfermedades como el SIDA es
un castigo divino por la homosexualidad. Pero, también sobrevive esta
mentalidad en una forma más secularizada. Bajo esta versión, el enfermo de SIDA
no recibe un castigo divino, pero su condición es consecuencia de la promiscuidad
o la drogadicción. El que sufre un infarto es culpable de vivir estresado o
comer grasas. El que muere de cáncer no batalló lo suficiente.
Los
antropólogos e historiadores de la medicina siempre han advertido que, en torno
a la enfermedad, existe una red de símbolos y construcciones sociales que
efectivamente afectan el desarrollo de la enfermedad y su cura. En la década de
los años setenta del siglo pasado, la crítica literaria Susan Sontag escribió
un famoso libro, La enfermedad y sus
metáforas, en el cual explora el proceso mediante el cual, al emplear
metáforas específicas para describir enfermedades, los propios pacientes pueden
mejorar o empeorar.
La misma
Sontag sufrió de cáncer. Y, a Sontag le preocupaba la forma en que la medicina
metaforiza el cáncer, y evita hablar en términos estrictamente científicos
sobre esta enfermedad. En la medida en que la medicina habla del cáncer en
términos militares (“perdió la batalla contra esta enfermedad”), y enfatiza
demasiado en el componente psicosomático de la recuperación, Sontag teme que el
paciente sufra una carga adicional de presión por parte de la sociedad, y al
final, se moralice la enfermedad. Con el ropaje metafórico en torno al cáncer,
el paciente pasa de la cama del hospital, al banquillo de los acusados.
La
enfermedad de Hugo Chávez atravesó por un proceso similar. Durante su
convalecencia, algunos de sus opositores acudieron a la burda explicación
teológica de antaño. En alguna ocasión Chávez maldijo al Estado de Israel por
su ocupación de los territorios palestinos, y con base en una obscura cita
bíblica (Génesis 12: 3), sus
detractores explicaron su enfermedad como un castigo de Dios por haber
maldecido al pueblo elegido (es curioso que quienes invocan esta cita sean en
su mayoría cristianos evangélicos, pues según casi todas las teologías
cristianas, la alianza con Israel ha sido suplantada por una nueva alianza con
toda la humanidad, y en ese sentido, Israel ya no sería el pueblo elegido). Otros,
más inclinados a la ‘espiritualidad’ oriental, interpretaron su cáncer en
función de la ley del karma: puesto
que Chávez hizo tanto daño a Venezuela, sus acciones malignas se revertieron
sobre él mismo.
Aun
otros buscaron explicaciones menos religiosas, pero igualmente agresivas
respecto al mismo paciente. En una versión, la agresividad psicológica de
Chávez perjudicó su sistema inmunológico. Su empeño en ganar las elecciones le
impidió reposar, y eso lo terminó de matar. Entre tantos viajes, no cuidó su
comida. En su obsesión por gobernar, no durmió lo suficiente. Al final, como en
las explicaciones religiosas, estas explicaciones más secularizadas terminan
culpando a la víctima.
Los
estilos de vida, por supuesto, pueden influir considerablemente sobre la
propensión a enfermedades, y en ese sentido, siempre es plausible atribuir parte
de una enfermedad a la responsabilidad del propio paciente. Pero, Sontag
advertía que es urgente desmistificar el cáncer y otras enfermedades. Conviene
hablar en términos estricta y llanamente científicos, pues al metaforizar la
enfermedad, existe la tendencia a establecer juicios morales contra el enfermo.
La expresión “perder la batalla contra el cáncer” supone que el enfermo fue
derrotado y, por ende, hizo algo mal. Quizás el estilo de vida de Chávez tuvo
alguna incidencia sobre su enfermedad. Pero, en honor a su memoria, y a todas
las personas que han sufrido y sufren esta enfermedad, ¡dejemos de mistificar
el cáncer!
Pero, lamentablemente,
el mismo Chávez (y ahora, sus seguidores), quisieron aprovecharse del poder
metafórico del cáncer. Sus seguidores tenían expectativa de que, así como
Chávez venció tantos obstáculos y fue un militar, él mismo saldría victorioso
de esta ‘batalla’. En el estado inicial de su enfermedad, alguna gente rumoreó
que todo aquello era una farsa, y en realidad se trataba de un acto propagandístico para levantar su
popularidad frente a las nuevas elecciones. Yo nunca creí esto, pero sí llegué
a creer que, en caso de que Chávez sobreviviese, su hazaña sería exaltada como
una victoria militar más: así como venció a las oligarquías y los imperios, así venció al cáncer. De hecho, cuando Chávez proclamó al mundo que ya
estaba curado y regresaba de la convalecencia, utilizó un despliegue mediático muy
afín al regreso de un general romano en campañas militares.
Y, por
supuesto, aun después de su muerte, el cáncer de Chávez sigue siendo manipulado
como metáfora por los chavistas. Nicolás Maduro insiste en la extravagante
teoría de que la CIA implantó el cáncer de Chávez. Esto no es una mera teoría
de la conspiración. Es también un juego metafórico: el cáncer de Chávez sería un
símil de la opresión imperialista que el imperio norteamericano ha impuesto
sobre América Latina. Y, para adornar el lenguaje de la lucha
anti-imperialista, el cáncer de Chávez es un poderoso símbolo de los
sufrimientos del Tercer Mundo.
Como
recurso retórico, ciertamente es una táctica muy ingeniosa. Pero, como
arduamente denunció Sontag, la metaforización del cáncer agrede a los enfermos.
La desmistificación del cáncer no sólo requiere que los opositores de Chávez
dejemos de culparlo por su propia enfermedad; requiere también que sus
seguidores dejen de hablar del cáncer como si fuese una batalla entre potencias
imperiales y pueblos oprimidos.